martes, 6 de julio de 2010

Al límite

No me gusta llorar en público. Pero la primera vez que leí aquellos informes no pude contenerme. No era un buen comienzo, sobre todo porque era mi primer día de trabajo y el director me miraba, probablemente preguntándose, cuánto tiempo iba a durar allí.

- Eso es lo único que no puedes hacer- Resonó su voz en el despacho.

- Lo sé, lo sé- repetí sin levantar la vista de los informes.

No podía haber empezado peor, no hacía falta que preguntase mi experiencia, para qué, era obvio que no había dado con una profesional, algo que al menos, podía haber intentado disimular. Seguí leyendo, intentando concentrar todos mis esfuerzos en aquella letra esculpida que se emborronaba por segundos. El director debió de compadecerse de mí porque, a los pocos minutos, me dijo que dejara aquello y que viniera a conocer las instalaciones. Lo seguí aliviada.

- Esto son los vestuarios del personal y el baño de los educadores, dijo señalándome un cuarto de dimensiones reducidas.

Apenas lo miré, mi interés se había detenido en aquella puerta verde, metálica al final del pasillo. De pronto, tuve la extraña idea de que si la traspasaba mi vida cambiaría para siempre. A veces ocurren momentos como esos, donde sabes que vas camino a la perdición pero eres incapaz de evitarlo, como si una fuerza superior te impidiera ya volver, pues sabes que no hay poder que te detenga. No obstante, hay quienes saben abstraerse a esta atracción de vacío por prudencia o miedo, mientras que otros, como yo misma, somos atraídos sin remedio.

Cuando el director tocó suavemente con los nudillos la puerta, una minúscula ventanilla se abrió de inmediato. Un ojo apareció por ese espacio, luego el resto del cuerpo. En el salón un grupo de adolescentes jugaba a la play station, al parecer éste era su único entretenimiento. El director me presentó a los chicos, sin mucho detenimiento, por su parte, apenas levantaron la vista para mirarnos. Observé en que los sillones estaban descarnados y las paredes sucias y con grafitos.

El guardián nos seguía detrás, enorme como un oso,, las llaves en la mano, sin decir nada, resollando fuerte.

- Estas son las habitaciones, me dijo el director. No hacía falta que entrara en ellas, desde la puerta abarcaba todo lo que contenía, pues eran de apenas dos metros de largo por uno y medio de ancho, y cuyo único mobiliario era una litera, una mesa pequeña y una silla. En las paredes, algunas fotos, algún poster de raperos, de mujeres o coches. Nada más.

No hace falta subir a la planta de arriba, tiene la misma estructura que esta, me dijo el director después de mostrarme las celdas. Al final del estrecho pasillo se encontraba el comedor, seis mesas con sus respectivas sillas. En el interior de la cocina se oían ruidos pero no entramos. Bajamos hasta la planta inferior donde estaba el taller de carpintería.

- Hay que dejar siempre a buen recaudo los objetos punzantes, nunca sabe uno dónde pueden acabar- comentó el director antes de cerrar la puerta tras de sí.

En la última habitación estaba el aula. Observé con detenimiento la pizarra, los pupitres, el globo terráqueo sobre la mesa del profesor. Al instante se vino a mi mente el olor de la primera escuela a la que fui, ese olor tan especial, a lápiz, a goma de borrar. Pero allí no olía a nada de eso. Miré tras la ventana enrejada, un muro de cemento acabado en una valla metálica rodeaba el centro. El director pareció oír mis pensamientos.

- Aún así, algunos intenta huir-dijo cerrando tras de sí.

Una profunda tristeza comenzó a invadirme. Los días siguientes no fueron mejor. Tampoco el trabajo con los chicos era fácil, yo era el muro, la verja, todo lo que detestaban, por lo que, cualquier ocasión era idónea para mostrase ariscos, desconfiados, desafiantes y esquivos. Un muro más fuerte que aquellas puertas de acero separaba su mundo del mío. Aún así, intenté acercarme a ellos, ganarme su confianza, los oía hablar entre sí, se contaban las causas que cada uno tenía, las condenas que le quedaban por cumplir.

Durante los minutos que tenían de patio para fumarse el cigarrillo continuaban deleitándose en sus fechorías, de lo fácil que era entrar y saltar un apartamento, o cómo había robado un coche o hecho un puente. Se jactaban de sus hazañas, eran todo lo que les quedaba y de aquél recuerdo, suprema aventura última, habían hecho su razón de ser. Era el canon que se pagaba por estar en el grupo, por ser uno más. Asumían el delito como parte de su idiosincrasia, de su razón de ser, por lo que no cabía ningún tipo de culpa o remordimiento. Nosotros permanecíamos ajenos a sus charlas como si una línea divisoria invisible nos separara. A veces algún educador le recriminaba su actitud.

- ¿Te parece normal que un pobre desgraciado haya estado trabajando toda su vida para comprarse un coche y que vengas tú se lo robes y encima se lo quemes?

- Que se joda, respondían- y reían todos al unísono.

Cada día aprendía algo de aquellos seres tristes. Tenían un concepto del honor y la ley que ya pocos tenemos, pues para ellos, no había más ley que la de la amistad. Jamás rompían este lazo, costara lo que costara, el honor supremo era cumplir condena antes que delatar a un amigo. En aquel mundo fascinante aprendí a partir de la idea simple de que, ellos sabían más que yo, pues la vida los había hecho rápidos, astutos, huidizos como peces.; y siempre encontraban alguna manera de enredarme.

Porque mi debilidad no era otra que estar al límite, haciendo equilibrios entre un lado y el otro; y esto lo sabían los chicos con sólo mirarme a los ojos. Cada vez más comencé a saltarme las normas; les dejaba unos minutos más de patio, o hacía la vista gorda cuando se pasaba un cigarrillo a otro, había tantas leyes absurdas en el centro. Yo sabía que arriesgaba mi trabajo, que me exponía a ser sancionada o a que se me abriese un expediente si alguno de ellos hablaba. Pero era la única forma, el único medio, cuánto más fuera de la ley estaba yo, más se acercaban ellos. Nada más entrar en el Centro supe que era yo quien debía ganarse el respeto de ellos y no al contrario, por lo que debía a asumir ciertos riesgos.

Conseguí pequeñas confesiones, algunos me contaban retazos inconexos de su vida, como si les hubiese pasado a otros, pero la mayoría de las veces, llevada en mi afán de salvarlos o salvarme del abismo, acababa metiéndome en la misma boca del lobo. Sino qué hago yo aquí, esperando delante de un portal semi derruido, en este barrio donde nunca debí venir, a estas horas, con la incómoda sensación en el estómago de sentirme observada, engañada de nuevo por ellos Debía haber vuelto directamente de la playa al centro. Ahora que lo pienso, qué excusa tan tonta, que tenía que decirle una cosa urgente a su madre, que no tardaría nada, a saber si tiene madre. Pero cómo podía haber caído en esa trampa, pero cómo podía ser tan inocente.

Intento disimular mi nerviosismo, al menos dos de los chicos se habían quedado en el coche conmigo mientras los esperamos aparecer por el portal. La puerta de entrada está rota y desvencijada, como si hubiese sufrido una guerra. En el portla hay bolsas y papeles, basura esparcida que el viento ha arremolinado en sus esquinas. Me detengo a mirar el telefonillo inservible, incendiado.

Un hombre baja con camisa de pijama a pasear a un perro que hace sus necesidades delante de mi coche sin recogerlos. Por un momento creo que vienen mis chicos, pero no lo son, son otros de su mismo estilo, las mismas gorras de marca, los mismos pantalones de chándal, las mismas playeras; desgarbados, balanceando sus cuerpos. Se saludan con la mano abierta en el aire.

Por fin aparecen, sonrientes, conduzco a toda velocidad hacia el Centro sabiendo que estoy al límite, a punto de cruzar la frontera, de pasarme al otro lado. En la autopista mientras los chicos me gritan que acelere más, me pregunto sino estaré ya en otro lado, sino estoy ya de este lado.

Sé que lo acabaré cruzando si sigo aquí. Cada noche antes de irme a casa, después de que el guardián cierre las celdas minúsculas y el sonido de los cerrojos resuena en el pasillo como un eco de acero, me detengo a observarlos desde la cortina metálica de la puerta.

Los miro, ninguno duerme, algunos miran el techo con los ojos abiertos, pensativos, otros, en cambio, están en posición fetal, sobre la cama sin deshacer. Hay quien me reconoce detrás del cristal y me da las buenas noches, con un agradecimiento en la voz, como una despedida desde el otro lado y hasta mañana.

Conduzco veloz hacia casa, liberada del Centro, sin límites ya, abro las ventanas y respiro el aire fresco de la noche. Pero cuando llego me cuesta dormir. Nada tiene sentido, sus ojos me persiguen. Pienso en el asmático, en el que duerme con la luz encendida porque tiene miedo, en el que llora en la oscuridad, en el que se golpea contra la pared, en el que veré un día en los periódicos, en el que quemó su colchón para poder escapar y se asfixió con el humor. Veo sus ojos de niños suplicantes. Pienso en todos ellos y doy vueltas en la cama, miro al techo, insomne, doy vueltas sobre en la cama dentro de mi minúscula celda.


Pintura: " El Castillo" de R. Magritte.



17 comentarios:

Isabel Gil Jiménez dijo...

Nunca es bueno el juicio desde una perspectiva. Las normas que no sirven no pueden imponerse. Los ojos de la gente que no entiende nada, siempre nos persiguen.
Me ha encantado tu relato.

emejota dijo...

Huelga decir lo que me ha gustado leerlo. Llevo un tiempo pensando que el nivel de agua, llámese empatía o emocionalidad, de tu geometría natal debe ser muy alto. Un abrazo.

frida dijo...

Me gustó mucho leerte

María dijo...

... ¡Qué duro!

Beelzenef dijo...

No hace falta correr grandes aventuras para llegar al límite, tan solo basta con acercarse a la naturaleza humana, en su estado más puro

Anónimo dijo...

Exacto, exacto, no inventas ni una letra compañera.... Dos años y medio conviví como educadora con todos estos chic@s que relatas . Yo aprendí mucho mucho ... sobre ell@s y sobre yo misma... A alguno sigo viendo y todavía me llama "señorita".

Besos. Lenteja

mjromero dijo...

Resulta algo inquietante, un guardián como un oso, podías haber dicho como un perro guardián, son buenos guardianes los perros, pero has elegido oso: es grande, es fiero, resalta la corpulencia del guardián.
En fin, detalles que hacen que la literatura me guste.
Un abrazo.

Belén dijo...

Hay gente que te impulsa a seguir unas normas y otra que te impulsa a romperlas...

Besicos

Anónimo dijo...

yo también trabajo como educadora. Me encanta trabajar con este tipo de chicos. Tú eres la que tienes que ir a ellos para que ellos vayan a tí. Es duro pero me encanta trabajar con ellos. Ahí no hay tiempo para tonterías. Real, real, más que la vida misma.

guada dijo...

duro, realista, triste, trágico, con tonitos de humor, como la vida misma, algunas normas están para cumplirlas con algún pero
los cuadros me han encantado
saludos
me pasaré más por aqui

Jirafas en Gerundio dijo...

Profe, un verdadero placer los minutos dedicados a tus lecturas. Gracias

felicitat dijo...

Me gusta como describes esa realidad. Crees que los padres de es@s chic@s sienten lo mismo que tú? imgino que son menores y sencillamente toda la culpa no es de ellos! Haces una gran labor.

Ico dijo...

Trabajé hace ya algunos años como educadora en Medidas Judiciales con Menores, afortunadamente ya no lo realizo, pasé a la enseñanza reglada. No sé realmente si con mi carácter lo hubiese aguantado, por lo que este texto data de esa época. Mi enhorabuena y profunda admiración a quien realiza la labor de educadora en este tipo de centro. Un saludos a tod@s y gracias por leer textos tan grandes que sé que en la pantalla es doblemente árduo..

Victoria Dubrovnik dijo...

Gran relato ICO... supura verdad por los cuatro costados.... La labor que realizan las educadoras, me parece asombrosa, y muy loable. Y sobretodo, la habilidad que tienen para acercarse a ellos... Algo espectacular...

Anduve una temporadilla como educadora en un centro de mujeres maltradas. Allí estaban sus hijos. La gran mayoria tenían conductas violentas, te mordían, te escupían... y me sentía incapaz de acercarme a ellos... por eso me resulta un trabajo de lo más encomiable.

Abrazo largo!

yo misma dijo...

impresionante..ico..leerte es un auténtico placer..una suerte poder acceder a ello. un abrazo.

Calvin dijo...

Un párrafo más y muero axfisiada.

Ariadna dijo...

No sé si está historia es realidad o ficción pero lo cierto es que me ha impresionado. Muy fuerte Ico

un beso