lunes, 12 de enero de 2015

La calima


El aire se ha vuelto denso, como si pesara y una capa de arena amarilla puebla la ciudad. Sara piensa en  una ciudad fantasma. Los contornos de las montañas, de las casas parecen diluidos e imprecisos. Desde lo alto de la colina, observa la ciudad sumergida en una niebla fantasmagórica que la aísla de todos. El mar ha desaparecido baja la nube inmensa de arena que ha cruzado el el desierto y se confunde con la tierra, con un campo sin labrar, abandonado en medio de la nada.
 El cielo ha tomado la forma de un hongo canelo y sucio que envuelve de presagios inciertos a la ciudad y convierte a sus habitantes en personajes de las mil y una noches. 
Su abuelo, un viejo marinero le había contado que en un día como aquel había divisado por primera y última vez la isla de San Borondón. El Cruz del Mar, como se llamaba aquel viejo barco de pesca había dirigido su marcha rumbo a la isla desconocida en medio de una fuerte tormenta.Tras la espesa neblina avistaron una playa de arenas amarillas, rodeada de una frondosa vegetación que se extendía por todos los contornos de la isla. Esta no parecía de gran tamaño y su forma era redondeada, encontrándose  deshabitada, al menos, en aquella parte donde desembarcaron lo marineros. Esa noche descansaron en medio de una arboleda poblada de magníficos árboles frutales y de cristalinos manantiales. Por la mañana, embarcaron de nuevo rumbo a Lanzarote, prometiéndose volver y conocerla  a fondo. 
Pero nunca regresarían,  ni él ni todos los tripulantes del Cruz del mar. Aunque lo intentaron más de una vez. Pero cada vez que atravesaban el lugar donde él juraba y perjuraba que habían divisado la isla, sólo hallaban la inmensidad del mar. Entonces, los marineros  oyeron hablar de una isla que aparecía y desaparecía a los navegantes, San Borondón, la isla invisible, la desconocida, la non trubada y supieron que habían estado en ella.

Mientras vivió, el viejo marinero cuenta a quien quiera oírlo que los tripulantes del Cruz del Mar estuvieron allí, bebieron de sus manantiales y comieron de sus frutos. Cuando Sara mira hacia el horizonte ve lejana una isla que no conoce, que aparece y desaparece. Y piensa si no será la misma donde su abuelo estuvo un día. Recuerda sus palabras repetidas que ahora entiende:  San Borondon, existe, aunque no la veas, existe porque yo la ví, y otros, antes que yo la vieron también.

miércoles, 7 de enero de 2015

De cómo me convertí en la mujer perro




Si usted quiere saber cómo llegué a convertirme en la mujer perro anda tan perdido como yo misma.  Una nunca sabe en qué momento dice adiós a todo y deja de pertenecer a esta raza desleal y fiera. Así que no le puedo decir exactamente en qué momento dejé de ser mujer y pasé a ser perro.
Fue sólo que un día abandoné la condición humana y preferí dormir en el suelo con los perros, comer cuando tenía hambre y no hacer nada.  Sólo dormía, mucho, me atiborraba a las pastillas que me había dado el psiquiatra y podía estar horas durmiendo. Me levantaba apenas para ir al baño o comer, no quería más. Así fue cómo supe que yo era la jefa de una manada de cinco perros salvajes que  había ido recogiendo de la calle o de las perreras y  eran mi única compañía.
No siempre fue así. Pertenezco a una familia de clase media, pero muy instruida. Mi  abuelo había llegado a ser alcalde de este pueblo por el que dio la vida, al negarse a entregar a gente buena del pueblo cuando Franco tomó el poder y decidió acabar con todos los rojos del mapa. Mis padres me inculcaron principios nobles como modelo de vida y el amor a los estudios. Desde pequeña destaqué del resto de mis seis hermanos por mi inteligencia y mi curiosidad. No era una niña alegre, ni amiga de fiestas, toda mi curiosidad se centrada en aquellos gruesos volúmenes que habían en la biblioteca de casa. Desde joven leí a los clásicos de la literatura, pero, me gustaba sobre todo la historia.
Cuando mi madre enfermó repentinamente de un cáncer, dejé mis estudios de leyes para ocuparme de ella. Tuve entonces que cuidar de los tres hermanos pequeños y trabajar para que los mayores pudieran seguir estudiando. No me importó sacrificar mis aspiraciones para ayudar a mi padre con la contabilidad, era mi deber. No era desgraciada, me sentía útil y mejor preparada que nadie. Mi padre falleció poco después que mi madre. De esta forma fui, durante mucho tiempo, el pilar y el sustento de mi familia, tanto moral como económicamente. Mis hermanos acabaron sus estudios y fueron formando sus propias familias y yo me fui quedando sola.

Ocurrió entonces que me enamoré terriblemente de una mujer. En aquel pueblo y para su estrecha moralidad aquello era inconcebible, también  para mis hermanos, Algunos me quitaron la palabra otros me acusaron de enferma. Una serie de incidentes funestos y mi negativa a romper mi relación con la mujer que amaba acabó con la relación con mi familia. No querían saber nada de mí. Al poco tiempo también aquella  historia de amor se acabó. El mundo entero desaparecía bajo mis pies. Nada tenía sentido. Todo en lo que había sido educada, todo en lo que creía había desaparecido para siempre. El ser humano era egoísta, cruel, dañino, no quería pertenecer a esta raza. Entonces dejé de salir, de hablar, de asearme. Mis perros eran mis única compañía, mis únicos aliados. A veces cuando me veían tristes me reanimaban lanzándome zarpazos o grandes lametones para que me levantase y me pusiera en pie. Ellos nunca me abandonaban. Ahí están aún, atentos a los movimientos de la jefa de la camada, fieles a mis movimiento y  hasta las últimas consecuencias.

sábado, 3 de enero de 2015

Destino: Galicia


Destino Galicia. Lugo, vinos, frío, paisajes espectaculares, La Coruna, La catedral del mar, ,San Andrés de Teixido, si no vas de vivo vuelves de muerto. Un caldo gallego quita el frío y siente las madres. Abajo las prisiones, la Xunta de Galicia, Ribeiro y Albariño. El hielo en el coche por la mañana, pero nada de lluvia. Santiago, el sol brilla entre sus calles estrechas y medievales, tabernas y más iglesias. Recorro sus calles empedradas y cierro los ojos a un hermoso sol de mediodía. Mercado de abastos, qué rico está el marisco. Nos encontramos a gente rara como nosotros, extraordinaria, me rectifica la maestra que nos acoge en su casa, y nos invita a pasar el fin de año. Nos dejamos llevar por el azar por el destino, por nuestro estómago y la ruta caótica del viajero. La hospitalidad de los pueblos costeros, en las aldeas las “curandeiras” nos hacen un rezado, con una cerniera y unas tijeras y nos quitan el mal de ojo. Pontevedra, las gaviotas al asecho de la comida. Tuy, mágica ciudad nostálgica, románica medieval. Más gente extraordinaria, Julia y su casa de piedra y  madera  con cinco perros que dan calor. Conversaciones de viejas amigas a la lumbre de la chimenea. Desayunamos en Portugal. Queremos que Portugal sea Española o España portuguesa. Una hora menos.  De vuelta a Madrid. Galicia, Canarias, sus gentes o  mesmo Pueblo