Terrorismo a la inteligencia o como lobotomizar aún más al imbécil, debería
llamarse la televisión pública. Hago zapping, tratando de encontrar algo que
valga la pena. Hay un programa donde las mujeres quieren cambiar de imagen, una
especie de coaching las instruye para que estén guapas y perfectas para los
hombres. Zapeo. Un hombre y una
mujer desnudos se intentan cortejar luciendo sus atributos en una isla desierta.
No. Nos hemos alejado demasiado del mono. Zapeo, en la pantalla del televisor
aparece un cocinero sádico persiguiendo a futuros cocinillas estresados. Zapeo.
Un casposo cantante de medio pelo entrevista a una promesa política en medio de la campaña electoral. Me
detengo.
El periodista y el político hablan de cosas de hombres, de piernas de mujer,
de cómo ligar. Están sentados, tomando una cerveza en la cocina. El candidato
a la presidencia lleva camisa blanca, juegan al pin pon, ríen y se divierten.
Bertín Osborne le pregunta a Pedro cómo es su vida diaria. Parecen estar
encantados de haberse conocido. Pedro Sánchez, el hombre de buen ver, el
político de mediana edad, casado
padre y de dos hijas, reflexiona un instante, luego hace un recuento de sus
numerosos actos, sus viajes, sus reuniones en despacho, sus mítines, pero no
hay mención alguna a su familia, a su mujer y a sus hijas. El periodista se lo recuerda. Pedro
rectifica, se encoje de hombre y responde. No tiene mucho tiempo, es lo más que
echo de menos, pone cara de circunstancia, aunque reconoce, de vez en cuando “salgo
con mi mujer a cenar fuera”.
El candidato sabe que gana su sonrisa, podría ser un
actor del cine español. Por eso sonríe y cautiva y habla de cosas de hombres,
pero no hace ni una sola mención a hacer la compra, a recoger la mesa, a poner
la lavadora o atender a las hijas. Para ese tipo de tareas, nos suponemos, que está Begoña, que lo
espera en la casa mientras lo ve por la televisión junto a sus hijas.
Hablar de la vida cotidiana revela más que todo un programa político. Esto
lo han entendido bien los jefes de campaña. Por eso, los políticos se vuelven locos
por aparecer en los programas de entretenimiento y mostrar su lado más cercano.
Quieren televidentes pasivos, no votantes inteligentes. Aunque en la distancias
cortas se cuele algún gazapo y entonces descubramos, como ahora, el lugar que ocupa el hombre y cuál la
mujer, siguiendo con la programación cotidiana y sexistas que inundan la televisión pública.