Elliot estaba en
la puerta mirando hacia la sala de profesores. Parecía buscar entre todos a
alguien que no veía. Levantaba su cabeza y se elevaba levemente sobre la punta
de sus dedos para abarcar mejor lo que buscaba. Me acerqué hasta él.
-
Hola. ¿ Qué querías?
-
¿Está Delfina por aquí? - Me dice despacio y a trompicones.
Observó de nuevo
a la sala y no veo a quien busca.
-
No.
Elliot tiene los
ojos rojos, como si estuviese a punto de llorar. Tiene un fuerte olor a
mandarinas y el labio inferior levemente caído, le tiembla. Tiene una mirada
cándida y ahora mismo perdida.
-
¿ Pero te puedo ayudar yo en algo? - le digo.
-
¿Puedo llamar a mi mamá? - Me pregunta señalando la sala de
guardia. Es la hora del recreo y no parece haber nadie allí.
-
¿Para qué quieres llamar?
-
Es que … Tengo un problema….- dice respirando
fuerte y compungido.
-
A lo mejor yo puedo resolvértelo - le digo.
No le doy clases
a Elliot pero lo conozco de verlo corretear por el patio y en los pasillos.
Debe tener sobre los catorce años. No es difícil olvidarlo porque es el único
síndrome down de todo el instituto.
-
Mira.. -
me dice animándose de pronto y abriendo su mochila.
La tiene colgada
sobre su pecho, nunca se despega de ella, tampoco de su agenda donde apunta
todo. La abre en la fecha de hoy y lee de forma concienzuda sus propios apuntes.
Un alumno de tercero y otro de segundo se han reído de él. La letra es
redondeada y bonita. Le echo un vistazo por encima y me maravillo de que tenga
menos faltas que alguno de mis alumnos.
-
¿Y por qué se rieron de ti? – le pregunto
curiosa y atenta.
-
Porque dicen que el olor a mandarina apesta.
-
¿Quién te dijo eso? - sonrío- Si es buenísimo.
Elliot me señala
la agenda y me lee concienzudo los nombres de los alumnos.
-
¿Sabes de qué curso son? – le digo pensando que decirle sin dejar de sonreír.
-
De tercero y de cuarto diver – Me dice
serio- Están aquí- y me señala al
patio.
-
Vale – le respondo- Bueno.. no hagas caso. Eso
son tonterías. A fin de cuentas, cada uno tiene sus gustos, eso no es nada malo.
Asiente pero su
mirada me hace comprender que ese no es el problema. Tiene la agenda apresada como testimonio de todo. No se mueve
de su sitio frente a mí.
-
Están aquí.- me repite señalándome justo al lado
de la puerta.
En el patio
central hay un banco donde a veces se sientan los alumnos en los recreos. Allí
hay dos chicas y un chico hablando. Me acerco hasta ellos.
-
A
ver muchachos, me dice Elliot que tiene un problema con ustedes.
-
Yo no - dice una chica mulata- Él lo tiene
-
Es que me dijeron que el olor de las mandarinas
apesta- balbucea Elliot nervioso.
-
Es verdad- resuelve de nuevo la chica.
-
Sí a mí no me gusta nada- responde el muchacho
gordito que esta frente a ella. – Huele a vómito.
-
A mi tampoco me gusta- añade la última de las
chicas.
-
Bueno, pues a mí sí.. ¿Dónde está el problema? A mí el fruto que no me gusta nada es el
olor de la papaya. Arrgg …no me gusta nada – Pongo cara de asco- Eso sí que
huele a vómitos
-
Sí - a mí tampoco- me dice el muchacho gordo.
Elliot nos mira
a todos de hito en hito. Su
problema no se resuelve. Está sentado junto a ellos. Pero se siente ofendido
porque se han reído del olor que dejó la mandarinas en su boca y en sus manos.
-
Bueno, pues cada uno tiene sus gustos- concluyo
- Pero a veces decimos las cosas de una manera que podemos herir al otro.
-
Es que yo no me reí de él . Sólo le dije que el
olor a las mandarinas apesta.
-
Bueno, a lo mejor es que se lo dijiste muy
brusco y a él le dolió. Él es muy sensible. Hay gente sensible: unos para la
música, otros para la pintura, y Elliot para los sentimientos.
Los muchachos
asienten, comen sus bocadillos y piensan lo que les digo.
-
Así que venga- les digo alejándome- que ustedes
son amigos que los he visto yo muchas veces en el patio abrazados. Así que
hagan las paces. Les doy diez
minutos. Estoy al lado.
7 comentarios:
Está lleno de peligros, tensiones, traumas el mundo de los niños.
Hay que actuar con extrema prudencia para evitar daños mayores.
Bien.
Besos.
Es importante, educar en el trato con los demás, la sensibilidad por los progresos pequeños, su valoración, por el entorno, los compañeros y las pequeñas gratificaciones diarias; ya que, educar el interior es la esencia de nuestros actos, pensamientos y emociones y ello está muy relacionado con nuestra sensibilidad.
Lola Cáceres
Puedo entender perfectamente esa sensibilidad y mal estar que Eliot sintió.
Es cierto que son personas extremadamente sensibles, yo he tenido la oportunidad de trabajar en centros con ellos y dado que están exentos de esa vuelta, de ese "mal pensar" que los demás tenemos, su sensibilidad es mayor. Por lo menos, eso es lo que yo he podido aprender junto a ellos, además de muchas otras cosas.
Tienen una forma de entender, a mi parecer, los actos cotidianos y la vida, más limpia.
Siempre educar en la igualdad y desde la empatía y la compresión es un paso, sin duda.
Buen relato Chiflada.
Ay, las mandarinas. Dicen que al final lo que nos corroe son los pequeños roces de cada día. Mejor hacer las paces, que la fiesta es cortita. Un relato bonito. Y hasta optimista.
Saludos.
Ecuánime y moral cual Salomón...
Abrazotes.
Gran tacto. Los críos pueden ser crueles sin medida.
Si todos los problemas de la vida pudieran solucionar tan fácilmente...
Suerte
J.
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