martes, 13 de abril de 2010

La extranjera V

Paolo se ha venido a vivir conmigo a mi pequeña casa, en el callejón del molino. Pero Paolo no ocupa espacio, anda como los pájaros, apenas pisando el suelo, entrando y saliendo, sin hacer ruido. Sigue acudiendo a la estación, a veces, vuelve maleado, el rostro blanquísimo, transparente. En ocasiones, desaparece durante días, sin decir nada, para buscar trabajo, dice, pero yo sé que vuelve a los baños de la estación, porque trae los ojos turbios y el cuerpo agotado de perro callejero.

Estoy atada a él por lazos invisibles y aunque todos desconfían, nos creen amantes, me río, no hay nada de eso entre nosotros, ni nunca lo ha habido. No podrían entenderlo, como no entienden el código moral de los viajeros que se encuentran en el cruce de caminos y se reconocen o el de los vagabundos que se cobijan bajo el puente, al abrigo del frío.

Cuando Constance lo vio una mañana se puso como una fiera, incluso llegué a pensar que podía estar celosa y me alegré, pero creo que era sólo que no entendía mi manera de actuar, no podía comprender cómo podía traer a vivir a mi casa a un desconocido. Por más que le dije que confiaba en él, que me necesitaba, que era como un hermano pequeño, no me creyó. ¿Cómo un hermano?, me gritaba frenética, si apenas lo conoces.

Tenía razón, pero quien conoce a quien. Tampoco podía decir que la conociera a ella después de todo un año. Ella es un mármol, un glaciar, un castillo impenetrable y yo estoy sola rompiendo una y otra vez la lanza contra la dureza de su corazón. Sin embargo, Paolo es claro como un manantial que fluye, frágil como una rama que se pierde a la deriva.

No puedo dormir. Son las seis de la mañana. ¿Cuántas horas llevo despierta? Dos, tres.

Donde estará Paolo. Desaparece, como los gatos salvajes, sin aviso, luego entra ladeando, la cabeza gacha, con la media sonrisa y los bolsillos repletos.

Bebo y me retuerzo en la autocompasión. ¿Cuántos días ya así? Despertándome en la mitad de la noche, no conciliando más el sueño, pensando, fumando, bebiendo, turbando mi mente hasta el cansancio para no pensar más. Me hundo, estoy en un pozo sin fondo porque no quiero ver. Me emborracho para ahogar mi desesperación.

Sólo tengo que decirme a mi misma “ella no me quiere, nunca me ha querido” y entonces saldré del pozo.

Me miro como debe verme dios desde una distancia cercana y me veo ridícula, llorosa, implorando amor a un corazón cerrado, egoísta, frío.

Me retuerzo en mi dolor, más dolor aún porque me pienso e imagino que existe alguien en algún lugar que me espera, que desconozco aún, pero que, ahora mismo como yo, mira la noche cuando yo lo miro y siente lo que yo siento. Me deleito en este pensamiento, anhelo a esa mujer, que intuyo, que anda ya en mis sueños, sin forma aún definida, que me busca sin conocerme. ¿Me reconocerá al instante la que me espera sin saberlo?

Puedo sentir su voz, llamándome desde lejos, en esta noche donde no duermo. Puedo sentir los tambores, las convulsiones, el estrangulamiento en el centro de mi cuerpo cuando la pienso.

Puedo oír sus dulces palabras de amor llamándome por mi nombre. Porque cuando ella pronuncie mi nombre sabré que era yo y no otra la que la me espera, la que me piensa desde la distancia, en este espejo de almas perdidas que ya se aman sin conocerse, más allá del océano y del espacio.

Ese día tiene que venir, los sé ahora, mientras miro por la ventana la noche oscura, y no será Constanze ni Olvido.

Ese día que vendrá, sabré que todo ha sido justo, que debía cincelarme y tallarme, para este encuentro.

Donde estará Paolo, hace ya una semana que no aparece. Pienso que quizás le haya pasado algo, la policía suele detener a los inmigrantes en la estación. En qué oscura vía andará perdido.


Pintura: la noche estrellada sobre el Rádano de Van Gogh.

13 comentarios:

Pena Mexicana dijo...

hola! ahora que estoy de regreso veo que tengo mucha lectura atrasada para disfrutar más de "la extranjera"... me pondré al día, me gusta!
besos

La Maga dijo...

Una amó la impasividad, la crueldad puntual, la arrogancia. Amó la miserabilidad, teniendo como utopía un amor probable, como lejano.

Conoce el distingo y las falencias. ¿Qué nos atrae de lo esquivo? ¿Cuánta dosis de desprecio es necesario?.

Muy bueno Ico, como todos tus textos que leo con sumo placer.

Un abrazo con interrogante...

Victoria Dubrovnik dijo...

Lo leo con pausa. Con detenimiento, porque no quiero que se me escape ningún detalle de esta historia que va creciendo poco a poco...

Qué putada que no la quiera, que putada que continue amándola... pero tendrá que aprender a continuar por el camino sin ella, ella sola... y empezar a quererse, sin necesidad de otra, de un otro que no nos quiere y nos desprecia...

sinblog dijo...

Intimo, rudo como la vida, sensible... quien sabe ver la belleza de un perro vagabundo puede encontrar la felicidad en cualquier cuneta, y eso es toda una fortuna!
Mereció la pena, la espera en la estación.

BUR dijo...

Sonrioooo Ico.!!!!

Beelzenef dijo...

Me estremece el imaginar esa terrible sensación. Por desgracia, esa soledad está muy asemejada a la vida diaria

maslama dijo...

hola guapa;
demasiado familiar, el olor agrio y dulzón de las noches de alcohol, tabaco y bilis

en fin, pasa por mi blog si tienes un momento, igual te gusta la idea de alia

besos,

Raquel dijo...

Muchas cosas en este relato. Paolo llegará. Y ella también. Y luego seguirás imaginando otro encuentro.

Anónimo dijo...

"cincelarme y tallarme para este encuentro"...tomo nota.

alejandra dijo...

Ico, sabes que me encanta esta nueva seccion de la extranjera... muy intimo, muy personal...

Bruja dijo...

Sigo encontrándome en estos relatos y me encanta leerlos de una forma tan honda... quien conoce a quien... ¿el tiempo es tan determinante para el amor?... no lo sé. Creo que es posible, que en algunos momentos sintamos, que lo mejor de la existencia aún no ha llegado y apostar por esto aunque parece locura es posible. Espero el VI con todas las que lo seguimos!!!

Mari Triqui dijo...

Antes de leer el V...
qué piernas tienes, jodía!! jajajaja

Mari Triqui dijo...

Desde pequeña escuché decir a mi madre: ¡qué feita es la soledad! y lo decía de tal manera que era imposible no creerlo...
Un abrazo