martes, 4 de enero de 2011

Esperando por el amor verdadero


Berta Monforte entró en su despacho de Ciencias Físicas de la Universidad Pontifica de Navarra en un estado de ansiedad incontrolado. En ese momento agradeció que su compañero de departamento no estuviese allí para poder hacer lo que hizo, desplomarse en su sillón de cuero y devorar uno a uno cada uno de los bombones que tenía guardado dentro del cajón de su escritorio. Los dedos le tiemblan nerviosamente, mientras los devora con fruición, suspira lánguidamente y mira tras los cristales del gran ventanal el campus universitario ,vacío y frío después de los últimos copos de nieve caídos en la noche pasada.

Berta roza ya los cincuenta. De pequeña había sido una niña escuálida, retraída y estudiosa pero poco agraciada físicamente. Hija única de una familia acomodada de tres hermanos y un padre ausente, encontró en los estudios el refugio y acicate para atraer la atención de una madre distante y fría.

Por su parte, la madre pensaba que su hija por ser la más lista de los tres no la necesitaba, volcándose en ternezas y atenciones hacia los otros dos hermanos menores. Además, le dijo un día la madre en un arrebato de sinceridad, siempre había preferido a los varones, pero a ti te salva tu inteligencia.

Berta consideró aquello no tanto como un consuelo sino como una especie de premio o designio proveniente de su madre. Por lo que, en el tiempo que los niños se dedicaban a jugar o a rebelarse contra los padres, Berta se dedicaba no sólo a estudiar, sino a sobresalir por encima de las compañeras de su clase. Hecho, por otro lado, que no le causaba gran esfuerzo, pues tenía una mente analítica y con tendencia a la abstracción que le sirvió, posteriormente y ya en la universidad, para granjearse buenos compañeros de clase que supieron sacar un buen uso de este hecho. Ayudar a sus compañeros de clase no fue tanto una vocación como una necesidad de relación, de este modo, suplía su gran necesidad de ser aceptada por el resto. Pero, Berta obviaba la parte de interés que había en esto, se sentía admirada, imprescindible y diferente, sólo en momentos de grandes altibajos era consciente de que no había dejado de ser la misma compañera empollona y fea del colegio.

En su momentos de lúcidez pensaba que había sido su inteligencia y no su orgullo, la que le había llevado a no dejarse caer en una depresión profunda cuando recordaba, aún con el sabor ácido en la comisura de los labios, las fiestas de la universidad y la sensación perenne de ser invisible para el resto, o la espera ardiente mientras miraba al chico de sus sueños escondida entre las columnas de los ponche. Solía refugiarse en los baños pero también allí llegaban las voces de las demás comentando las aventuras amorosas y de las que ella se sentía extranjera. Porque si alguna vez había intentado imitar los gestos coquetos o seductores de sus compañeras le salía antinaturales, impostados, ridículos. Entonces pensaba que tan sólo era diferente, más cerebral, más romántica, más tierna. Aún así, nunca fue excluida del cruel mundo de las adolescentes, gracias a sus dotes para el cálculo numérico y diferenciales, se convertía en imprescindible.

Berta, sin embargo, con la seguridad que da los pequeños logros y éxitos escolares, no perdía la esperanza. Aficionada a los libros románticos, sabía que el amor verdadero estaba esperando por ella, y que una vez llegara, ella estaría dispuesta, con toda la artillería preparada. Sólo había que esperar y ocuparse, como mujer práctica que era, de lo demás. Así se fraguó un futuro brillante en la universidad.

El primer amor le llegó justo en el último año de carrera, fue un compañero al que había preparado para el último examen de ciencia de los materiales el que la sedujo, más preocupada en su examen final que en contribuir con su dosis a la ciencia sabiendo lo que era acostarse con una virgen. Cuando finalizó el curso la dejó sin una llamada. Berta pasó todo el verano llorando, ah de nuevo la ingratitud de los hombres,. Pero, pronto se recobra y vuelve de nuevo a ser ella, sin perder ni un ápice de esperanza en la idea de que el amor verdadero estaba esperando por ella.

Fue la primera en su promoción, cómo no, la universidad, los estudios, había sido toda su vida. El cielo se le abrió cuando fue propuesta para una beca de investigación trabajando como profesora adjunta. Así pasaron los años, llevando un una vida, reglada, ordenada, pasaba la mayor parte del tiempo dedicada a la investigación, la tarde y la noche sin embargo, eran dedicadas al cine en compañía de su madre o a las novelas románticas.

Cuando por fin obtuvo plaza en el departamento de Departamento de Física y Matemática Aplicada Universidad de Navarra se enamoró perdidamente de su compañero de departamento. Berta había pasado tantos años abstraía en formulaciones y algoritmos que había olvidado todo arte o forma de hacer que un hombre se fijara en ella, por lo que tomó como base las estrategias y maniobras que leía en sus libros románticos. Sin embargo, lo que podía ser el requiebro natural de un corazón enamorado en ella resultaba chirriante como un tornillo mal engrasado. Así, con una torpeza inusitada, una mañana derramó su café sobre los zapatos de su compañero de despacho. El hombre la miró sin dar crédito, ella se empeñó en ayudarle a limpiarlos, ambos se bajaron a la vez, tropezaron las cabezas. Berta quería llorar, pero el profesor soltó una risa franca. Al día siguiente apareció en su despacho con un par de zapatos. Al hombre le hizo gracia el gesto y se acostó con ella un par de semanas, justo para descubrir a la mujer carente de encanto y dejarla con la disculpa de que su mujer se había enterado del incidente.

Esta relación le costó a Berta, siete noches de insomnio y algunos años más en olvidarla. Sin embargo, no se rindió, sabía que el amor verdadero estaba en algún lugar, sólo que no había tenido suerte. Por lo que siguió enfrascada en sus estudios como única escapatoria, investigando materias tales como laEstructura de capas y subcapas iónicas en nanocontactos metálicos” y cosas por el estilo.

Cercana ya a los cuarenta, pensó que ya era hora de vivir independiente de su madre y alquiló un coqueto piso en el centro de la ciudad, mientras lo decoraba imaginaba en quién sería el hombre que lo habitara. Cada día comía con su madre, a la que, por un extraño y cruel destino, encontraba o le parecía más joven mientras ella sentía que la juventud se le iba por las manos sin palparla.

A veces la madre, preocupada, le decía que no era bueno que estuviera sola tanto tiempo, que tenía que salir y encontrar a alguien. Entonces Berta hacía un gesto de hastío y se volvía a su casa, más sola que nunca para enfrascarse en el mundo del celuloide o de las novelas románticas.

Le dolía mirarse el espejo, uno surcos profundos le orilleaban los ojos apagados, se le había empezado a caer los párpados y las mejillas se le descolgaban. Había notado que cogía kilos proporcionalmente a los años y que la carne se volvía flácida, mientras su corazón virginal seguía oscilando entre el ardor romántico y la contención de la espera.

Por otro lado, sus alumnos la adoraban. Era una profesora entregada y justa, en el aula se hallaba como pez en el agua, podía ser elocuente y divertida y siempre salía de las clases inflamada. Berta, detestaba los fines de semana cuando el vacío de su existencia se hacía más patente y la presencia de su madre insoportable. Odiaba las comidas familiares donde sus hermanos menos listos y más felices, exhibían conjuntamente a sus retoños y a sus amplias sonrisas.

Fue el año justo antes de cumplir los cincuenta cuando pensó que había que darle una ayuda al amor y salir en su búsqueda. Como no tenía amigas, salvo compañeras de trabajo, pensó que Internet podía ser un buen medio para buscar lo que en tantos años se le había estado escapando. Entonces comenzó una búsqueda desenfrenada de hombres a los que amar, en los que depositaba su idea de amor absoluto y sus esperanzas, no obstante, pese a su empeño, éstos sólo le daban un sexo escueto y rápido.

Berta se hundía, una y otra vez, sin poder despejar la ecuación, sin encontrar la fórmula que la llevase a amar y ser amada sin media, no comprendía por qué ya nadie creía en el amor verdadero, en la entrega absoluta y sin contemplaciones. Por qué, se repetía en las noches en blancos, no era posible que todo aquél caudal de sentimientos que deseaba irrumpir como una presa no encontraba destino.

Justo el día de San Valentín conoció por Internet a Pedro, era un tipo listo, pero trabajaba en un taller como mecánico, eso la refrenó en un comienzo, pero luego, después de algunas conversaciones via Internet encontró esa idea hasta romántica. De nuevo volvió a resurgir de la nada, hablaba horas enteras de su ideal de vida, de lo que significaba el verdadero amor. Pedro, en cambio, le hablaba de sus dos hijos, de lo poco que los veía a causa de la separación, de los problemas en el taller. Berta justificaba su rudeza, le encontraba varonil, sexy, con cierto aire de malo de película que lo hacía aún más deseable.

Se encontraron en un bar en la primera cita. El mecánico bebió bastante, sentía curiosidad por aquella mujer madura que hablaba como una niña y que no dejaba de tocarse el pelo en una mezcla de timidez y nerviosismo. Berta se enamoró perdidamente del mecánico, le llamaba treinta veces cada día, le enviaba veinte mensajes, le escribía apasionadas cartas de amor donde le decía que lo había esperado toda su vida, que era su amor verdadero.

Pero hoy Pedro la ha llamado y le ha dicho que no anda para relaciones, pero se calla y no le dice que se siente asfixiado, que le agobia con tanta llamada, que no soporta que hable ella sola de cosas que no le interesan, que no le gusta su olor, su cara flácida, su tic nervioso, que le exasperan sus tonterías de colegiala. Se calla todo esto para no hacerle aún más daño. En cambio le dice que lo siente mucho, que como experiencia estuvo bien, pero que no quiere profundizar más. Por eso, porque la vida es injusta y el amor se le niega, hoy está Berta en el departamento de la Universidad de Navarra, atiborrándose a bombones, queriendo llorar mientras mira por la ventana.


Pintura de Edward Hopper

18 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Berta estaba condenada desde su infancia.
Nada podía salvarla.
No podía luchar contra si misma.
El destino?
Quizás si.

Es tan difícil el equilibrio.

Besos.

Maga h dijo...

Ay Ico! Juro, juro que esperaba, tal vez necesitaba, un final feliz para esta historia.
Tal vez cosa de novelita rosa, no?

Abrazo

emejota dijo...

Me ha encantado la narración. Realismo total. Desgraciadamente hay que tener alguna dosis de belleza y gracia y muchas más de picardía para "progresar adecuadamente" en esto de las relaciones amorosas con los hombres. Esta moza se habría "curado de espantos" antes de haber tenido alguna hermana con niños y problemas de todo tipo, seguramente sentiría una cierta liberación al compararse. Porque todo es tan relativo que siempre conviene conocer a fondo el lado contrario de toda moneda. Un fuerte abrazo.

Isabel Gil Jiménez dijo...

El destino, no. Lo que le impusieron, de alguna forma. Maravilloso como siempre tu relatar.
Un saludo.

alejandra dijo...

Ico, este texto entra un poco en el tipo de novela rosa. Sin embargo es una imagen descrita a la perfección de una realidad que pasa desapercibida ante los ojos de la mayoria.

muchacha en la ventana dijo...

Hay muchas bertas, las cosas no son justas y las cosas no salen como una quiere. Intensa historia Ico, que me ha llegado a lo más profundo.

La culpa no era de Berta, será del destino??

Anónimo dijo...

por qué este final Ico???? por qué Berta no puede ser amada como ama ella??? por qué el mecánico le dice que es su amor verdadero y luego le dice que le axfixia si Berta es la misma?? por qué los defectos se ven luego?? por que existe el silencio ante respuestas tan evidentes? será que a Berta no la quieren como quiere que la quieran, o el mecánico le habrá echo falsas ilusiones.
Una vez más felicidades ICO por tus relatos, eres fantástica, que tengas buenos reyes.

JJS

Belén dijo...

Oh qué pena... la verdad es que hay gente que tiene mala suerte y no sabe cómo controlar sus inseguridades...

Besicos

TARA dijo...

Crueldad del destino....? Tampoco creo que sea una crueldad, es que Berta acaso solo tenia su vida llena de amor, y su felicidad o infelicidad depende solo de si tiene o no tiene amor verdadero....
Para mi la vida es algo mas, si claro, a todos nos gusta amar y ser amados, pero también hay otras muchas cosas que nos llenan, que nos satisfacen y que nos hacen felices, y si el amor no termina de cuajar en tu vida, siempre hay muchas mas cosas, o por lo menos yo lo siento así....

Importancia desmedida y exagerada del amor….

Anónimo dijo...

Ahi Tara cuando te enamores lo entenderás..., cuando te enamoras crees que el amor mueve el mundo, que te hace sentir viva, que ves color donde no lo hay....y todos los días hay sol, es normal que Berta se atiborre de bombones hasta buscar su amor verdadero, porque la hace sentir completa. y por otra parte el mecánico dejó una huella no fácil de borrar, dale tiempo a Berta.

Mármara dijo...

Según iba leyendo iba acordándome de mi "Berta" particular, científica, ella, también, cincuentera, que aún espera que se cumpla su sueño romántico. Como tantas.

oliva dijo...

Tengo dos amigas, que podrían ser esta Berta y cada uno es diferente. Una después de toda su vida soltera, ahora a sus cincuenta y cuatro años ha conocido a un hombre y salen a bailar, tomar café y demás. Otra, con cincuenta y seis tiene perfectamente asumido que no quiere estar con ningún hombre, si chatea con un casado... no lo sé, creo que Berta no debe perder la esperanza. No quiere decir que si estas soltera eres desdichada e infeliz, pero siempre se puede conservar algo de ilusión.

Me ha encantado Ico, está tan bien escrito, tan claro y bien narrado que todavía hace que conciba mis palabras más enrevesadas y confusas... Un gusto leerte, sobre todo porque he visto a mis amigas.

Un abrazo. (gracias por tu comentario, me ha agradado mucho).

Unknown dijo...

¿Habrá amor verdadero capaz de unir los mil añicos de este maltrecho corazón?

Anónimo dijo...

… Días leyéndote, me atrapa la transparencia en todas sus formas; continuaré por aquí.

Concha

( ¿ 2010 o 2011 ?,...sigo sin recordar.)

Anónimo dijo...

Berta se olvidó de sí misma, inmersa en su propio egoísmo...

Concha

Ico dijo...

ni el destino ni lo que le impusieron, ni mala cada uno se labra su propio destino...Creo Concha que has dado con la clave,luego que no que se vayan lamentando... Alejandra, de qué te sirvieron mis enseñanzas, nada más alejado de la novela rosa, es puro sarcasmo...
un beso o todos y gracias por sus comentarios.. no olviden la cita en Lanzarote para el quince de enero..

Anónimo dijo...

Marzo 2010
Origen: Tenerife ( frío )
Destino: Lanzarote ( última isla en descubrir )
D.N.I.: Caducado ( qué más da, no hay retorno )

.- Sólo una vez "pisada" por mí; no hizo falta su recorrido. Ella-yo, nos dedicamos a retomarnos...

.- Todo tiene su momento, no antes tampoco después; no siento lástima por el 15...


Concha

pepa gonzález dijo...

Búsqueda incansable de un prototipo de vida a seguir probablemente más impuesto por mamá que por ella misma.
decía mi madre: siempre hay un roto para un descocido y seguramente esa misma filosofía la ha llevado a la insatisfacción perpétua.
Lástima que no se diera cuenta de que su felicidad estaba en la física y en las aulas....el resto llegue o no...es un puro complemento pero no un básico.