La señora Higgins
se sirvió el té humeante, a sus pies, dormitaba un viejo perro junto a la
lumbre encendida del hogar. Sobre su regazo, sus manos blancas sostenían una novela
romántica.
El caballero entró
en el salón y se despojó del sombrero, finas gotas, como rocío, se escurrían de
su fino bigote sobre sus labios.
La señora Higgins lo vio frente a ella,
arrogante, la mirada encendida.
- -Perdóname- bramó el caballero apunto de
desmoronarse.
No debía
perdonarle. No, aún no. Tomó un sorbo té y siguió leyendo.
7 comentarios:
Esto es como saber medir muy bien los tiempos.
me ha encantado tu blog
un abrazo
Esa frialdad asusta al mismísimo diablo.
Besos.
¡Bárbaro! Muy bien resuelto. Felicidades por tu blog, siempre hay algo interesante que descubrir.
Un abrazo.
Aun no ha sido lo necesariamente irrespetuoso como para que deba perdonarlo. Tal vez no lo perdone si no lo hace.
Digo.
Abrazo!
Ella estaba demasiado entretenida y sumergida en la aventura de la novela, que siempre le resultaba más interesante que charlar con el simple caballero, de ahí que ella ni se molestara en contestar...
un abrazo
El caballero sólo existia en su imaginación dentro la novela como protagonista. El lector y la narración se abrazan en un mismo mundo. Es lo que sucede cuanto te sumerges en la lectura..... un guiño a Cortazar..
besos
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