miércoles, 26 de octubre de 2011

El país de las mujeres

Si usted es de las que piensan que el mundo iría mejor si lo gobernaran las mujeres, El país de las mujeres es su novela. Si usted es de las que le gusta que le den en dosis ligeras tesis hembrista esta es su novela. Si usted es amante de soluciones simplistas para salvar el mundo léala.

Si en cambio es usted de las que se toma algunas cuestiones en serio y le gusta profundizar en algunos temas le podré le podré contar que El país de la mujeres de Gioconda Belli es una diarrea mental. Una mala novela de tesis donde la escritora (por llamarla de algún modo) expone sus ideas simplistas y hembritas sobre el mundo.

He aquí el argumento: un grupo de mujeres toma el poder en un país imaginario de Sudamérica y manda a todos los hombres a casa para que realicen las tareas del hogar antes encomendadas a las mujeres. Las mujeres organizan el país de la manera más absurda y plomiza del planeta, viejas ideas, cuerpos de maniquís, como la idea de ir por los pueblos haciendo la pedicura y explicando su programa político.

La idea del libro en su origen podía resultar hasta simpática y dar como resultado una parodia social desternillante, pero desgraciadamente no llega a tal grado, se queda en un vodevil ramplón y zafio, de personajes absurdos y planos. Una especie de delirio mental producto de la resaca que deja una noche loca de ron de garrafa.

Eso sí, como no hay libro malo que de él algo no se aprenda como decía Cervantes, yo lo he propuesto a mis alumnos como ejemplo de cómo no se tiene que escribir, a saber: evitar el uso de frases simples y coordinadas, el abuso continuado de las mismas indica casi siempre un pensamiento simple. Renunciar a los localismos y vulgarismos, etc… y les muestro un ejemplo.

“dieron rienda suelta a sus sentimientos de impotencia y a sus deseo de que las tareas del hogar no les cayeran encima como norias que tenían que jalar como mulas”.

Sé que algunas feministas me odiarán, más si cabe, puesto que adoran a Gioconda Belli, aunque escriba esta basura donde expone sus ideas simplistas sobre el mundo y el papel de las mujeres. Qué le vamos a hacer. No entraré me temo entre sus admiradoras, aún así no creo que le hagan falta. Ella misma se encarga de hacerse autobombo en la novela auto-citándose “Era una camiseta blanca con la línea de un poema de la poeta nicaragüense Gioconda Belli, que decía simplemente YO BENDIGO MI SEXO”. ( pag. 112)

Y es que este ideario hembrista tiene también sus adeptos.

viernes, 21 de octubre de 2011

Un día el volcán estallará



Hace unos años comencé a escribir una novela sobre el volcán de Timanfaya. No la acabé pero ocupé gran parte de mi tiempo en investigar como fue la explosión del volcán de Timanfaya ocurrida en Lanzarote en septiembre de 1730. Incluso llegué a conocer personalmente en unos carnavales a un historiador y estudioso del fenómeno.
Según todas las fuentes el volcán estalló en distintos conos y discurrió por tierras fértiles sepultando a varios pueblos como Santa Catalina, Mazo, Timanfaya, Tingafa, Testeina…. La población atemorizada sufrió durante días las estruendosas explosiones que se oían desde las islas de al lado, el olor a azufre y la lluvia de lapilli o piroplastos cubrió todo el paisaje. Si bien la población en un principio fue obligada por el regidor de la isla a permanecer en sus viviendas, pues no en vano estos municipios eran los principales exportadores de granos a las otras islas. Finalmente, y ante el peligro inminente, se les permitió abandonar sus casas y sus tierras para trasladarse a otras zonas más seguras de la isla o incluso inmigrar a las islas mayores. No obstante, aunque no hubo víctimas humanas, la mayoría de los animales y el ganado murieron y las tierras fueron sepultadas para siempre bajo un manto de lava.
Hoy apenas se conoce de la existencia de estos pueblos que yacen dormidos bajo la lava. Los últimos acontecimientos del volcán del Hierro me han hecho recordar esto. Desde mi televisor puedo observar y escuchar a un pueblo que mira desde una roca al mar esperando al volcán.
Han pasado tres siglos des esto, pero aún la gente sigue esperando que el volcán estalle, con la misma parsimonia y misma templanza, quizas por haber nacido sobre un volcán o precisamente a causa de eso.
Las consecuencias también siguen siendo las mismas, tres siglos después la gente es despojada de sus casas, se quedan sin trabajo, las labores del mar están perdidas, los negocios cerrados, el miedo que se instala en el cuerpo. Pero, sobre todo, sentimos, olemos, vivimos, en la conciencia infinita de que estamos sujetos a las fuerzas incontenibles y salvajes de la naturaleza .

martes, 18 de octubre de 2011

Cosas que no hay que olvidar cuando se sale de viaje

- Está muy bien. De verdad, me encantó.

- Me tiene intrigadísima hasta el final no se sabe nada

- Yo se lo he pasado a mucha gente.

Todas estas voces resuenan a la vez en la secretaría del instituto. Como en el fondo soy una incauta y creo que el entusiasmo de la gente en algún momento debe coincidir con el mío caigo enseguida en la trampa y digo la frase mágica.

- ¿Me lo prestas?

Y allá voy yo con mi mamotreto sin saber que he caído de nuevo en la red de aficionados al culebrón novelado. Me esperan largas horas de aeropuerto con “El jardín olvidado” de kate Morton una exitosa novela. Afortunadamente no viajo con ryan Air, así que no tendré que renunciar a la lectura por exceso de equipaje.

En la sala de espera, debe ser por la alegría del viaje, me parece hasta un libro cálido, incluso acogedor para este espacio vacío e impersonal que es la sala de un aeropuerto, una novelita entretenida con tintes decimonónicos.

Pero en el despegue donde procuro no pensar que es el momento más peligroso del vuelo mi gen materno empieza a funcionar y me digo que no es una buena novela. Entretenida, vale, de fácil lectura, claro. Sin lugar a dudas la autora ha aprovechado bien sus talleres de creación literaria. Comienza bien: un misterio, una niña perdida, el descubrimiento de una joven de que fue adoptada. La acción que transcurre en distintas épocas.

Segunda hora de vuelo, bostezo y comienzo a impacientarme, por qué no me habré traído otra novela. Su prosa es aburrida, ramplona. A ver Ico, pero a quién le importa la prosa. También es verdad. A la gente le gusta que le cuentes, sobre todo batallitas de enredos sentimentales, quieren saber de de intrigas, de misterio.

¿Cuánta gente se detiene y aprecia la belleza de un paisaje? Uhmm….

Pero los personajes son planos, chatos. Tampoco le pidas un master de psicología…

No pero…

Aterrizo en Málaga y me olvido del librito de marras recomendado. A la vuelta vuelvo feliz y decido darle una segunda oportunidad. Pero enseguida decae mi interés: Un cuento de hadas, más personajes buenos y malos, una historia previsible. La revista de vueling me parece ahora más interesante. Pero se lee rápido. Estoy a punto de robarle el periódico al vecino de al lado.

No soy mala, no, bien, tal vez, algo ácida, pero a ver si va a ser mía la culpa de que haya tantas novelas malas. Eso sí, entretenidas. Es ahora lo que se usa, entretener, lo mismo que un programa de tele cinco. A mi madre le encanta, sube el volumen porque ya oye poco y todo el mundo aprovecha y se escapa.

domingo, 16 de octubre de 2011

La hormiga lenta

Había una vez una hormiga que vivía en un palacio. Esta hormiga tenía un hermano que era muy lento e iba muy despacio.

Un día el hermano lento se enamoró y comenzó a ir más deprisa pues su corazón se aceleraba al acercarse a su amada y las piernas le temblaban.

La hormiga que vivía en el palacio y era el rey de todo el hormiguero comenzó a tener celos de su hermano lento pues temía que si iba tan rápido como él un día le quitaría el poder y acabaría viviendo en el palacio.

Pero nada de esto era cierto, la hormiga lenta era feliz y no pedía otra cosa que seguir en su hormiguero con el amor de su amada.

Pero los celos del hermano crecían día a día sin razón. Estos eran tan ardientes que provocaba un incendio allá por donde quiera que fuera. Más que una hormiga parecía un dragón pues por su boca salía una llamarada de fuego a cada palabra que emitía.

Las hormigas del reino empezaron a huir despavorida delante de la presencia del rey pues temían ser chamuscadas a cualquier instante. El palacio se había convertido en un absoluto caos. El fuego no cesaba de salir de la boca del rey destruyéndolo todo. El rey, comprendiendo que él mismo acabaría con su reino acabó aislándose de todos para no provocar más incendios.

Apenado la hormiga lenta por su hermano y apiadándose de él emprendió un largo viaje en busca de los sabios consejos de una araña milenaria que vivía en el fondo del bosque.

Tres noches con sus largos días tardó en llegar hasta el fondo del bosque el hermano lento. Pero finalmente avistó el hueco de un árbol donde la araña tejía incansablemente las redes de la vida.

La hormiga descansando de su largo viaje le contó a la anciana lo que sucedía en palacio. La araña sin dejar de tejar ni un solo momento le explicó que el fuego era provocado por la envidia que le producía el amor que sentían el hermano por él y por el temor a ser destituido.

-Debes entregarle la mano de tu amada a tu rey si deseas que su hechizo sea eliminado- le dijo la anciana araña.

La hormiga lenta no comprendió al principio lo que quería decir, pues aún era algo lenta. Luego tras reflexionar un rato pensó que no podía entregar la mano de su amada a su hermano pues él la amaba y era de igual forma amado por ella.

- Sé lo que piensas, le dijo la araña, pero no hay otra forma de hacer desaparecer el hechizo que sufre tu hermano que entregándole la mano de tu amada.

Apesadumbrada, la hormiga regresó a palacio. Amaba con amor puro y verdadero a su novia pero también quería a su hermano. Pero el reino se destruía sin cesar y el fuego acabaría pronto con todo signo de vida.

Esa noche la hormiga lenta acudió a visitar a su amada que le esperaba impacientemente. La hormiga meditabunda le contó lo que la araña le había dicho. Comprendiendo el sacrificio que debían hacer se abrazaron y juntos lloraron por su amor, pues comprendieron que su felicidad nunca sería completa mientras provocara una desgracia en el hermano y en el reino. Al amanecer los enamorados se separaron para siempre prometiéndose nunca dejar de amarse.

Al día siguiente la hormiga lenta se llegó hasta palacio a visitar a su hermano. Entre ruinas y cenizas su hermano languidecía.

- Apártate de mí si no quieres ser destruido- le dijo el rey.

- No te preocupes que vengo con la solución a tus males- respondió.

Entonces la hormiga le contó lo que la araña le había dicho y la decisión que ambos habían tomado de renunciar al amor en favor de su hermano.

El rey comprendió al instante la grandeza del corazón de su hermano, capaz de renunciar a lo que más quería para que él se curara y comenzó poco a poco y como por arte de magia a apagarse. A lo lejos vio partir a su hermano lento entre los pasillos calcinados.

El día en que se celebraba el enlace del rey todo el hormiguero acudió a palacio. Cuando el rey llegó hasta el altar donde le esperaba una novia triste y su hermano que le acompañaba, se arrodilló ante ambos diciéndole.

- Hermano- dijo el rey sin despedir ni una llamarada- perdona por haber dudado de tu amor, pues ahora sé que este es tan grande que no han dudado en salvarme a mí y a nuestro reino a costa de tu felicidad.

Y mientras decía esto, todos los ciudadanos de palacio comprobaron como el hechizo había desaparecido.

- Tu sacrificio me ha hecho ver que me amabas más que a nada y que no debí sentir celos ni miedo a que ocupases mi cargo. Por mi envidia he sido castigado de esta cruel forma, pero tu corazón me ha salvado. Ya no necesito casarme con tu enamorada, buen hermano. Sed felices y casaros, pues, sólo espero que me perdonéis y que pueda compartir ese amor un día con vosotros.

Entonces se oyeron vítores en todo lo largo y ancho del palacio. Ese mismo día se casaron la hormiga lenta y su amada. El rey acudió a la boda, allí dicen conoció a su amada. Pero esto es parte ya de otra historia.

jueves, 13 de octubre de 2011

Diferentes

Primera hora de la mañana.. Vuelvo de un café rápido y veo a mi compañera de guardia enfrascada en una discusión con un muchacho. Le tomo el relevo. Le digo que mejor me quedo yo con ese grupo y que ella atienda la guardia en el pasillo. Lo acompaño hasta la biblioteca donde están los demás. Son alumnos de AD (Atención
Diversificada, es decir aquellos grupos de alumnos con más dificultades escolares). Son ocho en total, dos de ellos juegan al ajedrez, dos niñas están en el ordenador y otros se aburren en las mesas. Escribo en la pizarra.

“Había una vez…”

- ¿Qué les parece si escribimos un cuento?

- ¿Un cuento? – Me dice desconfiado el muchacho del incidente.

- Sí, venga yo empiezo una frase y ustedes continúan. Por ejemplo, yo empiezo… Había una vez una hormiga que vivía en un palacio… ¿Quién sigue…?

- ¡Yo¡ y…que tenía un hermano lento…

- Vale. Había una vez una hormiga que vivía en un palacio y tenía un hermano lento.

Horas más tarde voy con mi tutoría a la misma biblioteca. Hemos acordado con mi compañero de Educación Especial, un ser creativo y afable donde los haya, creyente del poder curativo de las palabras y de los cuentos, para realizar una especie de cuenta cuentos con los dos grupos. Ambos estamos a la expectativa, vamos a ver qué tal la experiencia.

Primeras reacciones de mi grupo. Todos se preguntan qué hacemos allí, por qué no estamos en clase. Oigo alguna queja airada. Pero inmediatamente se hace el silencio. Escuchan con interés el cuento sobre un pez que se pierden en la biblioteca. Cuando acaba les pasamos unas preguntas. ¿Qué aventuras te gustaría vivir si estuvieras dentro del cuento?

Kevin responde alzando la mano.

- Me gustaría viajar al centro de la tierra.

- ¡Qué interesante¡ - responde mi paciente compañero- ¿Sabes que hay un libro sobre eso?

- No. Hay una peli, yo la vi…

Oliver, un niño con síndrome de down levanta la mano.

- y tú Oliver ¿qué aventura te gustaría vivir?

- Pues a mi-responde lentamente- me gustaría estar arriba, en el cielo, …

- Qué curioso, tu compañero dentro de la tierra y tú encima, ¿encima dónde?

- Sí, para poder ver todos los países, como en un.. (se detiene) globo… y poder decir a tu corazón, ve, no tengas miedo.

Todos los días aprendo y siempre de quien menos me lo espero.


Pintura: mariposas perdidas en la montaña de Oscar Dominguez.

lunes, 3 de octubre de 2011

Teresa


Ese mes había acabado la guerra civil pero eso no había supuesto un cambio inminente en el pueblo. La vida en el campo sufría doblemente los bloqueos que, desde el exterior, sufrían las islas. La gente del campo se llevaba la peor parte, subsistiendo de lo que la tierra buenamente le daba. Pero la tierra daba poco. Era una tierra seca y dur, como sus gentes, cubierta por una capa negra de lapilli para atrapar la humedad de la noche o recoger el agua de la lluvia.

En la ciudad se vivía mejor, o eso al menos creía Teresa, allí tenían el puerto y sus viejos barcos de pesca, que salían a faenar, a pesar de las restricciones. Además había tiendas de aceite y vinagre, como había visto una vez cuando había bajado a casa de su tía Rosalía. Algún día se iría a la ciudad y no volvería más. Odiaba el campo, odiaba la pobreza de sus vestidos y tener sólo un par de zapatos para la escuela y para los domingos.

La muchacha, de apenas ocho años ayudaba a su madre en lo que hiciera falta en la casa. Pero en ocasiones había bajado a la ciudad para visitar a alguna de sus primas bien avenidas, quien la llamaba para que le hiciese compañía y le ayudase con algunos recados.

Ese día dormía en el pueblo cuando oyó a su madre salir de la casa bien entrada la madrugada. Pensaba a dónde se dirigía o si alguna de sus tías se había puerto de parto cuando oyó a su padre en la cocina.

La muchacha permanecía en el más absoluto silencio, temerosa de no moverse, esperando que se olvidara de ella, que no entrara al cuarto. Temía a la furia de su padre. Le daba miedo cuando la miraba con esos ojos claros e inexpresivos. En su inocencia infantil creía la muchacha que su mirada podía atravesarla y conocer todos sus secretos.

Un haz de luz entró por la puerta. Teresa permaneció inmóvil, con los ojos cerrados. El padre, alto y enjuto como una palmera, entró en el cuarto. Sse acercó hasta el lecho y la miró desde su altura.

- Ocúpate tú de la comida.

La muchacha no dijo nada. Con gesto pausado pero enérgico el hombre la cachucha que colgaba tras la puerta. La casa olía leña, a lumbre y a miseria. La niña se puso el vestido de faena y salió hasta el dintel observando la figura de su padre que se alejaba en el horizonte. Amanecía y un viento suave acarició su rostro. Descalza rodeó los muros de la casa y fue hasta al corral. Se acuclilló en la tierra caliente y orinó. Una gallina picoteaba el suelo en busca de granos. Adormilada aún contempló como se acercaba hasta sus pies.

Un enorme deseo cruel y le recorrió el pecho. Podría retorcerle el cuello a este estúpido animal, pensaba, y sentía un desprecio creciente por aquél animal.

La gallina picoteaba con agudos e insistentes picotazos el suelo del corral. Sería una buena pieza, pensaba la niña, una buena sopa para cuando mi padre llegara. Pero sabía que no podía, sólo les quedaban las gallinas y eran ponedoras. Por eso la mira con desprecio apartándola de una patada de su camino. La gallina cacarea débilmente y vuela hasta el extremo del muro que rodea el corral de piedra. Una lagartija corrió a esconderse tras grietas entre las piedras del muro.

Tenía ganas de llorar, estaba enfadada y triste. Hoy era miércoles, el día que había escuela, que venía la monjita al pueblo y ya no podría ir porque tenía que ocuparse de la casa y la comida. Teresa sintió en su joven corazón un sentimiento de injusticia y rabia por igual. No, no era justo, ella quería aprender, le gustaba leer y hacer las cuentas. Quería ser maestra de mayor y vivir en la ciudad. Además sabía que la monjita la quería. La había llegado a elogiar, su primer elogio, por lo rápido que aprendía y lo bien que leía.

Pero soñar no era bueno, los pobres no sueñan, eso decía siempre madre. Sería mejor que empezara a buscar algo para hacer de comer. Se acercó hasta la cocina y abrió las alacenas. Estaban vacías. Sólo unas cebollas se repartían en el suelo del mueble viejo. Buscó entre los sacos de esparto que había enrollados tras la puerta donde había visto poner las papas pero estaban vacíos.

Salió al aire, el calor del día entraba en aquella cocina sin ventanas. Se asfixiaba. Se llegó hasta las tierras pensando que a lo mejor tenía suerte y encontraba alguna papa olvidada de la última cosecha. Caminó entre los surcos que había dejado la última recogida, removiendo con las manos y los pies la tierra pero no encontraba nada. Su madre y sus hermanas habían peinado aquel campo varias veces ya.

El sol levantaba ya sobre su cabeza. Sólo unas nubes grises se vislumbraban en el cielo. Volvió a la casa a buscar de nuevo en la cocina, sin éxito. Cansada de buscar, barrió la cocina y estiró las camas. Luego bajó hasta la aljibe en busca de agua y refrescó el suelo. Justo como su madre le había enseñado.

Entonces oyó a Noel rebuznar dos veces. Se había olvidado de darle de comer. Cuando abrió el cercado para echarle la alfalfa el mulo la empujó con el hocico en el brazo.

- No seas malo Noel - le decía y lo miraba comer satisfecha.

Le acarició el lomo, tomó una brizna de hierba en la boca. Sus ojos tropezaron con el ojo del animal que la miraba. Fue un instante, como si animal y niña pensaran lo mismo. La muchacha se sonrió. Sintió el cosquilleo de las cosas prohibidas y placenteras en la boca del estómago. Sabía que actuaba mal. Pero antes de que Noel protestara o ella se arrepintiera se subió hasta el abrevadero y se montó en su lomo. La puerta del cercado estaba abierta.

- arre, arre- le grita al animal apretando fuertemente los pies contra los costados.

El mulo comenzó a andar despacio, desconfiado. Arre, gritaba la muchacha llena de júbilo, arre, y se agarraba de la crin y le daba con los pies en la barriga.

De pronto, Noel, olvidando por unos momentos que era un mulo, empezó a trotar como un caballo. Teresa reía, agitando la crin del caballo y gritando enfurecida. La muchacha parecía que volaba tan ligero iba la bestia con la carga encima. Llegaron hasta la acequia detrás de la Molina, atravesaron el cercado de casas que se esparcía bajo la falda de la montaña. Parecía que el animal, orgulloso de contentar así a la niña, trotaba con más ahínco.

A la vuelta, pausado ya el trote, se detuvo a beber agua de la acequia. La muchacha se descabalgó de un brinco. Le mojó el lomo con las mano y lo metió, sudoroso y resoplando aún, en el cercado.

El sol estaba ya en lo alto. La muchacha había recordado que debía buscar algo para hacer la comida. Fue de nuevo hasta las tierras y removió el suelo, el cabello húmedo y la frente goteante aún por el paseo. Escarba con las uñas la tierra seca, cubierta de lapilli, buscando más profundamente, saliéndose incluso de los contornos de donde sabían que habían plantado. Se detuvo a mirar un gusano amarillo y gordo que se enroscaba sobre sí mismo. Lo movió con una caña obligándolo a desenroscarse. Encorvada en la tierra no se dio cuenta de que el padre se le acercaba. El cielo se ensombreció de pronto. Teresa levanto el rostro y vio que era su padre quien lo cubría.

- ¿y la comida?

- no encuentro nada para comer- respondió con un temblor en la voz..

Entonces el hombre comenzó a golpearla con una vara, una y otra vez, en las piernas, en los brazos, en la cara. Teresa se enroscaba como el gusano mientras los golpes, que hacía o silbar el aire, caían sobre su cuerpo menudo y raquítico. La muchacha lanzaba un aullido de dolor a cada fusta. En el cercado el lastimero rebuzno de Noel atravesaba el aire y llegaba hasta la costa.