sábado, 28 de enero de 2012

Escribir duele


Escribir duele. Escribir de sí duele. Lo peor de todo es que sé si no lo hago desde mí no podré hacerlo desde fuera. Se escribe también para salir de sí, para escapar una realidad que no nos gusta.
Ha comenzado a llover, una lluvia fina y persistente. E había tendido la ropa hacía apenas una hora. Me puse el impermeable y cogí el barreño para recoger la ropa. Cuando salí me di cuenta de que ya era demasiado tarde, me iba a mojar y ya era imposible salvar la ropa. Volví adentro. Seguramente esto es lo que diferencia a la literatura femenina. Interrumpir el pensamiento por cuestiones más prosaicas. ¿Haría un hombre escritor este acto? Probablemente no. No los hombres de antes. El discurso varía. La mujer creó la narración fragmentada.

jueves, 26 de enero de 2012

Fiel a sí mismo


Hay biografías tan apasionadas que pueden leerse como novelas y a la inversa, existen novelas tan desabridas que parecen una misma y repetida biografía del autor. Así “La vida de Tolstói” escrita por Romain Rolland puede leerse como una novela de amor y de admiración por uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. En cambio, la novela de Jhumpa Lahiri, “Tierra desacostumbrada” un conjunto de cuentos sobre un mismo tema, nos parece la repetición de la biografía de su autora, de origen indio, nacida en Londres y afincada en Estados Unidos. Sus cuentos tratan sobre esto, la vida y adaptación de la comunidad hindú a la sociedad moderna americana. Algunos cuentos no carecen de interés, pero su escritura fría y desapasionada no nos engancha lo suficiente.
En la biografía de Tolstoi, por el contrario, su autor nos habla apasionadamente de la vida de un hombre que siempre supo mantenerse fiel a sí mismo. De Tolstoi nos dice que su amor a la verdad lo llevó a límites donde algunos hombres apenas se asoman, dudó de la ciencia y el progreso, destruyó muchos mitos, se enfrentó a la iglesia ortodoxa y fue excomulgado, acabó apartándose de todo y todos salvo de la búsqueda de la verdad. “Una desconfianza de los hombres, un desprecio latente por la razón humana, le hacían en todas partes olfatear el engaño de sí mismo o de los otros,
Fue este amor a la verdad lo que lo llevó a sus 82 años a alejarse de su casa familiar hasta un pueblo perdido de la fría Rusia y morir en él. Antes había conocido la vida feliz de un matrimonio y la de una larga prole; conoció el respeto del pueblo ruso por su literatura y fue un profeta en su tierra, pero también un hombre atormentado, martirizado porque gozaba de unos privilegios que los demás no tenían.
Se alejó de la falsa intelectualidad, de los círculos literarios para vivir en la soledad de su pensamientos, estudió griego para conocer a los clásicos, influyó en Ghandi en la idea de no violencia o “resistencia pasiva” y su sentido de la justicia le llevó a formar una doctrina cuya única ley era la del amor, es decir, la comunión humana y a la solidaridad. Antes de morir Tolstói renunció los beneficios de su obra, aún contraviniendo los deseos de su esposa “pues no es lo que dicen y hacen los hombres lo que deciden sobre lo que está bien o está mal sino mi corazón”.
Tolstói no entendía la literatura sin un compromiso “El pensador o el artista no queda nunca sentado sobre las alturas olímpicas, como estamos habituados a creerlo; está siempre en la turbación y en la emoción(…) no es el pensador y el artista el que recibe diplomas y subvenciones, lo es el que sería feliz sin pensar ni expresar lo que lleva dentro, pero que no puede evadirse de hacerlo, porque le obligan a ello dos fuerzas invisibles: su necesidad interior y su amor a los hombres. No hay artistas inflados, gozadores y satisfechos de sí”. Y es precisamente esta insatisfacción lo que lo lleva a dudar y a luchar. “es preciso dar gracias a Dios por este descontento de mí…este desacuerdo es la condición del bien. Es un mal que el hombre esté tranquilo y satisfecho de sí mismo”

lunes, 23 de enero de 2012

sonrisa perfecta

Ayer me asusté, y no suelo hacerlo fácilmente. Tengo ese defecto. Pero algo raro me estaba pasando mientras leía la presa dominical. ¿Acaso estaba perdiendo facultades mentales? Volví de nuevo a mi lectura. La misma sensación. De pronto, me encontraba en un mundo indefinido y absurdo, no sabía qué era una noticia o qué era literatura me parecía que lo que leía era una broma pesada que le gastaban a mi cerebro. Es totalmente cierto esto que cuento. Dejé de leer, pensé que estaba cansada, que había dormido pocas horas la noche anterior y que era la fatiga la que me provocaba ese defecto. Pero hoy me ha vuelto a pasar lo mismo leyendo un periódico local. Comenzó cuando leí el titular de la primera página; reza así: “El cabildo gastó 105.000 euros en boca y ojos. Se pagaron gafas, lentillas, implantes y ortodoncia.” Leo más detenidamente los nombres de los Consejeros y altos cargos que, valiéndose de su posición privilegiada, aprovecharon en la legislatura pasada las ayudas médicas que el cabildo les ofrecía para perfeccionar sus ojos y su boca.
Ahora entiendo porqué sonríen tanto los políticos y porqué están tan ciegos a la realidad que les circunda. Ahora que la corrupción de los políticos ha pasado a ser la segunda preocupación de los españoles después del paro me pregunto qué queda por llegar si a nuestros gobernantes, aprovechándose de su cargo, ofician como viles ladrones a los que no les tiembla el pulso para vaciar las arcas públicas sin sonrojarse. Harta de Urdargarin, de Matas, de compra ventas, de corruptelas múltiples, la ciudadanía se está movilizando por medio de mensajes y a través de Internet. Cada vez llegan más correo desvelando las artimañas utilizan, los privilegios que se gastan la gente de su casta. Afortunadamente nos queda Internet, páginas webs, blogs libres, gente despierta y alerta que nos avisa, que nos informa de lo que está pasando. Espero que un día no se limite el acceso a determinada información en Internet tal como se están haciendo ahora a las descargas.

domingo, 15 de enero de 2012

Buen vuelo

Odio volar. Aún así vuelo una media de seis a ocho veces al mes, lo cual no es poco para alguien que se define como esencialmente terrestre. Porque, veamos, si dios o quien fuese hubiese querido que volásemos, nos habría dotado de alas, y esto no es así. Por lo tanto volar, en cierto sentido, es ir contra natura, contra las leyes humanas, contra el sentido común: por lo tanto, es lógico que mi cuerpo y mis sentidos se rebelen contra esto. Es antinatural.
Odio además toda la parafernalia previa que conlleva, las esperas en esa especie de burbuja apátrida y sin nombre, deshacerme de la chaqueta, del cinturón, del reloj, de los zapatos. Bolsa para los pies. No gracias. Pasar por el escáner. Seguro da cáncer. Mostrar por tercera vez mi DNI. Buen viaje. Recorrer andando el trayecto hasta el avión, mirar por la ventanilla del piloto, lo escudriño, lo taladro con ojos fieros, como si mi sola mirada pudiera disuadirlo de no sé qué peligros o amenazas, y me siento como puede sentirse un cerdo cuando va al matadero, directo a la boca de este pajarraco metálico que me engulle, y de nuevo la voz autómata de las azafatas, las mismas repetidas consignas que nadie escucha, mantengan apagado los aparatos electrónicos. El copiloto que anuncia que la cabina está preparada para el despegue. Ellos lo están. No yo. No yo.
Odio sobre todo los trayectos cortos en aviones pequeños, aviones de reacción como los que vuelan entre las islas. Estos viejos aparatos se mueven como cafeteras a punto de estallar a la menor turbulencia. Mi cuerpo se pone en tensión y no hay lectura ni pensamiento que me aleje de mi muerte inminente.
Debería estar agradecida, este es el único momento de mi vida en que creo en dios. Elevo los ojos al techo del avión, agarro con mis manos en formas de garra el reposabrazos de mi asiento y me encomiendo a un dios cualquiera y protector. Como comprenderán no me gusta que me vea nadie de esta guisa, aterrada y creyente, una mezcla patética a mi edad. Así que ocupo el asiento contiguo al mío con bolsos, libros, teléfonos y demás artilugios que llevo siempre conmigo para que no lo ocupe nadie (Afortunadamente los vuelos no son numerados en estos trayectos).
Y es que todo empieza mal desde el principio, nada más empezar, el despegue; mi cuerpo se resistiese a dejar la tierra, a elevarse por eso, siento mi espalda como se adhiere, se incrusta al respaldar de mi asiento. Y entonces el avión se propulsa y, despego. Contracorriente, contra mi misma.
Lo peor son las turbulencias, la cafetera se mueve como una jodida peonza y todo parece a punto de estallar. Compruebo por la cara de los pasajeros que están delante a mi izquierda que no soy la única que en ese momento clama un dios invisible. El estómago se me encoge, la imaginación se precipita al vaivén de los ramalazos que da el aparato. Contemplo sin ver, un cielo gris y opaco tras la ventana.
Nada vale nada en ese instante, estoy a merced de un piloto y el viento. Y es que ocurriese lo que ocurriese no podría hacer nada. La percepción terrible de que en ese instante nada está de mi mano me paraliza. Miro hacia atrás en busca de ayuda o de respuesta. En mi asiento posterior un pasajero duerme con la boca abierta, puedo verle hasta el último empaste. Siempre suele haber gente así, capaces de dormirse en las catástrofes, de permanecer dormidos cuando los demás sufren, inmunes al dolor ajeno o a lo que pase alrededor, benditos becerros felices.
Debe pasar algo porque las azafatas continúan temerosamente sentadas en sus asientos desplegables al fondo del pasillo y aún no han repartido los caramelos. Abro la chocolatina que nos ha regalado nada más entrar, muere con algo dulce en la boca, mastico con ansiedad tratando de despegar con mi lengua la galleta del paladar. Es el chocolate más amargo de mi vida. Lo dejo a la mitad.
Espero, rezo sin rezar, los minutos son eternos, siento entonces un estruendo de motores, de chatarra que se descalabra contra el suelo, el pájaro ha metido ya el pico en la tierra. Por fin, aterrizo, cojo mi bolso, salgo precipitadamente como el último preso de una prisión futurista y respiro. Hondo, libre y atea de nuevo, justo hasta el próximo vuelo.

miércoles, 11 de enero de 2012

Días enteros en las ramas

Hay días así, en que uno se levanta y no sabe ni dónde está ni porqué, ni siquiera si lo que hace tiene sentido o, el mundo, en su girar lo tiene. Entonces todo es absurdo y el malestar de vivir se instala en la mañana.
Es en esos días cuando donde todo se vuelve inseguro y fugaz cuando más dudo de todo, de lo que sé, de lo que no sé, de lo que debo enseñar o no. No me veo capaz de enseñar nada con convicción, como si yo misma no creyese en nada, como si nada fuese importante y todo fuera parte de una rueda que nos obliga a seguir. Todo se vuelve insubstancial e incierto. Me asedia el temor a no poder, a sólo poder transmitirles la desgana, el hartazgo, el nihilismo que me embarga y me paraliza.
Hay otros días como hoy en que sé que al menos debo enseñarle también lo mejor de mí. Yo soy la que enseña, no lo qué enseño. Y entonces me asalta aún más dudas. ¿Se puede enseñar ese deseo de saber, de conocimiento, esa inquietud por conocer las respuestas aunque no estén?
Debo decirles,
Debo contarles, urgentemente que cada una de sus preguntas está respondida en algún libro aún por descubrir.

“La sociedad privilegiada liberal” impone su ciencia y sus errores al pueblo, que le es extraño. No hay ningún derecho. Este método de educación forzada no ha podido producir jamás, en la universidad, hombres de los que la Humanidad necesita, sino hombres de los que necesita la sociedad depravada: funcionarios, profesores funcionarios, literatos funcionarios u hombres arrancados sin ningún fin de su antiguo medio, cuya juventud ha sido estropeada y que no encuentra sitio en la vida: liberales irritables, enfermizos: ¡El pueblo dirá lo que quiere¡ Si no se interesa por el arte de leer o de escribir que le imponen los intelectuales, tiene su razones para ello: tiene otras necesidades de espíritu más apremiantes y más legítimas. ¡Procurad comprenderlas y ayudarles a satisfacerlas¡
(Extracto de “ La vida de Tolstoi” de Romain Rolland)

lunes, 9 de enero de 2012

Sin pelos en la lengua


Estoy harta de que se noticia ETA y de que sea sólo el país Vasco la única comunidad que más se nombra, como si no existiesen otras comunidades ni problemas más importantes.
Estoy harta de que se quiera pedir una amnistía para sus presos porque ya han abandonado las armas para entrar en la política nacional como si fuese un deber o un derecho adquirido.
Estoy harta de que después de estar asesinando, amenazando con muertes y terrorismo durante años todavía quieran seguir acaparando espacio público y seguir abarcando una audiencia que se aburre ya con el mismo tema en el telediario.
Estoy harta de que pidan mejoras para sus presos cuando todos los presos comunes saben que son precisamente los presos de ETA los que siempre han sido unos privilegiados, puesto que la organización los amparaba, les pagaba abogados, e incluso les mantenían en celdas privadas donde tenían televisión y demás privilegios,
Estoy harta de que después de ser los verdugos quieran ser las víctimas y aquí no pasa nada.
Estoy harta de que sea el que más grita al que más se le hace caso…
No sé si estoy más rabiosa por esto o porque por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo en este tema con el gobierno.