domingo, 26 de febrero de 2012

árido y desértico

Me gusta, de vez cuando, releer libros que me han dejado huella a lo largo de mi vida, “Pedro Páramo y el llano en llamas” es uno de eso. No sé exactamente a qué se debe esta afición, hay gente una vez lee un libro lo desecha ya para siempre como quien se cansa de una ropa ya usada y pasada de moda.
A mí, sin embargo, me gusta releer, sobre todo, aquellos libros que en un lejano tiempo me impresionaron y crearon en mí ese estado de ánimo y de placer lector. Me gusta también descubrir si, de alguna manera, mi interés no ha decrecido con los años o, si por el contrario ahora lo leo de otra manera. También, para qué negarlo me gusta saber, indagar en los resortes literarios, las cualidades especiales que hicieron que me gustase ese escritor y no otro.
Pedro Páramo y el llano en llamas es uno de ellos. Últimamente lo he vuelto a releer y no ha dejado de defraudarme, todo lo contrario, su melodiosa voz poética vuelve a cautivarme. Pienso ahora, después de tantos años, que de alguna manera, el paisaje de los cuentos me recuerda al de mi isla, árido, seco, pero también el de sus gentes, silenciosas y fuertes; y quizás esto, que nunca anteriormente había visto reflejado en ningún libro fue lo que me llevó a amarlo ya para siempre.
Juan Rulfo no introduce en este mundo mágico, poblado de personajes, marginales, pobres y al borde del abismo, siempre combatiendo contra el hambre y la muerte que nos sobrecogen. La vida y la muerte se entremezclan en estos cuentos donde hasta los muertos hablan bajo la tierra húmeda, mezclando sus voces con los vivos, y nada parece imposible en esta naturaleza desértica pero poblada de lirismo. Es en este entorno rural donde descubrimos las cualidades míticas de algunos de sus protagonistas, pero también, la inocencia y crudeza a la que los somete el propio paisaje y las condiciones extremas sus gentes.
Siempre me pregunté, seguramente como el resto de sus expectantes lectores, cómo pudo estar Juan Rulfo en silencio literario durante 25 años. Bien es cierto que se dedicó a la fotografía, al periodismo, a hacer guiones, a escribir en algunas revistas literarias. ¿Fue el éxito de esta novela lo que le llevó a pensar que nunca podría llegar a superarse a sí mismo? De hecho, en 1980 apareció su última novela “El gallo de oro” que no tuvo, por cierto, muy buena crítica y a la que él mismo se había dedicado a desprestigiar, probablemente sabiendo, de antemano, que sería comparada con Pedro Páramo y el llano en llamas. Esto, claro, son sólo hipótesis de algunos críticos. El autor lo único que decía cuando le preguntaban durante años porqué no volvía a escribir era simplemente que no tenía nada más que decir.
Y seguramente era cierto, después de condensar la brevedad, la belleza, dulzura, el dolor humano de la vida y la muerte, uno debe quedarse exhausto y seco, como el mismo paisaje que relata.
( la fotografía es de Juan Rulfo)


3 comentarios:

mjromero dijo...

Es bueno no tirar algunas llaves, como las llamó Borges, y volver a abrir esas puertas por las que ya una vez pasamos.

Raquel dijo...

Me han entrado ganas de leerlo de nuevo. A mi también me gusta volver al pasado, recordar y reencontrar.
Tú lo cuentas muy bien.

Chaly Vera dijo...

En la primera lectura me agrado mucho, no tanto en la segunda vez. Creo que mi estado de animo fue el que determino que la primera vez viviese en carne la odisea de Pedro.


Besos