sábado, 29 de mayo de 2010

La extranjera XIII

Con hastío arrancó la hoja después de quitar el seguro de la máquina y volvió a colocar una hoja de nuevo. Se acomodó en la silla y apoyó los dedos dispuesto sobre las teclas como una pianista. Esperó a que le surgiera la idea. Miró a través de la ventana que tenía delante. Un canario saltaba de un lado a otro dentro de la jaula. La radio de la vecina entonaba una canción antigua. Madrid… Madrid…Madrid, pedazo de la España Emperatriz. Arrastró la silla para mirar el hueco que quedaba entre la ventana y el cielo. ¿Cómo se llamaba ese espacio que descubría el cielo? ¿Patio?

Recordó los patios de su tierra. Ahora estaba en un quinto piso, en el hueco que queda donde se aprovecha para tender la ropa, podía a eso llamarse igual que los patios donde se conversa al sol, hablando pausadamente como un lagarto, embelesados en el ritmo candente pensó. ¿Hace la geografía la escritura o el sentimiento? Quien sabe. Sin embargo ni aquello era un patio cordobés ni estaba en su isla. El llanto monótono de un bebé en uno de los piso la hizo volar hasta el mar.

Contuvo la respiración, cerró los ojos, lanzarse al mar era como volver, el cuerpo hundiéndose en el líquido, sintiendo a la vez el placer y la angustia de entrar en el útero, y atravesar en un abrazo infinito todo lo que no tenía nombre. Buceaba ahora como un pájaro libre de esfuerzos, brazadas ligeras que transportan su cuerpo suspendido y libre, conquistando las profundidades, hacia la transparencia, el pulmón henchido, disgregada, pero viva, viva, persiguiendo banco de peces, en cruz, mar adentro, mar adentro. Pero ya no podía, un ruido sordo zumbaba en sus oídos, se impulsó con los pies desde el fondo para salir, ascendía, inspirando el último soplo de aire que le que le quedaba, que le obligaba a tomar aliento, aspirando sal, ahondando ahora en el aire a por partículas que se concentran, obligándola a tomar aliento.

Pero nada era verdad, los días caían como telones de fondo, sintió un impulso de llorar pero de su boca no salió un gemido. El canario y su brinco carcelario la hicieron volver al teclado. Entonces escribió:

Mientras en el subsuelo de la gran ciudad unos zapatos asoman roídos dentro de unos pies diminutos y escamosos, busco mi casa. He venido desde muy lejos, pero las calles están oscuras y no veo el molino por ninguna parte. Sólo estos hombrecillos sin tiempo ni gloria que recorren una a una la basura de mi misma que guardan, escondidos del frío con bolsa y cartones. Su universo es esto que veo, bolsas dentro de otras bolsas, mantas y cucharas, cartas y recuerdos. Celosamente atesoran trapos y cacharros, estrechan entre sus brazos el vino, dos agujeros y un calcetín. La mujer que arrastra la carretilla por Gran Vía luce un vestido de plástico, resto de desembalaje de unos grandes almacenes y unas medias de cartón. Yo no encuentro mi casa, ni sé por dónde he llegado hasta aquí. Los hombres uniformados entran en el metro detrás de mí gritando, hay que hacer desaparecer este olor infecto. La mujer de la carretilla ríe y aplaude, hay que mudar la casa, y protestan algunos, acurrucados al calor de los escaparates de zapatos nuevos que injustamente siguen intactos. Los que ya no esperan lloran desconsoladamente lagrimones sucios que caen por la boca del metro. Hay que sanear la ciudad bajo la potencia del agua, y arrastran las bolsas y los cartones, y se cubren con los deshechos que se llevan al hombro y es su casa. Mi madre me dijo que fuera por el camino recto, pero aquí, todas las calles se retuercen y van a dar al mismo sitio.

viernes, 28 de mayo de 2010

Cómo fabricar un premio de novela histórica

Prejuicios, de eso se nutren muchas de las ideas preconcebidas que sustenta nuestro conocimiento. Lo digo por mí misma, quien tenía la extraña y peregrina idea de que, para hacer una novela histórica hacia falta, como mínimo, unos conocimientos de historia. Absurda idea la mía. Lo ingredientes necesarios para construir este tipo de novela e incluso ganar el premio nacional de novela histórica rara vez son éstos. Aquí le ofrezco una receta para quienes pretendan optar a ellos.

Ingredientes:

1- Relate usted un hecho histórico conocido y conviértalo inmediatamente en novela (ayúdese para ello de un par de manuales clásicos de historia y algún que otro libro heterodoxo)

2- No se preocupe por la contextualización histórica. ( óbviela)

3- Introduzca alguna noción histórica ( que no se note demasiado que es copiado del manual de punto uno, póngalo entre comillas)

4- Puesto que se trata de una novela basada en hechos históricos, no se le va a dar demasiada importancia a la calidad literaria, por lo que, no se preocupe por ella.

5- Si después de hacer un buen refrito de realidad y ficción, la coherencia del relato se pierde por algún lado, soluciónelo acudiendo a las licencias que permiten la narrativa fantástica.

6- Si realizado estos preparativos, quedase muy menguada la salsa añádele elementos del mundo actual (escritoras/versus protagonista, época pasada, época presente, …etc)

7- Si no supiera como dar coherencia a este mejunje ni conectar ambos planos acuda siempre al recurrido recurso onírico (a la escritora/protagonista se le revelan los personajes en sueños y los resuelve a través de ese estado de inconsciencia)

8- Si la novela quedase sustanciada en el limbo o tuviese falta de consistencia, ausencia de contextualización e incoherencia, no le de más vuelta, está en el buen camino.

9- Por último, preséntala a un premio Nacional de novela histórica y póngale un título sugestivo como “ El corazón del verdugo”

10- Si usted es periodista, o es persona mediática, se llama Mª Elena Cruz Varela, conoce al jurado no se preocupe, ya lo ha ganado.



miércoles, 26 de mayo de 2010

Mujeres desesperadas


Las amigas salen esa noche con la intención de llevarse el gato al agua. Paloma comenta a Laura que la noche anterior estuvo el local a rebosar, le cuenta sobre algunas amigas en común, se toman dos cervezas más y se encaminan al lugar de encuentro. A esa hora todavía no hay mucha gentes, algunas amigas como ellas, dos o tres parejas, dos grupos en las mesas y una mujer sola en la barra.
En un momento de la noche, Paloma le comenta a Laura que le gusta la de la barra, Laura sonríe, sin decirle que la mujer solitaria de la barra la lleva mirando un buen rato a ella. La gente va llegando, la música no es mala ni buena, como en todos los lugares de ambiente y, visto que la noche cae, y que nadie se mueve del sitio, deciden abordar a la chica que está sola en la barra.
Hemos decidido que eres la chica más interesante del bar, le dice Laura con una media sonrisa que nada delata a la mujer de la barra, mientras coloca su bolso y su chaqueta sobre su respaldo. La chica solitaria tiene unos ojos bonitos y una sonrisa agradable, se presentan, se intercambian sonrisas y miradas, y siguen mirando a las mujeres de bar de vez en cuando. Laura piensa qué es una mujer interesante, habla poco y ha venido sola, eso le atrae. La chica solitaria mira de reojo a Laura que se da cuenta y se siente halagada, parece muy tímida, por lo que, Laura, que ya está contenta a causa de tantas cervezas le hace preguntas cada vez más arriesgadas.
Yo no podría le dice la chica solitaria, necesito sentir algo para estar con alguien. Cuánto tiempo necesitas para enamorarte, le pregunta Laura ya embalada, ¿una noche no te basta? La mujer le sonríe y Paula, comprende que en ese cruce de mirada, ella está de más, por lo que se da una vuelta por el local a ver qué caza.
Pues yo no quiero parejas, le dice Laura, no es mi intención volver a liarme con nadie. Cómo puedes predecir eso si aún no me conoces, le dice la mujer solitaria. No es una predicción, argumenta Laura, es un deseo, basado en razones. La mujer que estaba solitaria en la barra rodea tímidamente la cintura de Laura, quien, impulsada por esta señal, decide dar un paso más arriesgado y, cuando la chica que estaba sola en la barra le comenta que hace un año y siete meses que está sin pareja, se le acerca sibilante hasta su cuello y aspira su aroma. A qué hueles, a crema de coco responde sin retroceder la mujer solitaria. Laura gira la cabeza y la atrapa, sus bocas se encuentran en un beso de atraque y amarre.
Laura suspira, se limpia el labio superior y coge aire, mientras la mujer solitaria le aprieta contra sí en un gesto orgulloso que a Laura le parece arrogante, una especie de jactancia de la conquista que le desagrada. Pronto las tornas cambian ahora es la mujer solitaria, perdido ya todo pudor, quien aborda a Laura con preguntas del tipo, te irías a vivir a mi casa si comenzaran una relación. No, le responde tajante Laura, me gusta vivir sola, no quiero vivir con nadie. Bueno, insiste, pero imagínate al cabo de cinco meses o cinco años, no vendrías a vivir conmigo, le pregunta la mujer solitaria que estaba en la barra mientras le acaricia la espalda. No, le responde Laura cada vez más extrañada, necesito estar sola mucho tiempo y en mi espacio. Bueno, en mi casa tengo tres habitaciones, una sería para ti, un gimnasio para mi y otra para las dos.
Laura, deseando obviar una conversación cada vez más absurda con una solitaria cada vez más extraña se acerca de nuevo a su cuello que reacciona rápido. Te voy a hacer sufrir, le dice al oído la mujer solitaria que estaba en la barra. Esta frase hace enderezar la columna de Laura que no puede menos que preguntarle porqué. Porque tú quieres ir deprisa y yo despacio, responde la mujer solitaria de la barra. Ah, suspira aliviada Laura.
Mientras, su amiga Paloma da vuelta por el bar y le guiña un ojo de complicidad desde el otro lado de la pista de baile. Mañana nos vemos en la playa, le dice la mujer solitaria de la barra. Ni hablar le responde, Laura, no quiero pareja, le dice mientras la besa de nuevo, esta vez para que se calle. No me vas a dar tu teléfono, entonces. No, ni voy a ir contigo a la playa. Creo que lo voy a tener difícil contigo, suspira la mujer solitaria de la barra, aunque creo que te voy a ir convenciendo poco a poco. Entonces la alarma se activa y Laura se pone en tensión, entre la nebulosa del alcohol aún puede llegar a vislumbrar que la mujer solitaria puede llegar a ser un incordio. De pronto, advierte que sus manos son húmedas y su cuerpo excesivamente delgado. A esto se une la desagradable sensación que siente cada vez que tropieza con los huesos de sus costillas. Laura, a estas alturas, no sabe cuál de todas esas circunstancias ha hecho que el deseo por la mujer que estaba solitaria en la barra desaparezca. Mañana tengo a los niños, miente descaradamente mientras busca a Paloma con la mirada. ¿Niños? Abre los ojos la mujer solitaria, pero a mi no me importa estar con tus hijos, le dice con ojos tiernos. Pero a mi sí. Bueno entonces quieres ir a mi casa, le dice entonando los ojos y con la voz ronca la mujer solitaria de la barra. Pero ¿no decías que tenías que enamorarte para acostarte? Pregunta Laura buscando desesperadamente a Paloma.
Laura piensa, de repente, que todo aquello ha sido un error, y no sabe qué más decirle para que se vaya. Sabes tengo pareja, le dice ¿Marido? Bueno, no me importa, le responde, para su asombro la mujer solitaria de la barra. Finalmente, su amiga que ha comprendido su mirada de auxilio viene a rescatarla. Tenemos que irnos, tienes que llevarme a mi casa, le dice Paloma, aún así la mujer solitaria que estaba en la barra se empeña en acompañarla, todavía insiste por el camino por más que Laura le pide que vuelva al bar. Se empeña en un beso de despedida, se niega, insiste, repite que, la llamara mañana sin falta. Laura acelera, Paloma se ríe. Mientras, la mujer que estaba solitaria en la barra, memoriza la matrícula del coche.
Pintura: Mujeres en el bar de Toulouse-Lautrec

lunes, 24 de mayo de 2010

El político idiota

Annus horribilis en nuestras islas, ya estamos a finales de mayo, el día 30 se celebrará el día de Canarias y tristemente hay poco que celebrar, pues tenemos el honor, entre otras cuestiones, de ostentar la mayor tasa de parados de toda España, mientras, la corrupción política, las detenciones de cargos públicos se convierten en asunto cotidiano.
Desgraciadamente, la connivencia entre políticos y empresarios, las comisiones recibidas por determinados favores, las dádivas de empresarios a políticos, el enriquecimiento ilícito y continuado de quienes deberían ser, no sólo la máxima representación ciudadana sino también el ejemplo de honorabilidad se ha convertido en una actividad cada vez más generalizada por esto lares. El tú me das y yo te doy, el intercambio de apoyos ha pasado a ser una táctica rentable para aquellos que, sin vergüenza ni escrúpulos, utilizan la cosa pública para enriquecerse.
La falta de ética de estos políticos es lo que ha llevado a la gente a creer que el político es un tipo listo, un depredador singular, que aprovecha su cargo público para enriquecerse, debilitando de esta manera los fundamentos democráticos y la confianza que todos debemos de tener en las instituciones y en los hombres y mujeres que nos representan.
Sin embargo, no siempre fue así, no siempre es así, ayudaría mirar hacia atrás y reconocer el origen noble de esta palabra en griego. El término “político” designa a aquella persona dedicada a lo público frente al “idiote”, persona dedicada a los asuntos privados, y que más tarde pasaría significar persona sin cultura.
Aunque, actualmente y en muchas ocasiones, ambos términos suelen estar unidos, el política y el idiota, el que trabaja para lo público para obtener intereses privados, deberíamos discernir la diferencia sustancial que hay o debería existir entre ambos. Y comprender que el político idiota, no es un mal menor como algunos ciudadanos pueden llegar a pensar, sino una especie corrosiva que hay que extinguir pues destruye la misma esencia de la democracia y, por lo tanto, la simiente de un futuro saludable.
Por otro lado, esta falta de honradez del político idiota, habla no sólo de su falta de inteligencia, considerándose invulnerable y fuera de la ley, sino también del profundo desprecio que sienten hacia el pueblo al que representan, a quienes creen sobre todo idiota, o fácil de engañar o de convencer.
Deberíamos ser más cuidadosos en justificar desmanes de los políticos con argumentos tan sibilinos como el que, "como todos son unos ladrones, al menos, que roben los de aquí” porque esto no es sino aceptar lo inaceptable, provocar el cáncer del conformismo, de que todo es válido, de que seguiremos votando a un Dimas o a un Soria, porque a pesar del caso eólico o el caso salmón, a pesar de haber estado en la cárcel, por citar sólo unos pocos, es un tío listo y aunque robe, algo para la tierra queda.
Hay que renovar el término del político y separarlo del de idiota, en el sentido clásico y moderno de ambos términos, porque, precisamente son estos políticos idiotas los que nos han llevado a una construcción masiva de hoteles para sacar réditos al suelo, saltándose las normas urbanísticas y pagando después nosotros por ello, son estos políticos idiotas los que cultivaron el monocultivo del turismo como industria principal en Canarias cuando, vemos que cualquier mínimo acontecimiento, las cenizas de un volcán, el cierre de los aeropuerto, la crisis mundial, nos provoca grandes pérdidas en el sector. Son, estos políticos idiotas los mismos que descatalogan especies protegidas para poder seguir construyendo. Los mismos que, en lugar de trabajar en y para el pueblo, se dedican a reclamar en el parlamento cuestiones tan nimias como el traslado de una momia guanche a Canarias.

sábado, 22 de mayo de 2010

se me escapó la mano.


Ayer fue un día convulso, agitado en el Instituto. Raúl, doce años, ojos como dos pozos de tristeza, con una rabia infinita por todo y todos, violento, pendenciero, inquieto, de cada diez palabras ocho son palabrotas, más fuera que dentro del sistema escolar; perfil claro de exclusión social, el ayuntamiento trabaja con la familia.
A media mañana me lo encuentro en el despacho del jefe de estudio, al lado de otro niño al que ha golpeado y que llora desconsoladamente. Me lo llevo conmigo a la biblioteca. Antes de que le pregunte ya me responde.
- Fue sin querer, se me escapó la mano.
-Eso no me vale, Raúl.
-Estoy arrepentido, me arrepiento mucho, lo juro.
Sus ojos me pueden, son como dos manos alzadas desde un pozo insondable gritándome ayuda. Cuando lo expulsan, que es casi todos los días, me busca por los pasillos para ver si estoy libre y venirse conmigo o meterse en alguna de mis clases..
- Venga dictado, copia.
“Cuando yo era pequeño, tenía tres años más o menos, vi como mi padre pegaba a mi madre. Al principio, me asusté porque era muy pequeño y no entendía eso. Pero cuando fui creciendo me fui dando cuenta de que mi padre era un maltratador y de que mi madre tenía miedo. Tiempo después, se acabaron separando, pero yo a veces tengo ganas de golpear a mis compañeros cuando me miran con cara de miedo. Un día un sicólogo me dijo que yo le echaba la culpa de la separación a mi madre, por eso, yo me ponía en el papel de mi padre."
Ahora tienes que responder a estas preguntas, le digo. Éstas fueron sus respuestas:
-¿Por qué crees que el niño pegaba a los demás?
Porque le miraban con cara de susto
-¿Crees que la madre tiene algo de culpa?
No.
- ¿Cómo actuaba el padre?
De niño bueno.
-¿Como crees que se puede solucionar para que el niño no pegue más?
Meterlo en un centro de menores y cuando salga ya no maltrate como el padre.
-¿Tiene el niño miedo de algo?
De nada.
Luego hemos hablado del niño del texto, de la actitud del padre, de la madre y del miedo. No sé si su cabecita de 12 años ha podido interiorizar lo que he querido decirle. Mientras hacía un cuento en el ordenador, más relajado ya, me han avisado de que a un compañero del departamento le había dado un infarto. Tuve que quedarme con su clase que hacía un examen. Me llevé a Raúl conmigo, minutos después apareció Sergio, el niño golpeado, sonriendo.
- Venga hagan las pases.
Ambos se acercan y se dan la mano como dos hombrecitos.
- Si en el fondo se quieren, les digo.
Creo que debo investigar este verano sobre la literatura como terapia y sus implicaciones en el aula.

jueves, 20 de mayo de 2010

La extranjera XII

Diario de un sartén

Se cae el perejil sin darme cuenta de que es el anís, que no el vinagre, y la comida de ayer se estropea, mientras, chochita (sic) perrita, abre grandemente su boca y engulle un sorbo de aire. La comida bombea y Olvido, como siempre, llegará demasiado pronto, demasiado muerta de hambre, y mis manos que se han repartido en tanto, derraman el café sobre una mesa demasiado chica para sostener la cintura de latón que duele constantemente, demasiado ocupada para oír la radio de los teleoyentes, demasiado cansada para pensar en reivindicaciones de los cacharros armados y las horas se derriten sobre el pan.

En el balcón de enfrente, se mustian a las flores de la vecina, estrépitos de colas y flanes regalados en el supermercado cuando Olvido se asoma encendiendo la palangana. Le contaré que soy casa frustrada, que soy de otra época, que me retiro de la sopa porque está demasiado fría, sin sabor a pollo, sólo al gran eterno ajo, que pica, que gusta, que aguarda, que retiene, que gime, que lame; y tú me hablarás de la patafísica de la neurosis escolar y se resolverá en el sofá acudiendo a los sexos y operando el orgasmo y; cual feligresa, te quedo pensando, sudor yerto y quieto, luego el libro del desespero antes de la hora mortal, de la hora intermedia, cuando ya no quede nada que hacer, porque no hay fuerzas para volver a repetir otra vez el gusto casi diario, ni hay ganas de preparar el café, y no se puede fumar un café porque ya te has fumado el último, ni de leer un libro porque ya hace tiempo que no se revelan las palafinas, sin ganas de escribir porque no hay pilas y la hora desganada interviene antes de suicidarnos, de achacarlo todo al biorritmo o a la falta de dinero.

Sí, hay que pensar que siempre aparecerán si conjugamos todas las letras del anagrama mil pesetas en una cartera olvidada, alguna amiga neurótica con una invitación, una salida esporádica, un azar fortuito, que nos descubra la clave alrededor de una mesa y escuchemos en silencio el espectáculo desolador de nuestra cárcel de palabras, del cuadrado de asfalto y palabra en que se convierten estas más de veinte palabras, con punto y coma, con seriedad, con deducción y encorsetamiento logístico, sin desviar la vena loca que haga cumplir el polvo, que empiece a romper el cascarón por las grietas que no dejamos escapar, que se queda entre el pulgar y el sartén, comme sí comme ça, sin ser, sin la posibilidad de llegar a convenir, si es huevo frito o guisante lo que echar al sartén para cenar esta noche y no soñar tanto, para que mañana cruja menos el estómago o follemos con más fuerza, para que mañana, porque hoy no lo recomienda ni los médicos ni el horóscopo podamos gritar más fuerte, lanzando carcajadas a destajo, cuando el aceite tenga color aceituno y la sopa no sepa a nada.


Pintura: la cocinera de Bernardo Strozzi


miércoles, 19 de mayo de 2010

provócame

Innovador, arriesgado, atrevido, son cualidades que admiro en cualquier persona pero sobre todo, en un escritor y Quim Monzó, lo es.
Y digo innovador, porque aunque sus cuentos traten de los mismos temas universales, relaciones humanas, el amor y las múltiples máscaras que en él subyacen, lo hace de una manera desenfada, con humor, a veces cruel y ácido, con ingenio, con irreverencia, pero también con desenfado e inteligencia.
Arriesgado, porque el autor comienza un cuento, sin saber a dónde le va a llevar, sin poner límites a su creatividad, a su flujo verbal, a su incontinencia creativa. Atrevido, porque escribe, partiendo de lo irracional de la existencia, desde el absurdo y sin cortapisas, sin detenerse en la lógica de la sintaxis o en el discurso establecido y coherente, para ofrecernos cuentos tan maravillosos como “la creación”
Pero Monzó, como todo cínico, es un romántico escondido, y aunque sus mayores logros están en desvelar y pulverizar las relaciones amorosas, es también capaz de escribir grandes relatos de amor en un registro poético como en “Cantidad de prados en los ojos”
Monzó es un provocador, (en la imagen de cabecera se puede ver al autor retratado por su amigo Madueño fotógrafo de La Vanguardia( ¡Cuánto falta nos hace de vez en cuando un poco de provocación en nuestro panorama literario¡ ) que escribe con una prosa aparentemente sencilla que se hunde en las profundidades del amor y sus falacias, en lo extraordinario que hay en lo cotidiano, en incomunicación o las contradicciones del ser humano, remitiéndonos a autores como Cortázar o Byo Casares, por medio de una escritura híbrida, influida por los clásicos, pero también por los medios de comunicación como el comic o los medios visuales, y que, de alguna manera, no deja a nadie indiferente.
Ochenta y seis cuentos, son una antología de 86 cuentos breves, algunos muy breves, algunos, muy pocos, no muy conseguidos, pero en general de un alto nivel literario. Por lo que, las razones para leerlos son más que razonables.
No conocía al autor, pero este libro me han reconciliado con el panorama actual de la literatura española, y digo española y no catalana, porque, aunque él lo sea, (Barcelona 1952) Monzó ha dicho en más de una ocasión que no cree en los regionalismo ni nacionalismos, no al menos en la literatura, aunque, escriba, frecuentemente, en catalán.

lunes, 17 de mayo de 2010

La extranjera XI

Oda a mí misma.

Qué abismo niña tecla. Qué designio tan cruel llevas en cada dedo, qué cadenas, tac tac clip niña tecla te sostienen.

Cuentista de noches y de gestos imposibles, te lanzas a vivir y quedas a mitad de vuelo. No son tus alas tan rápidas cuando vas contemplando el cielo, y miras con los ojos bien abiertos.

Tac tac tac clip porque te han negado los dioses el sueño, y te aferras a contarlo todo, la eternidad queda clavada en tus teclas. Hay que guardarlo todo, no dejar escapar nada, descansa, duerme tac, tac, clip niña tecla.

Coleccionista de nada, ahora llevas tesoros dentro y como vampira sedienta llevas en tus teclas sangre de otras sangres, de otras vidas.

No busques más pequeña niña tecla, ninguna bruja destruya tu encantamiento, ya has comprendido que es imposible. La llave está sumergida allá en el fondo marino en el abismo que tú buceas, mientras, vas tecleando tu propia vida al ritmo de un cuento.



Pintura de Harald Metzkes - Gelehrte Frauen




sábado, 15 de mayo de 2010

Amor vía internet

Encendió un cigarrillo. La tarde claudicaba. La pantalla del ordenador se iluminó. Pronto llegaría la primavera, por qué sentía aquella desazón en la boca del estómago. Afuera hacía un viento descompasado que la alejaba del sonido monótono de la torre del ordenador. Leyó una entrada de blog, escribió un comentario. Abrió la página Chueca.com. chat, lesbianas maduras. Abrió otro blog. Cuanta gente sola. Le consoló la idea de no ser la única. Contestó al post. La idea de una mujer en la playa a la que acariciaba el brazo mientra la veía dormir la inundó de repente. Deseó tener a alguien a quien amar, alguien que entendiera su alma, que la acompañara ahora en esta tarde ventosa mirando la misma ventana. La agarraría por la espalda y le susurraría al oído. Recordó el último desamor y sintió una punzada justo en la boca del estómago, pero un poco más débil, más débil que ayer, y menos que mañana. En un blog leyó la crónica de un abandono. Todas hemos sufrido alguno respondió. No. Lo borró. Demasiado obvio. Una ventana se abrió en el chat. Alguien le hablaba. Hola, dijo. Encendió otro cigarro. Eres fotogenia. No, pero soy fotogénica. Se sonrió. Perdón te confundí con ella. No importa. Silencio o espacio blanco en la pantalla. Soy Antígona. Quieres hablar.

Y hablaron. Me llamó la atención tu manera de escribir, le dijo al cabo de dos días, por eso te entré. La gente en el chat no suele escribir bien. Lo hago por defecto, respondió. Se hablaron durante horas, en las tardes de la incipiente primavera era ya el tecleo de sus dedos en el ordenador el único sonido que oía. Se reía sola, empezó a acostumbrarse a aquella sensación deliciosa y confortable. Hablaban de lo humano y lo divino desde que el sol estaba en lo alto tras la ventana hasta que la noche caía como una sombra. Por la mañana sabía que tenía un email de ella. Era lo primero que hacía antes de levantarse, antes incluso del café, o del aseo, encender el ordenador y mirar su email.

No podía dar crédito a aquella sensación que conocía tan bien, que ascendía como la espuma y le turbaba el entendimiento. Reconocer que a ella también le pasaba lo mismo la embargó de un regocijo inusitado. Esa tarde recibió otro email. Era el encanto personificado, rápida, culta, cariñosa y qué intensidad en sus cartas. Se sentía en el aire. Antígona se convirtió en el principal objetivo de sus días, ahora pensaba todo el tiempo en ella, en encontrar un hueco para llamarla, para hablarle. Sus compañeros de trabajo no entendía ese cambio de actitud, que de pronto, prefiriera quedarse leyendo el correo antes que bajar a tomar un café en la media hora del desayuno. La urgencia del amor era ahora su cafeína.

Cuando la vio en la Web cam no supe qué sentir, de pronto las imágenes que se habían intercambiado tomaban forma y movimiento, pensó que le recordaba a alguien. Se sintió desnuda ante la pantalla. Antígona la miraba con detenimiento. Sintió vergüenza y deseó gustarle, pensó que la pantalla daba un reflejo inexacto de su cara. Esa noche mientras la miraba encendió un cigarro, luego otro, cada una de sus palabras era como una claudicación y un nuevo encantamiento.

Se fumó cientos de cajetillas, miles, se hizo adicta al tabaco y al Messenger, no pasaba una tarde sin conectarse. Justificaba aquel nuevo placer, no quería ponerle nombre, se estaría enamorando se preguntó, le llenaban tantos sus palabras, era como si la conociese de siempre, como si la hubiese estado esperando, cariñosa, atenta, y siempre ahí. La pantalla le daba la libertad de expresar todo lo que sentía de la vida y del amor.

Indefectiblemente tenía que llegar el teléfono y llegó. Era como irla conociendo por partes, como se desnuda a una mujer en la cama. Primero vinieron las palabras, justas, directamente al corazón, tocando cada uno de las columnas de su sensibilidad, mientras las horas pasaban sin sentirlas. Hay tanta gente sola. Luego vino la voz, que la envolvía, la embelesaba, la transportaba hasta sus brazos en la distancia y la mecía. Empezó a imaginarla más íntimamente. A veces, un rayo de oscuridad nublaba sus pensamientos. La distancia que las separaba era un factor a considerar, pero acaso tenía frontera el amor, se decía. La sentía muy cerca. Era necesario tocarla, besarla, confirmar lo que sentía.

Una noche en la cama, con el teléfono agarrado como si fueran a arrebatárselo sintió deseos de decirle que la quería. Pero antes de que se atreviese a dar el paso Antígona se lo dijo después de un breve silencio. El tiempo se suspendió en un instante en la habitación a oscuras. Sintió gusanos recorrerle las entrañas. Silencio. Espacio. Silencio.

Luego vino el deseo, su cuerpo se mojó como si su mano la acariciara en medio de la cama, deslizó su mano hacía sus pechos. Antígona la dirigía desde el otro lado del teléfono, podía sentirla, era tan suave su piel como la suya, el calor de su vientre. Si pudiera olerla. Oyó sus jadeos en medio de la noche, le pidió más, perdió su voz en un instante, luego un jadeo, se quedaron rendidas y exhaustas, el teléfono en la almohada, el cuerpo aún temblando. Antes de caer en un sueño profundo y blando pensó en qué nombre le pondría a aquello.

Decidió ir a conocerla cuanto antes. Se hace firme y perentorio que yo la conozca a usted, le dijo en un nuevo email, ella le contestó en el mismo tono festivo. Mientras se tomaba un vino con ella en el Messenger su madre la llamó al teléfono, vio su número en la pantalla pero no lo cogió, sentía la urgencia de hablar con Antígona, nada era más importante. Dejó que el teléfono sonara en el cuarto en penumbras. Su sonrisa permanente la ataba a la pantalla. Esa misma noche sacó un pasaje para Barcelona vía Internet.

El corazón le latía con fuerza inusitada cuando atravesó la puerta automática del aeropuerto. Allí estaba al fin, Antígona, mirándola desde el cristal, el último cristal que las separarían para siempre. Camino hacía ella como si atravesase un pasadizo, con una urgencia precipitada.

Pero algo en su cabeza dijo no, como si algo no encajara. Sus pasos siguieron caminando hacia la mujer que le sonreía. La suerte estaba echada, pensó. Una barra metálica la separaba del abrazó, cruzó el pasillo y la estrechó con fuerza esperando confirmar la intensidad de todo aquellos días, pero nada cuadraba, todo se desvaneció sobre la piel fría de aquella desconocida.

De pronto, se vio en una especie de teatro, en un falso decorado, como si de una forma insospechada hubiese bajado el telón y ella se hubiese quedado detrás de él, con la cara pintada de payaso y nadie aplaudiera. Antígona la llevó agarrada de la mano a su coche, durante el trayecto miró en silencio la ciudad desconocida. La mujer la miraba con insistencia, le apresaba la mano, le decía en la lejanía qué bien que ya estés aquí, o algo así, pero ella ya no oía nada, su corazón opaco había dejado hablarle. Se sentía decepcionada y cansada del largo viaje, se había quedado muda, como si toda la emoción del encuentro se hubiese desinflado, como si todas las ganas se hubiesen quedado en el avión.

Cuando cogió el ascensor supo que ella esperaba que la besara, pero no quiso hacerlo, le dijo que el viaje con seis horas de retraso la había dejado rota. Cuando entró supo que no había vuelta atrás. La casa estaba impoluta y las luces brillaban demasiado. En un momento pensó que estaba en la recepción de un hotel, sólo que el recepcionista era la mujer de Internet que abría una botella de vino. Sin embargo, ella sólo tenía ganas de dormirse, de desvestirse y correr hacia su cama que estaba ahora a miles de kilómetros de allí. Pero ya era demasiado tarde, ya había llegado hasta allí, justo donde había querido llegar. Era aquello lo que había deseado durante días, bebió un trago largo de vino. Intentó mirarla y acordarse de todo aquello por lo que había venido, pero, sólo recordaba que tenía que llamar a su madre, y que había dejado una lavadora puesta.

Entonces Antígona alargó la mano hasta su cuello y sintió escalofríos. Supo que no había vuelta atrás, cuando sus labios se apoyaron sobre los de ellas pensó en la piel de una serpiente, en la piel fría de un sapo. Bebió otro sorbo de vino, pensó que no había cenado por lo que era probable que a la segunda estuviera borracha. Vio que la mano de Antígona temblaba al coger la copa, al menos no era la única que estaba nerviosa, eso la tranquilizó un instante, hasta que sintió de nuevo su boca acercándose, se reclinó hacia atrás en el sofá, hubiese querido desaparecer, pero ella vino en su busca, y, ya era demasiado tarde, no había vuelta atrás, llevaba tanto tiempo sola, la aventura había acabado antes de empezar.

Ese fin de semana duró una eternidad, en el aeropuerto, antes de embarcar, entró en el baño a retocarse los labios, su olor se había quedado impregnado en su foulard, lo miró un instante con desprecio, despacio, se lo desanudó del cuello y lo tiró a la papelera.



jueves, 13 de mayo de 2010

Entre amigos o la razón de la intuición



Me pasa con Cristina Peri Rossi como me pasa con algunos escritores, léase, Alejandra Pizarnik, Monsier Cortazar, Pessoa, que escriban lo que escriban me llega, porque creo compartir con cada uno de ellos, la manera que tienen de sentir y de ver el mundo.
Cristina es ya casi una vieja amiga, con ella descubrí de muy jovencita que se podía ser lesbiana y guapa, que no pasaba nada si una se declaraba lesbiana o que incluso, qué pleonasmo más orgásmico, se podía escribir sobre historias de mujeres que se aman.
Por lo que este librito, regalo de mi amada Bur por mi cumpleaños fue, a parte de una delicia, un maravilloso rencuentro con una vieja amiga de la adolescencia. Habitación de hotel es un libro de poemas donde Peri Rossi vuelve de nuevo a su tema predilecto, la cotidianidad, el amor, las noches, los viajes y la imposibilidad de amar eternamente, al menos al mismo ser amado durante mucho tiempo, pero también, el refugio que ofrece los sentidos a este mundo caótico..
Con la edad, se ha vuelto, la genial uruguaya habla cada vez con un lenguaje más claro y directo, ya sabe domesticar el dolor, verlo desaparecer y aparecer en noches solitarias de hotel, analizarlo en y con la distancia que da el mundo y su inmensidad planetaria. Para muestra este poema:
MADUREZ
Contra la anorexia adolescente
el esplendor de la carne madura
abundante plena opípara
espléndido regalo de las diosas amables
a las señoras
de más de cuarenta años.

Con Carmen Martín Gaite me pasa algo curioso, me gusta más cuando escribe sobre cómo escribe que cuando escribe. Este libro, también recomendado por Bur, (es que suelo hacer caso a los libros que la gente me recomienda). El cuento de nunca acabar son apuntes, anotaciones que ha hecho la autora a lo largo de nueve años sobre el oficio de escribir; sus dudas, su método, que no es otro que la intuición, el dejarse fluir por el río de la vida, de las conversaciones, de las lecturas de otros libros.
Buena lectura para todo aquél que se inicie en este noble oficio de escribir, que intente saber las conexiones personalísimas que encuentra la escritora entre el amor la mentira y la escritura. La mentira, como factor necesario en la literatura pero también en la vida y en el amor. Variados y múltiples temas, retales, anotaciones y reflexiones hechas en un bar o en la mesa de la cocina, como a ella le gusta, sin la pedantería ni la pesadez que podría tener un texto académico, elaborado desde la curiosidad, las inquietudes y la experiencia de una escritora que cuenta con muchas admiradoras, que habla sin recomendar y que coloca en el lugar que le corresponde a la intuición como material necesario, si se la deja libre y sin trabas, como método siempre válido de para iniciar el proceso de escritura.

martes, 11 de mayo de 2010

La extranjera X


Orgasmeo.

Y tú que sólo sabías regañarme, darte la vuelta en la cama, culebrear bajo la almohada, y yo, gozosa de lo más bajo, mientras, transcurren ríos amarillos, voy descubriendo la patafísica de mi manía. Si, sígueme diciéndome guarra bajito, no entender nada, sonreír malévola, y yo descifrando el resorte por donde se empieza a deshilvanar, por donde se escapa mi fortaleza, y sucumbo al placer, y todo se vuelve piel, espasmódicas sacudidas anunciándose, clamores en clave, las serpientes de la ramas deslizándose por el vientre, culebras nocturnas dentro de la boca, sonidos silenciosos, silbidos perceptibles de ballenas en el atlántico emitiendo grititos, arrumacos, ronroneantes de amor, deseos entrelazados, culebras nocturnas por el vientre. La mano, a ritmo de locomotora frenética el zigzag de jubilo, tecleo rápido, ascendiendo inmovilizada por el humo agridulce, incesante, empuja a borbotones, revolcándonos, revolcándose, jugueteando, hasta el confín innombrado, donde todas la letras se pierden, donde las palabras desaparecen, donde no hay nombre ni metáfora exacta, donde se entrecruza la vida y la muerte, antes de morir llegamos, después de vivir regresamos, en el punto, ese límite, frontera entre tú y yo, entre mí y mi pecho, el innombrado.
Y tú sólo sabes regarme, sonreírte de mi apuro, porque empezaba a derramarse por toda las sábanas, en el suelo, en los periódicos, y no entendías que volvía a mi infancia que las calles se volvían familiares, de Ópera a Gran Vía sin tener que preguntar por ellas, que se empeñaban en esconderse a mi vista y se convertían ahora en la carrera hasta mi casa, volver presurosa, incapaz de contenerme un minuto más, incapaz de un paso más, sin que la punzada del vientre, después del colegio, antes de la merienda, con el uniforme de cuadros, atravesando el morro cuesta arribas, con las manos en las bragas sujetándome, incapaz de llegar, correr por el pasillo, abrir la puerta del baño, empapada ya, perdida, las piernas, los calcetines, los zapatos. Mientras tú te das la vuelta en la cama enfadada, porque los periódicos no dan abasto, porque se empieza a salir del vaso o de la botella, porque no calculo o el vaso de papel se desfonda, y me doy cuenta de que toda la habitación está encharcada, y cómo voy a ir ahora al baño, yo sola y tan lejos y esto no para, se derrama, amor mío, otra vez, otra vez. Y sé que me estarás esperando cuando vuelva de mi viaje, convertida ya en oruga en crisálida mojada y me preguntarás extasiada y expectante que te cuente de mi viaje, de allá donde todos los nombres se confunden en la mitad exacta de la vida y la muerte, donde, justamente, pierdo los sentidos.

viernes, 7 de mayo de 2010

La extranjera IX



Tiempos difíciles. Después de andar todas las calles, de arriba abajo, cargando con los libros que logramos vender en la calle del librero a un precio ridículo, después de andar calle abajo y calle arriba la Gran Vía, un duro por favor, si tienes algo suelto. Después de las mofas, de las caras terriblemente largas y cualquiera que esté cobijado tomando café, sentado en una cafetería es más rico que nosotras. Después de que los zapatos protesten como peceras llenas de agujeros bajo la lluvia que no cesa. En la atildada ventana te espero, amor mío.
Tiempos difíciles, sin un sorbito de sonrisa ajena, una película, o un libro donde no desvaríen las letras mientras gruñe el corazón, si los zapatos se resisten a caminar al paso veloz de las calles húmedas y la lluvia incesante nos agua el paseo, si hoy no podemos darle nada a mujer joven, a la negrita que dormita en el metro, que duerme semana tras semana, ovillo oscuro, en el pasillo del metro.
Malos tiempos, sin un duro, durazno que llevarnos a la boca, con el bostezo de la fatiga, y las uñas negras de contar pesetas y dar las gracias por sus reservas. Malos tiempos si me desmayo ante la máquina o la escalera que se hace eterna y no consigno llegar al cuarto desorbitado, desordenado de la pensión.
De tripas corazón si tengo que salir fuera de mí, poniendo aún cara más lánguida, para exorcizar el ambiente, tiene usted algún duro señor, y para qué, pues para un café.
Malos tiempos si tú me abrazas con más fuerza y nos hundimos en la noche en la cama de la pensión a oscuras y nuestra desgracia acaba fundiéndose cuerpo a cuerpo con la angustia que no decimos, que ocultamos con risas pero que leemos en nuestra mirada.
Tiempos difíciles si tu mano juguetea con la mía, abstraída, mientras vamos y subimos y bajamos, Gran Vía, calle abajo, calle arriba pensando qué más queda por vender, a quién acudir esta vez, cómo sobrevivir cuando dentro de dos horas, desde todos los escaparates los dulces nos llamen, los olores de los bares nos griten desde la ausencia de los ojos, las panaderías nos aprieten y al final, una hamburguesa a medias.
Buenos tiempos, si de pronto un hombre en este abril de Gran Vía me mira, la mirada perdida y me sonríe y me dice que viene de una boda y pone en mi mano un paquete de cigarros. Olvido, esta vez no nos han ofrecido un sándwich erótico, Olvido disimula, cierra la boca, es para nosotros, sí, nos lo regala alguien, alguien da algo sin nada, sin favores, sin caras largas, sin comentarios, sin morbo, sin insinuaciones, sin pedirlo. Alguien, disimula.

Buenos tiempos si encuentras en una papelera de Callao una cartera con mil pesetas, pero qué hacías mirando en la papelera de Callao, y hoy hemos podido comer caliente, mientras aspiramos, sentadas bajo el sol, suavemente, el sabor de este rubio americano auténtico, y hay que creer, a veces en los milagros, porque de pronto es domingo y ya vuelve la alegría y lo que importa es que hoy es en Madrid primavera y tu sonrisa.
Pintura de Imán Maleki

miércoles, 5 de mayo de 2010

Nocturno Urbano



Extraña civilización esta

en la cual a las dos de la mañana

de cualquier martes

de cualquier jueves

o domingo

dieciocho mil tipos y tipas

según los cálculos del ordenador

están enganchados a pasatiempos infantiles

( “disponga las figuras en sus huecos respectivos”)

cincuenta y seis mil

a guerras de marcianitos

ochenta mil a simulacros de fútbol

en lugar de hacer el amor.

digo hacer el amor, no digo follar.

atención, los de la Academia:

follar follan los peros los jabalíes

las marsopas las moscas los elefantes

y los rinocerontes.

Extraña civilización esta

en la cual a las dos de la mañana

de cualquier martes

de cualquier jueves

o domingo

cientos de miles de personas

están circulando por la red

con mensajes abreviados

en lugar de tocarse

mamarse lamerse acariciarse.

Como un regreso a la infancia.

Lugar que quizás nunca abandonaron.


Cristina Peri Rossi " Habitación de hotel"







martes, 4 de mayo de 2010

Suite Francesa


¿Cuándo podemos decir que una novela se convierte en una obra de arte, en un clásico? ¿Será cuando perdura en el tiempo, cuando habla de universales, de individualidades que afectan a la generalidad o cuándo tan sólo tiene valores estéticos? ¿Puede ser una obra de arte una novela que no nos cuestione nuestra propia existencia, nuestro propio destino como seres humanos?
La novela de la rusa Irene Nèmirovsky, Suite Francesa, tiene los ingredientes para serlo. No sólo tiene el aliciente de ser una obra maravillosamente bien escrita, en un lenguaje natural, vivo que lleva implícito la frescura de la poesía en sus párrafos, sino que además, está escrita con sangre, puesto que, mientra los alemanes invaden Francia en la II Guerra Mundial, la autora, está escribiendo y viviendo los hechos que relata.
Irene Nèmirovsky de origen judío, que había tenido que salir de Rusia huyendo de la revolución y se traslada a refugiarse a Francia, acabará viviendo el terror, en el pavor de la guerra y de la persecución que se cerca sobre su familia por ser judíos.
Suite Francesa es una obra dramática, dura, que hay que ir leyendo en breves dosis, deleitarse en ella lentamente como se observa una obra de arte, aunque éste a veces te remita al Guernica de Picasso.
En la primera parte la autora narra la odisea de un pueblo que, ante la llegada del enemigo alemán, huye con lo puesto, en coche o en tren la clase alta o los que han tenido más suerte y, a píe, la clase más desfavorecida, desatándose escenas cruentas por el camino. La autora relate de forma magistral, las escenas, los hechos que se van sucediendo, las atrocidades, la desesperación de la masa humana ante el terror de la guerra, pero también, las miserias y grandezas que es capaz de perpetrar el género humano en momentos límites.
En la segunda parte, la invasión alemana ya se ha producido, ahora la autora relata la convivencia con el enemigo, al que sin embargo no desprecia, sino que, por el contrario, acepta y comprende, en su grandeza humana, al entender que, un soldado es un hombre más, con sus contradicciones y deberes, un simple engranaje más del absurdo de la guerra.
La novela acaba aquí, pero sabemos por las cartas posteriores que está inacabada. Emociona, impacta saber como precisamente ella que nunca generalizó ni tuvo prejuicios nacionales o raciales, que no diferenció a los soldados vencidos de los vencedores, que vio el lado humano de los soldados nazi fuera precisamente víctima del exterminio nazi contra los judíos y un 20 de agosto fue apresada y llevada a un campo de concentración donde moriría...
Al finalizar el libro y leer los documentos anexos (anotaciones acerca de los personajes, los proyectos para continuar la tercera parte, cartas donde la autora pide ayuda al editor o a toda persona que la pudiera auxiliar a ella y su familia,) comprendemos lo terrible y cruel de una existencia, abriéndose ante nosotros una dimensión terrible sobre la injusticia de toda guerra. Cerramos el libro con un ácido sabor amargo.

domingo, 2 de mayo de 2010

La extranjera VIII


Llovía. Esa noche llovía. Y el Santa teresa en la oscuridad era como un castillo medieval hacia donde nosotras nos dirigíamos en esa noche fría. Llovía, tú llevabas tu abrigo largo y la boina ladeada y yo no lo recuerdo siquiera. Llovíamos y reíamos porque era ya medianoche y no sabíamos a quien dirigirnos cuando tocamos las puertas del castillo.

La puerta se entreabrió, y una cabeza asomó entre las sombras y nos conminó a dejar las maletas en el suelo y a seguirla. Fue entonces cuando descubrimos que en aquél castillo a esas hora, no debía haber nadie, o todos dormían. Seguimos a la mujer que nos dejó en medio de una especie de patio andalusí, en el centro, discurría una fuente de agua. La mitad de las paredes hacia el suelo estaban decoradas de azulejos de un azul añil, es curioso con qué extraños y pequeños detalles se queda el recuerdo.

El patio o vestíbulo era de forma octogonal o quizás en círculo, parecía un patio de luz por la frondosidad con la que crecían por doquier enormes y frondosas plantas en aquél recinto. En las paredes había grandes ventanales desde donde brillaban tras el cristal la oscuridad más absoluta. Sin embargo, en nada de esto me detenía, pues en medio del recinto una tribu de mujeres, en silencio, nos miraba desde la oscuridad. Llovía y parecía que el sonido de la lluvia continuaba repetido sobre los cristales o tal vez era la fuente lo que oía.

Una mujer alta, la que parecía ser la líder del grupo, comenzó a hablar; nos estaban esperando, debíamos saberlo allí había una jerarquía, nosotros éramos las recién llegadas, y ellas las veteranas, así que había que hace lo que ellas querían. Después de preguntarnos por nuestro origen y reírse de nuestras respuestas, dijeron que ya que los canarios cantaban, teníamos que cantar una canción porque si no iríamos bajo la ducha de agua fría.

Entonces pensé que no había atravesado tres mil kilómetros hasta una ciudad desconocida con la mujer que amaba y llegar a la Santa Institución, Colegio Mayor flor y nata de Moncloa, a base de becas y de una deuda inmensa que mis padres habían adquirido con el banco de por vida, al Santa Teresa corazón de Jesús, que no había llegado hasta allí, recién cumplidos mis diecinueve, dispuesta a empezar mi carrera de periodismo, para aguantar a aquellas niñas pijas que no habían tenido más emoción en su vida que esperar a que llegaran las nuevas estudiantes, sentadas en sofá del vestíbulo.

Y dije no. Que no sabía cantar ni quería, que no cantaba, pero tú si cantaste porque recuerdo tu voz lastimera cantando una Folía o era a lo mejor, una Isa. Pero yo no, porque precisamente para eso había salido de la isla, para no seguir las reglas ni las órdenes sin sentidos, para no someterme ni darme por vencida, para no ocultar nuestras manos que se entrelazaban bajo la mesa, para no escondernos en callejones y solares en ruinas.

Y entre varías me llevaron en volandas, me desnudaron y me metieron bajo la ducha de agua fría, recuerdo las baldosas blancas, los azulejos pequeños, los lavabos comunes y las letrinas, mientras oía la canción lastimera de Olvido en el patio como el gorgojeo de un pájaro que se moja o tiene frío.

Y entonces pensé o lo pensé ahora, que qué extraña entrada había sido mí primera noche en Madrid, nuestras primeras noches juntas, y yo, amordazada por siete brazos bajo la ducha fría y tú cantando o llorando Isas o folías. Y entonces pensé, o a lo mejor lo pensé ahora, que aquello era una premisa, un símbolo de todo lo que vendría en aquella ciudad desconocida.

Pero Santa Teresa también fue la primera visión de la nieve en el césped desde la ventana de nuestro cuarto de estudiantes. Fue allí donde llegué al éxtasis como Santa Teresa por primera vez bajo la litera y sobre la moqueta de la biblioteca también y en la sala de música porque habíamos desertado ya de toda institución, de la universidad y lo de afuera porque la vida en aquél tiempo era querernos y afuera hacía mucho frío y era otra cosa, ver los ojos asombrados de las estudiante que volvían del frío, los abrigos, las bufandas en el comedor y nosotras llegando del cuarto acaloradas y en camisillas, exhaustas, saciadas, desertando de todos y todo, salvo de nuestros cuerpos y el nuevo placer encontrado.

Hasta que llegó aquella carta blanca y aquella llamada negra de la madre diciendo, dios mío, dios mío, con una mujer. Y un espejo que se rompe, y un abismo que se abre y la voz viniendo del infinito en aquel aparato negro que grita, o ella o yo. Y entonces, descubrimos que habíamos sido expulsadas del paraíso, que había que salir corriendo del castillo, que se había acabado el suministro, porque yo había vuelto a decir no, y no quedaba otra que salir de allí, abandonando el cuarto de estudiante, cargando con las maletas, sin saber a dónde, y creo que aún llovía, porque debimos andar bajo la tormenta, atravesando la ciudad en medio de la noche y a escondidas.


Fotografía: movimiento ondulatoria de una mañana de lluvia del blog
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