jueves, 3 de marzo de 2011

que es poca la espera y mucha la vida


Un día recordaré esta historia como la más triste y la recordaré tal vez cuando vea las hojas de los árboles del jardín moverse como ahora batidas por el viento, con distintos ojos, a buen seguro, pero la tristeza será la misma, reseca y adherida al fondo de la taza como el poso de un café olvidado. A saber por dónde andaré entonces. Si andaremos en este mundo perro con todos los sentidos o más embotados e ignorantes en algún lugar perdido.

Aúllan las ramas restallando contra los cristales como animales enjaulados, el cielo quizás tenga el mismo tinte azul antes de oscurecer y yo pensando en la india, la mujer que me dejó seca, sólo húmeda cuando la veo, enfrentada al espejo de mí misma veinte años después, tierna y caliente como perra en celo. La indiecita caleña que me arrancó de cuajo el sentido, lanzando la cordura y la lógica al fondo del mar con siete llaves prendidas. Quién me iba a decir a mí, renegada del amor y de sus velos, que fuera a venir ahora Sherezade y que sea yo la que le lea cuentos.

Si ya lo supe desde el primer momento que me miró atravesada odiándome con todos los sentidos, desde entonces supe que era ella, llama caliente, yo, llama abrazada a punto de ser prendida, quince días me tuvo penando, y yo espera que espera, una llamada suya, una señal al menos que me dijera que me pensaba también, que estaba ahí tan herida de amor como yo misma, sintiéndome como si un gigante enorme me estrujara las tripas, golpeada con un rayo de fuego por un niño gordo que asestó la flecha roja directa a mis entrañas porque fue ahí, justo ahí, donde me cogió el estremecimiento.

Y claro que la volví a ver, porque estaba escrito que así fuera, si no, que es otra cosa el destino, el que quiso que nos encontráramos, porque tú, hechicera, lo convocaste para que yo viniera, tú que sabías que yo vendría como animal hambriento y me esperabas. De nada valieron mis intentos de hacerme la fuerte o la olvidadiza pues a través de los ojos y la piel se veían mis ganas. Gracias a dios que pronto supe que yo tampoco te era indiferente, que habías dejado aquel plazo tormentoso para esperarme desde lejos, para ansiarme como te ansiaba ahora, para deleitarte en lo venidero.

Aún así, sopesabas, como una zorra en la madriguera, lo que ya no podía detenerse, pues sabías que sería un amor trágico y doloroso como ninguno, sin saber que ya estabas rendida, porque nada se puede contra las fuerzas del destino, y hubiese besado tus labios en ese momento si mi amiga no me hubiese llamado urgente que me necesitaban porque E vomitaba las tripas afuera.

Me fui pero con la promesa ya firme de vernos en el cine en la tarde del domingo y allí estaba yo espalda contra las vallas para no caerme, viéndote llegar como el náufrago que atisba un barco a lo lejos, pero ahora era yo, la marinera inexperta, a la que el suelo le temblaba cuando las olas de tus caderas se agitaban a mi lado, y fue ahí, en ese preciso instante cuando rocé por primera vez tu piel y supe que iba a perderme en aquél continente prohibido.

Y ya me llevaste, porque eras tú ahora la guía, detrás de la agitación de tus caderas y yo siguiéndote, en la oscuridad del cine, y tú llevándome a la última fila con intensión de besarme, y fue en la penumbra donde descubrí que no era un sueño, que se podía tener piel de seda y olor almizcle. Tu me dirías más tarde que amaste mi cara de niña asombrada y no era para menos, te acercabas a mí y rozabas mi cara y sentía tu pecho voluptuoso caer sobre mi brazo que ya no se movía, esperando inmóvil una vez más el atraque de tu pecho.

Fue al principio justo apagando las luces cuando me cogiste de la mano ya para siempre y tus dedos pequeños y ágiles cuadraron perfectos y menudos en los míos, y ya no supe de qué iba la película ni poco importaba ante el maremoto de emociones que iban y venían, pechos en cascadas, besos furtivos en la mejilla, voces susurrantes en el oído, mano apretada para siempre, y al fondo una película que ninguna de las dos veíamos.

Fue en el coche como si volviéramos de nuevo a ser niñas, como si el tiempo del amor se hubiese detenido o nunca hubiésemos crecido para él, donde nos dimos el primer beso y ahí sentí que llevaba siglos sin darlos, y lo que era peor, olvidando cuánto enciende un beso, la madre de todos los sentidos, besos apasionados, húmedos, profundos, de dos mujeres que se encuentran después de siglos y no se separan; que se buscan y se retuercen, que se palpan y se desean, atrapándome en el vaivén de las olas, barco ya a la deriva, patrón sin mástil ni timonel, tierra a la vista, tierra a la vista.

Pero nada más, sin pasar de la cintura, que hay que ir despacio, que hoy sólo besos, y me quedé pensando si aquello era una broma o hablaba en serio, y luego vi que sí, que era en serio y que aquello era el colmo de la seducción, que no le había parecido bastante a la indiecita los quince días.

En aquel momento no entendí nada, ni aquella necesidad tuya de aplazarlo todo, de dejar que el tiempo transcurriera en medio, y es que me estabas poniendo a prueba a ver si podía aguantar lo que vendría, a ver si era capaz de sobrevivir a lo que ibas a decirme días después.

Siempre que me rindiera ante sus besos y decidiera, sí, sí, esperaría por ella una semana o un mes o lo que hiciera falta, porque te dije valía la pena, dulce como la miel, estar allí en tu regazo, jadeantes, heridas y expectantes, aplacando el deseo que saltaba como un pájaro enjaulado en el pecho.

Y fue delante del mar, mirando las olas que llegaban a la orilla en la negritud de una noche como esta, con estos mismos colores añil fruncidos mientras el viento agita la culminación del día, cuando me dijiste lo que debía saber, toda esa historia rocambolesca de tráfico de estupefacientes y de no sé qué de cumplir condena, y tres años sonó en mis oídos entonces como una película lejana donde yo era la protagonista y ya no supe oír más que la oscuridad en el espacio y el mar bramando, y las olas repiqueteando una y otra vez, tres años, sobre la arena, tres años que debías alejarte de mí, ahora, justo ahora que te encontraba.

Y fue entonces cuando te oí llorar por primera vez y ya supe que te amaría para siempre, que por su puesto te esperaría, que tres años no son nada amor, qué mala suerte, te digo mientras te abrazo y te calmo los gemidos que se confunden con el mar, te esperaré, juepucha, ahora que te encontré ya nadie nos separa, ya ves, como el tiempo no es nada y pasa pronto, y un día saldrás y yo estaré esperándote para leer juntas cien años de soledad y sabremos entonces que es poca la espera y mucho la vida.


Imagen: "Ladi Godivar" de John Collier

17 comentarios:

Maga h dijo...

Que hermosura Ico!
Un placer leer éste texto.

Abrazo enorme!!!

Ter dijo...

que bonitos son los inicios, cuando son eso inicios... que maravilla tocar o mirar a alguien y saber que se le amará para siempre..
Beso Ico

J. G. dijo...

esa imagen me hace imaginar de forma demasiado primaria, mejor tu texto, saludos.

LaCuarent dijo...

Leerte y quedarme embobada, todo uno. Es que tus historias están encantadas amiga.
Un beso guapa

Anónimo dijo...

...Y, en la espera: -¿No habrá vida?-

"Fumar puede matar": -Me vende tres cartones, por favor, gracias-

Concha

mjromero dijo...

Es como una película.

TORO SALVAJE dijo...

Que historia tan deliciosa.
Sensual, romántica y extraordinariamente bien escrita.
Es de lo mejor que he leído.
Te felicito.

Besos.

Anónimo dijo...

no dejas de sorprenderme Ico, siempre nos relatas historias con palabras tan románticas tan sensuales tan tiernas...pero en esta te has superado,consigues que las lectoras como yo añoren tener alguien que ame como tu, ahora mismo no me puedo ni levantar de la silla pensando que el amor mueve el mundo, y que la ilusión la magia nos hace sentirnos vivas.Felicidades por esos comienzos....

JJS

Belén dijo...

Buf, si es que cuando el destino es perro, lo es del todo ;)

Besicos

Candela dijo...

No sé si es biografía o ficción pero me ha atrapado esta historia y ese final cierto e incierto a la vez.

cereza dijo...

Para el amor con mayúsculas el tiempo no existe.
Suerte.

alejandra dijo...

Todavía con la piel de gallina, el corazón en el puño desangrado... Me dejas k.o.. Chapo... Excelente

Anónimo dijo...

No me jodas!

almena dijo...

nos dejas con el alma en un puño, Ico.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Me gusto, buscare en la libreria el libro de Marcela Serrano.

Besos

Anónimo dijo...

Pero, nadie se da cuenta de que es una pura sátira al sentido en sí del Amor, solo con leer el final...
Ríete, grita en todo caso que has encontrado el Amor y búscate la vida para comerte el mundo...
Lástima, ¿De qué?...

Concha

emejota dijo...

Cuando leo algo tan bueno cómo estas líneas me quedo pasmada, asombrada y encantada con la persona que las ha escrito, contigo Ico. Un fuete abrazo.