Me contaba el otro día mi amiga que se sentía
defraudada, desanimada y sin ganas de nada; que no entendía ya por qué había que luchar, ni si valía la pena la lucha misma. Ante tanto bombardeo de ideas, de
información, ante todo lo que había que hacer, se había vuelto apática y sin esperanza alguna,
y lo único que le apetecía era aislarse, perderse, vivir en una cueva alejada
de la sociedad. No pude más que animarla y reprocharle la actitud: debía mantener la esperanza, le dije, no debía rendirse, y había que seguir luchando, denunciando. Si
se rendía vencerían ellos, apagarían la voz del disidente, del irreverente, del
que sacude, del que pica como una pulga chiquitita y picona
en el culo del poder.
Sin embargo, la conversación me dejó pensando si
no tenía cierta razón mi amiga en mantener ese descreimiento al que se veía
arrastrada cada vez más por el abatimiento. Estuve dándole vueltas a esa idea: qué
es lo que realmente nos salva y da sentido a este mundo sin sentido.
A los pocos días de aquello, me encontré una noche
en el Auditorio Alfredo Kraus, escuchando a Pablo Milanés. En ese preciso
momento, donde música y poesía se unían, sentí que eran esos instantes
de absoluta belleza los que daban sentido a la vida, y que así como la flor más
hermosa nace de las espinas del cactus, hay belleza en medio de la fealdad y el
caos. Pensé que aquella era una buena razón para mi amiga y que así se lo diría
cuando volviera a verla.
Tal día como hoy nació el mayor poeta español, Lorca,
quien supo bien lo que era la belleza y cómo trasmitirla a los demás. Hoy es un buen día, amiga, para que recuerdes cómo lo asesinaron por pensar como pensaba y
por ser quién era; y un día para no
olvidar que, mientras unos luchan por acabar con la voz del disidente, del
poeta, y asesinar la belleza, hay otros seres que se sienten impulsados a
crearla y regalarla a la humanidad como lo hizo él.