sábado, 22 de junio de 2013

La escritora y yo



Me encontré con ese artículo a veinticinco metros de altura y después de haber desechado dar una cabezada en aquel incómodo asiento de vueling.  La escritora, decía el artículo,  había publicado recientemente un libro sobre la época de la transición. Era el tema y el contexto en el que llevaba tiempo interesada, incluso había garabateado algunas páginas de una eterna y futura gran novela basada ene algunos acontecimientos negros de aquella época.
La escritora, una mujer de mediana edad y no mal parecida, con cierto aire cándido miraba al lector tras una mirada de miope que escondía tras unas finas gafas y auguraban más de un secreto que le hubiese encantado contar.
 Esa misma semana fui a la biblioteca y buscó en los anaqueles de literatura española, el O60, la inicial de su apellido. Allí había un ejemplar de  Negro. Leí la contraportada, era una novela negra. No era la que buscaba, pero me serviría para saciar mi curiosidad. Seguí leyendo, la autora, anunciaba, rompía con el encasillamiento del género y cuestionaba la vacuidad en que había caído el mismo. Su sinceridad, en la entrevista recordé, no sin cierto matiz de soberbia que le daba probablemente el título de profesora en alguna conocida universidad, me gustó, aunque denotaba de una llana candidez.
 Antes de irme a la cama, abrí el libro. Comencé a leer los primeros párrafos. Me gustaba, tenía estilo y no carecía de cierto atrevimiento en las formas. Esa noche empecé a enamorarme de ella en esa especie de admiración y celos que siente un escritor por otro. La imaginé en su estudio, frente al ordenador, ensamblando un capítulo tras otro. Miré su foto en el interior de la solapa. Tenía cierto aire soñador, de maestra de pueblo. La imaginé frente a su taza de té, absorta, mirando la hora violeta tras los cristales, mientras buscaba o se demoraba en la búsqueda de palabras precisas y justas. La volví a mirar según iba leyendo, entre el arrobo y el desprecio que siente el que lee contra el que escribe. Era un amor odio.
Por eso la desprecié cuando comprobé que su estructura se repetía y dejaba de ser original en el segundo capítulo. Entonces comencé la búsqueda inconsciente de los chirridos, de los desengranajes. Como una experta observadora descubría las fallas y me regodeaba, con cierta vergüenza ajena, en la enumeración retórica. Estilo poético, bufaba, que forzado, se deja ir, no se contiene. Ahora la repudiaba por no estar a la altura, por aquella muestra de debilidad artística. Me enfadaba porque habría preferido, extrañamente, que no cometiera aquellos errores de neófito, que me mantuviese en vilo. En cierta manera, me estaba negando la posibilidad de tener con ella una entretenida charla en el salón, frente a la chimenea. Me la imaginaba apasionada y con cierta represión de mujer instruida y poco vivida. Reí maliciosamente, pero si le daba miedo hasta decir polla, lo decía de refilón y  con la boca pequeña, y ni un coño en todo el libro. Disfrutaba en mi cuarto de soltera de esos mezquinos hallazgos que me desvelaban la relación entre novela y vida.
A mitad del libro, la escritora cambió de registro y comenzó la narración en primera persona. Brillaba en el texto de nuevo con una fuerza vital, inusitada, de mujer  frustrada y triste.  Lo veía claro, el carácter del protagonista reflejaba el suyo propio, el de una mujer aislada y pura que no se atrevía a ser decepcionada en sus fantasías. Prefería las relaciones esporádicas y exclusivamente sexuales para poder seguir soñando.
En esta segunda parte la escritora se volvía, de pronto, oscura y asesina, dando significado al título de la obra. La protagonista, como una justiciera social mataba a los deleznables vecinos. Demasiado fácil como recurso. Engaño de idiotas. Capté fácilmente por su escritura que todo era falso. Desde el comienzo supe que sólo era la imaginación desbordada de una mujer frustrada,  pero  que ella no había sido la asesina. Estratagema de la escritora que trata de colárnosla, pero no cuela. Como si dijera: tú lo has captado, pero no otro. Guiño. Concesiones a mí. Empiezas a abandonarla. Por querer halagar tu inteligencia de lectora voraz, se ha vuelto para ti  mezquina, mediocre. No me gustan las mujeres, dice en un párrafo, como si eso interesase a alguien.  Se parapeta, de nuevo, se esconde detrás del halago en la última parte. Ha renunciado al diario negro con ciertos atisbos de ella misma.
La última parte me decepciona aún más, citas cultas, referencias cinéfilas, blow up, Cortázar. La desprecias ya tanto que apenas lees las últimas páginas, o lo haces de corrido, más bien, las ojeas, intentando saber quién es el asesino.  Finalmente, lo sabes, y reprimes la sonrisa sardónica por esa solución fácil,  absurda, sacada de la manga o tal vez, entretejida tan sutilmente que nadie más lo supo, salvo la escritora, lo cual es lo mismo. Desprecias el libro porque se acaba y se afila en un final exiguo y gris, ni siquiera negro. Apagas la luz y todo se ve negro. Negro. Y entonces, te duermes.

7 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Jajajjaaa, como crítica no tienes igual.

Aunque esta mañana he leído una crítica sobre una película que me ha hecho mucha gracia: "De tan mala que es la película casi le da la vuelta y sale buena...".

Me ha encantado.

Besos.

mjromero dijo...

Una mirada demasiado inquisitiva, daría para otra novela entre la mirada lectora y la que escribe.
Me he divertido bastante leyendolo.
Un abrazo.

Chaly Vera dijo...

Casi todas las escritoras tienen, como tu lo dices, cara de profesora de filosofia.


Besos

Igor dijo...

Caramba, eso es sacar la navaja y realizar una afeitado apurado, apurado, tanto, que no queda un pelo.
Bueno, el 92,354% de la literatura es eso. Pasar el rato.
¡Pero vaya repaso!
Eso sí, me he reído un tanto.

Anónimo dijo...

Recuerdame que si alguna vez escribo un libro, no te lo deje leer nunca!!! jajaja
Besos, canaria

Esilleviana dijo...

Está claro que la conexión entre la escritora y tú, su lectora, era muy intensa. Realmente eso es lo que buscará todo escritor/a, alimentar y sustentar la unión con las personas que leen y perciben sus ideas.

Un abrazo

Ignacio Ruy Suvina dijo...

Me preocupa el estilo. En contra de lo que hace poco han mencionado algunos escritores, el autor debe de ser el protagonista con su voz. Aunque los personajes hagan cosas distintas.