jueves, 25 de noviembre de 2010

Nada es imposible



Mi 1ºD es el tormento de este curso. Cuando veo entrar en la sala de profesores a algún profesor frenético, hablando sólo y con un parte en la mano, sé que viene probablemente del primero D. Cuando dos profesores nos encontramos, acelerados y con pintas de estar a punto de un colapso, sé, a ciencia cierta, que acaba de dar clase, al 1º D.

Algo bueno. Este año el grupo educativo de primero D está más cohesionado que nunca, nos desahogamos en los recreos, nos escuchamos, sólo con la intención de poder hablar y descargarnos pues siempre tenemos alguna queja que dar del 1ºD. Y nos es para menos, en el 1º D han puesto a todos los alumnos disruptivos y repetidores del centro, con lo cual es una bomba de relojería que está a punto de estallar.

Dejando de lado los criterios pedagógicos, discutibles, que ha llevado a cabo tal segregación, mi 1º D se ha convertido en un reto, una posibilidad de cambio, una continua renovación de la metodología, donde me pongo a prueba cada día. Con ellos de nada valen los antiguos métodos, los cuadernos de clase o los libros. Muchos llegan sin desayunar, como para traer un lápiz dos días seguidos. Algunos no saben estar en clase sin insultar al compañero, o permanecer sentado veinte minutos. Así que, cada día cada, cada tarde, cada semana, ando volviéndome loca pensando qué hacer con esta clase.

Y sin embargo, siempre tengo la sensación de que aprendo yo más de ellos que ellos de mí. Por ejemplo, he aprendido a identificar los distintos grupos de rap del momento, a improvisar versos rapeando, a escuchar sus versiones destroyer sobre la poesía de Miguel Hernández, a entender que hay días imposibles y no pasa nada, a volorar lo que les llega y lo que no, a respirar veinte veces antes de decir nada, ,a mediar en más de una pelea, a entender sus razones, a entender las mías y no desesperarme.

En fin, entro en el aula como Santa Teresa, nada me afecta todo me influye, casi voy camino de ser un buda feliz. A veces, me siento como Colón ante un territorio virgen. Mi primer descubrimiento. ¡¡Eureka, ¡¡ ante el ordenador se hipnotizan. Así que cuando me toca a última hora nos vamos a la sala de ordenadores.

Hoy he descubierto que les gusta el teatro, meterse en los personajes. Uno ha hecho de mujer con voz de falsete, otro se ha metido tanto en el personaje que se ha levantado, ha ocupado el centro de la clase y ha recitado su diálogo con verdadero entusiasmo. Ante tanto éxito, (dios casi veinte minutos leyendo e interpretando). Les he propuesto que hagamos nosotros un teatro. Entre todos inventaremos el guión, crearemos los personajes, e intentaremos interpretarlos. Todo eso sin matarnos. Que dios me coja confesada.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Al filo de la navaja

Me gusta escribir sobre las impresiones que dejan en mí la lectura de un libro, contar por qué me gustó no, que efecto produjo en mí, si así lo hace, y porqué en este caso lo recomendaría. Me imagino que en ese instante, ahora mismo, en el que fluye en mí la vena crítica me siento tan a gusto y con tan fundadas razones en mi propio criterio estético, que no puedo menos que compartirlo. He aquí porque hago lo que hago y porqué seguiré haciéndolo, aunque a más de uno provoque reacciones alérgicas y/o suscite enconadas dialécticas.

Aunque también es cierto que ya alguna amiga ya me ha recomendado maliciosamente que escriba sobre escritores muertos, pues éstos no replican, mi vena rebelde me lleva a escribir sobre algunos diletantes a muertos, aún a sabiendas del peligro de encontrarme con no pocos altos ego.

A saber si es connatural el ego a la escritura. Y de esto precisamente trata esta novela, de la anulación del ego en algo superior y más magnánimo, tal como lo entienden algunas religiones.

Sommerset Maugham en “Al filo de la navaja” nos presenta a un misterioso personaje de clase acomodada, Larry, quien un día abandona su vida fácil para recorrer el mundo, siguiendo el deseo de buscarse a sí mismo que le lleva a despojarse de lo material para encontrar la sabiduría. Nos presenta asi a un personaje en un recorrido que incluye varios años de su existencia y desde la perspectiva que tienen de él los distintos personajes que lo conocieron o de las entrevistas que sostuvo con él en las contadas ocasiones en que se lo encontró. Por lo que la trama no sólo versa sobre él sino también sobre la vida de algunos personajes de la alta sociedad en la América del crak financiero o la bohemia del loco Paris de los años veinte.

“Al filo de la navaja” es una obra que cuenta de manera directa y sencilla una época pero también a la vida de un loco para algunos o un ser espiritual para otros, desvelándonos paulatinamente las razones que lo llevan a salir de su mundo occidental y perderse en la India. La historia así contada, nos hace reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida, la importancia de la búsqueda personal o la existencia de la felicidad fuera de lo material.

Buscando información sobre este escritor desconocido para mí, y queriendo saber si había algo de autobiográfico en esta novela, encontré que parece ser que sí, aunque claro a saber, las enciclopedias, incluso las críticas son sólo eso, aproximaciones a un espacio autónomo, complejo y cerrado, que es el mundo de la novela.

Si ves el Wikipedia te dirá que en esta novela hay retazos biográficos, que fue el escritor más leído de los años 30 y que tenía tendencias homosexuales. Ninguno de estos datos aporta nada a la novela. Pero tampoco lo hará el que yo te diga que la novela presenta una estructura original, resulta cuando menos amena, y te hace reflexionar sobre la búsqueda de la sabiduría, la espiritualidad y algunos valores ya perdidos. Qué menos.

viernes, 19 de noviembre de 2010

quiéreme


La mujer manos pata subió a la montaña y dijo al viento:

Quiéreme.

Quiéreme con desgarro, fieramente, quiéreme sin normas, sin leyes, sin firmamento. Quiéreme por encima, por debajo, entre mis piernas. Quiéreme y no pares de hacerlo aunque te niegue una y mil veces.

Quiéreme hasta quedarte sin aire, quiéreme sin medida ni sosiego, quiéreme sin nombres, con tus manos, con tus besos, con tu alma.

Quiéreme con las entrañas de tus garras, con la piel de tus huesos, quiéreme hasta que sangres.

Quiéreme dulce hasta doler, grave hasta reír. No me dejes caer en el hueco de las palabras vacías, pues sólo tu amor puede arrástrame, sacudirme, levantarme.

Después de dicho esto, la mujer manos patas lloró sobre una roca y volvió para encontrarse entre la gente. Sólo entonces se acercó a su amada y le dijo estas palabras:

Te quiero civilizadamente, formalmente, pausadamente. Te quiero con la calma de los relojes y con la espera de los aeropuertos. Te quiero con medida, sanamente, como el que bebe y no se sacia, inútilmente.

Te quiero como el que no espera nada porque todo lo perdió, mansamente.

Y si un día no te quiero o ya no me quieres, sobreviviré de igual manera, pues sola soy entre la gente.



Fotografía de Robert Mapplethorpe

martes, 16 de noviembre de 2010

El tesoro secreto



En una ocasión recibí en mi consulta a la escritora X. No daré su nombre, no sólo por el secreto profesional que me asiste y que es congénito a mi profesión sino porque en libros posteriores he sido retratado con suma precisión y total acierto. Por lo que la llamaré Sr Dolloway, como licencia poética, si me lo permiten.

La escritora, acudió a mí en un fuerte estado de ansiedad y postración una mañana de mediados de otoño. Mentiría si no dijese que sentía cierta curiosidad por aquella mujer, a las que admiraba por su versatilidad y su creación artística. En alguna ocasión había leído con placer alguno de sus libros, encontrando en ellos no sólo gran profundidad sino lo que es más inusual, cierta elocuencia teñida de un humor que pocas veces he vuelto a encontrar en un escritor, ya sea hombre o mujer. Por lo que llevado, más por la curiosidad de conocerla que por hacerle el favor a su médico y mi colega, de vacaciones en Melbourne, no tuve ningún inconveniente en hacerle un hueco en mi apretada agenda.

La Sr Dolloway apareció esa mañana envuelta en un grueso abrigo de lana negra, llevaba el pelo recogido en un sencillo moño y unas gafas negras, por lo que supuse que esa era su manera de pasar desapercibida por el resto, pues no hacía ni tanto frío ni tanto calor para ir así vestida.

La escritora esbozó una sonrisa rápida y ambigua y tomó enseguida asiento, por lo que deduje que, o tenía prisa o era una mujer acostumbrada a tomar decisiones por sí sola. Sin embargo, este aire de seguridad desapareció en el momento que le pregunté, después de algunas preguntas formales, cuál había sido el motivo de su visita.

- Tengo miedo. Un miedo que me nace en el fondo del estómago. Un miedo sordo como si la carne se devorase a si misma en una angustia que me deja paralizada en mi propio miedo. Y no puedo hacer nada para evitarlo, sólo esperar angustiada a que se me pase. Entonces no hay salvación posible.

- Pero ¿Por qué cree Ud. que necesita salvación?

- ¿Salvación? ¿He dicho salvación?- La Sra Dolloway me miró como si no me reconociese.

- Sí lo ha dicho.- respondí con calma.

- No lo sé. Mis palabras son otra muralla más contra el miedo- sentenció.

- Podría usted especificar algo más sobre ese miedo.

- No- me dijo tajante, esta vez mirándome desde algún lugar lejano donde había se había recluido, más allá incluso de sí misma, pero intuía, en algún lugar insondable de su mente- No puedo. No es ningún miedo específico a nada. Nunca he sido una persona temerosa, no temo a nada, ni a la tormenta, ni a los bichos, ni a muerte, ni a nada de lo que normalmente se suele tener miedo. Es sólo miedo. No es un miedo concreto. Es todos los miedos.

- Miedo del miedo, quizás, - concluí- interesante. ¿Cree acaso que si siente miedo será más vulnerable a los otros?

- Puede. Cuando venía hacia aquí recordé un sueño que se repetía mucho en mi infancia y no sé porqué pensé que se lo debía contar a Ud.

- Adelante, entonces.

- Cuando era pequeña solía tener este mismo sueño. En mi sueño soñaba que me dormía en un profundo sueño. Luego, me levantaba de la cama y salía de mi casa. Caminaba, sin ser vista, descalza por un morro solitario y empedrado que hay frente a la casa de mis padres. Caminaba hasta llegar a un trecho para detenerme en un punto exacto en medio de aquel paraje desolado. Entonces me agachaba en la tierra ocre y blanda y escarbaba en ella. Como ya lo había hecho tantas veces, sabía lo que iba a encontrar allí. Era un tesoro, alguna vez en forma de chocolatinas o golosinas, otras en forma de monedas de oro. Mi alegría y mi sorpresa siempre eran la misma, suprema, por lo que me apresuraba a llenarme los bolsillos antes de que nadie lo descubriese y llevarme mi tesoro a casa. Volvía a la cama y los escondía debajo de la almohada para que cuando me levantase pudiera volver a recuperarlos del sueño. Cada mañana hacía el mismo gesto, pasaba la mano debajo de la almohada esperando encontrarlo allí escondido. Pero no había nada. Nunca había nada.

Sonreí e intenté arriesgarme en mi análisis.

- Ha cambiado algo su situación emocional en estos días.

La escritora pareció titubear, se revolvió en su asiento y me miró con una sonrisa ladina.

- Sí, he conocido a una mujer hace poco.

- ¿Podría eso tener algo que ver con su miedo?

- No sé a qué se refiere.

- Quizás usted considera a esa persona un tesoro, por alguna razón tiene miedo a perderla. Tal vez en su subconsciente usted tenga miedo a que cuando despierta se encuentre de nuevo con las manos vacías como en su sueño.

La mujer me miró sorprendida. Noté un brillo en sus ojos de una sagacidad cálida. Luego se levantó como impelida por un resorte. Recogió su abrigo y sus gafas y me dio las gracias mientras me pagaba. Volvería, dijo desde la puerta. No supe qué decir. No había pasado aún la hora.

- Lo siento- me respondió- Necesito escribir de lo que hemos hablado. – En realidad- me respondió desde la puerta- . El miedo sólo se me pasa escribiendo

Y salió de mi despacho, tan rauda y sonora, como un vendaval en pleno verano.



Imagen: El sueño de Henry Rousseau

domingo, 14 de noviembre de 2010

Flor de cactus




Para una tarde completa de domingo... sencillamente excelente. ¿ Por qué ya no se hacen películas así?

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuando el mundo parece en contra

Hay días en que me levanto como si una loza me pesara encima, como si todo el cansancio del mundo se posara sobre mis hombros. Llego cansada de un pesado día de trabajo y me siento en el sofá mientras la comida hierve. Enciendo la tele mientras me descalzo y oigo a locutor que dice que a Bush se le remueve el estómago cuando se acuerda que no había armas de destrucción masiva y que no quería invadir Irak. Incrédula aún y a punto del vomito moral, me pregunto cómo se puede hacer tanto ejercicio de cinismo de una sola vez. Pero antes de que me haya recobrado oigo que al ministro que no puede hacer nada para evitar la masacre de un pueblo que resiste en el desierto porque tiene intereses económicos con el país invasor a quien le vende las armas.

Y nadie dice nada. Tú, aún no dices nada. Sigues ahí. Frente a la pantalla. En un estado de inopia y de rabia inusitada, sintiendo que hoy se pone en contra el mundo y que la dignidad humana ha descendido un peldaño más.

Que, en definitiva, a nadie le importa nada, y que me olvidaré de esto en breve, porque todo es fútil y pasajero, como las imágenes de la pantalla que se suceden.

Entonces piensas en ellos, que ahora estarán como conejos mirando tras la ventana y que, algún día mirarán la pantalla con tu misma cara de absoluta inopia. Mientras, se suceden imágenes de niños obesos que te hacen recordar a otros niños muertos de hambre por minuto, que hoy no están en la pantalla.

Y no pasa nada. Y luego, pan y circo, o fútbol. Y más circo, y menos pan, como un reloj cíclico y gastado. Y por la noche, pan y circo, y más futbol. Y piensas, mirando el televisor como lo superficial se repite una y otra vez ocupando más espacio que lo importante.

Y acabo comiendo, mirando el televisor, como comen la mitad del planeta. Y me pienso, fuera de mí, como espectadora de la vida que nos cuentan y nos creemos. En los minutos, en los segundos, en forma de noticias televisadas, sintiéndome espectadora de un mundo abyecto y lejano.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La perversión del amo

La puerta del fondo es la novela de una superviviente, Cristiane Rochefort, (Paris, 1917- 1998) sobrevivió a la peor guerra, la que se hace sin armas, de la que nadie sale indemne: el abuso sexual. La autora se atreve a hablar de sí misma, de cómo sobrevivo a este hecho.

Este es el valor del libro, el testimonio de una superviviente de los abusos sexuales de su padre. No es un lectura amable, ni siquiera buena literatura, sin embargo es un libro necesario, un testimonio que narra lo que muchas personas silencian durante toda la vida, ya sea por la vergüenza o queriendo llegar al olvido.

La autora francesa se aferra a su propia historia en “La puerta del fondo” para reconstruir su pasado de forma fragmentada, escindida, dividida porque cuando sufres algo así, no puede hacerse de otro modo. Tu vida queda esparcida en trozos como si una bomba hubiese descompuesto tu cuerpo y nada vuelve a ser lo mismo. La mente se separa del cuerpo para no sufrir y nunca más vuelve a unirse. El cuerpo, que es utilizado sin tu consentimiento, ya no forma parte de ti. Y la mente, la imaginación es el único refugio posible.

Nadie se recupera de esto, dice la autora. El niño, la niña, la persona que ha sido abusada sexualmente de niño jamás se recupera, nunca más podrá confiar en nadie, porque es precisamente la confianza lo primero que pierden. La confianza en la familia, en los otros, en el amor, pero sobre todo en ellos mismos.

Libro cruento y despiadado que desprende rabia, dolor contenido, pero también necesidad de justicia, de explicaciones. ¿Pero cómo se explica un acto como este? Cristiane Rochefort nos despeja por medio de diálogos fragmentados, desde la voz de la niña asustada o la adulta despiadada los artificios del abusador, las estrategias que usa el pederasta.

La manipulación y el secreto son las armas perversas del amo que esgrime contra la víctima. Sin embargo, lo peor de todos es la soledad, nadie cree a un niño, repite sin cesar, la autora. Y de ahí la perversión del amo, que consiste en hacer creer a la víctima que la culpa es sólo suya y si habla otros sufrirán por su causa.

Cristine Rochefor nos cuenta, en una especie de catarsis, sobre el silencio, y de todo lo que nuestra amable sociedad oculta y no se habla.

La autora colaboró, entre otras muchas cosas, con Simone de Beavoir en la creación del movimiento de liberación de la mujer en Francia.