viernes, 29 de abril de 2011

El tiempo huye

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Cuando entró en aquél bar los pies le temblaban ligeramente. Y no era para menos, iba el encuentro de la mujer de su vida y apenas tenía una hora para convencerla de ello. Con una sonrisa ladeada y nerviosa se sentó frente a la camarera de aquel bar

-Qué tomas- le dijo.

- Una cerveza- respondió con apenas un hilo de voz.

De pronto no supo qué hacer con sus manos, miraba a la mujer de la barra, su mirada se deslizó por su espada morena, entallada en aquel vestido azul y naranja. Sintió que su corazón se volvía tan blando como plastilina. Agradeció que el bar estuviera semivacío y que la música sirviera de pantalla para decir lo que tenía que decir. La camarera vació la cerveza en medio vaso, mientras, ella contemplaba absorta sus dedos finos, sus manos morenas, sus uñas tan cuidadas como siempre. Ascendió hasta sus pechos generosos, su cuello, su boca que sonreía. ¿La reconocería? Sabía que ese instante era definitivo, concluyente. Por un instante se miraron profundamente. Ella preguntado con los ojos lo que no se atrevía a decir con la boca. Por un momento pareció que…

-¿unos manices?- le dijo sonriente la camarera.

- Sí gracias.

La mujer que no sabía dónde colocar sus manos, sintió como su estómago se le encogía de repente. Miró a su alredor, un hombre visiblemente borracho bebía y fumaba en una mesa. Recordó con satisfacción que en ese tiempo aún no había llegado la ley antitabaco a España. Buscó nerviosa en el bolso el paquete de tabaco. Rebuscó el mechero entre las mil cosas que llevaba en su bolso, siempre era un desastre para encontrar cosas en el bolso. Observó un segundo a una pareja de enamorados que, acaramelados en una mesa al fondo, se miraban a los ojos. Pero ninguno de los dos fumaba. La camarera pareció leerle el pensamiento y la luz del mechero encendió su rostro, sus ojos brillaron de curiosidad.

- Lucía - dijo.

La camarera la miró desconcertada.

-Sí, me llamo así. Me ¿conoces?

-No imaginas cuánto. Respondí.

-¿Sí? ¿Y de qué?

Ahora desconfiaba, pensó, conocía cada matiz de su voz, cada inflexión.

- Es difícil de explicar, acertó a decir -Sonreí.-Tú también me conoces a mí.

-¿A sí? ¿Pues no recuerdo, corazón.

Entonces supo que tenía que explicarle, que ella odiaba las imprecisiones, que era excesivamente susceptible con todo lo referente a su persona.

Nos conoceremos mejor en el futuro, pero entonces será demasiado tarde, ensó, pero aquello no se lo podía decir ahora, o pensaría que estaba loca.

-Es importante que me creas, Lucía.

La mujer se acercó un poco más, casi rozaba su rostro.

-Te conozco tanto como tú a mí. Debes creerme. Te quiero como nunca he querido a nadie, con un amor desesperado, desgarrado y tierno.

La camarera dio respingo.

- Ah bueno. ¿Cómo así, corazón?

Aquello iba de mal en peor, cuando ella decía corazón, no era sincera, conocía tan bien todas sus expresiones.

-Escúchame, no estoy borracha, ni loca, ni colocada, apenas tengo una hora para explicártelo todo, y no sé si podré, sólo puedo decirte que debes dejar esto Lucía o luego será demasiado tarde.

La camarera nerviosa se había puesto a limpiar los vasos ya brillantes de por sí.

- ¿Dejar el bar? ¿Tarde para qué? Señora, me da que usted se confunde.

- No. Escúchame. Este bar que acabas de coger, te traerá problemas, conocerás a mala gente, perderás la fe y las esperanzas en todos y te irás, luego conocerás a otra persona, pero volverás y ya será demasiado tarde, porque entonces tú te irás para siempre.

-No entiendo, mijita, dejar esto, y de qué vivo, corazón.

- En el futuro habrás querido no estar aquí, respondí, tú me lo dirás varías veces. Por eso, si dejas esto ahora, quizás tengamos una posibilidad en el futuro.

-Hablas raro, cosas que no entiendo. Yo nunca la he visto a usted, ni sé de qué me habla. Conoce usted mi nombre, pero yo no sé porqué viene con esos cuentos.

La mujer de la barra se llevó las manos abierta a la cabeza, se cubría el rostro. La voz se le quebraba ya.

- Lucía, escúchame, es importante que lo hagas, nos vamos a conocer y a amarnos en el futuro, dentro de tres años, ahora no me conoces, pero luego será tarde… Nuestro amor será un gran amor, pero un amor imposible si sigues aquí, porque cuando yo te conozca ya te estarás yendo.

- Se confunde usted -respondió ofendida la camarera -a mi no me gustan las mujeres.

Entonces recordó que aquél bar no era de ambiente, que Lucía nunca estuvo en esa época fuera del armario, que negaría todo lo que le dijera. Se sintió mareada, con una angustia creciente en la boca del estómago.

.De pronto comprendió que su esfuerzo era inútil. Aquello no iba a dar resultado El tiempo no se reinvertía aunque ella hubiese entregado su alma para poder hacerlo. Era imposible intentar cambiar el pasado, prevenir el futuro. Sólo el deseo desesperado de salvar su partida le había hecho hacer aquel viaje loco, aquél intento suicida. Con amargura comprendió que ella nunca le creería.

No obstante, podría haberle contado toda su vida, con toda suerte de detalles, porque ella se la contaría tres años después, cuando ya no hubiese remedio. Pero aquello tampoco serviría. Lucía, la camarera que la miraba de hito en hito, desconfiaría aún más de aquella mujer loca de la barra con los ojos encendidos que le declaraba su amor y le pedía que dejara el bar.

Como una punzada, como la flecha lanzada, la palabra dicha, el tiempo no vuelve hacia atrás, ni da nuevas oportunidades. Ella se iría para siempre, eso era lo único cierto y concluyente, y esta fría soledad que recorre todos los tiempos, que va y regresa, que vuelve y se queda, siempre igual, siempre nueva.

martes, 26 de abril de 2011

rosa rosae


Últimamente proliferan las novelas de ciencia ficción, o quizás sea yo la que tropiezo con ellas, pienso en Murakami y el fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, o La carretera de Cormac McCarthy, y otras tantas.

La aparición o renovación de este género tal vez tenga que ver con los desastres ecológicos, catástrofes, y demás hecatombes que sufre este maltratado planeta de unos años acá. Es normal, pues, que numerosos escritores fabulen y hagan distintas hipótesis sobre lo que será el fin del mundo, o qué paisajes, gentes o ideología prevalecerá en ese mundo venidero.

No obstante, este género, lejos de ser fácil, requiere de una desbordante imaginación y una no menos delicada ingeniería en su elaboración. Crear un mundo nuevo, futurible, posible y creíble supone siempre un manejo experto de la prosa, pero también una viva imaginación. Y si se hace bien, este género es único en embargarte y abstraerte en ese mundo ficticio con una facilidad que no la tiene la novela realista en donde prima lo racional y lo lógico.

Temblor de Rosa Montero recrea un una historia basada en un mundo futuro que amenaza con desaparecer para siempre. La validez de la obra está en adelantarse a toda esta nueva oleada de literatura de ficción. Se editó por primera vez en 1990, además guarda la capacidad de intriga y misterio hasta la última página. Tiene la historia mucho de Alicia en el país de las maravillas, o de las mil y una noche, pero también del planeta de los simios y una moraleja: la necesidad de recordar la historia y guardar la memoria.

He de confesar que escogí este libro porque tenía la intención de leer su último libro Lágrima en la lluvia y quería ver cómo había evolucionado en su trayectoria novelística, pues Temblor es su primer libro de de ciencia ficción. Pero, además, porque siempre he respetado a esta escritora, me ha parecido una de las personas más coherente e íntegras en su trayectoria literaria, alejada de, mundillo de los místicos o los modernos, escribe a golpe de vida, manejando una gran cantidad de registros, siendo capaz de escribir una magnifica columna o en el periódico El País o de crear con sorprendente maestría mundos imaginarios. Así lo hizo con la historia del rey transparente (mi novela favorita de esta autora, hasta el momento)

Sin embargo, la colección de cuentos Amantes y enemigos no despertó en mi gran interés, historias comunes de parejas, relaciones de parejas, el amor y el desamor como telón de fondo. En la primera página reconoce la autora que prefiere hacer novelas a cuentos pues éstas le permiten “…pone un largo e incierto viaje al mundo fabuloso de lo imaginado y en ese vasto territorio cabe casi todo”. Hoy mismo comienzo con Lágrimas en la lluvia.

jueves, 21 de abril de 2011

20 abriles más o menos


Ayer cumplí 20 abriles, más o menos, quizás fue ayer o antes de ayer, nunca lo sabré. Mi madre tampoco está muy segura. Hace tiempo me contó una historia que me pareció verídica.

Como los hijos se parían en casa, mi madre tuvo diez, eran las mismas madres o algún familiar, en este caso, mi abuela, la encargada de ir a apuntarlos en el registro civil. Pero había un problema, si no se registraba el mismo día del nacimiento se penaba con una multa, por lo que era común falsear la fecha de nacimiento, en un día o dos, según los fueran llevando a registrar. Tampoco está muy segura de la hora. Por lo que, basándome en lo que dice DNI, que consto como nacida el 20 de abril, a provecho para celebrarlo más o menos en esa fecha.

Así, cuando le cuento a la gente que me felicita o que se olvida y lo hace al día siguiente, suelo explicarles lo que les he contado. No es cosa que me importe demasiado la fecha de mi nacimiento, la imprecisión, la indefinición, la incertidumbre, la inseguridad, son aspectos que van bien con mi persona, sólo que por ejemplo nunca sabré con exactitud mi carta astral pero me da una gran ventaja que es celebrar mi cumple durante más o menos una semana.

Ayer empecé, que es la fecha oficial y lo acabaré el 23, día del libro, que más. Por lo que en esta semana me permitiré hacer más o menos lo que quiero,es decir; disfrutar de los sentido, buen comer, buen dormir... Todos esos placeres de los sentidos que los arianos sabemos sacarle tanto partido.

Ayer fecha oficial, me sentí muy querida, todos esos mensajes y llamadas recibidas en el face, al móvil, y aunque telefónica (esa compañía que gana tanto dinero y que va a despedir al 20% de los empleados) se empeñó en dejarme sin teléfono y sin Internet durante toda la jornada, pudieron contactar, de alguna forma, conmigo de alguna forma. Asombrada estoy de toda esa gente que se acuerda de mi cumpleaños, yo, que nunca me acuerdo del de nadie,

Por eso aprovecho para decirle gracias, a todos lo que me han felicitado, a los amigos, a quienes me leen y me siguen, a la vida misma que me dejado disfrutarla tanto tiempo.

Así que quedan todos invitados a celebrar el sábado 23 en mi casa mi cumpleaños. Habrá día soleado, mucha cerveza, vino, comida, gente con ganas de disfrutar de la música, de la conversación, del baile, del desenfreno, de la vida misma que es maravillosa.

Por cierto, mi madre me llamó anoche para felicitarme y decirme que había recordado que había sido por la noche cuando nací. Después de atosigarla tantos años para que recordara exactamente la fecha de mi nacimiento, ayer me llamó, animada, para decir que había recordado de pronto ese dato. No sabiendo, la buena mujer, que añadía una incertidumbre más a mi vida. Si fue pasada un minuto de las doce, ya soy Tauro.

domingo, 17 de abril de 2011

No te vayas


No te rindas

No desesperes

No te resignes

No te aferres

No renuncies

No te vendas

No desfallezcas

No me niegues

No reniegues

No te hundas

Corazón

Que no hay más abismos en qué caerse muerto.

Pero si caes

Corazón en el desaliento

Y no estoy a tu lado para sostenerte

No piense que

No te quiero

No te espero

No te añoro

No te pienso

Estoy aquí

En el mismo sitio

Donde me dejaste

Y conmigo vas

hambre palpitante

Hueso inerte

Manto gris de tristeza

Comezón suicida

Piel muerta.




Fotografía de Man Ray

lunes, 11 de abril de 2011

La fiera

La angustia se apresa a mí como un animal furioso y ávido de carne en la noche. Comienza lentamente a devorar mi carne, recorre mis venas y mis miembros, con paciencia ilimitada, incesante, hasta llegar al centro de mis vísceras. Ahí, se detiene. Se ceba detenidamente en mi estómago, se alimenta de mi sosiego y yo, asisto silenciosa al derrumbe, a esta antropofagia de mi propio cuerpo. He olvidado todo lo que había que hacer para no oír a la fiera, para no volverme loca, pero ella está ahí royendo sin denuedo mi vientre. Si afino mi oído puedo oír el cric cric corrosivo de sus dientes en mi cuerpo.

Deambulo por las estancias como una fiera enjaulada, el cabello desmadejado, los ojos encendidos. Temo ver mi reflejo alterado en el espejo pues hasta las criadas me rehúyen asustadas. Debo intentar, hacer, entretener mis horas, no pensar, pero todos mis actos se vuelven inútiles y sin sentido.

Desde la ventana he visto al mensajero de Sir. Drake entrar en el jardín. No lo he dejado llegar siquiera. He bajado las escaleras corriendo, apresándome los faldones para recoger la nota negra antes de que pudiera servírmela el criado en bandeja. He rasgado el papel y he leído su caligrafía segura y regia.

No he esperado a que el mensajero se perdiera en su caballo negro para llamar al cochero, le he pedido que prepare los caballos para un largo viaje y que lo haga presto. Sin reposo he dispuesto a los criados y a las doncellas, he dado órdenes para mi ausencia. Me he alisado yo misma el cabello pues no soportaba las manos lentas de mi doncella y me he puesto unos afeites para aplacar el calor de mi rostro. Las doncellas me siguen hasta el carruaje cubriéndome con una capa mi cuerpo. Le he dado presurosa unas monedas al cochero para que corra como si mil demonios lo siguieran. Pero nada es tan rápido como mi deseo, por eso le grito con una voz que desconozco desde la ventana de la diligencia, más fuerte, más fuerte.

Siento crujir las piedras del camino bajo las ruedas, y a la fiera rugir a cada enviste de las cascos de los caballos. Hay aún un largo trecho hasta la mansión de Sir Drake, llegaré antes de medianoche. Para entretener la angustiada espera, imagino su rostro en medio de la estancia iluminada por el fuego de la chimenea, las rojas alfombras, el terciopelo negro. Lo veo frente a mí, con su rostro virginal, mientras me sirve la roja copa de vino. ¿Quién es el que tanto poder sobre mí ejerce? ¿Quién él, cuando recostado en mi pecho sus cabellos cubriendo mis senos, deja caer sus lágrimas sobre mi cuerpo? ¿Quién, cuando su mirada hiriente y fría me olvida y me arroja fuera de su lecho llamándome concubina?¿ Es un ángel o un demonio?

Pues yo, la Condesa sangrienta, como así me llama el pueblo, estoy a voluntad y merced, de aquél que hechiza mi voluntad y mi deseo. ¿Quién es y qué poder tiene sobre mí aquél que es capaz de llevarme al abismo o al séptimo cielo? ¿Quién al que me arrastro entre las sombras y al que no puedo dejar de acudir a su llamada?

¿Por qué esta ansia insaciable de verlo, por qué aúlla mi corazón desgarrado y sólo descansa cuando mis ojos alcanzan a verlo? ¿Quién por el que soy capaz de atravesar esta distancia, a galope si hiciera falta, y reventar a los caballos para llegar hasta a su encuentro? Más deprisa, más deprisa, cochero.

Tengo que llegar, he de llegar, allí, donde la sangre y la piel me llama.

Yo, la Condesa sangrienta, corro desatada en medio de la noche, furiosa conmigo misma por mi deseo, perdida la razón de mi linaje, corro como una criada arrebatada en fuego a deshacerme entre sus besos.

Mientras oigo restallar la fusta sobre los caballos, mi cuerpo se eriza, mi cerebro refulge, deliro, ansío su presencia. La sangre me posee insaciable y debo acudir y comer y beber en los pastos de sus senos.

¿Ha de ser así el furor del guerrero, el ardor del deseo? Más fuerte, más fuerte voy a curar su herida con mi boca insaciable, voy a regar su huerto con mis entrañas, he de fundirme en su carne y apaciguarme. Más fuerte, más fuerte. El cochero es demasiado lento y viejo. La fiera es rápida, rápida, le grito, la fiera no teme a la muerte.

Sir Drake también me espera, lo sé, sin embargo, él viene de otra batalla, él ha desatado los abismos que encierra mi cuerpo, él regresa de otras guerras que no imagino, rugiendo como un león, bravo, de embalsamar muertos. Todos lo temen, menos yo que estoy hecha de su misma esencia.

Sin embargo, nuestros pueblos se detestan, nuestras mentes nobles se aborrecen. Tantas son las distancias que no separan que la menor distancia es la muerte.

Veo la luz en sus aposentos, sé que me espera y me río, como una cascada, mi risa gorgojea en la noche como un animal asustado. Oigo bajo mis pies el crepitar de las hojas secas y mi suerte que se acerca. Sólo tengo que ser paciente, sentarme en su mesa y beber de su vino, halagar sus sentidos, ser dulce y embriagadora como una serpiente, someterme a su desprecio, si así hoy lo quiere. He de ser sigilosa, sinuosa en mis defensas, esperar a que deshaga la cárcel de largas esperas a las que me somete.

Estaré al acecho como un animal herido, y será entonces, cuando Sir Drake olvide las batallas cruentas que le embargan, cuando comenzará nuestra guerra. En el lecho de seda roja, mi cuerpo se desnudará perfumado sobre el suyo y seré yo en ese momento quien domine al que me vence. Y será ahí, entre caricias de huríes y las palabras más dulces, henchida de la sangre inocente de las doncellas, en delicioso combate cuerpo a cuerpo, tu renunciando ,yo atrayéndote, cuando te devoraré lentamente. Nuestra sangre estallará para mezclarse y reconocerse, y entonces, sólo entonces, se aplacará la fiera, y del mundo ya olvidados, sólo oiré a nuestros cuerpos restallando como posesos entre los pastos y las reses.

Imagen: la condesa sangrienta Erzebet Bathory

jueves, 7 de abril de 2011

La frágil línea

Escribir es un proceso doloroso, a veces angustiante. Un hecho fortuito, el hecho de que un escrito tuyo pueda afectar a tu vida y a la de los tuyos puede impedirte escribir durante muchos años.

Cuando estaba en el internado Antonia White quiso escribirle a su padre un libro sobre la conversión de los hombres malos en buenos a través del catolicismo. Pero lo que quiso ser un regalo se convirtió en el motivo de su expulsión del colegio, y por lo tanto motivo de vergüenza para la escritora. Este hecho anecdótico le supuso veinte años de silencio. Fue, después, tras la muerte de su padre, cuando se atrevió a escribir y relatar lo sucedido.

En Más allá del cristal, la protagonista, una joven imaginativa y sensible, trasunto de la propia escritora, nos describe una parcela de su vida, el abandono de su primer marido, con el que no pudo consumir el matrimonio, el enamoramiento de un joven y el acceso de locura que le llevó a estar un año internada en un manicomio. La novela se lee con fluidez y emoción, pues sabemos que es la sangre de la propia autora la que se vierte para intentar explicar, las visiones, el desdoblamiento del yo, la sensación de irrealidad la pérdida de la auto-confianza. Es curioso observar como esta enfermedad mental sobreviene justo en el proceso de enamoramiento, cuando los sentimientos amorosos están más álgidos, cuando la fusión con el otro le lleva hasta el grado de saber lo que siente cuando éste no está; como si el amor así vivido, tuviese en su mismo germen la semilla de la locura. En pocas novelas se ha descrito con tanta precisión y maestría la frágil línea que separa la cordura de la locura.

White (1906) novela su propia vida en todos sus libros, pero siempre con dolor, nunca dejó de sentirse culpable ante lo que escribía, quizás producto de su primera y frustrante experiencia en el internado. Nunca superó del todo esto, pues jamás encontraría el placer de creación. La inseguridad siempre acompañaría a esta escritora de raza que se debatía entre la inseguridad y el miedo, y que, a pesar de esto, lo hace, escribiendo una trilogía sobre su vida. La sensación de irrealidad nunca la abandonaría, cuando esto le ocurría acudía a la estantería para escoger uno de sus libros anteriormente escritos y comprobar que lo había escrito ella y que era capaz de volver a hacerlo.

Mas allá del cristal es un libro bien construido, con una escritura apasionada y precisa, que nos muestra la vida de una joven con fuertes creencias religiosas, que se analiza y se pregunta, auto construyéndose, pero sobre todo, que es capaz de perder la razón y volver con la fuerza necesaria para contárnoslo.

martes, 5 de abril de 2011

Alegoría de la pobreza



Catalina Viera Dosantos odiaba por encima de todo ser pobre, por lo que, desde que tuvo uso de razón todo su empeño se volcó en dejar de serlo. Dispuesta a renunciar a ese estado al que ningún ser de este planeta debe estar abocado, se juró a sí misma, que ni ella ni ninguno de los suyos, pasaría nunca más hambre. Para conseguirlo no tuvo más remedio que partir de viaje hacía el viejo continente.
Cuando la mujer que odiaba por encima de todo ser pobre llegó al viejo continente se sentó frente al televisor, arma de destrucción masiva donde las haya, y dejándose llevar por las imágenes atrayentes de los anuncios publicitarios y las vida que veía pasar a través de la pantalla, se instruyó metódicamente sobre el hecho de dejar de ser pobre. De esta forma, angustiada y en constante necesidad de compra, resolvía con eternas dudas lo difícil que resultaba dejar de ser pobre si para ello había de comprar tal cantidad de cosas.
En ese lado del hemisferio se encontraba Ana Magnani. No, no era la actriz italiana, pero se le parecía bastante, mujer compleja donde las haya, poseía, por el contrario, todas las prebendas con las que el estado del bienestar te puede agasajar, una hipoteca en eterno crecimiento, un trabajo al que desearía renunciar y sobre todo las eternas ganas de mandarlo todo a freír espárragos.
Por una burla del destino, se encontraron en el mismo espacio y tiempo y como sea que el amor busca juntar a los pares y los contrarios, nació el amor entre ellas.
Ana Magnani, se entregó al amor como sólo las mujeres desprendidas saben hacerlo, como si en el amor mismo hallasen la cura y la sal de sus heridas, por lo que le dio a Catalina dos santos el único tesoro que poseía: su corazón.
Sin embargo, para la mujer que odiaba por encima de todo ser pobre, instruída en la ley del comercio, nada era suficiente. Además, aquella alma, desconfiada por naturaleza, no aceptaba ninguna ayuda que no fuera de su propio esfuerzo, detestando en su fuero interno ser ayudada por nadie, pues pensaba que todo lo que le fuere dado, algún día se lo pedirían o se lo echarían en cara, volviendo a caer de nuevo, en la misma pobreza.
Por lo que llegó el día, inevitable por otro lado, en el que la mujer que deseaba desprenderse de todo, harta de intentar comprender a la mujer que odiaba ser pobre y queriendo saber los verdaderos motivos que llevan a los seres a darle tanta importancia a la riquezas, caviló en que debía conocerlos in situ, y decidió embarcarse rumbo al nuevo continente.
Allí, por su puesto, halló las razones que andaba buscando, y no sólo eso sino que encontró lo que siempre había soñado, deshacerse de todas sus escasas propiedades inexistentes y dedicarse por completo al cuidado y la doma de caballos salvajes.
Mientras, en el viejo y destartalado mundo, frente a un televisor siempre encendido, continua la mujer que odia por encima de todo ser pobre, y en su empeño de dejar de serlo, acumula, unos tras otros toda clase de objetos.

viernes, 1 de abril de 2011

hombre normal de cada día

Cada mañana al despertar sentía su mano entre mis piernas ascendiendo como un reptil pegajoso y caliente hacia mi sexo dormido. Entonces me levantaba sobresaltada como si fuese una pesadilla. Pero no era lo era. La mano del hombre seguía ahí, mientras yo me revolcaba, intentando zafarme de aquellos dedos largos, de aquella mano blanda y húmeda que me horadaba.

Recuerdo, aún hoy, esa mano, su textura, su forma, como la un animal asqueroso y baboso viniendo hacia mí. No recuerdo qué edad tenía. En el deseo de olvidar todo lo vivido, olvidé muchas cosas, que era una niña, que no podía gritar porque él me tapaba la boca, que mi madre me no me oía.

Cada mañana sus labios húmedos y finos sobre los míos me despertaban. Su lengua ansiaba traspasar una y otra vez la muralla de mis labios cerrados. Yo me revolvía, me quejaba, intentando apartarlo de mi lado. Pero él siempre estaba ahí, acechante, hombre normal de cada día, esperando encontrarme a solas, para acorralarme detrás de las puertas o en las habitaciones vacías.

Cuánto tiempo duro aquello. No lo sé. He olvidado casi todo, salvo la sensación de un despertar tormentoso, de unos labios que se acercan empujándome, acorralándome, de unos dedos que se cuelan entre mis piernas, hacia mi sexo y me invaden.

Lo peor era el silencio, la soledad, el secreto.

Él manipuló todo idea de rebelión en mí, haciéndome sentir culpable de sus sentimientos. Él justificaba sus actos diciéndome que me quería, que estaba enamorado de mí, que nadie me querría como él y que por eso, no podía evitarlo. Solo más tarde, mucho tiempo después comprendí que aquello no era amor. Pero tuve que salir de él y huir de mí para comprender que el verdadero amor no manipula, no fuerza, no obliga.

Él me obligó a callar, nadie me creería, no podía escapar, no podía hablar; y así poco a poco y en silencio fue fraguando lentamente el menoscabo a mi cuerpo. El odio al amor y a mí misma. Sí, he de ser sincera, él ganó la batalla, fueron muchos años de esconderme, de aislarme en mi mundo, de luchar contra el enemigo. Tuve que vivir mil vidas, envilecerme, degradarme y olvidarme para saber reconocer en él a un enfermo y a mí una víctima.

Sin embargo, yo, que lo olvidé casi todo, no olvidé esa mano viniendo hacia mí esa boca acuosa apresándome y esa sensación de angustia al levantarme.

Entonces envejecí. Fui vieja siempre. Me entregué al sexo y al amor, como si nada importara, en realidad, nada me importaba, porque ya los términos estaban invertidos de una vez y para siempre.


Pintura de Edward Hoper "summer interior"