Me encontré con
ese artículo a veinticinco metros de altura y después de haber desechado dar
una cabezada en aquel incómodo asiento de vueling. La escritora, decía el artículo, había publicado recientemente un libro sobre la época de la
transición. Era el tema y el contexto en el que llevaba tiempo interesada, incluso
había garabateado algunas páginas de una eterna y futura gran novela basada ene
algunos acontecimientos negros de aquella época.
La escritora, una
mujer de mediana edad y no mal parecida, con cierto aire cándido miraba al
lector tras una mirada de miope que escondía tras unas finas gafas y auguraban
más de un secreto que le hubiese encantado contar.
Esa misma semana fui a la biblioteca y
buscó en los anaqueles de literatura española, el O60, la inicial de su
apellido. Allí había un ejemplar de Negro. Leí la
contraportada, era una novela negra. No era la que buscaba, pero me serviría
para saciar mi curiosidad. Seguí leyendo, la autora, anunciaba, rompía con el
encasillamiento del género y cuestionaba la vacuidad en que había caído el
mismo. Su sinceridad, en la entrevista recordé, no sin cierto matiz de soberbia
que le daba probablemente el título de profesora en alguna conocida universidad,
me gustó, aunque denotaba de una llana candidez.
Antes de irme a la cama, abrí el libro.
Comencé a leer los primeros párrafos. Me gustaba, tenía estilo y no carecía de cierto
atrevimiento en las formas. Esa noche empecé a enamorarme de ella en esa
especie de admiración y celos que siente un escritor por otro. La imaginé en su
estudio, frente al ordenador, ensamblando un capítulo tras otro. Miré su foto
en el interior de la solapa. Tenía cierto aire soñador, de maestra de pueblo.
La imaginé frente a su taza de té, absorta, mirando la hora violeta tras los cristales,
mientras buscaba o se demoraba en la búsqueda de palabras precisas y justas. La
volví a mirar según iba leyendo, entre el arrobo y el desprecio que siente el
que lee contra el que escribe. Era un amor odio.
Por eso la
desprecié cuando comprobé que su estructura se repetía y dejaba de ser original
en el segundo capítulo. Entonces comencé la búsqueda inconsciente de los
chirridos, de los desengranajes. Como una experta observadora descubría las
fallas y me regodeaba, con cierta vergüenza ajena, en la enumeración retórica.
Estilo poético, bufaba, que forzado, se deja ir, no se contiene. Ahora la repudiaba
por no estar a la altura, por aquella muestra de debilidad artística. Me
enfadaba porque habría preferido, extrañamente, que no cometiera aquellos
errores de neófito, que me mantuviese en vilo. En cierta manera, me estaba
negando la posibilidad de tener con ella una entretenida charla en el salón, frente
a la chimenea. Me la imaginaba apasionada y con cierta represión de mujer
instruida y poco vivida. Reí maliciosamente, pero si le daba miedo hasta decir
polla, lo decía de refilón y con
la boca pequeña, y ni un coño en todo el libro. Disfrutaba en mi cuarto de
soltera de esos mezquinos hallazgos que me desvelaban la relación entre novela
y vida.
A mitad del
libro, la escritora cambió de registro y comenzó la narración en primera
persona. Brillaba en el texto de nuevo con una fuerza vital, inusitada, de
mujer frustrada y triste. Lo veía claro, el carácter del
protagonista reflejaba el suyo propio, el de una mujer aislada y pura que no se
atrevía a ser decepcionada en sus fantasías. Prefería las relaciones esporádicas
y exclusivamente sexuales para poder seguir soñando.
En esta segunda
parte la escritora se volvía, de pronto, oscura y asesina, dando significado al
título de la obra. La protagonista, como una justiciera social mataba a los
deleznables vecinos. Demasiado fácil como recurso. Engaño de idiotas. Capté fácilmente
por su escritura que todo era falso. Desde el comienzo supe que sólo era la imaginación
desbordada de una mujer frustrada, pero que ella no
había sido la asesina. Estratagema de la escritora que trata de colárnosla,
pero no cuela. Como si dijera: tú lo has captado, pero no otro. Guiño.
Concesiones a mí. Empiezas a abandonarla. Por querer halagar tu inteligencia de
lectora voraz, se ha vuelto para ti mezquina, mediocre. No me gustan las mujeres, dice en un
párrafo, como si eso interesase a alguien. Se parapeta, de nuevo, se esconde detrás del halago en la
última parte. Ha renunciado al diario negro con ciertos atisbos de ella misma.
La última parte
me decepciona aún más, citas cultas, referencias cinéfilas, blow up, Cortázar.
La desprecias ya tanto que apenas lees las últimas páginas, o lo haces de
corrido, más bien, las ojeas, intentando saber quién es el asesino. Finalmente, lo sabes, y reprimes la
sonrisa sardónica por esa solución fácil,
absurda, sacada de la manga o tal vez, entretejida tan sutilmente que
nadie más lo supo, salvo la escritora, lo cual es lo mismo. Desprecias el libro
porque se acaba y se afila en un final exiguo y gris, ni siquiera negro. Apagas
la luz y todo se ve negro. Negro. Y entonces, te duermes.
7 comentarios:
Jajajjaaa, como crítica no tienes igual.
Aunque esta mañana he leído una crítica sobre una película que me ha hecho mucha gracia: "De tan mala que es la película casi le da la vuelta y sale buena...".
Me ha encantado.
Besos.
Una mirada demasiado inquisitiva, daría para otra novela entre la mirada lectora y la que escribe.
Me he divertido bastante leyendolo.
Un abrazo.
Casi todas las escritoras tienen, como tu lo dices, cara de profesora de filosofia.
Besos
Caramba, eso es sacar la navaja y realizar una afeitado apurado, apurado, tanto, que no queda un pelo.
Bueno, el 92,354% de la literatura es eso. Pasar el rato.
¡Pero vaya repaso!
Eso sí, me he reído un tanto.
Recuerdame que si alguna vez escribo un libro, no te lo deje leer nunca!!! jajaja
Besos, canaria
Está claro que la conexión entre la escritora y tú, su lectora, era muy intensa. Realmente eso es lo que buscará todo escritor/a, alimentar y sustentar la unión con las personas que leen y perciben sus ideas.
Un abrazo
Me preocupa el estilo. En contra de lo que hace poco han mencionado algunos escritores, el autor debe de ser el protagonista con su voz. Aunque los personajes hagan cosas distintas.
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