La pantalla anunció por tercera vez el retraso del vuelo. Nuestra protagonista, mujer, edad media, aire desgarbado, gestos rápidos e inseguros permanecía sentada mirando el tránsito de pasajeros que se movían a un lado y otro del pasillo. De su bolso de mano, una bandolera de color piel sacó el móvil. Marcó un número, espero unos segundos y colgó. Nada. Aún le esperaban algunas horas de aeropuerto.
La compañía anunció que bonificarían a los pasajeros con un bono comida mientras esperaban. Algunos se precipitaron hasta el mostrador y luego a las cafeterías. Pero ella no tenía hambre, sólo ganas de llegar. Se detuvo a mirar a una pareja de jóvenes mochileros que jugaban a las cartas en el suelo. A sus pies, un gato en una cesta no paraba de maullar. Buscó en todas las direcciones intentando adivinar quién de todos aquellos pasajeros sería su dueño. Una curiosa anciana con gruesas media y un traje demasiado grande para ella discutía con una empleada de la compañía aérea.Escuchó parte de la conversación y siguió deambulando, no tenía ganas de quejarse ni de escuchar los mimos argumentos que el resto del pasaje, lo mejor era esperar. No le quedaba otra, andar de un lado a otro por el aeropuerto mirando escaparates, entrar en las tiendas para pasar el rato o sentarse y esperar. Optó, finalmente, por tomar un asiento apartado frente a lo cristales que dan al hangar. Comenzó a leer.
"Hace 13700 millones de años todo era materia, espacio tiempo y energía, todo era compacto. El 28 % era energía en el universo, 24% energía oscura, y tan sólo el 4% partículas estables de las que luego se formaría la tierra. Esto nos puede dar una idea de lo poderoso que es esa energía oscura que recubre el universo.
Si consideramos que la tierra tiene 46 millones de años. Y la luna 45. 300, surgida como el resultado de la colisión de un planeta con la tierra, nos podremos hacer brevemente una idea sobre el ínfimo espacio de tiempo que llevamos en ella como especie. Tal como dijo U.S Marques no nacemos sólo como especie y aún menos podemos sobrevivir solos. Si no sabemos preservar la naturaleza, ése árbol del orden, un día sólo quedará la humanidad desierta, y al día siguiente sólo el desierto”
Dejó el libro en el asiento de al lado. Una mujer rubia se paseaba de un lado a otro con una bebé en brazos que no paraba de llorar. Qué caos, y yo con esta mierda milenarista.
La mujer se levantó de su asiento arrastrando una pequeña maleta de mano. Contempló la arquitectura del aeropuerto. Era una estructura moderna, no existían paredes, sólo grandes ventanales que unían un sala con otra. Recorrió hasta donde le llegaba la vista la disposición de las inmediaciones. Se detuvo en la inmensa claraboya octogonal del techo. Se encontraba en el último nivel, desde allí, apoyada en la barandilla de acero de la planta superior podía ver los niveles inferiores y perderse en la contemplación de los pasajeros que bajaban y subían las escaleras metálicas. Luego deambuló un poco más y se entretuvo ojeando las novedades de los estantes de la librería.
Cuando se cansó y quiso volver a su puerta de embarque se dio cuenta de que no recordaba el camino de vuelta. Comenzó por retroceder lo andado intentando recordar algunas señales que le ayudaran a situarse, miraba los paneles que había dejado atrás. Todos les parecían iguales. No era difícil sentirse un ser insignificante en aquella inmensidad, pensó. Observó por la cristalera un avión que despegaba. Afuera llueve pero aquí estoy al abrigo de la vida misma, detenida en este espacio aséptico, invertebrado.
Una voz anunció estar atento a las pantallas. No se avisaba para el embarque. Londres. París, Berlín. Lisboa. Las Palmas. Copenhague. Reconoció el vestido de la anciana de lejos y se alegró de haber dado con su puerta de embarque, pero aún no embarcaban.
Unos franceses insistían en pedir la hoja de reclamaciones a una auxiliar de vuelo desbordada por las circunstancias. Aquí no existen nacionalidades, solo extranjeros. Todos somos extranjeros en tránsito, se dijo.
Odiaba las esperas en el aeropuerto, le sobrevenía una sensación de claustrofobia que nunca había sentido en ningún otro lugar. Detestaba sentirse encerrada en ese espacio frío, tierra de nadie. Y luego, aquella sensación sobrevenida de no saber si iba o volvía.
Regreso a donde ya estuve, sin embargo, no recuerdo nada de aquél tiempo, como si hubiese existido en un sueño. Como si Lisboa perteneciese a otra dimensión, a otro tiempo en donde fui y existí. A donde volveré atravesando este espacio de nadie.
Miró de nuevo el reloj, llegaría, con suerte, a media noche. En aquel espacio limitado y desierto, la realidad pierde consistencia, se deshace. Paseó por algunas tiendas, se probó algunos perfumes con la esperanza de que aquella sensación oblicua, extraña de estar en una pecera, en un mundo ficticio o prefabricado desapareciese, de que el tiempo avanzara. Pero el tiempo no existe, ni se detiene ni avanza en ese espacio intemporal de espera. Se sentó en un asiento cualquiera y miró a una mujer que la miraba a su vez sonriente. Tenía una cara interesante, una sensualidad atrayente que la obligó a mirarla cuando la mujer no miraba. Por un instante se dejó llevar por su fantasía, la esperaría alguien a su vuelta o estaba tan perdida como ella misma. Se imaginó siendo la amante de aquella mujer. Teniendo una larga correspondencia con ella, compartiendo los mismos intereses. Quizás, se dijo, ambas amásemos los cielos de los atardeceres, los silencios del campo, la cerveza con aceitunas al mediodía, estar tiradas en el sofá mirando una película de la mano. Esas pequeñas cosas que nos hacen creer que estamos hechas la una para la otra, en conexión duradera. Sin vernos ya nos querríamos o al menos, creeríamos que así debía ser el amor romántico, el sublime, el soñado, el que se nutre de sueño y de similitudes encontradas en los otros. Como un espejo, a veces cóncavo y a veces convexo.
Se sonrió de su propia estupidez. A veces le embargaban esos sueños. Sin embargo, en algunas tardes el recuerdo de la una desconocida era tan vívido como si en realidad la hubiese amado ya largas noche bajo la lumbre de la estación invernal.
Cuando alzó la vista la mujer había desaparecido. Se levantó bruscamente y se dirigió hacia los baños, se lavó las manos, se miró en el espejo y se empapó la nuca con el agua fría para derribar la nostalgia, para olvidar la cuchilla que separa a los que van de los que vienen, a los que están de los que se quedan, a los sueños de la realidad.
Ahora, en este ahora, sólo estoy aquí, frente a mi rostro reflejado en el espejo, en un espacio de nadie. Cuando salió observó que una auxiliar de vuelo se había situado tras el mostrador y se había comenzado a formar una fila para el embarque. Mientras esperaba observó a los aviones aparcados en las pistas como pájaros prehistóricos. De nuevo siente esa extraña sensación de estar en una pecera, disecada, como un animal muerto, aislada de la vida en una ciudad sitiada, o en la habitación de hotel escuchando de fondo una tele encendida a la que no presta atención.
5 comentarios:
Todos nos hemos quedado atrapados alguna que otra vez a la espera que saliera ese avión que se resiste a abandonar el suelo pero solo tu, eres capaz de convertirlo en una gran historia cielo
Un besote
Atrapada entre sus miedos y sus deseos; y esto es habitual en el humano.
Besos
No deja de sorprenderme la capacidad que tienes para contar historias tomadas de los lugares y circunstancias más insospechados. Bs.
sabes... cuando escuché la noticia del cierre de Spaner, pensé en ti y todas la personas, realmente conozco a pocas personas que dependan del avión o del barco para viajar a la Península.
Me gustó esta angustia, de acuerdo... busco un sinónimo de angustia, intranquilidad o casi desesperación ante la llegada del momento de poder partir o que el avión despegue para regresar a su hogar. La espera se hace eterna, sobre todo, cuando no sabes si el avión se quedará en el aeropuerto y ese día no habrá vuelo o será indefinido... metafóricamente.
Escribes muy bien.
un abrazo profesora.
cuantos pensamientos, sentimientos y emociones se pueden llegar a tener durante ese tiempo que nos vemos obligadas a pasar si nos queremos mover... siempre termino igual, viendo los pasajeros, que van y vienen y en mi cabeza infinidad de pensamientos y reflexiones que rara vez se comparten realmente con alguien... por eso, a mi, ese tiempo me produce una sensación de amor odio
Besos Ico
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