jueves, 28 de octubre de 2010

Hoja que el viento remueve

Estoy aquí mirándote.

Y tú me miras.

Y aún no acierto a creerme que te he encontrado.

Que estabas esperándome desde tiempos remotos.

Oculta bajo tus sombras.

Agazapada en tu miedo

Acechante como un animal fieramente humano

Pero el vendaval ha entrado y ha derrumbado la puerta

ha destrozado las cornisas y ha desaparecido la maleza de repente.

Y ahora estoy aquí desnuda frente a ti sin saber bien qué hacer

O con qué palabras hablarte.

Temblando como una hoja que el viento remueve y gira

y gira sobre sí misma como una niña en un tiovivo

Mientras el mundo vertiginoso da vueltas y vueltas

sobre sí mismo

tú y yo nos miramos frente a frente

a través de esta pantalla inaudita

espantada de vernos.

martes, 26 de octubre de 2010

Se busca




Se busca dueñ@ para esta perra abandonada

Encontrado en cercanías de Telde

Sólo llevaba consigo un collar viejo de cazador

Y un puñado de huesos.

Tiene cara de tonta confiada

No tuvo miedo cuando la metí en el coche ni cuando la entré en casa.

Parece tranquila y no pesa nada

Quien quiera puede llevársela

Y darle todo el cariño que le falta.

Lo que le des, se te dará a ti mil veces a cambio.

jueves, 21 de octubre de 2010

Se rompió el noviazgo


Hace unos días Santiago Carrillo (ex Secretario General del Partido comunista) dijo en una entrevista que si hoy tuviese que votar no votaría a los socialistas de nuevo. Preguntado por la locutora a quién daría su voto. respondió.

- No sé a quien votaría. Ese es el drama.

Y es así, andamos perdidos, los de la derecha van a manifestaciones de izquierdas y los partidos de izquierdas hacen políticas de derechas. La política, hoy más que nunca, hace extraños compañeros de cama. Para ejemplos, lo ocurrido hace unos días en Canarias. CC (Coalición Canaria) y PP unidos en formal noviazgo desde las últimas elecciones en amoroso pacto con la finalidad arrebatar el sillón de mando a los socialista, quienes, habían ganado las elecciones autonómicas en el 2007, han roto, finalmente, tan tormentosa relación.

La causa esgrimida por el PP ha sido la discrepancia por el apoyo que ha dado CC a los presupuestos del PSOE. Pero, como ya sabemos que la política es el arte de la estrategia, los buenos canarios sabemos que la razón no es otra que la cercanía de las próximas elecciones y la promesa que le ha hecho Rajoy al presidente del partido popular en Canarias, José Manuel Soria, de convertirse en ministro cuando llegue al poder en el 2012.

Y así se queda el novio, CC, compuesto y sin novia, mientra el PP se va de rositas de un barco hundido y naufragado, Canarias, que soporta una tasa de paro del 30 %, la mayor de toda España. El presidente del PP en Canarias, José Manuel Soria, por su lado critica el apoyo a estos presupuestos y la actual situación en Canarias como si él mismo, viceconsejero del Gobierno Canario y consejero de Economía y hacienda, no hubiese tenido nada que ver en este asunto, pero, ya se sabe que las ratas, son las primeras que abandonan el barco cuando se hunde.

Por su parte, nuestro presidente, Paulino Rivero, apoya al grupo socialista en los presupuesto por el módico precio de unas aguas territoriales (las aguas entre las islas serán ya nuestras, (a ver si alguien me cuesta para qué sirve esto).

Esta política de pacto es lo que tiene. Las alianzas duran lo mismo que los intereses personales y partidistas, hace extraños amigos de cama, une a nacionalista (es un decir) y la derecha, y a quien sea con tal de desgobernar.

Mientras, el presidente de Canarias, Paulino Rivero, que parece tener el don de la ubicuidad (pues aparece en todas la inauguraciones sobrevolando en helicóptero) aparece noqueado pidiendo por señas 72 horas para recolocar el gobierno. Me lo imagino meditando al arrullo de nuestro himno nacional, una nana.

Ay, tierra mía, tierra mía.

lunes, 18 de octubre de 2010

La herencia

Cuando era pequeña mi madre me pegaba. Me pegaba tan fuerte que a veces rompía objetos en mi cabeza, como el mango del escobillón o cualquier objeto que estuviese a mano. Yo, huyendo de los golpes, me metía debajo de la cama o detrás de la puerta, pero mi madre seguía ahí, insistente, repetitiva, una y otra vez, blandiendo su puño, la zapatilla o el palo hasta cansarse. Yo, rara vez lloraba. La pobre victoria de los vencidos está en no dejarse ver vencido, así que aprendí pronto a sobrellevar los golpes con una sonrisa en los labios.

Pero yo no era la única privilegiada de tan noble trato, mi hermana, unos años más pequeña que yo también recibía lo suyo. Ella, en cambio, lo llevaba peor. No había día que antes de acostarse no la oyese recitar en la cama, los ojos fijos en el techo, llenos de fuego y la boca concentrada en una mueca, repetir la misma extraña letanía, “que se muera mi madre, que se muera mi madre”. Yo la oía murmurar en silencio esas terribles palabras, comprendiendo, sin saberlo, que había algo de espantoso y terrible en esta triste oración que mi hermana rezaba cada noche. Por mi parte, yo prefería sumergirme en las mullidas sábanas y soñar que mi madre era otra distinta de la que era. Entre todas las posibles madres, mi preferida era Gina Lollobrígida, el hada que se le apareció a Pinocho para dar vida a aquél muchacho de madera.

Pese a esto, mi madre me pegaba a mí con especial ahínco, debía ser que, al ser mayor que mi hermana me llevaba la parte proporcional correspondiente, cuestión de equidad. Trato de imaginar qué hacía para llevarme tantos y con tan entusiasmo y no logro recordar ninguna hazaña especial. Debe ser que, los leñazos que recibí a lo largo de los años afectaron a la parte de mi cerebro encargada de recordarlo, por lo que, bien se puede decir, que lo mismo que me hirió me curó.

Si bien es cierto que, las peleas eran continuas entre mi hermana y yo y, como consecuencia de esto, era también frecuente que mi madre mediara en la disputa, con una salomónica solución, aporreándonos el cerebro a las dos. Y es que mi hermana, ¡qué talento para la interpretación más malogrado¡ lograba comenzar a llorar cuando veía que la pelea estaba ganada a mi favor y justo en el momento exacto que mi madre pasaba por su lado. Entonces, entraba en escena la artista que siempre reclamó ser y comenzaba la función. El final, ya imaginarán ustedes cuál era, una sarta de porrazos a mi persona, bajo los cuales, inútilmente, intentaba convencer a mi madre, una y otra vez, de que la pelea la había empezado ella. El epílogo de este sainete era la sonrisa sardónica de mi hermana contemplándome bajo la lluvia de golpes.

Pues mi madre era una mujer sabia, ahora lo sé, y sabía que poco importaba quien hubiese empezado si la que la continuaba era yo, más astuta pero menos ladina que mi hermana. Extraña medicina esta, que nos que nos daba mi madre cada día, pues pareciera que cuanto más recibía más quería, dado que siempre conseguía mi objetivo.

Pienso, en la distancia y la templanza que dan los años, que mi madre, en su eterna sabiduría sabía que había en mí un carácter rebelde que había que moldear o frenar. Era tal su convencimiento en esta filosofía que trasladó su convencimiento a la maestra de mi escuela. Y allí estaba mi madre, vestida de negro, doblándome en altura y anchura, con los brazos en jarra y las piernas separadas, explicando a la profesora su metodología. Si se porta mal, le decía en el dintel de la puerta, péguele.

La profesora, convertida en erudita en esta materia, descargaba en mi buena parte de su ontología. Con lo cual, había días que recibía porción doble, en la escuela y cuando llegaba a casa. La semana de la entrega de notas era especialmente penosa. Ahí estaban mis tres, cuatro, suspensos en la cartilla inmaculada y mi cuerpo contra las cuerdas del ring a punto del cao.

Pero no penséis que mi madre era una mujer en absoluto descuidada o disoluta con sus deberes como madre. Todo lo contrario, nunca faltó en la mesa ni un plato de potaje (a mi hermana se lo solía servir sobre la cabeza cuando lo rechazaba) o una ropa limpia que llevar al colegio. Para ser fiel a la verdad, mi madre era una mujer como tantas, desbordada por las circunstancias de llevar el peso de la casa sola sin ayuda de nadie y con el ingrediente de mi persona. Sobre sus hombros soportaba las penurias de llegar a fin de mes con un padre perdido en la mar y una incógnita por despejar, cómo llegar a fin de mes con nueve bocas que alimentar.

En el fondo, si nos golpeaba con especial virulencia cuando suspendíamos era porque quería que fuésemos mejores a base de conocer lo peor desde el principio. Que tuviésemos la opción, que ella nunca tuvo, de estudiar y poder “llegar a ser alguien en la vida”. No aprovechar las oportunidades que la vida nos había ofrecido era algo que la enfurecía como basilisco, por lo que empleaba el único método didáctico que había conocido.

Así, de esta manera y sin quererlo mi madre, comenzó la forja de una rebelde.

viernes, 15 de octubre de 2010

Dulce placer


Cuando la portera abrió con su llave de repuesto el apartamento dieciséis que olía tan mal se encontró con un espectáculo horrendo. Una riada de hormigas había acampado sobre la mesa del salón. Este podría ser el resumen del libro “la impaciencia del alquimista” y no faltaría a un ápice a la verdad. Pero algún ortodoxo crítico diría que no me he leído la novela y sería cierto con rigor. La dejé a mitad, pero valga al menos como metáfora de las expectativas de esta lectora que les habla y lo insulso de su descubrimiento.

Y no es que en Lorenzo Silva, el autor, una quisiera encontrar a Raimon Chandler, pero de eso al conductor asustado de autoescuela o de funcionario aburrido que aparece en la contraportada hay un abismo. En fin, soporífera novela, diálogos pocos creíbles y una pareja de guardias civiles más literarios que reales en medio de una acción morosa y aburrida. Aún así, esta obrita ganó el premio Nadal en 2002, y claro está le hice el honor por ello de buscar en las cinco últimas página quien había sido el asesino de un tal fulano Pérez.

Qué le vamos a hacer. Y es que el regusto que me dejó “mar de fondo” de historia de muertos y asesinos me hizo escoger de nuevo una obrita policiaca para entretener mis noches lectoras. Pero nada amig@s, mi gozo en un pozo, más me hubiese valido leerme algún real decreto de esos que tanto abundan en el sistema educativo. Al menos, en ellos el humor siempre es soterrado y cáustico. Por lo demás, no vale la pena que continúe hablando de esta obrita que pasará sin pena ni gloria por nuestro panorama literario.

Por lo que, como siempre me ocurre cuando tropiezo con una mala novela, y necesitada urgentemente de una ducha que me purifique de la mala literatura me sumerio en Balzac y “Eugene Grandet”, edición del círculo de lectores del año 63, propiedad según consta en la primera página escrita en rojo y con letras de colegio de monjas de María Enriqueta, encontrado por quien le escribe en una tienda de libros de segunda mano. En el reverso de la portada se puede observar un recorte de periódico ya amarilleado y pegado por la que se supone fue su dueña, con harta minuciosidad, donde consta con un breve resumen de la obra.

Si usted ha superado esta detallada descripción del libro que tengo ahora en mis manos, está preparado para entrar en el mundo fascinante de uno de los mejores escritores de la historia.

Pero permítanme que lo dude, condenados a despreciar lo antiguo y lo clásico con ese afán de atacar todo lo que sea novedad y que sólo alimentan a las editoriales, pasamos de largo de las mejores obras literarias, frenados en más de una ocasión, por el exceso de descripción y detallismo, aunque sepamos que en ella nos encontraremos con una verdadera obra de arte y a un genio en el retrato de una sociedad, de sus vicios y virtudes. Y así nos perdemos el dulce deleite de encontrarnos con unos caracteres universales, narrados con una sutil ironía y con un estilo que pocos han alcanzado después de tanto años. Pero esto queda para la próxima entrada. Sin más, continúo leyendo.

martes, 12 de octubre de 2010

Escisión

Entonces decidió que lo mejor era sentarse allí y arrojar aquella mierda de años. Vaciarse toda, meter los dedos si hacía falta. Empezar de cero. Apoya los dedos en las teclas y mira un punto blanco de la pared enfrente de sí. Sintió la angustia agitarse en el estomago subir hacia arriba y de nuevo le venció las ganas de llorar. Se palpó los pechos.

Todavía no me toca.

Se levantó y fue al baño. De nuevo frente al punto más allá de la pared que no mira, sino puedes vencerlo, pensó, porqué, inevitablemente, después de cinco años seguía acordándose de ella como si el tiempo no hubiese pasado. Lo peor era aquella continua sensación de que dominaba todos sus actos desde la lejanía, como si a través del espacio manejase los hilos transparentes de su existencia.

Había llegado a la conclusión de que sus sospechas eran ciertas: la sonrisa cínica que le dirigía cada vez que se la tropezaba no demostraba otra cosa, como si le repitiese a cada vez, “te tendré cuando quiera” y sólo dios sabe los esfuerzos que tenía que hacer para no caer bajo el influjo de su mirada. En ocasiones, cuando se sentía fuerte se engañaba sosteniendo su mirada y le lanzaba rayos de “mírame aquí me tienes. He sobrevivido” Pero esto sucedía cada vez menos, su fortaleza disminuía con el paso del tiempo. En aquellas ocasiones esporádicas en que tropezaba con ella sentía que su autosuficiencia estaba construida sobre una fragilidad infinita. Y optaba por rehuir su mirada, escapar al influjo que todavía desprendía sus ojos extrañamente tristes.

Algo mayor que la prudencia la detenía. Pero lo cierto es que, a pesar de todo, añoraba la libertad de no sentirme pensada ni espiada más allá de su propia voluntad.

Ahora ya lo sé, se decía, no podré escribir de otras cosas sino de ella, de la distancia que nos separa y que es la misma que nos une ahora, del olor a campo que tenía su ropa, que lo inundaba todo.

Recordarla le producía un estado de nerviosismo extraño, de irritabilidad insospechado. Se levanta de pronto, Observa las cosas del cuarto como un animal enjaulado, busca la ventana. La abre, respira fuerte.

Quisiera gritar pero no lo hace. Me contengo. Esto es envejecer. Ser prudente, contenerse. No soñar con amores muertos. Aún quedan cosas suyas en esa casettte que grabó para mí con su letra impresa en la caja ya rota.

Sale de paseo por las calles de Paris con el abrigo de segunda mano casi arrastrando el suelo. Hay un ambiente de fiesta en las calles. Es sábado. Grupos de chicos de distintas faunas urbanas caminan por Barbes- Rochechouart gritando y coreando su alegría. Una chica viene hacía ella bailando, alegre y la coge por la cintura, dan vueltas sobre sí misma. Luego la extranjera se queda quieta, mirándola, mientras la mujer se aleja por la boca del metro.

sábado, 9 de octubre de 2010

Canto a mi cuerpo


Adorada textura que me tocas. Dulce cobertura que me cubres. Con cuántos placeres me colmas. Con qué voluptuosidad me conquistas, con qué facilidad me deshago bajo tus manos que me tocan.

Mis pensamientos se expanden y se concentran al vaivén de tus manos que masajean mi musculatura, mis tendones, mis tensiones, mis secretas excrecencias.

Por los poros se evaporan las preocupaciones del día, las palabras, las gentes y las cosas que desaparecen.

Mi cuerpo se desmadeja, se invita, se entrega. En el goce supremo se estremece. Y es entonces, cuando entiendo el orbe del universo, la bonhomía pasajera, la paz del niño que duerme.

Adorado cuerpo mío, deseado y deseante, eres más cuánto más te desintegras.

Cómo no he de quererte adorado cuerpo que me habitas, con el placer que me ofreces. Tuya soy, mío eres, y aún así, necesitamos de otras de manos de otra boca, de otro cuerpo.

Pintura: mujer desnuda de Renoir

jueves, 7 de octubre de 2010

Mar de fondo

Todos ocultamos algo. La cualidad de nuestros secretos es lo que nos define como personas. Esta parece ser la premisa de la narrativa de Patricia Highsmith en “Mar de fondo”. Somos víctimas de nuestro propio carácter, y este puede llegar a tener honduras y transgresiones profundas. Sólo hace falta dejarlo ser. Es el mar de fondo que todos guardamos celosamente a salvo de las miradas ajenas. A veces, puede suceder que un simple acontecimiento haga detonar y estalle, mostrándose así, el lado oscuro de nuestra personalidad.

La autora lleva a sus personajes al límite de la cordura, del bien y del mal, en medio de la calma y tranquilidad aparente que anida en toda familia media americana y nos recrea un mundo de personajes, de malos buenos o de buenos malos, terriblemente cercanos, donde todos somos sospechosos. Highsmith, experta en reflejar las corrientes subterráneas del ser humano en la monotonía cotidiana, nos provoca una constante desazón, precisamente por esa misma cercanía y cotidianidad de las situaciones y personajes.

Magnífica y trepidante novela de intriga que se lee de un tirón y sin menoscabo para la inteligencia del lector. No en vano es considerada una de sus mejores novelas. Recomendada para aquellos amantes incondicionales de esta escritora misógina, lesbiana, amoral, apátrida y tan misteriosa como sus propios personajes o para aquellos que gustan de vez en cuando en solazarse con una novela de intriga, mal llamada policiaca, no hay un solo policía. No les decepcionará, estamos ante una de sus mejores novelas.

Nada que ver con la “la vida en las ventanas” del escritor argentino Andrés Neuman, una relación epistolar por medio de email de un adolescente avispado a una mujer silenciosa o ausente. Monótona, insípida, sin más novedad que lo que seguramente fue novedad hace muchos años, el uso del correo electrónico para comunicarse. Pero quería leer algo de este escritor tan en boga por estos lares. Debe ser que no di con la mejor de sus novelas, pero es lo que tiene tirar de biblioteca y del puro criterio que conforma el azar.

domingo, 3 de octubre de 2010

soy yo




Lo peor de todo es que ni siquiera soy yo. Si, no me sonrías. No soy yo, Victoria Ocampo, la que ella me piensa. No. No voy por la Rue Magenta de Paris y camino, sino que ella desde su escondite de marfil, desde su distancia, me piensa caminando por este callejón, los pies congelados. Y aún cuando lo hago en francés me escucha y se sonríe diciendo, te oigo sin palabras.
A estas horas sólo hay árabes desapareciendo tras los portales oscuros con chicas cada vez más jóvenes y algún apresurado comerciante con mirada aprensiva que sujeta fuertemente la cartera. Saludo a algunos que ya me conocen y que dormitan entre cartones en los bancos de la Republic. Abren los ojos a mi paso.
Lo sé. Estoy demasiado sola. Pero no he podido recuperar aún la confianza necesaria en esta especie desconfiada por naturaleza. Un borracho gimotea entre el vómito y la orina. Un perro le lame los pies. Me hundo en el metro, me dejo arrullar por el estruendo de la máquina para no oír mis pensamientos, para no oír los gemidos del borracho.
Pronto serán las doce y tendré que volver al hospital. Camino despacio por Mülweg, y Garten Strasse apoyando la mano en el costado, temiendo que se me abran los puntos y la herida. Nadie se ha percatado de mi ausencia. La señora que duerme a mi lado insiste en saber dónde he ido. Disimulo con un gesto como si no la entendiera. A dar una vuelta le respondo.
Tengo sueños en la que soy la que te dice que no eres tú, la que ha sido demasiado tarde. Discuto con la enfermera por el mero placer de dialogar. La acuso de racista por servirle a la señora té y a mi no. Me mira de reojo con un profundo gesto de inquina en sus ojos. La inactividad me vuelve malvada. Me aburro. Duermo todo el día, anestesiada, midiendo los días que me faltan. Mi hermana me llama por teléfono. No es nada, le respondo. Sólo que se me indigestó Alemania.
Ando siempre escapando. Es fácil salir fuera. Todas las puertas están abiertas. Sólo hay que mezclares entre la gente, poner cara de normal y atravesar el umbral como si nada. Si en el parking te aguarda un coche y sientes la libertad apretada con fuerza a tus bolsillos, apresúrate y escapa. Cuando los ojos, ya vueltos hacia atrás, siento la urgencia de volver, lo hago.
Tú, en cambio, siempre preferiste las cosas seguras, ancladas. Te deba miedo desprenderte de las cosas como si ellas te sostuviesen y cuando descubriste que ni yo misma era estable te fuiste. Aún así te niegas a irte y mi corazón recorre las calles donde una vez fuimos felices. La perra quizás haya muerto de vieja. Alguien me dijo que la vieron coja acompañando a un ciego por la calle Minas. Quizá ella también se cansó de seguir nuestro rastro por las calles de Madrid.

viernes, 1 de octubre de 2010

Nunca más

Nunca visitamos el Danubio azul

Ahora lo pienso y tengo esa certeza

( Crecen cuervos asentados bajo mis píes

graznando, ausentes de mi parálisis)

Ahora lo sé.

No habrá más Danubio que este restaurante

semivacío de nombre imposible.

(Los cuervos picotean mis pies como rama seca)

Exenta estoy

De todo y todos

( menos de este lago de cisnes negros)

Ahora lo sé.

No habrá nunca un Danubio

Azul donde tú me vuelvas a querer

Como entonces

( cuando entonces era parte de esa felicidad sin nombre)

Cuando no soñaba siquiera

En estar sentada sola frente al Danubio

de la nostalgia ácida de no verte.

Nunca. Pensamos.

Tu desde tu insondable distancia

Yo desde mi Danubio certeza.