Quizás debió
hacer caso a esos pequeños síntomas que comenzó a percibir de pronto. Ya en su
primer mes de convivencia aparecieron los primeras señales de desacuerdos. La
pareja de recién casados había encontrado una casa a gusto de los dos a la que
había que hacer todavía algunos retoques. Era una bonita vivenda en una
urbanización tranquila y no muy lejos de la ciudad.
Una flamante cama regalo de los padres
de ella entró por la puerta la primera semana de estar instalados en ella.
Los operarios
encontraron a una pareja atareada en las labores de mejoramiento de la casa. Él
colocaba con maestría y precisión unas cenefas en la cocina y ella limpiaba con
esmero los grifos del baño tal como a él le gustaban. María miró con avidez la
enorme cama que transportaban hasta el dormitorio los fuertes brazos de los
operarios.
Cuando se marcharon, extendió con cuidado
sus mejores sábanas y no pudo resistir la tentación de sentarse en ella para
sentir su textura, apoyó la espalda sobre ella y dejó los pies colgando fuera
de la cama. Era dura pero a la vez mullida y suave y su cuerpo se adaptaba
perfectamente a ella. Abrió los brazos a lo largo como una mariposa y los agitó
rítmicamente. En cualquier momento entraría Mario por la puerta. Lo llamó
suavemente desde la cama. Pensó que no estaría mal que entrara ahora y
comprobasen cuánto podía resistir aquel colchón.
Imaginó que su
marido entraba, la veía allí tendida y se lanzaba a arrebatarle el vestido, y ambos
acabarían rodando por el suelo revolcados entre risas. Después de cinco minutos
de espera supo que eso no iba a pasar. Mario ni siquiera había entrado al
dormitorio.
La mujer se incorporó
decepcionada, él no era así, nunca lo sería. Su principal preocupación en aquel
instante era que las cenefas que estaba pegando en la cocina quedasen
perfectamente colocadas. María se acercó hasta la puerta de la cocina y lo miró
hacer. Tenía un aire concentrado
y serio.
-
la cama está muy bien, …
-
¿Ah sí?- dijo con aire distraído.
-
Sí… deberíamos probarla.
-
Lo haremos a la noche.-añadió con una leve
sonrisa y siguió trabajando.
Pero al llegar
la noche, el hombre se metió en la cama de espaldas a la mujer que esperaba
sus caricias.
-
dame un beso.- le dijo reposando la cabeza sobre su hombro.
-
Estoy reventado-añadió con gesto malhumorado.
La mujer
enmudeció, paralizada, un deseo profundo de llorar le invadió de pronto. Quería
entender el carácter de aquel hombre desconocido con el que compartía cama. Había
empezado a comprender que a él no le gustaba cuando ella lo proponía. Prefería
tomarla cuando estaba desganada o
cansada. Entonces era él el que la buscaba. Esto le hacía sentirse totalmente vulnerable
y sujeta a su deseo. Permaneció unos segundos con la cabeza apoyada en su
espalda, sintiendo su respiración acompasada.
Su corazón, en
cambio, latía aún de deseo, saltaba desbocado sobre la espalda de su marido. Esperó unos segundos para salir
despacio del cuarto. Supo que Mario no estaba dormido pero que tampoco vendría
detrás de ella. En el sofá,
decidida a no dejarse llevar por aquellos nefastos indicios decidió
terminar por sí misma lo que él había rechazado.
6 comentarios:
Bueno... a grandes males grandes remedios.
No pinta bien el futuro para ellos.
Besos.
es muy triste, pero me parece muy bien escrito, captas matices comunes de la convivencia.
A mi no me parece triste; ella resolvió aquel pequeño contratiempo. Con el tiempo, ella decidirá si esas pequeñas frustraciones son salvables del modo que ella elija en ese instante o bien, busque algo más y acabe con esa relación por no sentirse completa...
y el final que propones para el jueves, es totalmente revelador jajaja, no se me había ocurrido... :))
un abrazo
Muy interesante.
Me da a mi que esto no llega muy lejos, no. no
Como siempre un gran placer cielo
Un beso
una historia triste, ¿por qué tus historias suelen ser tan tristes? :))
besos,
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