viernes, 20 de mayo de 2011

Mundo de hombres

Vivimos en un mundo de hombres. La igualdad real está aún lejos de llegar, y no me refiero con esto a los países tercermundistas donde la situación de la mujer es de semiesclavitud o de completa sumisión a los hombres. Me refiero a este, nuestro primer mundo occidental y bienpensante.

El caso de Straus-Kahn es una muestra más de este hecho. Un hombre poderoso, en los primeros puestos para ser próximo presidente de Francia, presidente del F.M.I se cree y así lo hace, con el poder de violar a una camarera en un lujoso hotel en Nueva York. Pero esto no es lo peor, lo verdaderamente nauseabundo es la defensa que hacen de él sus propios compañeros de filas, socialistas franceses, hombres a fin de cuenta, esgrimiendo ideas tan peregrinas como la defensa de la privacidad, del honor o la destrucción de la imagen pública del Presidente. Ni una sola palabra para la víctima. Ni una palabra de adhesión para esta mujer, salvo, claro está, la de algunas mujeres, la ministra de Exteriores de España, por ejemplo.

Sobresalen más, al menos en la prensa de este lado del atlántico, los ataques al país que ha sido capaz de encarcelar al tipo de una forma “humillante” como dijo la primera secretaria del Partido Socialista francés. Llueven los reproches por parte de los franceses en su línea más cínica cuando critica al país que lo encarceló tachándolo de puritano, como si este hecho fuese un encuentro consentido por ambas partes, como si no fuese un delito la violación.

Para el violador todas las condolencias y exculpaciones, insinuaciones sobre su gusto por la buena vida y las mujeres, su carácter de “latín lover”, su dificultad para contener sus impulsos, todo dentro del marco de la más absoluta permisividad, como si estos lances o abusos de poder fuesen inevitablemente necesarios en una personalidad así y con un poder tal.

Nadie contaba con que la camarera, negra, inmigrante, viuda, madre, con más dignidad que ninguno de ellos, se atreviese a denunciar a la seguridad del hotel los hechos; pese que ahora, que sabe el poder que ostenta el violador tema por su vida y la de su familia.

En el fondo de esta historia subyace tristemente la idea aún patente en muchos algunos hombres de que la mujer es un objeto de placer para el hombre, que se puede coger cuando y cómo quiera, y si es una persona poderosa un Berlusconi o un Straus Khan con más derecho. De ahí esta falta de pudor moral de sus compañeros de filas al aceptar hechos inaceptables.

Esta idea es la que lleva a la violencia machista, al asesinato de tantas mujeres al año, hechos excusados, permitidos por altas autoridades o sufragados por grades empresas. Hoy sin ir más lejos podemos ver en la prensa que la firma Munich Re ha pagado a prostitutas como incentivos para sus cien comerciales.

Straus- Kham ya ha dado ya un millón de dólares por salir bajo fianza, hoy dormirá en un lujoso apartamento de lujo, deberá pagar cinco millones más en concepto de fianza. Sin embargo, para la camarera que tuvo el valor de denunciar el abuso, no hay dinero que la indemnice del horror vivido o de la dignidad perdida.


Pintura: La violación de Magritte.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Como un perro que gime tras tu puerta


Aúllo, grito sin voz en mitad de la noche y tú no me oyes.

Como un perro al que han abandonado en medio del asfalto, así voy de pérdida, ajena a mi misma llevando tu dolor y el mío a cuestas.

Te llamo, te grito pero tú no me oyes, sumida como estás en tu dolor, yaces tendida sobre la cama cubierta de semen y amianto.

Pequeña india te violaron, te humillaron sucios hombrecillos de corbata y yo no puedo limpiar tus manos ni curar tu herida.

Por eso llamo a las puertas de tu corazón y me despierto en mitad de la noche porque soy la imposible que se arrastra en tu noche.

Pequeña india tú misma te convertiste en ese cuchillo que asesinó tu inocencia, quién puede jugarte, tu fuiste acero necesario en mi corazón para apartar el dolor y seguir viviendo.

Aguzo mis oídos. Nada. Como si un hilo de dolor nos uniera oigo tu voz llamándome, por eso gimo tras la puerta esperando que la abras, sin saber que tú estás muerta. Has debido morir, dejar tu piel y tu corazón arrancado y colgado en una silla para abrir tus piernas.

Pequeña indiecilla, con tus pies de piel roja descalzos, con tus diminutas manos y tus ojos grandes, ven y acaríciame el alma, ven como si el dolor no existiera, como si nadie hubiese arrancado tus sueños en noches sin luz, ven como la herida que sana, como la sangre que llama.

Pequeña india de cabello azabache toco a tu puerta que se abre, entro despacio, recuerdo el sabor de tus lágrimas, la frialdad del cuchillo en tu mirada.

Pero soy yo, soy solo yo en la oscuridad de la noche la que yace tendida, encima de la cama, con los ojos abiertos, sin decir nada.


Pintura: Edward Munch "la vampira"

lunes, 16 de mayo de 2011

Ellos me persiguen

Suena el teléfono. No sé qué hora es, pero debe ser muy tarde porque estoy completamente dormida. Estiro la mano, miro el número. No. Dios no puede ser. Felipe. Le cuelgo. Vuelve a sonar de nuevo

- Joder tío, Felipe, tú sabes qué horas es.- Mi voz sale opaca, cabreada, capaz de asesinarlo si estuviese aquí.

-Perdona pero es algo muy importante.

-¿Joder Felipe sabes a qué hora me levanto mañana?- Voy cabreándome por segundos.

- Perdona, pero es importante necesito que me escuches un segundo. ¿Me escuchas no?

-No, joder tío. Tú te pasas toda la mañana durmiendo y yo tengo que levantar en unas hora, tío.

- Nieves, por favor, me escuchas, sólo tú puedes ayudarme, es muy importante. ¿Me escuchas?

- No.- vocifero. Estoy cabreada, muy cabreada,. Ni siquiera ha entrado un resquicio de luz por la ventana deben ser las tres o las cuatro. Lo sé por el cansancio de mi cuerpo por la pesadez de mis párpados.

- Por favor, no seas cruel, sólo necesito que me escuches, es importante.

Imposible llegara a un acuerdo. Pienso en colgar pero volverá a llamar de nuevo. Mi cuerpo exhausto no responde, mi mente sin embargo, va cediendo, es la única manera de que cuelgue. Intento parecer serena.

- venga dime. – aún en tono enfado.

- Por favor. sólo un momento.

- Venga ya.

- Me persiguen por todos lados.

- ¿Quiénes?

- Ellos. Escucha sé que tú me crees. Ya no puedo ir a sacar libros a las bibliotecas porque me bloquean el ordenador, ni siquiera puedo ir a ninguna conferencia porque no aceptan mis preguntas.

- Ya- Pienso si ha dejado de tomar las pastillas.

- Es horrible, me hacen la vida imposible.

- Felipe por qué no piensas simplemente que es tu jodida enfermedad. Que una de las características de la esquizofrenia es sentirte perseguido.

- Que no, Nieves, que esto es real, de verdad, que me persiguen. Tú me conoces no te diría esto si no es verdad, me persiguen.

- ¿Pero quiénes, razona, y porqué te crees tan importante?- intento ser conciliadora todo lo que se puede ser a estas horas de la madrugada.- Dime ¿Quienes?

- Ah. No sé, Trapero.

- - ¿Zapatero?

Oigo su risa sorda a través del teléfono.

- No, no estoy tan loco para pensar que Zapatero me persigue. Trapero, el profesor.

Trapero es un antiguo profesor de semántica de la facultad de filología. Mi amigo Felipe y yo estudiamos más o menos por la misma época. Siempre estaba en todos los fregados, en todas las conferencias, haciendo las preguntas más incómodas. Era la persona más culta y leída que he conocido nunca. Pero aún así no pudo acabar la carrera. Era incapaz de concentrarse. En cualquier renglón de una prensa había una noticia que confabulaba contra él. En una época le dio por pensar que algunos profesores la tomaban con él.

- Anda ya, pero con qué interés.

- O Osvaldo Brito.- De nuevo otro antiguo profesor de la facultad, este de literatura hispanoamericana

- Vale.- Sé que no puedo hacer nada. Nada lo hará cambiar de opinión ni entrar en razón.

- No puede ser que cuando vayas a la biblioteca no me den un libro y se bloquee el ordenador.

- A mi me ha pasado.

- Pero ¿Todos los días?

- No devolverás los libros, yo qué sé, pues vuelves otra vez y los coges.- Intento ser conciliadora, necesito dormir.

- Pero es que cuando yo me voy otro viene detrás y los puede coger y voy yo y no me los da.

- Joder, pues vete a la librería tienes dinero, te compras el libro.

- Eso, eso, mira a ti te parece normal que vaya a la librería a comprar el libro y no tengan el libro y tarden meses y meses en pedírmelo.

- Sí.

- Qué libro has pedido últimamente.

- Uno muy bonito de los comuneros.

- Ah.

- Y en las conferencias cuando voy a hacer una pregunta no me responden, o se va el conferenciante.

- Joder Felipe, esta es una ciudad pequeña, ya sabrán que estás loco y no te quieren responder.

- Ya lo sé, pero no es eso, tú me entiendes, mi padre no me cree, nadie me cree, necesito que me creas, me persiguen, me bloquean los ordenadores.

- Qué más da tío, pasa de ellos, que les den.

- Pero no, todas las mañana me levanto con esta angustia de sentir que me persiguen. No aguanto esta angustia.

- Joder tío, y yo pensando que tengo que ir a trabajar y aguantar a unos adolescentes malcriados.

- No, No me entiendes, no sabes la angustia que tengo es como una ola que va creciendo y creciendo, cada vez más.

- ¿Una ola?

- Sí porque ellos no sólo me persiguen, se meten en mí, me hacen formular preguntas que yo no he hecho. Por ejemplo, cuando estoy esperando por un libro en la biblioteca con el ordenador bloqueado el bibliotecario me dice: no creas que no te queremos dar un libro. Como si yo hubiese querido decir esa pregunta.

- Ya.

- ¿Tú me crees?.

- Si, yo creo que tú crees lo que dices.

- Era sólo eso saber que alguien me cree.

- Vale Felipe, descansa ahora, estoy muerta.

- Bueno, gracias. ¿Nos vemos esta semana?

- Sí, te llamo.

Cuelgo el teléfono. Pero ya estoy completamente despierta.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Vuelo en el aire

Hoy me levanté tarde. A la derecha mi perra y a la izquierda mi gata, o era al revés. No lo sé. Llegué tarde al trabajo pasando todos los límites de velocidad.

No inventé ninguna excusa. Simplemente el despertador no sonó. El director me dijo que nunca en su vida se había quedado dormido. Ni yo. Sólo que el despertador no sonó, es diferente.

Deambulé por los pasillos como si en verdad algo me urgiera, como si la vida no se detuviese en su caos frenético. Los alumnos me esperaban apiñados en la puerta. Les pregunté los verbos: amar y temer, indicativo y subjuntivo. Salían nerviosos, uno a uno a la pizarra, como corderos frente al matadero, a decir sus verbos equivocados.

Dí un par de clases más, concentrada, como si no hubiese pasado nada En el recreo Javier me miró sonriente. Señala mi corte de pelo y añade, pareces una actriz italiana. Le he puesto mi mejor sonrisa de asco y hemos salido juntos a fumar un cigarro. He roto definitivamente con L, le dije, nada más salir a la calle. Me ha mirado, se ha sonreído y me ha largado “Siempre te enamoras de historias imposibles” Al hablar doblada y descruzaba los pies, e inmediatamente empezó a hablar de él. “Soy un gay raro”, y mientras decía esto, era evidente que lo era, porque daba saltitos infantiles, “ni me gustan los cuartos oscuros ni el sexo por sexo, además me gustan los hombres mayores”. Vamos dentro que me estoy meando.

Antes de volver a casa pasé por el banco, pongo cara de buena y le pido un aumento de la visa, sonrío y me genuflexiono como un jodido japonés. Ruega santa visa por nosotros. Espero me lo conceda, le digo.

En la casa la perra me ha recibido dando saltos de alegría, la he apartado de mi lado de un manotazo. Mientras hago la comida me he puesto a mirar mi correo y he abierto mi página. Puedo saber el porqué pero no la forma en que va a manifestarse mi estado. A veces en una indolencia cercana a la ataraxia, otras en una actividad febril que no consigue dejarme agotada. Tiendo a los excesos como el mar a la orilla.

He intentado dormir la siesta pero no he podido. Me he enfundado mi vaquero, me he puesto las botas y me he ido a montar. Debo ocupar mi tarde, no quiero estar sola en casa. Cuando cabalgo no pienso en nada, no pienso en ti, ni en mí, ni en esta tarde solitaria. Sólo el animal y yo, sin saber bien en qué orden.

Me concentro en no perder el control, mi cuerpo acoplado al suyo, junto las rodilla, vuelo en el aire, y me voy poco a poco transformando en centauro. Desde su altura que ahora es la mía he visto caer lentamente la tarde. De pronto me he sentido contenta y le he cantado una canción en voz baja. Lorenzo, Lorenzo, le canto con una música inventada, mañana te traigo una zanahoria. Me abrazo a su cuello caliente y sudoroso y siento qué es él quien me da el abrazo.

sábado, 7 de mayo de 2011

la imposibilidad de Julia


Señora, le dijo el amanecer a la noche, es hora de que se retire. Imposible respondió la noche, estoy en ti. Soy parte de ti.

Sonrió frente a la frase escrita sobre la pared azul del cuarto de baño. Se subió la cremallera y tiró de la cadena. La cafetería estaba casi vacía a aquella hora. Pidió un café solo y un vaso de agua. Abrió el periódico en la página de anuncios. “señorita morbosa, latina, cariñosa, mucho pecho, masaje relajante, ambiente selecto.”

Había empezado a llover, tenía que darse prisa o se mojaría de nuevo. Pensó en su último resfriado, no se podía permitir estar enferma, ahora no. El teléfono sonó dos veces. Concertó una cita, en veinte minutos, dijo, mientras se refugiaba bajo un portal de la lluvia.

Su casa daba justo a la avenida central, desde la ventana del salón se podía ver un pedazo de mar, hoy estaba el mar encrespado, gris, mar de fondo, pensó. Se retocó los labios frente al espejo y se aplicó un poco de color en las mejillas. Se miró un instante a los ojos, aspiró hondo.

El hombre entró decidido, la miró de arriba abajo aprobando lo que veía. Ella sonrió con una sonrisa forzada. Le tendió una toalla y lo hizo pasar al baño. Es necesario, le dijo. Mientras oía caer el agua de la ducha estiró la camilla, echó un vistazo al cuarto, colocó de nuevo los cojines de la cama. El hombre apareció ante ella desnudo, semi erecto. Ella le indico que se acostara en la camilla mientras se embadurnaba las manos de aceite. De espaldas primero, le dijo. Puedo verle los pechos mientras me da el masaje, pregunta. Eso es otro servicio, responde sonriente.

La mujer masajea el cuerpo tendido e intenta pensar en otra cosa, en la sonrisa de Julia mirándola en la oscuridad del cine, en las fresas con nata que están en la nevera, en llamar a su madre antes de que anochezca. Los gemidos del hombre tan sólo le hacen acelerar más sus pensamientos, el ingreso que debe hacer en el banco, el plazo del pago del préstamo. Sus gestos son mecánicos, preciso, certeros. Después de acabado, ella se vuelve al baño, se lava con fruición las manos, se mira de nuevo al espejo. Sabe que ellos prefieren quedarse solos después de eso. Siempre sienten vergüenza, prefieren vestirse rápido, salir deprisa, como un malhechor a punto de ser atrapado.

Ella, en cambio, continúa en su ritmo pausado, guarda el dinero, lo cuenta de nuevo, va a la nevera, toma un yogurt, unas galletas. Las horas pasan lentamente, enciende la tele, vuelve a la nevera y pica algo de nuevo. El teléfono suena una vez más, contesta con voz melodiosa, convincente. Comienza a prepararse para una nueva cita, la tarde va cayendo tras los cristales. El mar parece más oscuro, el viento ha comenzado a agitar las olas que llegan en forma de espuma blanca a la orilla.

Un nuevo sonido irrumpe sus pensamientos, es su teléfono personal. Es Julia. Apenas tiene tiempo de contestarle, su voz suena triste, contenida. Me voy a ocupar, le responde. Luego te llamo, y efectivamente, nada más colgar, suena el timbre de la casa. Repite de nuevo los mismos gestos, mecánicos, tenderle la toalla, estirar la camilla, prepara los preservativos. Cuando el cliente se va, se recuesta en el sofá y enciende la tele, debería llamarla, pero una tempestad agita su estómago. Piensa que tiene que hacerlo, aunque no debería, se está convirtiendo en una costumbre, no quiere hacerlo, aunque se sentiría mejor. Finalmente se levanta, abre la taza del water y se sienta en el bidet. Se mete los dedos dentro de la boca, los introduce un poco más en la garganta, más adentro. El vómito sale como una fuente y choca contra las paredes blancas de la taza. Quiere arrojarlo todo, expulsar todas las horas de espera, todas las citas, todo el olor a aceite y a semen que no se despega de la nariz, vaciarse de una vez y por todas.

Cuando Julia llega le pregunta si ha cenado. Julia la mira intentando adivinar sino le miente, se preocupa por ella, hace días que la nota demacrada, todo le sienta mal, apenas come o come demasiado. Aún así, sabe la causa de sus desórdenes alimenticios, pero no le dice nada, calla porque sabe de su dolor y de su vergüenza. Mientras hablan de cosas cotidianas, siente deseos de abrazarla pero la intuye arisca, enfadada, poco receptiva. Le pregunta si quiere salir y dar una vuelta al borde de la playa. Caminan por la avenida, sin cogerse de la mano, a ella le gustaría pero no dice nada. Le pregunta qué tal ha ido su día. Ella responde que lo mismo.

Julia la mira de lado, sus ojos parecen tan tristes, daría lo que fuese porque ella soltase toda su rabia, su odio, su asco, pero no lo hace. Ella prefiere pensar que es lo que le toca, que hay que hacerlo, y en esta condición u obligación encuentra la fuerza para seguir haciéndolo.

Cuando llegan a la casa se desnudan en silencio, ella la arropa en la cama antes de entrar en el baño. Julia intenta no mirar a la camilla que está al lado de la cama. Cuando la mujer entra desnuda en la cama Julia la abraza y la siente más lejos que nunca. Oye su respiración agitada, piensa que puede oír incluso sus pensamientos. Le gustaría besarla, acunarla en sus brazos, deshacerle todo el dolor del día, pero sabe que todo contacto es ya inútil, cualquier intento de su parte será rechazado. Siente que la pierde cada día un poco más, que inconscientemente confunde, incluso, que ya no discierne claramente en su marasmo de vida quien la ama o quien la utiliza. Me duele el estómago le dice, y le da la espalda. Julia se muerde el labio, siente deseos de llorar. Sabe que su cuerpo está herido, que se siente sucia y desprecia todo contacto, incluso el de ella, que daría lo que fuese por poder sanarla. La noche va amortiguando los ruidos del día, a veces las luces el sonido o las luces de un coche se filtran por las rendijas de la persiana. La habitación permanece en un silencio lacerante. Julia llora contra la almohada en silencio, ella la escucha y no dice nada.

miércoles, 4 de mayo de 2011

en el centro del torbellino




¿No has sentido alguna vez

como si una mano invisible

te retorciera las tripas en mitad de la noche

y de pronto

tuvieses la certeza

del instante?

Y caes

Caes

Y quieres agarrarte

Y sólo hay vértigo

Es entonces cuando te encuentras justo

en el centro mismo del torbellino

en el corazón del huracán

Con la certeza lúcida y plena

de la fugacidad del momento

Y sabes,

(Porque en ese instante desaparecen todas las incertidumbres)

que estas ahora

en el centro mismo del torbellino

donde sentimiento y deseo se conjugan

bailando entrelazados

En un abrazo de fuego

Y sigues cayendo

Sintiendo el vértigo en las tripas

Porque tu conciencia en mitad de la noche

ha despertado al

Nunca más su boca

Nunca más así sus manos

Nunca más la imagen de su figura recogiéndose el pelo frente al espejo

Nunca más esos diamantes negros de fuego

Tan tristes y solos en la noche

amándote

Si no has estado nunca en el centro del torbellino

Quizás no entiendas lo que te digo

Ni podré explicarte nunca

Como es caer

en mitad de la noche

Y cabalgar a horcajadas

sobre la angustia

Entre la infinitud de tu deseo

Y el estrecho límite del tiempo


Pintura: las durmientes de Courbert

lunes, 2 de mayo de 2011

Los falsos


“le irritaba el fenómeno de los falsos, que eran la última moda dentro del arte plástico. Críticos y pedantes y estetas delirantes habían decretado que la impostura era la manifestación artística más pura y radical de la modernidad, la vanguardia del siglo XXII. Los artistas más cotizados del momento eran todos los falsificadores de éxito cuyas obras pasaron por auténticas durante cierto tiempo. Porque (…) para ser un verdadero Falso no sólo había que mimetizar a la perfección el cuadro o la escultura de un artista famoso, sino que había que conseguir que alguien se lo creyera: un comprador, un galerista, un museo, los críticos, los medios de comunicación. Cuanto más grande el engaño, mayor el prestigio de la falsificación una vez desenmascarada la impostura; y si nadie advertía el artificio y era el propio artista quien tenía que desvelarlo al cabo de algún tiempo, entonces el objeto era considerado una obra maestra. Esta moda había cambiado el mundo del arte: ahora en las subastas mucha gente pujaba locamente por un Goya, o un Bacon, o un Grabriela Lambretta, con la secreta esperanza de que, en unos pocos meses, se descubriera que era un Falso y triplicara su valor.”

Extracto de “Lágrimas en la lluvia” de Rosa Montero.

Pintura de Mercedes Varo