lunes, 26 de diciembre de 2011

Andrea tiene miedo

Andrea tiene miedo, piensa que quizás se ha acostumbrado tanto a tener miedo que no puede dejar de sentirlo. Tiene miedo cuando coge el avión y va a su encuentro, imagina que algún percance va a impedir que coja a última hora el avión y que no pueda llegar a tiempo, que haya equivocado la hora del vuelo o que la compra del billete, siempre por Internet, no se haya realizado correctamente. Debería estar más tranquila pues ya se suceden estos encuentros con la regularidad de los días, cada doce días a veces, cada cinco con más suerte. Por eso sólo está medianamente tranquila cuando en el mostrador tiene en su poder la tarjeta de embarque, cuando pasa por el detector de metales, cuando se deshace del cinturón, de las botas, de la chaqueta, del bolso y deposita todo en la cinta corredera que la llevará a su encuentro. Al deshacerse de las prendas piensa que es una especie de ritual, ya ni siquiera le molesta, que debe hacer para pasar al otro lado. Y sólo respira cuando está en el aire. Pero eso no le impide seguir teniendo miedo, por eso se enfrasca en la lectura como un sortilegio, porque a veces en el aire el avión exhala como un exabrupto y todo se mueve y piensa que tal vez esta vez tampoco llegará a tiempo.

Pero llega, y sólo respira cuando se encuentra frente a ella. Entonces se acercan con los ojos, se huelen, se palpan, se rozan con la piel y los labios y siente que todo está bien cuando le da su mano y caminan juntas por el aeropuerto, siguiendo los juegos del niño, mirándose aún con la timidez de los amantes primerizos, demorando el placer que saben a de venir. Es sólo en este instante cuando se abraza a ella y roza su piel; labios contra piel, piel contra hueco, cuando piensa que todo va bien, que ha llegado, que todo ha valido la pena, que atravesar el atlántico, que haber vivido y sufrido sólo eran escalones hasta llegar a ella. Piensa esto con una especie de ternura líquida que podría hacerla llorar pero no lo hace porque teme que ella no entienda su llanto y calla. Intenta obviar el miedo ya en tierra y habla y le dice, como cada vez que se ven, que este el mejor momento, cuando van a casa en el coche y tienen toda la carretera por delante y todo el fin de semana por vivir. En el trayecto Andrea sostiene su mano y siente un vaho de ternura y deseo que asciende lentamente por cada dedo hasta su pecho y siente, justo en el mismo instante que ella la mira y se vuelve, cómo el sólo roce de sus manos puede hablarle en silencio.

Por eso tiene miedo. Andrea siente miedo de su deseo, aunque este lenguaje sea el que mejor conoce, el lenguaje de la piel. Y siente tanto que no sabe cómo expresarlo, pero su carne se adelanta voluptuosa o sedienta, los cuerpos se enredan como hierba fresca, los besos, y las manos recorren torpes los valles y andanadas, la piel se desliza en el calor de seda, en el fragor de la danza se reconocen, se besan, y es entonces cuando su boca se inunda de ella cuando siente que no tiene miedo.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Pégame otra vez


Entro a segunda hora a clase y voy directa a la cafetería. Allí me encuentro a una alumna de segundo de la ESO. Tiene el gesto triste, ella que siempre está de bromas y es tan alegre. Le pregunto qué le pasa, pero no quiere hablar, como tenemos clase a esa hora, le pido que me acompañe hasta el aula vacía. Le pregunto si el problema es con sus padres, si se van a separar. Que pasemos las Navidades juntos aunque estén enfadados, me escribió una alumna ayer en la carta a los Reyes Magos. La separación de los padres suele ser la causa más común por la que los adolescentes se derrumban, y más en estas fechas.

Pero esta no es la causa de la tristeza de mi alumna. Está harta, me dice, de sus padres, de que le peguen. Me extrañó, su madre a la que conocí en una primera visita me pareció una mujer estricta pero bastante preocupada por la educación de su hija, por su rendimiento, por las compañías pero no me pareció una mujer fácil de perder los estribos o que pudiera emprender con ira contra su hija.

Mi alumna me cuenta, no obstante, que así fue, que su padre también le pega. Ayer su padre le dio un bofetón y le rompió el piercing de la oreja. Me enseña la marca de las uñas de su madre clavada en la mano y la oreja rasgada. “Todo fue porque quería salir con una amiga que a mi madre no le gusta sus “pintas... Es una buena chica, me dice entre sollozos, sólo que por las pintas no le gusta a mi madre, como si fuéramos a hacer algo malo, no es justo, yo tengo la cabeza sobre los hombros, seño” me dice. Lo sé, es una alumna excelente, trabajadora, creativa, buena lectora. Incluso ayer el equipo educativo en la sesión de evaluación hablamos de felicitarla por sus notas. La tranquilizo, le cuento para que se ría del bofetón que me dio mi madre cuando me vio salir con un negro, “un negro, me gritaba, lo que faltaba, un negro” y nos reímos juntas.

Pero mi madre me daba bofetones y demás por cualquier causa, eran otros tiempos, mi madre tiene ahora 82 años y fue educada con la idea de que la educación era eso. Sin embargo, la madre de esta alumna tiene mi edad, es una mujer joven y me consta que le preocupa la educación de su hija porque así me lo hizo entender en una primera visita. La prometí a la alumna que no se lo diría a nadie. Su padre le había pedido perdón esa misma mañana, pero le hice prometer que si volvía a pasar me lo diría.

Ahora que, afortunadamente existe una concienciación social del maltrato de género me pregunto cuándo se pondrá el acento en el maltrato de padres a hijos. Los adolescentes son pendencieros, retadores, ya no son niños ni adultos, su inseguridad la suelen camuflar con un arrojo y valentía que no tienen, se sienten a disgusto con su cuerpo y suelen ser rebeldes y conflictivos. Se supone que nosotros los adultos ya hemos superado todo eso. Entonces ¿Qué ejemplo les estamos dando cuándo queremos imponernos por la fuerza o hacerles comprender nuestra preocupación por miedo de la violencia?

lunes, 19 de diciembre de 2011

El nuevo esclavo

Ya lo dice la biblia, lo primero fue el verbo. Hermosas y huecas palabras que no significaban nada aparecieron en un horizonte de promesas. El estado del bienestar fue una de ellas. Y todos creímos que ese era el limbo o el estado natural al que debíamos aspirar.

Los tiburones fueron los primeros que la bendijeron. Ellos fueron los que dieron el dinero y crearon el deseo. Con grandilocuentes palabras de promesas los viejos usureros del reino nos engañaron con los préstamos, nos obligaron a consumir crédito, y a compra sin tino. Así fue cómo nos endeudamos y caímos justo en la boca del tiburón

Ahora, es la hora de los chacales…

Los chacales viven del trabajo de los otros, del superávit del trabajo del otro. Son ávidos estrategas. Se nutren de la carroña y engordan con las desgracias ajenas y cómo flores en el estiércol crecen más cuánto más débil está la presa.

Se alimentan del miedo y de la ignorancia. Saben que es justo ahora cuando no hay trabajo cuando ellos sacarán los máximos dividendos. Ya inventan nuevas recetas, despiden a la mitad de empleado y por el mismo precio explotan al resto. Es fácil la fórmula cuando no hay ética, cuando el estado se debe al tiburón, cuando el chacal alimenta al tiburón con el sudor del nuevo esclavo.


Pintura "los desocupados " de Antonio Berni


miércoles, 14 de diciembre de 2011

léeme y goza

Libros como este suelen dejarte con la mirada perdida en el horizonte, deleitándote en las palabras, vuelve a leer la frase de nuevo y alzas la vista reteniéndolas, paladeándolas. Te apartas del libro un momento, pero sólo para volver con más interés a él.

Estás inmersa en el mundo mágico de García Márquez, donde la realidad poética te mece y te lleva en una barca al encuentro de la historia. Atravesamos sus páginas como exploradores en busca de selvas vírgenes, impregnadas de olores, de fragancias exóticas, del olor agridulce del sexo.

Las imágenes se apoderan de ti y eres tú quien acaricia suavemente ese cuello erizado por el placer o buscas tanteando en la oscuridad las curvas de un cuerpo desconocido.

Márquez seduce con sus letras tal como sus personajes se aman, por medio de palabras, pero también de piel, de olores, de tacto. Nosotros demiurgos privilegiados observamos la galería de personajes desventurados, trágicos, desgarrados, enfermos de amor, mujeres contenidas o explosivas, sensuales o sexuales, que toman el placer que les pertenece, ante nosotros:.

“Florentino Ariza se quedaba exhausto, incompleto, flotando en el charco de sudores de ambos, pero con la impresión de ser no ser más que un instrumento de gozo. Decía:” Me tratas como si fuera uno más “Ella soltaba con una risa de hombre libre y decía: “al contrario como si fueras uno menos”

El amor en los tiempos del cólera es una explosión de sensualidad. Pocos escritores saben crear escenas tan hermosas, apasionadas o tiernas. La lectura se convierte en un goce sensual, epidérmico, vívido y apasionado.

No hay nada predecible, de ahí unos de los múltiples sortilegios que consigue con su escritura, así el más desdichado y virginal amante se puede convertir en el más astuto libertino.

“le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor. Y algo que había de ser desde entonces la razón de su vida: la convenció de que uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa se pierden para siempre. El mérito de ella fue tomarlo al pie de la letra”

El amor invade todo en su mundo, la conciencia y la esencia de los personajes; un amor voluptuoso, fogoso, salvaje, tierno e incorruptible hasta el final de los días pues, sólo el amor, la capacidad de amar, la que define y conforma a los personajes, y el que rige sus destinos.

“Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismo” y casi siempre que esto sucede, parece decirnos el autor, es a causa del amor o por el amor.


Pintura de Degas

viernes, 9 de diciembre de 2011

Enséñame

Enséñame a amarte.

Pues sólo sé de sexo, de sed

Y me muero por amarte.

Enséñame tu calma, tu piel

Pero no sueltes mi mano

¿No ves cómo me ahogo bajo el peso de mi deseo?

Enséñame a quererte .

No dejes que me pierda en este abismo negro.

No me dejes

No me sueltes

No te rindas.

¿No ves que no sé cómo decirte cómo te amo?

¿No ves que no conozco más lenguaje que el de mis manos buscándote

y el de mis labios hiriéndote?

Pero no te sueltes

No te vayas

¿No ves que te busco salvajemente,

desesperadamente

como una fiera herida que sólo ha aprendido este lenguaje?

Enséñame a amarte

Sin esperas

sin deseo.

Tengo tanto que aprender.

No soy más que una niña

que alguien pervirtió un día

en el lenguaje del amor

en nombre del amor

y sólo aprendí del ansia

de la culpa

del deseo.

Y ahora que te he encontrado

y el universo pone ante mí mi reflejo

no sé cómo amarte

Ni como decirte

Ni cómo hablarte

Pues sólo sé

de saciarte

de saciarme

de la sed

del sediento.

Quiero ser oasis.

No sed.

No sedienta.

No silencio.

Enséñame a amarte

ahora

que te he encontrado

Y que ya no estoy sedienta.