martes, 29 de enero de 2013

ratones



Pero los problemas no acabaron con las cucarachas porque pronto vinieron otros animalillos superiores. No llevaba una semana en la casa cuando comenzaron a aparecer en mi presencia unos pequeños roedores. Lo descubrí una noche, volvía de tomar unas cervezas con los amigos cuando me tropecé con uno de ellos de frente. El pequeño ratón, de un color gris sucio, más asustado con mi presencia que yo misma, salió trepidante y veloz por la ventana de verjas de la cocina para dirigirse al patio trasero. En ese momento mi madre veía, tendida en el sofá, su infatigable programa de cotilleos de Telecinco.
- He visto un ratón salir por la ventana de cocina- le dije.
Mi madre abrió los ojos como si hubiese visto un fantasma. ¿Un ratón? ¿Un ratón? Repetía mientras veía como se iba desfigurando su mascara de hierro en una cera derretida y fundida.
-Sí, una musaraña, un ratoncillo de campo.-Repetí.
Pero mi madre ya no oía nada, se llevaba la mano al pecho en señal de estar a punto de darle un infarto y gesticulaba palabras inconexas sobre mi llegada y la presencia de ratones.  Entonces entramos en esa fase tensa y común entre dos mujeres en que cada cual habla y ninguna se escucha hasta que agotada me callé. Sentí que la sangre me hervía y que estaba a punto de explotar, una cosa era que me acusase de traer cucarachas en el plástico del somier y otra que pensase que había traído ratones. La dejé hablando sola.  Subí hasta mi cuarto y no salí hasta la hora de la cena. Cuando bajé mi madre estaba más calmada, había preparado un cartón con un trozo de tomate en medio rodeándolo por un pringoso pegamento. La miré de reojo. No había nada en el mundo que le diese mayor asco que los ratones, me dijo a modo de disculpa.. No iba a dormir tranquila aquella noche sabiendo que uno de ellos estaba en la casa. Intenté explicarle que no era para tanto, que el ratón había emigrado al patio y que de allí seguramente a la calle, que había venido  a comer a la cocina. El ratón no tenía nada que hacer en su dormitorio.  Pero ella pareció no entender nada y todo su empeño se centró en que revisase cada mueble de la cocina en busca del algún desdichado ratón. Hice lo que me mandó,  no tanto porque estuviese convencida de que aquello fuera a dar resultado alguno sino más bien  para que me dejase tranquila un rato. Coloqué un par de aquellos cartones a modo de trampa en la cocina y en el patio. Esa noche mi madre se encerró bajo llave en su dormitorio. Sus resultados no se hicieron esperar, al día siguiente apareció un pequeño ratoncillo de pelaje gris y sucio agonizando sobre el cartón. Lo contemplé no sin cierta lástima. Aquella forma de morir era inhumana, atrapado por un pegamento a punto de alcanzar su comida. Recordé o leí en alguna parte que podían morir de miedo al sentirse atrapados. Miré aquel ratoncillo moribundo sobre el cartón  y tuve una extraña y desagradable sensación, yo había sido sino la artífice sí la cómplice de aquella muerta. Lo transporté como quien porta el ataúd de un ser indefenso y errático Mi madre dio un salto y comenzó a gritar y a perder por momentos el habla y la respiración. Entre balbuceos pude entender que quería que lo sacara fuera, que lo llevara al contenedor de basura en la calle. El animal pareció entender lo que decía mi madre porque creí percibir un atisbo de resignación en sus dos ojillos negros y apagados. Lo llevé hasta el container de basura que rebosaba repleto en la oscuridad. Podía acabar de una vez por todas con su sufrimiento, podría, pensé, aplastar una piedra contra su cabeza, pero sabía que aquello no era más que una burda argucia para exculpar mi parte de culpa, pues bien sabía que no tendría valor para hacerlo. Lo coloqué al borde del container de la basura. Aquello eran sus últimas exequias. Acaricié con mi dedo corazón su lomo gris, estaba tibio y blando. Repetí por dos veces a modo de plegaria: lo siento, yo no quería, lo siento mucho. Volví a mi casa arrastrando una extraña sensación que me sumió todo el día en una gris y húmeda tristeza.

martes, 22 de enero de 2013

cuestión de perspectiva

















He aquí una novela auténtica. No puedo definir bien porqué, pero así me lo parece, quizás porque el autor escribe desde su propia experiencia y biografía con la esperanza de ofrecer otro punto de vista sobre nuestra historia más reciente.
No es fácil ser árabe inmigrante en el mundo occidental, sobre todo porque los europeos tenemos una visión europeísta sobre el mundo que nos impide comprender con objetividad lo que ocurre en él. Quiero, no obstante, pensar que estamos abocados a entendernos. Si en la edad Media pudieron convivir pacíficamente árabes, judíos y cristianos en nuestro país, parece descabellado que ahora, cuando la civilización ha avanzado sigamos entablando una guerra sin cuartel contra todo lo que desconocemos.
Los Reyes, los buenos, no esos que viven a costa del pueblo, me regalaron este libro, Los desorientados, y ha sido todo un acierto. Su autor, libanés, Amín Maalouf, quien lleva más de treinta años viviendo en Francia, analiza la situación de su país y nos ofrece un conjunto de razones y argumentos que ayudan a desentrañar las relaciones de oriente y occidente.
El argumento es muy sencillo: Un amigo de juventud ha muerto. La viuda lo llama para que acuda a su entierro y allí organiza a varios amigos, todos viviendo en extranjero, para que vuelvan a su país y se reúnan junto las exequias de su amigo muerto. Esto permite al autor mostrar las diferentes perspectivas de los emigrados y sus razones para irse. La voz de los exiliados habla por medio de los amigos, cada uno ha tenido su razón ideológica o vital para irse. “Todo hombre tiene derecho a irse es su país, es el país que tiene  que convencerlo para que se quede”
Amin Maalouf, es uno de los autores árabes menos sospechosos de integrismo, sus ideas son liberales y democráticas, nacido en el Líbano,  donde conviven judíos,  musulmanes y cristianos, todos ellos árabes, es el interlocutor ideal para acercarnos a este mundo, desde la perspectiva de la lejanía pero sin dejar de tener conciencia de la realidad de su pueblo, no sólo del sentimiento de abandono e injusticia que ha sufrido el árabe como pueblo sino del desprecio que siente occidente por oriente. La voz del narrador, pero también de los amigos emigrados, alter ego del escritor habla en sus escritos.
“ Cuando viajo por Europa, me tratan con miramientos , como a todos los ricos. La gente me sonríe, me abren las puertas con una reverencia, me venden todo cuanto deseo comprar. Pero en su fuero interno, me aborrecen y me desprecian. Para ellos no soy más que un bárbaro que ha hecho dinero. Incluso cuando llevo el mejor traje italiano, sigo siendo para ellos moralmente un pelagatos ¿ por qué ¿? Porque pertenezco a un pueblo vencido, a un civilización vencida. Lo noto mucho menos en Asia, en África o en América Latina, a las que también maltrató la historia. Pero en Europa sí lo noto. ¿Tú no?”
Narración ágil y amena, donde el diálogo entre los amigos reencontrados se mezcla con las conversaciones epistolares entre ellos; razonamientos y juicios históricos sobre el conflicto palestino, sobre el nacimiento del integrismo o sobre el sentimiento de los vencidos, de los humillados por la historia, visto en la piel de un libanés que piensa como occidental pero entiende el sentimiento de frustración y  rencor de su pueblo árabe.
“ El conflicto que impide a Occidente y el Islam reconciliarse, es el que hace retroceder a la humanidad contemporánea hacia las crispaciones identitaria, hacia el fanatismo religioso, hacia eso que llaman “el enfrentamiento entre las civilizaciones ( …) por ese conflicto por el que la humanidad ha entrado en una fase de involución ética y no de progreso
Se echa de menos que acabe tan pronto,  pero también, por pedir que no sea, una visión mayor sobre el papel de la mujer en el país árabe. No obstante, hay cabida para analizar los entresijos del amor de pareja con este ardid: El protagonista llega solo y se encuentra con su amiga de juventud, un amor que nunca pudo culminar por su timidez y las circunstancias. Esta amiga llama a la mujer del protagonista en Paris para pedirle permiso para acostarse con su marido durante la semana que durará la visita. La esposa accede con la condición que se lo devuelva al finalizar el viaje.  “ dulzura, complicidad y derecho a equivocarse” es la máxima en el terreno amoroso.
Interesante metáfora si se pudiera trasladar a los conflictos políticos, que bien podrían reducirse en esta sencilla frase “ si me abres los brazos, estoy dispuesto a morir por ti. Si me das con la puerta en las narices, me entran ganas de tirar la puerta y la casa”


jueves, 17 de enero de 2013

Cucarachas



Llegué  a la isla  después de veinte años precedida de tres cucarachas. Eso dice mi madre,  y ya se sabe lo difícil que es hacer cambiar de opinión a una madre cuando se le mete algo en la cabeza. Al menos, a la mía. De nada sirve que le cuente que el colchón de donde supuestamente salieron las dichosas cucarachas inglesas, venía embalado al vacío desde la misma tienda, o que en esta época las cucas salen de todas partes, hartas de pasar calor. Pero es mejor pensar que ya se le está yendo la cabeza o  que en realidad las cucarachas, inglesas chiquitas, me precedieron en el viaje.
A fin de cuentas, mi madre no va a cambiar ya a esta edad, y en  su defensa tampoco es que sea  muy normal que una hija vuelva a su casa después de tanto tiempo, yo, la hija prófuga,  la que salí huyendo para no volver, porque me matarían si me quedaba, según mi madre, porque me moría si me quedaba, según yo.
Pero las únicas que murieron fueron las tres  minúsculas cucarachas que mi madre mató con la zapatilla de dormir una mañana a finales de agosto, tres días antes de que yo viniese.
- Estas las trajo Julia, seguro- decía, mientras las hacía crujir contra el suelo, dejándome sin mis compañeros de viaje.
Sola, en mi cuarto de soltera, justo encima de la casa donde ella duerme, mirando las paredes vacías y el polvo de la persiana del que será mi cuarto, siento como si me hubiese despertado de un sueño, y nunca hubiese salido de aquí ni el tiempo hubiese pasado.
Pero ha pasado, no hace falta que mire mi carnet de identidad, cuarenta y siete cumplidos en abril, ni que haya olvidado casi todo lo que me paso. Sé lo que he vivido, sé lo que pasó, porque fue a mí a quien me pasó. En cierta forma soy como ellas, una espléndida superviviente, pude vivir sin cabeza durante mucho tiempo.
 Lo sé, ya no hay  nada que me mate, como a las cucarachas.
Bastaría saber si las cucarachas creen en algo.
Mi madre me dice que lo que no se cuenta no se sabe. Ella no quiere saber, ni recordar, ya dejó su pasado atrás, sepultado. Lo que le queda ahora  son años  extras y enfermedades. Pero yo si quiero contar todo lo que sucedió. Para qué, para qué, dirá mi madre en su tumba, para qué remover el pasado. Para que no vuelva a pasarle a nadie, porque necesito saber, porque no soy nadie si no me perdono. porque necesito perdonarme, olvidar aquel tiempo en el que me sentí una asquerosa y vomitiva cucaracha. Quizás empiece  hoy, en este escritorio desolado y sucio, justo veinte años después de salir del infierno para volver de nuevo a  él.

martes, 15 de enero de 2013

Desconecto





Ya la gente no se llama se wasapea, se envían mensajes, reduciendo en simples frases toda una existencia, el fervor de lo simple, de lo reducido al máximo. La síntesis, pero también la creciente necesidad de comunicarnos de esta forma. 
Sin embargo, es un sistema perverso de comunicación, contrariamente al teléfono que no deja  constancia alguna, el mensaje deja huella escrita. Y uno escribe como quien deja señales de cada paso que da, “ahora te llamo” “estoy saliendo del trabajo”, “ pásalo”
Si no desconectas tu wasap todos los amigos y contactos pueden estar de pronto en tu cuarto, llamándote a la puerta, justo en el  momento que querías disfrutar en soledad.
 Uno empieza a preocuparse cuando  hay algo que inevitablemente te empuja a atender el reclamo o a leer lo que alguien ha tenido a bien contarte.
El móvil ya  es un apéndice más de nuestra mano. No sabemos cómo influirá esto en nuestra manera de pensar, de sentir o actuar. Hemos copiado la forma de actuar de los adolescentes a los que recriminamos por  su excesivo uso.
El móvil es un problema cuando te obliga a estar pendiente de él y ya nadie duda de que su utilización marcará nuestra forma de ser y  de relacionarnos en el futuro.
Al igual que la televisión es un instrumento de manipulación masiva donde las imágenes se suceden en cascadas como en un noticiero cotidiano y repetido: Un país que invade a otro, guerras de árabes y judíos, manifestaciones en Paris contra el matrimonio homosexual, nuevas violaciones en la India, en Marrueco se debate la ley que permite al violador de la menor casarse con ella para eludir la cárcel. Alta contaminación en Pekín.
Imágenes nuevas y repetidas de un mundo demasiado vertiginoso para aprehenderlo.  
Nada es real si no es imagen.  Globos sondas para la desinformación. Río revuelto ganancia de poderosos.  El poder de la desinformación.
¿ Acaso creías en la inocencia de la imagen?
Estás controlado.
La futilidad y la superficialidad son los valores  que imperan. Desconexión.

viernes, 11 de enero de 2013





“¿ No juzgo? Sí, sí lo hago; me paso el tiempo juzgando. Me irritan muchísimo quienes nos preguntan, con mirada fingidamente horrorizada: “¿ no me estará usted juzgando?” Pues sí, claro que lo juzgo, lo juzgo continuamente. Pero las sentencias que dicto no tienen repercusión en la existencia de los “imputados”.Concedo mi estima, o la retiro, dosifico mi amabilidad, dejo en suspenso mi amistad a la espera de pruebas complementarias, me distancio, me aparto, concedo un aplazamiento, hago borrón y cuenta nueva, o finjo que lo hago. NO comunico las sentencias, no doy lecciones, la observación del mundo no tiene en mi más consecuencia que un diálogo interior, un diálogo interminable conmigo mismo”

Extracto del libro “los desorientados” de Amin Maalouf