viernes, 3 de enero de 2014

La despedida





Para llegar al barrio de los olvidados hay que atravesar la ciudad y serpentear dentro de sus arterias desgastada. A esas horas, y a solo dos días de Navidad, las  calles permanecen calladas y solitarias. Casi nadie a estas hora pasa por ellas, como si sus moradores se refugiasen de un viento frío y húmedo al que no están acostumbrados.
Una mujer de mediana edad camina esa mañana con paso decidido por entre sus calles. A cada trecho, se detiene y contempla lo alto de las casas para buscar los nombres en ellas escrito. Interrumpe su paso frente a un edificio nuevo de tres partes que no ha acabado aún de construirse ni probablemente lo hará nunca. Han arrancado las puertas y las ventanas  y desde el exterior se ve sólo los pisos vacíos y desmantelados. El aspecto de abandono, de ciudad en guerra le parece extrañamente desolador y atrayente. Un hombre se detiene a contemplarlo como ella.
-       Ha visto lo que han hecho- se dirige hacia ella-  Han arrancado hasta los cables, se lo llevan todo.
 La mujer asiente, desconfiada, pues el hombre tiene una aspecto tan  descuidado que podría ser mismo el autor de todo aquello.
-       Se lo llevan todo, eso son los moros- dice reanudando  su paso.
Si el mundo se acabará un día seria como este barrio , piensa. A lo lejos, en un descampado, los chicos juegan al balón. Misia que así se llama, contempla el horizonte,  el cielo se ha coloreado de rosa y  violeta. De pronto se encuentra con la calle y la casa que busca. La puerta de hierro verde del portal está cerrada y el telefonillo hace tiempo que dejó de funcionar. A pie de calle, hay una ventana con rejas  y cortinas sucias por donde se oye una a televisión encendida.
-       Nicolai- susurra la mujer hacia la ventana- Nikolai.
Nadie responde, pero está segura de que es ahí, así que decide esperar a que algún vecino le abra la puerta. Misia se sienta en el borde de la acera, entre dos coches, y espera.  Desde allí puede ver el final de la calle si mira a la derecha o el cambiante malva del cielo si lo hace a la izquierda.
No espera demasiado porque después de unos minutos un hombre se acerca desde el final de la calle con paso vacilante. La mujer se levanta decidida y camina hacia él. Tiene el mismo aire desgarbado y perdido de siempre, se dice con ternura. Cuando piensa esto se da cuenta de que el hombre ha desaparecido en el cruce de la calle. Era él, estaba segura, no podía haber sido otro. Camina angustiada uso paso y luego,  se tranquiliza, pues se da cuenta de que  en la esquina hay un bar y se debe haber metido en él. 
Allí está Nikolai, desde la puerta lo observa, reclina la cabeza en señal de reconocimiento, en un gesto dulce, como si fuese la última vez que lo contempla. Pero Nikolai permanece absorto frente a la máquina de cigarrillos. De pronto, se da la vuelta y le sonríe sorprendido mostrando  una amplia sonrisa.
Nikolai camina hacia la mujer tendiéndole los brazos,  le ofrece sus mejillas pero ella  lo estrecha contra su pecho.
-       Nicolai, Nicolai. . – qué has hecho – le dice en tono lastimero.
-       ¿ Qué haces aquí? ¿Cuándo has llegado? Vamos Invítame a una cerveza. – le dice  contento de verla.
Misia se sienta junto a él, en una  de las mesas del bar vacío. Sólo hay un anciano, sentado en una banqueta junto a la puerta y la camarera, que sostiene a una niña pequeña encima de la barra.
-       Cómo estás Nikolai- le dice mirándole a los ojos la tía Misia. 
Nikolai guarda aún la belleza de su juventud, tiene un rostro de flecha, de ángulos simétricos y equilibrados, y una sonrisa infantil siempre dispuesta. Tiene aún la  mirada abierta  y perdida de un niño, se dice.
-       Cómo estás tú, qué delgado estás, querías adelgazar ¿no? –le dice finalmente.
-       Sí, un poco, invítame a una cerveza, anda.
-       Pero, no puedes, Nikolai.
-       Sólo a una.
La mujer se resigna y pide a la muchacha frente a la barra dos cervezas. Busca los ojos de su sobrino, ahonda en ellos. Se da cuenta de que tiene la mirada encendida y perdida de un loco. Las manos le tiemblan, levemente, como un cuervo aterido de frío sobre un cable eléctrico.
-       ¿ Cómo has llegado a esto?
El hombre alza los hombros y deja de sonreír. Los ojos pardos y vacíos  se hunden en un vacío lejano, eléctrico y desolado,  dos órbitas perdidas en el firmamento de sus ideas.  
-       No sé..  Fueron sólo tres días, me volví loco, la  puta coca, pero ya estoy mejor.
 Tiene los hombros caídos hacia delante, parece a punto de quebrarse. Con una mano pequeñas de dedos infantiles bebe un largo trago y sonríe a la mujer que lo mira con ojos tristes.
-       Ahora voy a hacerme una cura de sueño, una semana o diez días durmiendo y luego me levanto nuevo, te lo juro, ya pasó. Sólo estoy esperando a que pasen estas fiestas y abran  el centro, luego cobraré el paro y me iré lejos de aquí,  al Perú…
-       Al Dorado…- responde con sarcasmo Misia- Lo tenías todo, trabajo, novia..por qué..
-       la gente aquí es basura- responde con rabia y altivez.
-       nunca lo dejaste. Nikolai
-       La gente del trabajo me rechazaba,  las tías si no te costaban con ellas te apartaban. Son un asco., no lo soporto a la gente de aquí. Tengo que largarme.
-       En cualquier sitio vas a ser tú.- le dice Misia
-       No, pero allí será diferente. Te lo prometo, me voy a ir, sólo quiero entrar y limpiarme, ella me está esperando,  pero tengo que hacer la despedida hoy y luego,  ya me quedo tranquilo en mi cuarto, te lo prometo… -
 Nikolai dice esto de un tirón como si se lo hubiese aprendido de memoria, como si en realidad, los demás fuesen a creerse sus propias historias
-       Dejame treinta euritos para la despedia , y luego ya me quedo tranquilo.
Tía Misia lo mi consternada, advirtiendo  que esta vez ha tardado menos de lo habitual  en pedirle dinero.  Parecía tan cambiado hacia tan solo unos meses estaba tan bien. Cuándo había vuelto a recaer de esa manera. Y cada vez de forma más atroz, más agresiva y dura la caída. Hasta cuánto,  hasta dónde.
-       No, no he traído dinero porque sabía que ibas a hacer esto.
Nikolai la mira con pánico  intentando buscar en su mente aturdida un ardid con el que convencer a la mujer que ha venido como una luz salvadora hasta su puerta.
-        ¿Quieres venir a mi casa? Está aquí, no es mucho, está hecho una mierda el apartamento, pero  me van a cambiar pronto a otro. Pero para que veas que me voy a quedar aquí tranquilo, sin salir, con mis libritos. De verdad, sólo que hoy  necesito la despedida, en serio, esta última vez, y ya me quedo en mi casa tranquilo, pero necesito despedirme.
Misia quiere creer pero ya no puede. Por eso a veces le dice frases lapidarias o mordaces,  a veces asiente antes sus propias mentiras como si fuese la última concesión. Acaban la cerveza y caminan en silencio hasta la vivienda. El bloque de apartamentos esta compuesto por varias pequeñas viviendas compartidas en dos pisos. Casi todas tienen las puertas  de entrada abiertas a los demás vecinos. Hay gente en los pasillos de entand o a las otras casas.. Misia piensa en una cárcel sudamericana donde los guardianes se mezclan con los presos.
-       Este es el apartamento- le dice Nikolai abriéndole la puerta.
Misia debe ahogar el gesto de asco que le provoca lo que contempla. En el salón cocina hay unos sillones viejos ya sin color y roídos por la mugre, sobre este y sobre  los estante se agrupan sin orden ni concierto la ropa esparcida. La tia  Misia se detiene frente a unas botas que hay sobre la mesa, piensa inmediatamente en quitarla porque es supersticiosa y sabe que eso da mala suerte, pero se refrena ante la inutilidad de un gesto.
-       Mira tengo comida, lo ves-  y  le señala una bolsa repleta de  alimentos.
-       Si. .. pero está todo …asqueroso- dice observando unas cucarachas muertas en el frigorífico abierto.
-       Sí me lo dieron así, pero mañana me cambian a otro mejor.  
-       Ya- dice desolada
-       Venga, Zaza dame treinta euritos, de verdad que sólo quiero darme la despedida, ahora estoy tranquilo, mira voy a quedarme aquí, tranquilo, hasta que abran el centro.
-       Como te puedes engañar tanto. En serio piensas seguir destruyendo la vida de todo el que te rodea- le dice con la voz quebrada- Tu madre, no te da pena de tu madre, mírala. Sólo piensas en ti, en tu puta droga,  como has hecho esto de tu vida. ¿Vas a hacerle daño también a esa chica?
-        No. En serio, estoy enamorado, nunca lo había estado, pero lo estoy, te lo juro, voy a ir a Perú a vivir con ella, allí todo será diferente, aquí no puedo  vivir la gente, todo el mundo me juzga.
La tia Misa o Zaza como la llamaba él de pequeño apenas acierta a pensar que aquel temblor de sus manos pequeñas, el brillo encendido de sus ojos sin vida, sólo delatan que su única pasión desenfrenada es la muerte. Cómo podía mentirse así. Acaso todos nos mentimos, piensa, mirando tras las cristaleras del ventanal sucio.
-       Mira mi analítica-  Nikolai mantiene un documento médico entre las manos.
-        Fracaso renal agudo...¡ fracaso¡ como yo mismo.
Misia no responde No sabe qué decir ante tanta destrucción y dolor. Sus ojos se posan en los muebles mugrientos de la casa, en los objetos esparcidos por todas partes, en la cama de mantas asquerosas y tiesas de tanta suciedad, en  la cocina cubierta de polvo y telaraña.
-       ¿ me vas a dejar esos treinta euritos para la despedida?
Cuánto tiempo lleva despidiéndose de la vida, cuántas veces, mientras se clavaba la aguja en el brazo se diría a sí mismo  que esta vez sería la ultima. Misia permanece en silencio intentado buscar respuestas a algo que no entiende, cómo puede llevar esa vida de aniquilamiento. Sabe que no puede hacer nada por él, nadie puede hacer ya nada por él.
-       Cuándo vas a madurar y a dejar de echarle la culpa a los otros…- le dice después de abandonar el apartamento.
Nikolai la acompañará un trecho de vuelta a casa, ya ha empezado a oscurecer y el aire ha refrescado.
-       Te acompaño hasta el cajero, entonces.
-       No. No te voy a dar dinero- le dice tajante.
-       Por fa, es sólo hoy, de verdad para la despedida, si no lo voy a conseguir por ahí, como sea- le suplica.
-       Nikolai, es que no quieres vivir, es que quieres morirte.
-       A veces sí- responde

Misia no dice ya nada, sigue caminando dejando atrás las casas bajas, el barrio humilde y pobre. Nikolai seguirá insistiendo una cuadra más, luego desaparecerá ya para siempre. La figura de Misia, en la oscuridad, a lo lejos, ya saliendo del Barrio de los olvidados, parece aún más pequeña.

8 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Nikolai murió hace mucho.

Ahora falta enterrarlo.
Cada vez hay más como él.

Una pena.

Besos.

mjromero dijo...

Es como un cuento triste de navidad, me gusta ese topónimo, 'El barrio de los olvidados',y es un acierto empezar el cuento precisamente con el nombre.
Feliz año.
Un beso.

Mary Carmen Pérez dijo...

Cuanto dolor, cuanta impotencia......pobre madre, pobre de aquellos que rodean al "muerto en vida",.....lo se, Misia.

maslama dijo...

cualquiera puede tener mala suerte, pero el juego no se acaba hasta que nos morimos. Quizá lo logre, quizá después de todo se vaya a Perú

besos,

Anónimo dijo...

el barrio de los olvidados.. para q no te olviden, tienes q ser como el resto y vivir una falsa vida, y no te olvides....

Maga h dijo...

Creo que Nikolai vive en muchos, que como él, van muriendo cada día un poco.
Tremenda realidad.

Abrazo!

Anónimo dijo...

No quiero comentar tu escrito, porque esas "realidades" son demasiadas...
Que tengas un Feliz año por estrenar

Esilleviana dijo...

Esta es la triste existencia o realidad de muchas personas, controladas y dirigidas por cualquier sustancia química y externa... da miedo!
Muy bien escrito, profesora :))

un abrazo