Imaginemos a un escritor, un hombre guapo y consciente del atractivo que tiene, que sólo habla ya de sí mismo, de su incapacidad de amar a las mujeres, de la mujer que un día amó y perdió, de su imposibilidad para ver a la mujer real con más ardor que a la inventada, pero todo esto sin representarlo, sólo lo enuncia porque quiere seguir hablando de sí mismo, de que lo mal comprendido que son los escritores, de lo inteligente soy y cuántas sitas hago, mínimas y estúpidas a Walser o Kafka, y estaremos delante de “ Ya sólo habla de amor”. Este es todo el argumento, no hay mayor acción, ni escenas que dibujen lo que esta voz, probablemente autobiográfica, expresa en una sarta de frivolidades detrás de otras, como muestra un botón.
“También es cierto, y conviene decirlo, por no exagerar sus encantos, que una persona que no consume azúcar necesita más amor de lo normal.”
La novela se deshace, se licua en la nada de la impasividad y la autorreferencia obligada, en un ejercicio de estilo para no decir nada.
“Si a Sebastian alguien le hubiese preguntado quién no quería ser, hubiese contestado sin dudarlo, Sebastian. Y sin embargo, se adoraba”
Sebastian es el único personaje, un crápula anoréxico que no suscita ningún interés, y cuyo único afán es hablar de sí mismo y de sus incapacidades.
“¡Oh, no¡ Pensó, no puedo volver a reconciliarme con este tipo ligeramente más pusilánime que los demás que me resulta tan insoportable y que ignora su verdadero tamaño y se magnifica y se encoge , como si todo en este mundo fuera sólo decisión suya. “
Si, por otro lado, Loriga, lo que intenta hacer en “Ya sólo habla de amor” es una parodia de su propio discurso, del escritor dandy, enamorado incorregible de sí mismo, no hay en la novela suficiente humor ni el sarcasmo necesario para tal fin. Lo que si se trasluce en esta novelita de apenas 150 páginas (apenas un viaje ida y vuelta a la Palma desde las Palmas, 90minutos de duración) es una sobredosis de ego insuflado e insustancialidad apabullante.
“Después de despedirse de Lola pensó en matarse, pero enseguida descartó la idea. Tenía dos hijas.”
Pintura: autoretrato de F. Bacon.