lunes, 3 de octubre de 2011

Teresa


Ese mes había acabado la guerra civil pero eso no había supuesto un cambio inminente en el pueblo. La vida en el campo sufría doblemente los bloqueos que, desde el exterior, sufrían las islas. La gente del campo se llevaba la peor parte, subsistiendo de lo que la tierra buenamente le daba. Pero la tierra daba poco. Era una tierra seca y dur, como sus gentes, cubierta por una capa negra de lapilli para atrapar la humedad de la noche o recoger el agua de la lluvia.

En la ciudad se vivía mejor, o eso al menos creía Teresa, allí tenían el puerto y sus viejos barcos de pesca, que salían a faenar, a pesar de las restricciones. Además había tiendas de aceite y vinagre, como había visto una vez cuando había bajado a casa de su tía Rosalía. Algún día se iría a la ciudad y no volvería más. Odiaba el campo, odiaba la pobreza de sus vestidos y tener sólo un par de zapatos para la escuela y para los domingos.

La muchacha, de apenas ocho años ayudaba a su madre en lo que hiciera falta en la casa. Pero en ocasiones había bajado a la ciudad para visitar a alguna de sus primas bien avenidas, quien la llamaba para que le hiciese compañía y le ayudase con algunos recados.

Ese día dormía en el pueblo cuando oyó a su madre salir de la casa bien entrada la madrugada. Pensaba a dónde se dirigía o si alguna de sus tías se había puerto de parto cuando oyó a su padre en la cocina.

La muchacha permanecía en el más absoluto silencio, temerosa de no moverse, esperando que se olvidara de ella, que no entrara al cuarto. Temía a la furia de su padre. Le daba miedo cuando la miraba con esos ojos claros e inexpresivos. En su inocencia infantil creía la muchacha que su mirada podía atravesarla y conocer todos sus secretos.

Un haz de luz entró por la puerta. Teresa permaneció inmóvil, con los ojos cerrados. El padre, alto y enjuto como una palmera, entró en el cuarto. Sse acercó hasta el lecho y la miró desde su altura.

- Ocúpate tú de la comida.

La muchacha no dijo nada. Con gesto pausado pero enérgico el hombre la cachucha que colgaba tras la puerta. La casa olía leña, a lumbre y a miseria. La niña se puso el vestido de faena y salió hasta el dintel observando la figura de su padre que se alejaba en el horizonte. Amanecía y un viento suave acarició su rostro. Descalza rodeó los muros de la casa y fue hasta al corral. Se acuclilló en la tierra caliente y orinó. Una gallina picoteaba el suelo en busca de granos. Adormilada aún contempló como se acercaba hasta sus pies.

Un enorme deseo cruel y le recorrió el pecho. Podría retorcerle el cuello a este estúpido animal, pensaba, y sentía un desprecio creciente por aquél animal.

La gallina picoteaba con agudos e insistentes picotazos el suelo del corral. Sería una buena pieza, pensaba la niña, una buena sopa para cuando mi padre llegara. Pero sabía que no podía, sólo les quedaban las gallinas y eran ponedoras. Por eso la mira con desprecio apartándola de una patada de su camino. La gallina cacarea débilmente y vuela hasta el extremo del muro que rodea el corral de piedra. Una lagartija corrió a esconderse tras grietas entre las piedras del muro.

Tenía ganas de llorar, estaba enfadada y triste. Hoy era miércoles, el día que había escuela, que venía la monjita al pueblo y ya no podría ir porque tenía que ocuparse de la casa y la comida. Teresa sintió en su joven corazón un sentimiento de injusticia y rabia por igual. No, no era justo, ella quería aprender, le gustaba leer y hacer las cuentas. Quería ser maestra de mayor y vivir en la ciudad. Además sabía que la monjita la quería. La había llegado a elogiar, su primer elogio, por lo rápido que aprendía y lo bien que leía.

Pero soñar no era bueno, los pobres no sueñan, eso decía siempre madre. Sería mejor que empezara a buscar algo para hacer de comer. Se acercó hasta la cocina y abrió las alacenas. Estaban vacías. Sólo unas cebollas se repartían en el suelo del mueble viejo. Buscó entre los sacos de esparto que había enrollados tras la puerta donde había visto poner las papas pero estaban vacíos.

Salió al aire, el calor del día entraba en aquella cocina sin ventanas. Se asfixiaba. Se llegó hasta las tierras pensando que a lo mejor tenía suerte y encontraba alguna papa olvidada de la última cosecha. Caminó entre los surcos que había dejado la última recogida, removiendo con las manos y los pies la tierra pero no encontraba nada. Su madre y sus hermanas habían peinado aquel campo varias veces ya.

El sol levantaba ya sobre su cabeza. Sólo unas nubes grises se vislumbraban en el cielo. Volvió a la casa a buscar de nuevo en la cocina, sin éxito. Cansada de buscar, barrió la cocina y estiró las camas. Luego bajó hasta la aljibe en busca de agua y refrescó el suelo. Justo como su madre le había enseñado.

Entonces oyó a Noel rebuznar dos veces. Se había olvidado de darle de comer. Cuando abrió el cercado para echarle la alfalfa el mulo la empujó con el hocico en el brazo.

- No seas malo Noel - le decía y lo miraba comer satisfecha.

Le acarició el lomo, tomó una brizna de hierba en la boca. Sus ojos tropezaron con el ojo del animal que la miraba. Fue un instante, como si animal y niña pensaran lo mismo. La muchacha se sonrió. Sintió el cosquilleo de las cosas prohibidas y placenteras en la boca del estómago. Sabía que actuaba mal. Pero antes de que Noel protestara o ella se arrepintiera se subió hasta el abrevadero y se montó en su lomo. La puerta del cercado estaba abierta.

- arre, arre- le grita al animal apretando fuertemente los pies contra los costados.

El mulo comenzó a andar despacio, desconfiado. Arre, gritaba la muchacha llena de júbilo, arre, y se agarraba de la crin y le daba con los pies en la barriga.

De pronto, Noel, olvidando por unos momentos que era un mulo, empezó a trotar como un caballo. Teresa reía, agitando la crin del caballo y gritando enfurecida. La muchacha parecía que volaba tan ligero iba la bestia con la carga encima. Llegaron hasta la acequia detrás de la Molina, atravesaron el cercado de casas que se esparcía bajo la falda de la montaña. Parecía que el animal, orgulloso de contentar así a la niña, trotaba con más ahínco.

A la vuelta, pausado ya el trote, se detuvo a beber agua de la acequia. La muchacha se descabalgó de un brinco. Le mojó el lomo con las mano y lo metió, sudoroso y resoplando aún, en el cercado.

El sol estaba ya en lo alto. La muchacha había recordado que debía buscar algo para hacer la comida. Fue de nuevo hasta las tierras y removió el suelo, el cabello húmedo y la frente goteante aún por el paseo. Escarba con las uñas la tierra seca, cubierta de lapilli, buscando más profundamente, saliéndose incluso de los contornos de donde sabían que habían plantado. Se detuvo a mirar un gusano amarillo y gordo que se enroscaba sobre sí mismo. Lo movió con una caña obligándolo a desenroscarse. Encorvada en la tierra no se dio cuenta de que el padre se le acercaba. El cielo se ensombreció de pronto. Teresa levanto el rostro y vio que era su padre quien lo cubría.

- ¿y la comida?

- no encuentro nada para comer- respondió con un temblor en la voz..

Entonces el hombre comenzó a golpearla con una vara, una y otra vez, en las piernas, en los brazos, en la cara. Teresa se enroscaba como el gusano mientras los golpes, que hacía o silbar el aire, caían sobre su cuerpo menudo y raquítico. La muchacha lanzaba un aullido de dolor a cada fusta. En el cercado el lastimero rebuzno de Noel atravesaba el aire y llegaba hasta la costa.

16 comentarios:

alejandra dijo...

Maravillosa y dura história... Eres fantástica. Te quiero

emejota dijo...

Nos has ofrecido una visualización perfecta en la narración. Besso.

Belén dijo...

Y que Canarias sea siempre la gran olvidada...

Besicos

TORO SALVAJE dijo...

Ese padre se merece un infarto.

Besos.

Susana Peiró dijo...

Palabra a palabra, línea a línea nos dibujaste a Teresa, tan viva estaba en nosotros que sentimos junto a ella el dolor de la fusta hacia el final.

Priscila Lopes dijo...

clavó un cuchillo en mi pecho!

excelente.




saludos, mi querida!

Priscila Lopes dijo...

ah, tengo un texto mio en español "Mundo can". Cortesía de un amigo argentino. Se puede leer en mi blog!

JOAQUIN DOLDAN dijo...

gran historia

Esilleviana dijo...

jaja ...
no profe. bien planteadas las CCBB, pueden tener cierto sentido, no crees??

ahora termino de leer tu post.

Esilleviana dijo...

estoy de acuerdo con A., es una narración muy severa, donde la niña protagonista y los niños protagonistas de aquella época soportaron el sufrimiento, las penas y la violencia con cierta fortaleza y casi estoicismo.

Escribes muy bien y siempre es un placer leerte.

un abrazo :)

LaCuarent dijo...

Killa es una historia tan dura y realista que se te clava al alma
Un placer cariño disfrutar contigo
Un beso

Chaly Vera dijo...

Mi vida estuvo asociado con el nombre TERESA, ¿cuantas fueron? ¿cuatro? ¿siete? no importa, solo los bellos y alegres recuerdos que sembraron en mi vida y aun sigo esperando que llegue de improviso Teresa ¿la penultima? ¿la ultima? no importa ¡solo que llegue!

Lucía dijo...

'' y el cielo se ensombreció de pronto''.

El gusto es mío. Besitos.

Carlos dijo...

Blogs amigos me han traido aquí de la mano. Y resulta que me encuentro una historia dura, estupenda y maravillosa. Me quedo.

Shubhaa dijo...

Muchas gracias por tu relato! Lo que sigo sin entender, es porqué a día de hoy hay todavía tantas Teresas...
Besos con buen trato

Mary Carmen Pérez dijo...

Me ha dolido. Besos