jueves, 28 de julio de 2011

Confirmación


Cuando era una niña quería ser mayor, muy mayor. Pensaba, en mi inocencia, que las personas mayores no tenían problemas, porque no eran bonitas ni tenían miedo. Ahora que soy mayor, lo suficiente mayor para saber que no soy joven, sigo teniendo miedo. Y voy teniendo conciencia del paso de los años, de las arrugas bajo mis ojos y de la confirmación diaria de que la juventud que no vuelve.

Ahora, claro, ya no deseo ser mayor, ni tampoco volver nunca más a ser niña. Entonces pienso que no deseo ser otra que lo que soy ahora. En este preciso momento, múltiple, vieja, joven, niña, alegre, triste, amante o amiga, cada día una, cada día, nueva.

viernes, 22 de julio de 2011

Morir de amor

Isabel Frutos se enamoró del hombre equivocado. Esto al menos creía la familia, visto las reiteradas ocasiones en que, ya sea con severas advertencias ya con continuos sollozos, manifestaban su aireada repulsa. No en menor medida ni tamaño eran los requiebros y llantos de las amigas más cercanas, quienes creyendo que su queridísima amiga había entrado en un estado de locura transitoria acudían en tropel a visitarla, ansiosas y temerosas a la vez de de contemplar los maravillosos efectos del amor e imaginando secretamente cómo sería sentirlo en sus propias carnes.

Pero Isabel no entraba en razones, la mirada ardiente y lejana, el gesto demudado a causa de la tristeza y un constante lagrimeo era la única manifestación visible de aquel pesar que la embargaba. De nada le valía los argumentos esgrimidos por todos acerca de que una muchacha de su posición no pueden andar saliendo con un peón comunero y menos dando muestras de tamaña pasión, más siendo como era de una clase privilegiada y casadera.

El olor de las magnolias impregnaba el cuarto en donde se había recluido y yo acaba de obtener la extraña sensación de que el vigilante de la casa museo o no entendía lo que yo le preguntaba o omitía por completo hablar del asunto. Mientras observaba los objetos de la casa, el gramófono, los vestidos antiguos de época, el retrato de la niña Isabel, muerta de amor en aquél cuarto, me preguntaba si acaso no había hecho aquel disparatado viaje para encontrarme como ahora, haciendo preguntas en el aire y que nadie me respondiera.

El vigilante, un indígena con voz aflautada, como si yo no estuviese presente o peor aún y más probable, cómo si no pudiese salirse del guión largamente aprendido y repetido, continuaba dando una descripción detallada de cada uno de los objetos del cuarto. Mientras que, mis preguntas sobre Isabel, como formando una parte más del decorado, se quedaban flotando en el aire.

De vuelta a Jujuy, la calle solitaria casi dos siglos después volvía sin respuesta alguna sobre mi vida sospechando que el que hubiese llegado a mis manos aquel billete, el que hubiese sido esta la parada de Gualeguaichú y no otra, no era menos una coincidencia que una respuesta cuyas claves aún no descifraba.

En un café de la plaza de San Martín repasé de nuevo las fotos, el baño en las aguas termales, el paseo por el río, la comida en el restaurante. Apenas algunas fotos valían la pena, las de la casa estaban mal encuadradas en su mayoría y desde luego, en ninguna salía el fantasma de la niña muerta como hubiese esperado un espíritu romántico y aventurero como el mío.

Bueno, pensé, a pesar de todo no sería mala idea escribir un cuento sobre aquella joven de Gualeyguaichú que murió encerrada de amor en aquella casa, y que no concibió la vida sino era para vivirla con aquel peón de Corrientes del que nunca nadie recordaría su nombre.

Reflexioné un instante viendo a la gente embozada caminar por la acera en aquello que llevó a Isable Frutos a tal desazón, qué motivos hicieron a aquél muchacho único, a aquella pasión atroz y funesta hasta llevarla aquél estado permanente de melancolía del que nunca pudo sobreponerse. Acaso, me dije, era la inocencia de la juventud o el anhelo de dos cuerpos que se extrañan porque se han amado.

En esas reflexiones estaba de vuelta al hotel pensando si no era ella yo misma veinte años, dos siglos después casi, volviendo a sentir la misma desesperación, el mismo dolor traspasado en una angustia única e inexplicable.

El piso de madera crujió a mis pasos, la habitación de hotel me pareció la misma y repetida habitación de todas las soledades, la misma quietud mortuoria, tan sólo el dolor, como un animal moribundo rugía tropezando con todas las cosas.

Por la mañana cogí el autobús de vuelta. A través de las ventanas miraba el despertar del día, limpié el vaho de la ventana y dibujé un corazón vacío en el cristal. Me quedé adormilada durante el viaje y desperté al escuchar una voz que canturreaba detrás de mi asiento. La miré, una muchacha con los auriculares puesto, ajena a todos, cantaba con una voz desafinada pero intensa, voy a morir de amor por vos.

En la estación de Retiro se acababa el viaje, las voces de los vendedores, el pulular de la gente entrando y saliendo de la estación me obligó a caminar más ágilmente. Esta vez, a buen seguro, no iba a morir de amor, ni quizás tampoco, la siguiente.

martes, 19 de julio de 2011

Estoy buscando

“…estoy buscando, estoy buscando.

Estoy intentando comprender. Intentando dar a alguien lo que viví.
No me quiero quedar con lo que viví”

“Todo momento de encontrar es un perderse a sí mismo”


“Soy la vestal de un secreto que no sé más cuál fue. Y sirvo al peligro olvidado.”


Extractos del libro “La pasión según G.H” de Clarece Lispector.

lunes, 11 de julio de 2011

La Maga



La Maga me recibe con una amplia sonrisa y los brazos abiertos, y yo, mientras la oigo hablar, no puedo creer cómo es posible que se haya salido, así, de repente, del libro.
La Maga es una reloca, (ponéle acento argentino). Soy yo al otro lado del charco, el envés del espejo.
La Maga es una mujer libre, por eso levanta sospecha, siempre hay quien desconfía de los espíritus libres. Pero no es fácil serlo, y a veces, lloramos al sentirnos incomprendidas.
A la Maga, dulce y fuerte a la vez, se le caen todas las cosas, los perchas del baño, el estante del dormitorio, pero esos son detalles superfluos que no van con ella. Ella tiene otros asuntos de que ocuparse, de hacer caso a las señales, a los símbolos, a las casualidades mágicas, a las conexiones increíbles. Por eso sabíamos que debíamos reencontramos, para contarnos y confirmar que hemos vividos muchas vidas, que la hemos vivido intensamente, pero que aún quedan otras muchas vidas.
Porque la Maga es el impulso arrebatado de la vida, la pasión desbordada, la alegría, y es, precisamente por eso, por lo que amamos intensamente, pero también, intensamente sufrimos.
La Maga se enamora de un vestido que ve en el escaparate y grita entusiasmada como si estuviese sólo para ella, ahí, a esa hora esperándola.
Mientras, yo paseo por las calles de Buenos Aires, por las grandes avenidas, por las calles llenas de coloridos, perdiéndome para encontrarme. Apuntando en mi cuaderno la idiosincrasia de los bonaerenses: les encanta hablar, adoran a los perros.
Miro tras los cristales de un café que me recuerda a Paris viendo la gente pasar por ver si te encuentro en el camino o, releo Rayuela y saludo a la Maga en el libro.
Visito los mercadillos, miro libros viejos, compro discos de vinilo de tangos que desconocía. De pronto, descubro un libro antiguo: “La importancia de vivir” de Lin Yutang y sé que me estaba esperando, que tenía que venir hasta aquí, atravesar el atlántico, conocer a la Maga, visitar el Mercado de San Telmo para encontrar entre mis manos aquel libro.