martes, 21 de diciembre de 2010

Los tres espíritus de la Navidad

Titubeante, con el andar de lado, y los ojos humildes y lastimeros el animal se acercó vacilante hacia mí. Sus ojos pequeños, de un verde tan claro que parecían amarillos me miraron. Estiré mi mano hacia él preguntándome de dónde había salido de esa forma y en medio de la noche. No tenía correa y el cuerpo era tan escuálido que daba lástima de sólo mirarlo. Debajo de la piel se podía tocar cada una de las costillas de su cuerpo.

Dejé de mirar la belleza de la luna llena sobre el mar, entre las montañas y estiré mi mano hacia él. El perro movió agradecido la larga y fina cola, y comenzó a olisquearme. Suspiré, sabía lo que aquello significaba. Mis perros se acercaron y lo olieron a su vez. Comencé a caminar hacia la casa llevándolo detrás. Noté que al caminar lo hacía con dificultad con el rabo entre las piernas. Era la viva imagen de la desolación. Entró conmigo y el resto de los animales a la casa, le puse algo de comida en la mano, por si llevaba mucho tiempo sin comer y movió débilmente el rabo. Después le miré el cuerpo con detenimiento y le acabé rociando con desinfectante. Estaba lleno de pulgas. Se dejó hacer mansamente.

Esa noche vino a visitarme el primer espíritu de la navidad. Vino en forma de mujer. Tenía el aspecto de una imagen renacentista, tal como la había imaginado Dante o Petrarca en sus poemas. Era la diosa de la lascivia, me dijo y venía a complacerme. No dije nada, cuando uno recibe este tipo de ofrendas lo mejor es no decir nada, tan sólo me dejé envolver por los agasajos y requiebros que la diosa me ofrecía. Esa noche fui llevada a los altares en un marasmo de placer y renovadas sensaciones. Sólo tenía que dar y recibir placer sin medida.

Pero el placer huero nunca satisface cuando se tiene un alma inquieta y pronto me cansé de la experiencia. La ninfa renacentista resultó posesiva y desenfrenada, adoraba en exceso mi cuerpo y sus ojos coléricos lanzaban llamaradas a cualquiera que se atreviera a mirarme. Gracias a dios, en mitad de la noche desapareció por el mismo lugar por el que había venido. Juré andarme con más cuidado la próxima vez que se presentara ante mi tan prosaico ser envuelto en bellas formas.

Cuando desperté el galgo, que resultó ser galga, seguía ahí. En algún momento de su corta vida alguien la había abandonado a su suerte y ahora estaba allí mirándome dulcemente. La pata delantera la tenía completamente deformada a la altura del peroné como si en algún momento se le hubiese roto y vuelto a soldar, quedándosele la pata herida torcida hacia dentro y de tamaño más reducido que la otra. Además de eso tenía la pata trasera a la altura de la cadera y del lado contrario encogida sin rozar el suelo, por lo que al caminar lo hacía de una forma curiosa, como si se balancease, tal un marinero cuando baja a tierra después de mucho tiempo en la mar. Era como mi sombra, me seguía a todas partes.

Esa noche me visitó el segundo espíritu de la navidad. Y vino de nuevo en forma de mujer. Pero esta vez, sin embargo, no apareció en forma de mujer exuberante sino envuelto en las formas de una joven inocente e inexperta. Soy el espíritu del amor, me dijo, y vengo a ofrecértelo. Vaya me dije, esto si que es tener suerte. El amor mismo viene a visitarme. Entonces me habló sobre la experiencia inenarrable del amor mutuo, de la inefable experiencia que era la entrega sin medida. Esa noche me dejé embelezar y arrullar por los cantos de sirena de la joven diletante. Pero a pesar de esto, y aunque de nuevo fui tratada como la diosa del olimpo, mi corazón no prendió en llamas de pasión, ni sentí todo aquello que me contaba la muchacha en flor. Lástima pensé, cuando me levanté de ese exiguo sueño la joven había desaparecido.

La perra dormía a mi lado. Temblaba como si en realidad tuviese sueños turbulentos y agitados. Esa mañana la llevé a la clínica veterinaria. El veterinario, un tipo joven que ya sabía de mis continuos encuentros con los animales, la miró con mala cara. Tenía el aparato de radiografía estropeado, pero por lo que se veía a simple vista, parecía tener la cadera rota por varias partes. Con lo que respecta a la pata delantera se le había fracturado en algún momento, y se le habían ensamblado mal los huesos. El costo de la operación podía ascender a todo mi sueldo multiplicado por dos. Sentí ganas de llorar. Quedamos en que me llamaría cuando estuviese arreglado el aparato de radiografía.

Esa noche apareció el tercer espíritu de la navidad. En realidad, no sé si apareció o yo lo fui a buscar. Necesitaba salir y divertirme. La perra, el dolor del animal y la desgracia del presupuesto me habían puesto en un estado melancólico nada apto para un sábado a media noche. La reconocí en el fondo del bar. Había bebido lo suficiente como para atreverme a acercarme a ella. Así lo hice. Eres la mujer más guapa de todo el bar, le dije. La muchacha sonrió entusiasmada. Tenía una mirada intensa y cautivadora. Me miraba de forma retadora. Bailamos e intenté besarla. Creo que conocía todas las artes para seducirme aunque en realidad se dejaba seducir. Nuestras miradas eran un combate de esgrima donde las espadas se mantenían en alto retadoras. Ella mantenía una estricta distancia, prometiéndome que me besaría cuando no estuviese bebida. Ah, me había enamorado, pensé en ese instante. Era la justa medida de mi corazón, suave y dura, seductora y seria.

Pero cuando me despertó ya no estaba allí. Juré que le había dado el teléfono, aunque si bien no recuerdo, tampoco me acordaba mucho de mi número. En una de las ocasiones me caí en medio de la pista. Creo que se avergonzó de mí en ese momento.

No volvió a visitarme ningún espíritu más esa Navidad. Pensé qué diablos podía haber significado todo aquello. Tenía que reflexionar. Había vivido tantas emociones esos días que me había olvidado de hacerlo.

La perra dormía tranquila en el sofá hecha un ovillo. Ya no gemía. Me acerqué a ella y le acaricié el lomo, su pelo era suave al tacto. Le dí un beso en la frente, olía a heno y a trigo.

Pintura: "las tres gracias" de Rubens

7 comentarios:

Anónimo dijo...

bravo bravo y bravo!!!!!!!!!! una vez más has vuelto a impresionarme, siempre tengo un relato que me maravilla que me enternece, me apasiona... pero sin duda éste me ha dejado sin palabras. Entrelazar dos historias; el del perro, y el las mujeres que entran por tus ojos ha sido todo una historia de admirar.
Ico la Navidad está empezando, quien sabe como terminará....para eso estás tú, para contarlo a través de tus relatos. bss

JJS

Isabel Gil Jiménez dijo...

Cada día me gustas más. Hay que quitarse sombreros, guantes y hacerte una reverencia.
Un beso y felices fiestas.

Anónimo dijo...

Hoy en día serían las "tres Des-gracias" dado el canon de belleza.
Al margen de esto, la combinación perfecta no existe...pero se le asemeja. No desistas.
Felices fiestas

Susana Peiró dijo...

Quien alguna vez llegó hasta aquí, para pronunciarse acerca de tu opinión sobre algún libro, debería por ejemplo, leer este relato.

Maravilloso, movilizador, uno de tus más bellos trabajos Querida Amiga.

Y un regalo para quien te escribe. Mi abrazo muy fuerte Ico! Hasta la vuelta guapa!

emejota dijo...

Tras un día como hoy y un relato como este, sigo con todavía menos palabras que antes, solo se me ocurre: BRAVO, por todo. Un fuerte abrazo.

Candela dijo...

El espíritu de la navidad por partida triple y encarnado en tres musas. Creo que te decidiste por la tercera y me has hecho preguntarme ¿por cuál me decidiría yo? Ya lo tengo ;)

Ariadna dijo...

Querida Ico,

Estoy segura de que el tercer fantasma volverá a aparecer. Imposible avergonzarse de alguien un corazón como el tuyo y el que lo hace no sabe vivir

Fdo: Asidua a las boracheras y a bailes desenfrenados

PS Tienes un super regalo y es esa perrita de ojos verdes ¡Feliz navidad!