Cuando se tendió boca arriba sobre la cama y cerró los ojos recordó de
inmediato el sueño de la noche pasada. Una sensación de placer le sumió en la
suave calidez de las sábanas. En el duermevela del mediodía recreó la imagen de
la mujer de su sueño. Ahora la veía claramente, con su boina de punto violeta y
sus botas altas viniendo hacia él. Era Amanda. Cuánto hacía de aquello, demasiado, qué extraños
eran los sueños, por qué volvería a acordarse de aquella mujer. Hacía tantos
años ya, qué edad tendría hora. Sin
saber bien cómo, se encontró calculando mentalmente su edad.
La había conocido una noche en la plaza de Santa Ana, ella estaba de
paso por Madrid y regresaría al día siguiente Por lo que aquel encuentro desde
el principio fue lo que parecía; una noche de copas y sexo en un hotel del centro.
Por aquel entonces era un joven ambicioso recién salido de la
universidad y Amanda le había parecido una mujer atractiva y de ideas muy
claras, tenía cierto aire bohemio que él mismo siempre había querido poseer y
que nunca tuvo. Era demasiado serio para su edad, le había dicho ella nada más
conocerlo, y su risa franca y esa manera natural de decirle las cosas más
brutales con una sonrisa lo desarmaron aquella noche. Después de ese encuentro se vieron unas cuatro o cinco o veces más durante los
dos años siguientes, siempre una noche o dos a lo sumo. Después ella dejó de
venir a Madrid o él empezó a salir con alguien, no recordaba bien. Las fechas y
sus relaciones con mujeres siempre
le había desorientado.
Todavía tengo su teléfono se dijo como un niño que sabe que va a
cometer una travesura y lo anuncia. Sonrió ante lo absurdo de ese pensamiento,
era una locura. Pero tampoco había nada de malo en saludar a una vieja amiga,
se dijo. Se habían separado sin un adiós pero también sin ninguna promesa de
volver a verse. Eran dos personas
adultas que se habían conocido, se habían alejado, y cuyas vidas habían seguido
existiendo sin más. Sus encuentros no habían tenido ni la transcendencia ni la carga
emocional de los encuentros amorosos.
Quedaban siempre cuando ella volvía a Madrid, Amanda lo avisaba sin previo
aviso, le decía que estaría en Barajas al día siguiente y él iba como un loco a
recogerla, primero en el coche de su padre, luego en el suyo propio y por
último en la moto. Aquellas escapadas eran para ella simples encuentros
sexuales, sin ningún objetivo más que el mero placer o quizás ahuyentar la
rutina y la monotonía de su vida. Apenas sabía de su vida, en sus encuentros no hablaban de sí
mismo, ese era el acuerdo. Ella había insistido en esos términos. Cuando una
sóla vez intento saber algo más de su vida, le había noqueado con un directo
punzante y agudo, estoy casada y tengo un hijo, le dijo, terminando la
conversación. Tú eres mi fantasía, un joven guapo e inteligente al que follaré
y al que luego olvidaré. Fue un gancho
directo a la mandíbula. Se lo había dicho así, como decía las cosas más
importantes, luego se había reído echando la cabeza hacia atrás de aquella
forma tan sensual que lo volvía loco.
Al recordar todo aquello le invadió un extraño desasosiego, una mezcla
nostálgica y lúcida al pensar que después de tanto tiempo, él seguía
recordándola, mientras que, probablemente ella lo había olvidado ya. En aquel
entonces, le habían asustado los casi diecisiete años que le llevaba de
diferencia. Él era sólo un crío de veinte años acomplejado e inseguro en el
terreno amoroso. Pero Amanda siempre había sabido mostrarse considerada y
elegante en ese aspecto y nunca le demostró que le importase su impericia, sino
todo lo contrario. Sí, había sido una tía especial. En más de una ocasión en
todos aquellos años había estado a punto de volver a llamarla.
Pero ahora su vida había cambiado radicalmente. Mientras pensaba esto,
apresó el móvil que tenía en la mesa de noche y revisó la agenda de su teléfono
con una mano. Le podría mandar una mensaje, un saludo inicial para ver cómo
estaba. Cuanto más pensaba en lo absurdo de la situación más seguro estaba de
que lo iba a hacer. No era un hombre impulsivo sino todo lo contrario, pero ahora
sentía una pulsión extraña que lo guiaba.
Buenas, tardes soy Raúl,
te acuerdas de mí, escribió.
El mensaje estaba enviado. El corazón se le aceleró durante unos instantes.
Nada. Ninguna respuesta, deseó no haberlo mandado.Había sido una estupidez,
quizás no recordase quién era. Escribió rápidamente. Soy el informático de
Madrid. No supo cuántos minutos
pasaron antes de que la pantalla se iluminara con un: Hola, claro, Raúl, qué es
de tu vida
Una alegría inusitada le embargó e imagino que estaba allí en Madrid,
y que en unos instantes le iba a decir que fuera a recogerla al aeropuerto. No
sabía qué decir, quizás algo interesante, pero era tan difícil condesar todo en
una frase. Qué podía responder, había pasado tanto tiempo. Mi vida ha cambiado
mucho. Escribió finalmente.
¿Y eso? Respondió la mujer.
Raúl se había incorporado, un nerviosismo febril que hizo que le
temblasen los dedos le hizo escribir. ¿Por dónde andas tú? La respuesta no
tardó en llegar.
Por las islas, como siempre, ¿no estarás aquí de vacaciones por aquí?
No, respondió. Con quién vives, se atrevió a preguntarle. Aquello
había sido una metedura de pata. Podía sentir sus silencios, sus dudas por el
tiempo en que tardó en responderle. Con mi hijo, respondió.
Mi vida ha cambiado mucho, escribió Raúl y la imaginó desnuda como la
última vez, al borde de la cama .Voy a ser padre, le dijo finalmente. Luego el
silencio fue mayor.
Pues sí, vaya, sí que te ha cambiado la vida. Ya has madurado, le
respondió Amanda.
Se arrepintió de inmediato de haber llevado la conversación por
aquellos derroteros. Entre ellos ese tipo de conversación estaban vedadas. Pero
dentro de unos días sería padre, entraba, ahora lo comprendía el significado de
su sueño, definitivamente en ese mundo al que ella pertenecía, y del que se
escapaba, a través de él, de su fantasía. Amanda representaba lo que fue y lo
que estaba a punto de perder. Pronto se acabaría la conversación y no habría
nada más que decir.
Cómo te has acordado de mí después de tanto tiempo, apareció escrito
en la pantalla. Siempre me acuerdo. Me caíste genial. Bueno, tú a mi también,
si un día vienes por aquí avísame.
Raúl supo que aquello era un adiós. Tenía la sensación de haber rotos
una extraña regla de un juego secreto y misterioso de la naturaleza. Reclinado sobre el costado izquierdo de
la cama observó la luz del mediodía que se filtraba por las persianas y
suspiró.
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Esta es mi aportación al blog de nasnoc cuyo tema de esta semana es la fantasía, quería haber escrito un cuento fantástico pero esto es lo que ha salido. Espero les guste.
12 comentarios:
Las fantasías que despiertan las cuentas pendientes...
Un abrazo enorme.
PD: Por allí te agregué entre las mujeres importantes de mi vida...tal vez tanta distancia nos prive de lo cotidiano, pero no de mi afecto a vos.
Vaya con Amanda...
A mí me ha gustado mucho. Uno lee con atención y fluidez. Los personajes son fuertes y humanos. Como siempre, y en estos sitios, uno tiene la sensación de que las historias de pueden prolongar, de que te quedas al borde aunque se trate de un cuento cerrado.
Un beso, Ico.
Yo tuve un Óscar por las islas... ;-)
Me ha gustado.
Pues qué quieres que te diga, me ha encantado, Ico. Muy tierno, con un punto nostálgico y amargo, pero sobre todo muy bien contado. Enhorabuena.
Yo estuve planteándome preparar un relato para esta semana pero me suelen exigir bastante más tiempo del que disponía así que tiré a por entradas más estándar.
Feliz semana de la fantasía, Ico. Muchas gracias.
Pues te ha salido una historia fantástica, Ico, y muy bien escrita. Un saludo.
Me ha gustado mucho.
Decadente como la vida misma.
Besos.
magnífico relato, Amanda y Raúl tocan fibras que es mejor que queden en la soledad de la noche
besos,
Me ha encantado llegar hasta sin invitación y poder marchar con el buen sabor de un relato estupendo...
Un abrazo,
A.
A mi entender lo fantástico de tu relato reside unicamente en tu última frase (salvo el suspiro, que yo hubiese cambiado por el insomnio).
La luz filtrándose por cualquier agujerito da de sí mucho más que un fogonazo.
¿No?
También me ha encantado porque es como si Raúl necesitara despedirse y dejar bien cerrada su vida anterior, puesto que ahora va a cambiar de estación y de tren... Amanda es la mujer perfecta :))
un abrazo
Miguel,, y nos has pensado que la fantasía era él mismo, la fantasía de esa mujer...A parte del final que como bien dices puede dejar lugar a la imaginación..
Un saludo
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