El aire se ha
vuelto denso, como si pesara y una capa de arena amarilla puebla la ciudad. Sara
piensa en una ciudad fantasma. Los
contornos de las montañas, de las casas parecen diluidos e imprecisos. Desde lo
alto de la colina, observa la ciudad sumergida en una niebla fantasmagórica que
la aísla de todos. El mar ha desaparecido baja la nube inmensa de arena que ha
cruzado el el desierto y se confunde con la tierra, con un campo sin
labrar, abandonado en medio de la nada.
El cielo ha tomado la forma de un hongo
canelo y sucio que envuelve de presagios inciertos a la ciudad y convierte a
sus habitantes en personajes de las mil y una noches.
Su abuelo, un viejo
marinero le había contado que en un día como aquel había divisado por primera y
última vez la isla de San Borondón. El Cruz del Mar, como se llamaba aquel
viejo barco de pesca había dirigido su marcha rumbo a la isla desconocida en
medio de una fuerte tormenta.Tras la espesa neblina avistaron una playa
de arenas amarillas, rodeada de una frondosa vegetación que se extendía por
todos los contornos de la isla. Esta no parecía de gran tamaño y su forma era
redondeada, encontrándose deshabitada, al menos, en aquella parte donde
desembarcaron lo marineros. Esa noche descansaron
en medio de una arboleda poblada de magníficos árboles frutales y de
cristalinos manantiales. Por la mañana, embarcaron de nuevo rumbo a Lanzarote,
prometiéndose volver y conocerla a
fondo.
Pero nunca regresarían, ni
él ni todos los tripulantes del Cruz del mar. Aunque lo intentaron más de una
vez. Pero cada vez que atravesaban el lugar donde él juraba y perjuraba que
habían divisado la isla, sólo hallaban la inmensidad del mar. Entonces, los
marineros oyeron hablar de una isla que aparecía y
desaparecía a los navegantes, San Borondón, la isla invisible, la desconocida,
la non trubada y supieron que habían estado en ella.
Mientras vivió, el
viejo marinero cuenta a quien quiera oírlo que los tripulantes del Cruz del Mar
estuvieron allí, bebieron de sus manantiales y comieron de sus frutos. Cuando Sara mira hacia el horizonte
ve lejana una isla que no conoce, que aparece y desaparece. Y piensa si no será
la misma donde su abuelo estuvo un día. Recuerda sus palabras repetidas que
ahora entiende: San Borondon,
existe, aunque no la veas, existe porque yo la ví, y otros, antes que yo
la vieron también.
5 comentarios:
Hay cosas que solo existen de manera ideal en nuestra imaginación, son las más dulces y hermosas, son las que nos permiten seguir viviendo con esperanza.
Besos, Profe.
San Borondón, coordenadas emocionales:
Latitud 42º 55´57´´ Norte y longitud 9º 18´ 20´´ oeste.
Besos.
Esto me recuerda a un local que me encontré en mi juventud, alocada post-adolescencia, durante un fin de semana en Oporto... un local oscuro y poblado por danzantes figuras de humo tabaquil, con un portero angolés en la puerta e infinidad de tacones de aguja inyectando ritmo a la moqueta púrpura. A eso de las dos de la mañana alguien soltó palomas, en el interior del local... o eso siempre he querido recordar.
En fin, que nunca jamás en viajes posteriores a Oporto he vuelto a encontrar ese lugar.
Abrazotes desde la nostálgia.
En el mar Caribe tambien hay islas que aparecen y desaparecen, el mar se las traga y despues las devuelve arrepentido, afortunado el que las puede disfrutar de su vista, de sus arenas...
Un gran abrazo, amiga Ico
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, digo por esto de que cada uno ve lo que quiere y cuando puede.
Que lindo leerte, te extraño!!!
Hermosa la foto de portada!!!
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