viernes, 30 de abril de 2010

La sinceridad está infravalorada



Demasiadas horas de clase, mis alumnos me conocen ya como yo a ellos. Sé de qué píe cojean, sé cuando trabajan y cuándo no. Así mismo, ellos saben cuándo estoy de humor y cuándo es mejor apartarse. Este conocimiento mutuo nos da una gran ventaja, podemos reírnos de nosotros mismos, permitirnos ciertas licencias y hablarnos con naturalidad.
Profesora: A ver, Lena, ¿cuántas veces he dicho que en el sujeto no hay complementos directos?
Lena: No sé.
Profesora: más de cien. Siéntate. Marcos te quieres estar callado de una vez.
Marcos: Es Lucas que me está molestando.
Profesora: Lucas, hoy estás torcido, te ha levantado con el pie torcido, ya deberías conocerte y saber que en estos días torcidos deberías sentarte solo, así que, venga.
Lucas: pero yo no le dije nada.
Marcos (disculpándose): no que va, me llamó, me miré hacia atrás y me dijo guapo.
Profesora: Lucas, coge tus cosas, es para hoy, andando.
Pedro: Seño, el “de madera no es el complemento directo”
Profesora: qué he dicho de levantar la mano para preguntar… repito, por enésima vez, en el sujeto no hay complemento directo. Venga otra frase.
Julián:” Zapatero va a ganar las elecciones.”
Risas. Todos saben que soy feminista, atea, proabortista y de izquierdas.
Lucas, finalmente coge sus cosas y se va hacia atrás. No pasan dos segundos cuando interrumpe de nuevo. Manuel está en la pizarra haciendo el análisis sintáctico.
Lucas: seño, me está mirando mal.
Profesora (sin prestarle atención): vamos a ver, cuántas veces he explicado que un verbo copulativo rige un atributo. Mira, te voy a decir una cosa que no olvidarás. ¿Tú sabes lo que es una cópula?
Risas.
Manuel: sí. (jeje)
Profesora; ¿Qué verbos son los copulativos?
Manuel: no sé.
Profesora: el ser, estar y parece: copula el ser, el estar y el parecer…
Un preservativo vuela en el aire y llega hasta los pies de Manuel, que me mira con cara de asombro. Lo recojo.
Profesora: Bien, pues si no usas esto (mostrando el preservativo) te pueden nacer pequeños atributos… así que, este verbo está jodido porque siempre tiene atributos. Anda siéntate, seguro que no se te olvida más.
Lena: profe, ¿“médico” no puede ser complemento directo?
Profesora: ¿Me acabas de escuchar cuándo le he dicho que al verbo copulativo le acompaña siempre un atributo?
Lena: ah, pero no puede…
Profesora: no, no puede ser dos cosas a la vez.
Pedro: profe, no se ponga así.
Mikel que no hace nada, solo dibujos en un cuaderno, que está muy pegado a mi mesa, para poder controlarlo, me mira sonriente a la cara.
Mikel: profe, me gusta sus ojos cuando se enfada.
No le puedo responder porque Lucas se levanta y viene a mi mesa a contarme una batalla…
Lucas. Seño, se lo juro yo estaba tranquilo en mi sitio y me miró mal.
Profesora: te está saliendo barba…
Risas.
Lucas: y ¿qué tiene que ver eso con lo que le estoy contando?
Profesora: y ¿qué tiene que ver la lengua con lo que me estás contando?

miércoles, 28 de abril de 2010

Nadie conoce a nadie



-¿Todavía no has comprendido que a nadie le importa nadie? ¿Aún no?
Jeanne lo miró.
-Qué extraño eres, Maurice…Te han pasado cosas como para estar amargado y desencantado, y sin embargo no eres infeliz, quiero decir, interiormente. ¿Me equivoco?
-No.
-Pero entonces, ¿qué te consuela?
-La certeza de mi libertad interior-respondió Maurice tras un instante de reflexión-, que es un bien precioso e inalterable, y de conservarlo o perderlo sólo depende de mí. De que las pasiones llevadas hasta el extremo, como ahora, acaban por apagarse. De que lo que ha tenido un comienzo tendrá un final. En una palabra, de que las catástrofes pasan y hay que procurar no pasar antes que ellas, eso es todo. Así que lo primero es vivir: Primum vivere. Día a día. Vivir, esperar, confiar.


Extracto de "Suite Francesa" de Irène Némirovsky
Fotografía de la autora y su familia.

lunes, 26 de abril de 2010

La extranjera VII

Son ya las ocho. Ya debe estar al llegar. Las flores aún no se han marchitado, quizá debería cambiarle el agua, sí quizás sí. ¡Cuánto he envejecido¡ No reconozco mi cara de hace unos meses. El tiempo, dicen. No, cambiamos nosotros.

¡Cuánto hemos pasado¡

Es cierto lo que dice Olvido, mi rostro tiene algo de trágico, los ojos hundidos ,quizás o las mejillas de este color pálido y ceniciento. En ocasiones me descubro mirándome al espejo y saludándome, hola ¿cómo estás? me digo, como si el rostro que llevo y que no me veo, fuera distinto a mi, como si fuera otra la que me vive dentro. Esta sorpresa también me llega cuando me observo, al descuido en algún escaparate, por la calle. Aunque sé que soy yo, no puedo dejar de percibirme como un anacronismo, en lo que soy dentro y lo que soy fuera. Fue Olvido quien descubrió antes que nadie esta grieta.

-Yo no soy toda tu vida, lo sé. Estás tan metida en ti. Eres una carretera, una línea paralela en la que a veces nos cruzamos, pero nada más.

-Tu también- le digo amodorrada en su pecho, después de hacer amor.

-No, Julia, yo te siento toda. Tu eres una vía paralela, - me respondes con esa voz tibia que se te queda - ¡estoy tan metida en ti¡ A veces, me cruzo, como por descuido con ella.

-Lo siento, no sé que me pasa, sólo sé que en ocasiones lo de afuera no existe, ocurre cuando tú me ves, como dices en vilo, en el aire. Camino, pero no percibo, tan sólo siento un mar en mi. Luego, otras veces no estoy en mí, sino fuera en las ventanas, en las puertas, en las baldosas, en las aceras. Me siento como una calle o una plaza, soy todo eso, y no es metáfora, unas veces me contemplo desde dentro y otras desde fuera.

-Tienes la capacidad de crear mundos y te trasladas al que quieres, y yo nunca sé cuándo vas a despertar, cuando volverás a mí. Si hoy estás en una carretera fuera de servicio, o en una autovía. Nunca sé qué piensas. Es un martirio.

Me rebelo contra esto, siento, que es la persona más importante de mi vida, que la quiero aunque a veces no sepa como hacerlo.

-Muchas veces no pienso- le digo- Tan sólo siento, una manera extraña de sentir. Siento, pero no con ninguno de los sentidos que conozco, es como una observación empática, de dentro afuera, de muy dentro a todo lo de afuera.

-Las parejas nunca se conocen.- respondes levantándote- Lo nuestro es una relación de necesidad mutua, tú me devoras a mi y yo a ti.

-No exageres, tengo muchos problemas es lo que pasa. Nada más. Aún no sé de dónde voy a sacar el dinero para pagar la matrícula, cómo voy a vivir. Tú lo tienes todo resuelto.

-Ya sabes que de lo que mi madre me manda la mitad es para ti.

-Ya lo sé, Olvido, pero no es eso, necesito, y no es por orgullo ganarme la vida por mí misma, saber que puedo aún alimentarme a mí misma.

-Sí y dar por culo a tu madre, también.

-También.

martes, 20 de abril de 2010

Libertad, 8


Hoy es mi cumpleaños. ¿45 años o 20 abriles? ¡Qué mas da¡ ¿Cuántas vidas he vivido ya?¡ Tantas cómo la extranjera¡ ¡y las que quedan¡. Estoy contenta, como el buen vino, voy mejorando con los años. Llevo desde el sábado celebrándolo, porque hay que festejar las añadas, la primavera, los números redondos, los amigos…

Por eso, este fin de semana me voy a Madrid, para seguir celebrándolo y encontrarme con ustedes, si así lo quieren.

¿Quién me iba a decir a mí que poco después de un año iba a tener conversaciones tan interesantes con muchas de ustedes? ¿Cómo iba a pensar que desde esta ventana que un día abrí, indecisa, iban a aparecer tanta gente importante en mi vida?

Nadie. Ni yo misma lo creí, por eso, para festejar mi alegría y este blog quería invitarles, lectoras o blogueras a que nos encontremos este sábado en Libertad, 8.

Quiero que este sea también mi regalo, quiero verles las caras, quiero seguir escuchándolas con una copa, quiero seguir conociéndolas, y seguir poniendo caras a estas ventanas del mundo en donde encuentro a tanta gente afín.

Así que, confirmen su presencia.. a todas, gracias por estar ahí...Queda dicho, los y las que lo deseen, y quieran pasar pasar una tarde-noche de sábado agradable les invito a vernos en Libertad,8.

domingo, 18 de abril de 2010

La extranjera VI

De pronto su mirada me desarma, me deja sin habla, me mira sonriendo.

- Perdone que la moleste, tienes usted otra llave del buzón, es que Olvido se la llevó y era la única que tenía.

Las manos temblorosas, la cara maltrecha de la dueña de la casa que me mira en el rellano. Cómo decirle que en la casa hay alguien. Como empezar, señora, desde que Olvido se fue, pasan cosas extrañas, oigo ruidos por todas partes, un cacharro que se cae en la cocina, una sombra detrás del espejo, pasos en la terraza, pero no me mire así. Son los mismos que rompieron la mesa, los que hicieron que se me cayeran las cosas de las manos, incomprensiblemente. Pero ésos no, señora, ésos no me preocupan, son los otros, los que me sueñan, los que me están volviendo loca, los que me hacen gritar desesperada en la noche, tirándome del pelo de rabia, pegando puñetes doloridos en la cama, en los armarios. Son ésos, señora, que no sé cuando vinieron ni de donde llegaron.

Fue igual que cerrar los ojos, como los niños, contar hasta tres en silencio y desear fuertemente que apareciera ella ante mí, que me mirara como si no hubiese pasado nada, como si el aeropuerto, las lágrimas, el andar sola sin rumbos en otras ciudades, no hubieran sido nunca nada, o acaso una pesadilla que tiene que acabarse. Pero ella no apareció y el sitio donde la soñé estaba igual que antes, más profundo, más sólo.

Pero se quedó una presencia, quizá una esencia, un espíritu, no sé, señora, no me encuentro muy bien, no duermo casi nada. Tiene que creerme, no sé lo que pasa en la casa, a veces, me encuentro diciendo cosas a alguien que está a mi lado, quizás es la costumbre de hablarle siempre, de estar siempre acompañada, de caminar con su mano en mi mano, de dormir cuerpo a cuerpo, de respirar cara a cara.

Quien sabe, quizás es la costumbre, esa mujer despistada, que la cogió de imprevisto con su marcha, y aún está trastornada, y no sabe todavía bien que su sitio no es ahora y aquí, que ya se fue, que ya no vuelve, aunque yo corra siempre a mirar por la mirilla a ver si es ella la que sube, y yo insista y siga llamándola aunque sepa que no me oye, sólo por ver si ocurre, por si acaso un día de éstos entro en la casa sola y la encuentro…

- La llave señora, gracias.

( Pintura: habitación de hotel de Edward Hoper)

jueves, 15 de abril de 2010

La niña perro

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Esta noche la pasa conmigo la niña perro, cuatro años, positiva, curiosa, inteligente nada mas llegar a casa, explora mi estudio.

- Este cuarto me sienta bien, - dice.

Y debe ser así porque se queda mirándolo mientras escribo, mira la mesa, el desorden de mesa, lo que hago y luego fija su atención en los perros.

- ¿Por qué los perros no se hacen grande?

- Sí, se hacen- le contesto sin mirarla.

- Pero nunca crecen.

Menos mal, porque sino, pienso.

- ¿Puedo ser un perro?

Ha tardado hoy mucho en hacerme la pregunta.

- Sí.

Entonces, comienza su juego preferido, se pone a cuatro patas e intenta imitar lo que hacen los perros, los sigue, ladra, incluso ha llegado a comer lo mismo que los perros. A veces, en el paseo quiere que le ponga una correa como a los perros y que tire de ella.

Mientras paseamos no para de hablar, hoy me ha dicho que conoce todos los nombres de los perros con los que nos cruzamos por la avenida y así lo grita a viva voz cuando los vez.

- Ese se llama Pax- dice señalándolo- y ése Nímulo.

Nímulo, me gusta, pero de dónde sacará esos nombres. Los dueños nos miran extrañados, y los perros, como si se reconocieran o se encontrasen más cómodos con esos nuevos nombres mueven alegre el rabo.

Cuándo habremos perdido esa capacidad de mimetismo con los animales, esa creatividad sin barreras.

Desde buena mañana se despierta y viene a mi cama.

- Vamos a despertar a los perros.

- Umm... no todavía no, es muy temprano...

- Pero hay que despertar a los perros...

- ¿Para qué?

- Para que te den besos y te quieran.

Ella sí que sabe.

martes, 13 de abril de 2010

La extranjera V

Paolo se ha venido a vivir conmigo a mi pequeña casa, en el callejón del molino. Pero Paolo no ocupa espacio, anda como los pájaros, apenas pisando el suelo, entrando y saliendo, sin hacer ruido. Sigue acudiendo a la estación, a veces, vuelve maleado, el rostro blanquísimo, transparente. En ocasiones, desaparece durante días, sin decir nada, para buscar trabajo, dice, pero yo sé que vuelve a los baños de la estación, porque trae los ojos turbios y el cuerpo agotado de perro callejero.

Estoy atada a él por lazos invisibles y aunque todos desconfían, nos creen amantes, me río, no hay nada de eso entre nosotros, ni nunca lo ha habido. No podrían entenderlo, como no entienden el código moral de los viajeros que se encuentran en el cruce de caminos y se reconocen o el de los vagabundos que se cobijan bajo el puente, al abrigo del frío.

Cuando Constance lo vio una mañana se puso como una fiera, incluso llegué a pensar que podía estar celosa y me alegré, pero creo que era sólo que no entendía mi manera de actuar, no podía comprender cómo podía traer a vivir a mi casa a un desconocido. Por más que le dije que confiaba en él, que me necesitaba, que era como un hermano pequeño, no me creyó. ¿Cómo un hermano?, me gritaba frenética, si apenas lo conoces.

Tenía razón, pero quien conoce a quien. Tampoco podía decir que la conociera a ella después de todo un año. Ella es un mármol, un glaciar, un castillo impenetrable y yo estoy sola rompiendo una y otra vez la lanza contra la dureza de su corazón. Sin embargo, Paolo es claro como un manantial que fluye, frágil como una rama que se pierde a la deriva.

No puedo dormir. Son las seis de la mañana. ¿Cuántas horas llevo despierta? Dos, tres.

Donde estará Paolo. Desaparece, como los gatos salvajes, sin aviso, luego entra ladeando, la cabeza gacha, con la media sonrisa y los bolsillos repletos.

Bebo y me retuerzo en la autocompasión. ¿Cuántos días ya así? Despertándome en la mitad de la noche, no conciliando más el sueño, pensando, fumando, bebiendo, turbando mi mente hasta el cansancio para no pensar más. Me hundo, estoy en un pozo sin fondo porque no quiero ver. Me emborracho para ahogar mi desesperación.

Sólo tengo que decirme a mi misma “ella no me quiere, nunca me ha querido” y entonces saldré del pozo.

Me miro como debe verme dios desde una distancia cercana y me veo ridícula, llorosa, implorando amor a un corazón cerrado, egoísta, frío.

Me retuerzo en mi dolor, más dolor aún porque me pienso e imagino que existe alguien en algún lugar que me espera, que desconozco aún, pero que, ahora mismo como yo, mira la noche cuando yo lo miro y siente lo que yo siento. Me deleito en este pensamiento, anhelo a esa mujer, que intuyo, que anda ya en mis sueños, sin forma aún definida, que me busca sin conocerme. ¿Me reconocerá al instante la que me espera sin saberlo?

Puedo sentir su voz, llamándome desde lejos, en esta noche donde no duermo. Puedo sentir los tambores, las convulsiones, el estrangulamiento en el centro de mi cuerpo cuando la pienso.

Puedo oír sus dulces palabras de amor llamándome por mi nombre. Porque cuando ella pronuncie mi nombre sabré que era yo y no otra la que la me espera, la que me piensa desde la distancia, en este espejo de almas perdidas que ya se aman sin conocerse, más allá del océano y del espacio.

Ese día tiene que venir, los sé ahora, mientras miro por la ventana la noche oscura, y no será Constanze ni Olvido.

Ese día que vendrá, sabré que todo ha sido justo, que debía cincelarme y tallarme, para este encuentro.

Donde estará Paolo, hace ya una semana que no aparece. Pienso que quizás le haya pasado algo, la policía suele detener a los inmigrantes en la estación. En qué oscura vía andará perdido.


Pintura: la noche estrellada sobre el Rádano de Van Gogh.

viernes, 9 de abril de 2010

Manos patas se derrrama

La mujer manos patas se levanta hoy en un día ventoso. Aún es de noche cuando sale con premura de un sueño agitado, con la extraña sensación de que llega demasiado tarde a algo. Pero no logra recordar a qué. Acelera el paso, el rostro afilado como una navaja, la palabra lanzada sin retorno, para comenzar, con una desorbitada prontitud, la mañana. Hay, en este apresurado hacer, un deseo de finitud siempre aplazada, una búsqueda incesante de algo.

Las mujeres manos patas tienen un ejército de hormigas a su cargo. Subida en la tarima de una hoja seca les conmina: ¡¡a trabajar¡¡ ¡¡ a trabajar¡¡ ¡¡ perezosas indomables¡¡

Pero, como las hormigas la conocen y saben que pronto se le pasará, nada más se da la vuelta, vuelven a no hacer nada.

La mujer manos pata se enreda, se pierde, en el laberinto de las citas, de los avisos, de las notificaciones. ¡Ay, si al menos supiera algo de matemáticas¡ Pero las manos patas no sabe nada de números, ni de plazos, ni de bitácoras; por eso hoy debe correr, correr, sin parar.

Hasta los animales del bosque se esconden a su paso, pues como si de un ogro o un gigante se tratase, va lanzando gruñidos y manotazos al aire.

La mujer manos patas no se da cuenta cuando cae, cual Alicia en el agujero, absorta como está en el frenesí de hacer. Pero cuando cae, suspendida, por la suave brisa, lo va comprendiendo todo.

Detenida ya, contempla, inmóvil, las nubes pasajeras. Todo se mueve, pero ella permanece quieta. Apenas jadea, atenta a su fluir, se derrama y se vierte.

Recuerda el calendario de las lunas y sonríe, la esencia de su sinrazón era sólo eso.

miércoles, 7 de abril de 2010

La extranjera IV



Cada día me alejo más de esta ciudad muerta. Todo me parece igual, frío, inmóvil. Recorro cada día Kilómetros y más kilómetros. A un lado y otro de la autovía el verde, siempre el verde, los tejados a dos aguas, las casas similares, de puertas iguales, cerradas. Conduzco sin rumbo y sin llegar a ninguna parte ¡Qué opresivo puede ser el verde¡

¡Qué extraña soy a este paisaje¡

He llegado, sin pensarlo, a la estación de trenes y he merodeado por sus andenes, mirando a los viajeros, como si esperara la hora de salir o de encontrarme con alguien. He estado así un buen rato, rodeada de gente que va y viene, en medio del ruido sordo de los trenes. Me he detenido a mirar a un muchacho delgado, camina al igual que yo, por la estación sin rumbo fijo, perdiéndose en los pasillos, vagando entre los andenes.

Sin saber cómo me encontré siguiendo atentamente a aquel muchacho que deambula con aire ensimismado, extraño entre la gente que marcha con un propósito determinado. Le seguí durante un trecho, vigilándolo, observando su paso ágil, su rostro afilado, pálido, de una pulcritud inmaculada.

Lleva puesto un pantalón vaquero y una camisa blanca de botones y por todo equipaje, una mochila negra al hombro. Me detengo en su mirada que refleja un halo nostálgico o quizás de ensoñación permanente. Cuando me descubre siguiéndolo, alza los ojos y me reconoce. Entonces, me saluda con un fuerte acento extranjero. Le pregunto de dónde es, de Portugal, responde; le digo que soy española y su alegría parece verdadera, pues su rostro se demuda, gesticula, me abraza.¡ De qué pequeñas alegrías se nutren nuestras penas¡

Se llamaba Paolo. Me cuenta que lleva pocas semanas en Alemania, pero que apenas conoce nada. Creo que miente, siento que Paolo no ha salido nunca de la estación. Puede pasar que uno se queda atrapado en los andenes para siempre, como se queda apresado a un día especial de lluvia o a un recuerdo imborrable.

Nos tomamos una cerveza en la cafetería de la estación y hablamos de nosotros; tenía la sensación de que lo conocía desde hace mucho tiempo, aunque nunca supe discernir qué había de verdad y qué de inventado en todo lo que me contaba, pero qué importaba aquello, cada uno cuenta la vida como la imagina que la vivió. Ahora éramos dos, hablando en aquella lengua hermana, en ese dialecto luso-español que inventamos. Le dije que también había estado viviendo en Setúbal, muy cerca de Lisboa y la estación fue desapareciendo de pronto, mientras corríamos las calles de Setúbal, el puerto de Lisboa, de la mano de Amalia Rodríguez y corría el salitre por mis venas.

Entonces ví algo, fue apenas una señal.

Cuando pasas tantas horas en la estación, acabas distinguiendo a la gente, a los que van de los que vienen, a la gente que pasa sin más, pero también a los que se quedan. Son, sobre todo, hombres, desocupados, aburridos, vagabundos que buscan el calor de la estación, pero también carterista que aprovechan el despiste de los viajeros, y jóvenes que se prostituyen en los lavabos.

Comprendí que mi nuevo amigo era uno de éstos, por la manera en que lo miraban algunos hombres, pero también, por la manera en que él respondía. Todo sucedía muy rápido, apenas una señal imperceptible a lo lejos, un mirada rápida y mi amigo salía, decidido, pidiéndome que por favor lo esperara, para seguir hablando de Lisboa, del fado y de las calles que no iban a ninguna parte.

Entonces Paolo se perdía en los lavabos; y yo me quedaba pensando en la Lisboa acogedora y antigua que siempre llevaría dentro, en Lucilia, en Alex, en Ana, en tanta gente que se había quedado allí y que venían ahora de pronto a saludarme, quien lo iba a decir, después de tanto tiempo.

Y sin saberlo, voy regresando a la estación de trenes de Lisboa, en esos subterfugios que busca el cerebro para no ver lo triste, para no pensar en Paolo que se mancilla, que se degrada, que destruye su pureza de ángel negro en los baños de lozas blancas. Regreso a esa mañana fría en donde Alex me despide, con sus ojos desesperados de niño grande, con su abrigo largo y sus zapatos de punta cuadrada y me veo con esa pamela marrón que Lucia tejió para mi, diciéndole que me voy a Paris porque aún no olvido a Olvido; Mientras él mira alejarse a la mujer que quiso y que no lo quiere, con esa boca grande y roja, con esos ojos grandes de tragedia, y esa frente de actor de películas en blanco y negro, y yo me voy ya desprendiendo de su mano blanca, que me grita que le escriba, que no lo olvide, sin saber que nunca más volveremos a vernos.

Paolo vuelve del baño, serio, la mirada baja, con ese aire de Jean Dean de pelo negro, con la mano sujetando la mochila como sólo la agarra quien lleva toda su vida dentro, con ese aire al andar, como si flotara o andara de puntillas, esquivo; y yo ya estoy temiendo esa mirada rauda, de partida inminente, de estar a punto de salir corriendo y desaparecer de mi vida para siempre.

lunes, 5 de abril de 2010

La sazón amorosa



(…)porque el advenimiento mismo de la sazón amorosa es, de todo, lo más imprevisible. Justamente la desazón amorosa es siempre una consecuencia de no haber sabido aprovechar la sazón. La gran sabiduría del amante consiste en reconocer y apresar esta sazón cuando irrumpe rasgando el velo de lo soñado, en acertar a distinguirla de posibles espejismos. Así viven los buenos amantes, en continua alerta, acechando la configuración de la sazón oportuna, pero renunciando a provocarla, como erradamente le aconseja su deseo, atentos a la trama de lo que va ocurriendo, dispuestos siempres a decir “ahora”, a saltar al estribo de los trenes en marcha, En el caso de los sujetos dogmáticos y testarudos, su impaciente afán por cumplir a ultranza un programa previsto, les lleva a forzar la sazón con remates de aparente brillantez, donde la ciega identificación de lo proyectado con lo conseguido puede semejar un triunfo. Pero son remates de ignorante, que a la postre adolecerán de su atropello y de la desatención a los datos que la situación les invitaba a considerar, triunfos pasajeros de torpes consecuencias. Traiciones a la sazón que se pagarán en desazón.

Extracto del “Cuento de nunca acabar” de Carmen Martín Gaite
Pintura de Balthus.

sábado, 3 de abril de 2010

La extranjera III


Parece que han cesado las tormentas. He ido hoy al Biergarten. No sé si te he dicho que trabajo ahí. Es un restaurante de verano con una gran terraza, mesas de maderas y grandes bancos al exterior en medio del prado, ellos lo llaman así, pero para mí es un bosque, los árboles son tan grandes y tupidos que hay espacios donde no se ve el cielo. La gente viene aquí a pasar el día, sobre todo en verano, familias con niños o gente que viene a beber cerveza hasta reventar, mientras yo les sirvo el menú: carne de cerdo, salchichas ysauerkraut, que es una especie de col hervida agria.

Ya he aprendido a llevar las bandejas sin que se me caiga nada por el camino, no ha sido tarea fácil, considerando que debo bajar dos pisos desde la cocina al jardín. Aunque, en realidad, paso la mayor parte del tiempo en la cocina, ahí me puedes ver con mi delantal blanco, diez tallas más grandes que yo, pelando interminables sacos de Kartoffen o haciendo ensaladas rápidas.

El dueño es un hombre simpático, un bávaro de vientre abultado y finos bigotitos que siempre está de buen humor. Habla poco, pronuncia mal mi nombre y cuando se acerca a preparar la ensalada, metiendo sus dedos gordos y grandes como morcilla en los recipientes donde está desmenuzada la ensalada, disimuladamente, me roza los pechos con el brazo. A mi no me importa, se ríe a grandes carcajadas, y nunca me ha insinuado nada, todo su empeño se ha quedado en el mero intento por comprobar la increíble dureza de mis pechos.

No es un mal trabajo, al menos me da para ir tirando, si hace malo o hay tormenta no trabajo, pero ahora en verano abre casi todos los días de de 10 a 6. Desde donde vivo, Pettstat, hasta el Biergarten son veinte minutos en bici a través del bosque. A veces, siento miedo en el bosque como si, de entre los árboles pudiese salir alguien y atraparme. Entonces desecho esta fantasía que me aterra y pienso en ti.

Hoy es tu cumpleaños y te he regalado la libertad. Tú me lo pediste y no puedo dejar de pensar qué coño es eso, pues desde que te conozco, desde que estoy contigo no sé lo que es. ¿Acaso hay libertad cuando se ama? La tarde va cayendo y la sombra de los árboles va oscureciendo el bosque. Pedaleo más deprisa.

En París no era libre porque estaba enamorada y te prometí fidelidad, era una promesa forzada, una promesa a mí misma. Quería construir un amor puro, salía pero andaba siempre temerosa de conocer a alguien y de volver a traicionarte y traicionarme.

Ahora quiero ser libre como tú me impones pero mi corazón está atado al tuyo irremediablemente. He intentado conocer a gente, perderme en otros cuerpos, pensar objetivamente en tu egoísmo, aborrecerte, odiarte, olvidarte y sólo hago hundirme más y más en mi desesperación.

He llegado a la casa, la máquina de escribir sobre la cama deshecha, los libros y mi cuaderno por el suelo, las botellas de cerveza y la cocina tan oscura y triste. Me he me sentido completamente sola. Sola y aborrecida. ¿Dónde están mis amigos? ¿A quién puedo contarle lo que siento, lo triste y deprimida que estoy?

Me has llamado por si quería tomar un café con tus amigas. Me has preguntado si me encontraba bien y te he dicho que sí. Después de colgar me he puesto a llorar, no sé bien por qué. Ich rungen mussen por sobreponerme, por sonreír, y dejarte tan fácilmente como se deja de llorar.

Quisiera oír una voz amiga. Un acento cariñoso, pienso en Olvido. La llamo pero no hay nadie en la casa y si estuviera qué podría decir, me siento tan sola, y llorar más aún. Llamo a Daniela, sólo oír su voz me da alegría, pero es su madre la que coge el teléfono para decirme que está en Sevilla.

Debo luchar contra mi tristeza a solas, sobreponerme, ver el sentido a mi vida. Quién soy, qué hago aquí, qué quiero, qué espero. Todas estas preguntas sólo avocan a un nombre: el tuyo.

Debo cambiar el sentido de mis preguntas. Quién soy. Una mujer sola extranjera, aislada del calor de los suyos, amordazada, si sólo pudiera expresar lo que siento, pero me faltan las palabras.

Ayer llamé a mi madre, me habló de lo cara que está la vida, de todo lo que tiene que pagar, también le conté yo de eso un rato. Al final, apiadada o cínica me preguntó. ¿Quién te mandó a que te fueras? Nadie te dijo que te fueras. Ella sabe que no es verdad, pero callé. Supe que se estaba justificando o que sus “schleste gewissen, sus sentimientos de culpabilidad, como tanto repiten aquí, salían a flote. Fue ella quien me dijo que me fuera, que me fuera antes de que acabaran conmigo.

Pero ya era desasido tarde. Ya habían acabado todos conmigo. Yo sola acabé conmigo misma. Despreciada por mi madre. Despreciada por amar a otra mujer.

Madre tú nunca me ayudaste, tú me llevaste a la lucha más dolorosa. O tú o ella. Y cuando elegí a ella me rompí a mí misma y todavía ando buscando los trozos. Y ahora que no está, sólo te tengo a ti. Intenté ser como tú querías que fuera, no desilusionarte nunca, pero siempre he estado dividida por mi amor por ella y por mi deseo de ser quien tú querías que fuera. ¿Te acuerdas cuando de pequeña me pegabas y yo sonreía y, porque no me rendía seguías golpeando con más fuerza, pero yo continuaba riendo bajo los golpes para demostrarte que nada ni nadie, ni aún tú, podías vencerme. Hoy ya no sonrío bajo los golpes, hoy estoy derrotada y vencida.

Madre tú me has dado la vida y la rabia. Y aquí estoy sintiéndome escindida. ¿Cómo amar sin rabia si tú me la has inoculado?

Olvido eligió a su madre. Ella nunca dejó de tenerla. Constance ha elegido por ella. Siempre es más seguro, menos arriesgado. Y yo, quisiera poder hacerlo también así, no luchar sino por mi misma.

Pero soy demasiado sentimental y me he enamorado de ti. Quizá no pudiste aguantar el peso de mi tristeza ni de mi rabia, o quizás sabías que en realidad nunca olvidé a Olvido, que tú eras un mero subterfugio, que el pasado siempre vuelve, y sigo sin poder recomponerme en trocitos de este quien soy yo.

Ayer llovió, por lo que no abrió el Biergarten, me fui hasta la estación de trenes de Nuremberg a ver los trenes. No sé por qué, pero últimamente he tomado esa costumbre