viernes, 12 de marzo de 2010

Uno de ellos



Diana se sentó en el primer asiento y miró el paisaje sin ver, dejándose mecer por el traqueteo del bus, por el ir y venir de la gente, por las imágenes conocidas a través de la ventana. Cuando se quiso dar cuenta se había pasado de parada. Descendió sobresaltada del autobús. Pensó que no le venía mal caminar un poco ahora que el sol había salido de improvisto. El tiempo estaba loco, tan pronto llovía desaforadamente como salía un sol de justicia. Miró el cielo, las nubes grises daban paso a un sol fulgente que hacía resplandecer las avenidas y los edificios.
Decidió encaminar sus pasos hacia el paseo de la playa, hacía tiempo que no iba por allí. Se sintió alegre de haber tomado aquella decisión, aquel paisaje marino casi desierto tras la lluvia armonizaba con su estado de ánimo. Camino sin prisa dejándose embriagar por el olor a sal y el azul petróleo del mar. Sus ojos buscaron la línea del horizonte como lo hacen probablemente todos los ojos, para afianzarnos una vez más en la idea de que hay cielo y mar y, de que ambos, no formen parte de lo mismo. Esta sensación siempre la sorprendía.
Descubrió por primera vez la la línea del horizonte siendo muy pequeña en el campo, en el sembrado de arena negra, su madre recogía higos picones de la tunera en casa de su abuela. Miraba a lo lejos , quizás era la primera vez que veía algo más lejos de sí misma, tal vez fue en ese instante cuando tomó consciencia de la nada, del abismo y la incertidumbre. Al final de los campos negros de lava el mundo parecía acabarse en aquella línea del horizonte. Le preguntó a su madre
- ¿ Qué hay más allá? – dijo señalándole el horizonte
La madre recoge los higos sin guantes, verdes, rojos tunos que van a caer al balde.
- La Santa- responde la madre, apenas levantando la cabeza.
- No, más allá, más allá- insiste.
- ¿Más allá? Qué va a haber más allá. El mar.
Pero esa sensación de abismo ya la había devorado por dentro. Esa distancia insondable, inabarcable le dio vértigo. Allí estaba la tierra que se acababa. En días como aquellos, aún podía sentir el abismo del límite, el derrumbe del fin de la tierra como una catarata.
La avenida comenzaba a poblarse de gente, hombres y mujeres de los alrededores que recorrían diariamente el paseo de la playa. Diana miraba sin detenerse a los que paseaban. Comprobó que la gran mayoría era mujeres solas o en parejas que caminaban hablando entre ellas, también estaban los que paseaban al perro, los ancianos en grupos charlando en el banco a media tarde, pero era el de las mujeres, madres que se paseaban con otras mientras los niños jugaba en el parque infantil el mayor número de ellos. Definitivamente resolvió que volvería más por allí, era agradable dejarse llevar por aquella fresca brisa y el sonido de las olas retumbando en las rocas. Contempló a un hombre solo en medio de una acantilado mientras pescaba y deseo saber pescar.
Entonces lo vio.
No supo definir qué era. ¿Le sobrevino esta percepción cuando el hombre rehuyó su mirada? Imposible saberlo. Pero estaba seguro de que era uno de ellos. Si alguien le preguntase qué razonamiento le había llevado a aquella descabellada idea no habría sabido qué decir. Lo cierto es que, Diana desde algún lugar escondido de su mente supo que él era uno de ellos. Aminoró el paso la mirada fija en el hombre frente al parque de niños. Al pasar junto a él sintió la misma aversión que se si acariciara a una serpiente. El corazón le comenzó a latir con fuerza. No podía pensar, sólo sentía el peligro inminente, el daño irreparable. Pensó en advertir a las madres que empujaban los columpios, confiadas. Pero sus pasos se alejaban ya de la Avenida, más débiles que antes, más amortajados.
Llegó a la casa en un estado hipnótico que no le abandonó ni debajo de la ducha caliente, ni delante de una cena fría. Se dijo que era neurótico pensar de aquella manera de un hombre que nunca había visto sólo porque su mirada no le gustase, porque estuviese detenido y mirando a los niños. Tuvo un sueño extraño, agitado, poblado de miedos que olvidó nada más despertarse. De vuelta al trabajo se dijo que iba a olvidar aquella cara para siempre, pero sus pasos volvieron de nuevo al mismo sitio de la víspera. El día había amanecido despejado y tibio. Caminó con paso firme por el paseo de la playa, no había andado más de veinte minutos cuando lo vio allí clavado delante del parque infantil. El corazón le volvió a palpitar como una alarma, pero esta vez se sobrepuso al miedo y lo miró de frente. Estudió su rostro. Quería guardar cada uno de su gesto, la cara afilada, el cuerpo enjuto, la nariz torcida o era la cara la que se torcía como si mirase de lado. La tez extremadamente pálida, la mirada huidiza, el cuerpo menudo, encorvado. Llevaba el mismo chándal azul del día anterior. Ahora lo sabía. Estaba segura. Era uno de ellos. Observó que el hombre se había puesto a hacer flexiones, torpemente. Sabía que lo miraba y por eso disimulaba.
Pero a mi no me engañas, te conozco, te conozco desde siempre, porque yo he sido uno de esos niños, a los que engañaba con mentiras, a los que manipulas y destruyes, te conozco y no voy a dejarte en paz.
Diana se asustó de su pensamiento, comenzó a andar en dirección contraria, la rabia le ascendía por la boca del estómago. La cabeza le ardía, pensó en quien podía acudir. Quizá la policía debía saberlo. Pero qué le iba a decir. Porque si alguien le preguntase que le habría llevado a aquella certeza no sabría qué decir, no podría ni sabría como explicar qué lógica, qué concatenación de pensamientos la llevaba a esa evidencia.
Diana avanzó en un mar de dudas, las olas de la ira repicando, ajena a las gentes del paseo, devorada por el ansia. El aire le empezó a faltar, se sentó en un banco de la avenida.
Una mujer la miró asustada. Levantó los brazos al aire, expiró débilmente. Son intuiciones basadas en las experiencias, es la mirada de la víctima, que jamás olvida, se dijo.Desde ese día baja cada día a la avenida de la playa, a veces se detiene en el parque infantil a mirar a los niños hasta que él aparece, otras, lo sigue por el paseo desde lejos, pensando, rumiando con dolor y rabia cómo podía llegar un ser a cometer un acto tan despreciable.
A veces camina por la avenida pensando que hoy le dirá algo, se acercará hasta él y lo desarmará con la verdad que no espera. Y entonces él también reconocerá en ella a la víctima que fue y que nunca olvida. Siente un impulso de rabia, aprieta los dientes y espera, conteniendo las lágrimas y las ganas de decirle, qué sientes con un niño, con una niña indefensa, qué sientes, y hacerlo sentir el ser abominable que es. Pero no hace nada, se refrena, desanda el camino con una serpiente enroscada al estómago y un extraño nudo en la garganta
El hombre del chándal es ya una obsesión para Diana que lo acecha y lo mira cada vez con mayor desafío. Nadie repara en el veneno de sus ojos ni en el vidrio de los ojos de él. Los niños juegan confiados y ríen en los columpios bajo la mirada inocente de las madres, ausentes de la batalla que se libra a un lado y otro del parque, entre la víctima y el asesino. Diana espera, sigue ahí, al acecho, sabiendo que algún día cometerá un error. Hoy ha vuelto a la avenida con una cámara de fotos, quizá pueda tomarle una. Y la suerte le ha sonreído. Lo ha visto desde la carretera conducía un opel. Desde la ventana ve el rostro afilado. Ha tomado la matrícula del coche GC5656DZT. La mano le tiembla cuando busca el bolígrafo en el bolso. Lo ha visto llegar desde lejos, las manos dentro de los bolsillos, la cabeza metida en los hombros, la mirada fija. Diana ha preparado la cámara, fija el objetivo en el mar, sobre la línea del horizonte, donde la tierra acaba. El corazón le late con más fuerza, siente que viene, dentro de diez pasos estará dentro de su objetivo , puede sentir su presencia, tres, dos. Diana te ha cazado para siempre.


Pintura: Niños jugando en la playa de Sorolla.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorolla Hoy no podría pintar esa desnudez inocente... Si fuera tan fácil "cazarlos" así...

Bur dijo...

un cambio muy brusco en el en relato....

Ico dijo...

Tal como me pedían hice la continuación del relato " la gota caliente"
http://laprofesorachiflada.blogspot.com/2010/02/la-gota-caliente.html

Rosario Libertad dijo...

ok, ahora lo entiendo...solo que no me esperaba ese final jeje, la primera parte es tan intimista
besos

Candela dijo...

Me impresiona porque veo su mirada. Gracias por esta segunda parte que te pedimos :)

El Drac dijo...

Bueno pero a veces nos equivocamos, habemos algunos que tenemos una mirada hotil y fiera pero somos buenísima gente, aunque al vernos a todo el mundo les tiemble las piernas , no hay que temer somo de fea mirada pero bonachones en el trato. Un gran abrazo

Lena yau dijo...

Ico....!qué bien plasmas la angustia en el texto! !Me sentí dentro!....tengo la piel de gallina....enhorabuena...excelentes letras! Bravo!

(Ese cuadro.....lo amo)

Un besito, canarita bonita!

pepe pereza dijo...

muy bueno.
besazo

emejota dijo...

Qué bien transmites la emoción y el miedo. Un abrazo.

Belén dijo...

Es de agradecer que al menos alguna vez alguien se pregunte qué hay más allá,,,

Besicos

Raquel dijo...

Sí, la emoción, el miedo, la angustia... vívido. Me encanta.

Susana Peiró dijo...

Sin duda, las víctimas no olvidan. Como animales que alguna vez fueron heridos, olfatean el peligro. A veces no saben bien qué, cómo y el porqué de sus sensaciones. Quizás Amiga, las experiencias que involucran violencia nos hacen cruzar una frontera...de la que no se vuelve.

Un Abrazo, excelente trabajo!

Isabel dijo...

Según lo vas relatando, te dan ganas de coger por el cuello al del chandal, y tirarlo al mar. Un beso

Anónimo dijo...

Cuanto cuesta un final feliz con un principio tan duro...

Unknown dijo...

Como ya voy conociendo tu intuición no sé qué pensar, deseo creer que es sólo eso un infeliz que se recrea mirando el juego de unos niños, sé que detrás de las apariencias nunca encontramos lo que nuestros ojos ven a simple vista... sin embargo como te conozco y me fío de tí me dan ganas de encaminar mis pasos y ocupar otro tiempo en los que tú no estás para seguir en acecho... Lástima que no se pueda tener en la actualidad, la pureza que transmiten los cuadros de Sorolla: "Nadadores en Javea", "Niño en la playa" el "Joven de Yachtman"... la mirada se tiene, yo la mantengo y reivindico esa belleza en los ojos de los demás. Me gusta cómo has enmarcado tu historia y desgranado tus miedos.