martes, 23 de febrero de 2016

A MI HERMANA


Mientras el turismo crece a ritmo exponencial, clamorosamente exitoso y los hoteles llenan de turistas las costas de estas islas atlánticas, las camareras de piso, las nuevas esclavas del siglo XXI, deben pincharse voltarén para comenzar la jornada laboral.     
Mientras los grandes holding extranjeros y algunos hoteleros se hacen cada vez más ricos a costa de la crisis mundial que llena los hoteles de las islas, las mujeres que limpian las habitaciones para aguantar el dolor, para resistir a las dura jornada que le espera, se inyectan entre ellas y contra el cansancio.  
 Mientras el turismo abarrota los hoteles de estas islas abandonadas a costa de las camareras  de piso que lloran su cansancio en silencio, en las mismas playas siguen llegando supervivientes que la mar arrastra y que nosotros recibimos en camiones de basura y enviamos a  celdas  que es donde van a parar los inmigrantes.
Mientras al sol de sur, los hoteles brillan bajo las laderas, limpiados por mujeres extenuadas que deben inyectarse para soportar los dolores, los turistas descansan en el paraíso, ausentes de la esclavitud de esta gente.
Mientras la pobreza anida en las calles y el pueblo abandona la dignidad acudiendo a comedores de pobres, existe un mundo ajeno, terriblemente ausente que no sabe de ancianos  desahuciados ni de  camareras que deben inyectarse para soportar el dolor y las muchas horas de trabajo.
Mientras el mundo resisten a la prueba del exterminio de millares de refugiados,  los hoteles siguen repletos de europeos satisfechos que olvidan por unos días la vida de estas camareras que lloran de rabia y miedo.

Mientras al caer la tarde comienzan a cenar los turistas en los hoteles, en la era de la ignominia, una mujer sola,  exhausta, espera a que la guagua la lleve de vuelta a su casa y que acabe otro día más en isla del olvido y del silencio.


jueves, 11 de febrero de 2016

Martes de carnaval



El carnaval siempre ha formado parte de nuestras vidas. En canarias, ni aún con la dictadura franquista, como sucedió en muchos lugares de España, desapareció. Tal vez, porque sus inicios se debió a una necesidad de la población oprimida que ansiaba, al menos en unos días, salir a la calle y subvertir el orden impuesto.
El carnaval era entonces el desorden natural de las cosas, la fiesta por excelencia donde la gente se daba la oportunidad de ser quien no era y se disfrazaban con ropas viejas y disparatadas para transformarse en personajes nuevos y libres,  aptos para reírse de todo y todos.
El carnaval, era también, la necesidad de subvertir los roles, la de representación del otro, la expresión ambigua de los sexos; Los hombres se vestían de mujeres e imitaban sus maneras por un día y las mujeres se envalentonaban con los trajes de hombres.
En mi subconsciente carnavalero tengo siempre presente a mi madre, mujer adusta y seria, disfrutar mientras se vestía, embozada hasta los ojos y con voz de falsete visitaba a las vecinas, riendo hasta llorar por su propio arrojo al no ser descubierta ni siquiera por su propia familia.
Las fiestas del carnaval no podían desaparecer en un pueblo castigado y pobre como el nuestro. Las mascaritas eran el símbolo de la libertad individual a las que ningún gobierno por muy corrupto y dictatorial que fuera podrían hacer desaparecer. Los canarios sentíamos que el carnaval era parte de nuestra idiosincrasia, atributos de un carácter jocoso y vitalista cuyo germen creativo jamás podría ser desterrado por  ningún estado.
El carnaval era y seguirá siendo la expresión de un pueblo, aunque los gobernantes se apunten el tanto y quieran hacerla un espectáculo mediático. La necesidad de alegría justa, pero también por qué no, de revancha y protesta, de subversión necesaria e irreverente de un  pueblo sano ante la opresión cotidiana.
 Ayer, en Madrid han encarcelado a unos actores por representar para el carnaval a jueces, policías y monjas y hacer burla al terrorismo. La detención de la compañía de titiriteros es el símbolo de esta España represiva y asfixiante donde gobiernan el tardo franquismo que encarcela porque teme a aquellos que expresan lo que piensan, sin saber, pobres mortales, que no se puede poner vallas al mar ni  verjas al campo.

lunes, 1 de febrero de 2016

Escribir para qué

Escribir es un oficio inútil, no arregla nada, no soluciona nada. De nada sirve escribir sobre mujeres que se tiran del puente en mi ciudad o sobre monstruos que arrojan bebés por el balcón y asesinan a las mujeres que un día dijeron amar.
Mi amiga me dice que no hable más de política, que deje mi escepticismo y mi crítica a todos, porque aburre y a nadie le interesa. Qué razón tiene cuando me dice que vaya a más manifestaciones y deje de escribir tanto.
No obstante, no lo puedo evitar, hay gente que no puede dejar de escribir, aunque sepa que es un oficio inútil, y además, ya cualquiera escribe, sobre todo y a todas horas. Mi sentido común me dice que no escriba sobre un país llamado caos donde vive un rey confuso y a cuya corte acuden solícitos los jerifaltes que se dan codazos por gobernar. Tampoco debería escribir, me aconsejan, so pena de que me pase lo mismo, sobre el delegado de Intersindical Canaria en el sector de la seguridad privada al que le dieron una paliza por defender los derechos de los trabajadores.
Tiene razón mi amiga. No es políticamente correcto y aburre al más pintado hablar sobre las razones del hombre que lleva meses en una caseta de campaña en la plaza frente al ayuntamiento, ni de las 600 personas en situación de pobreza en Canarias, ni de hombres y mujeres ex toxicómanos que entran en  prisión después de muchos años de estar rehabilitados, cuando los verdaderos ladrones, los corruptos, los que acaban con la esperanza de todos, se libran porque están aforados.
Escribir es un trabajo solitario y poco apreciado la mayoría de las veces. Sin embargo, algunos se ven impelidos a hacerlo como si no supieran hacer otra cosa, como si creyeran en el poder de las palabras y la fuerza reveladora de las mismas.