miércoles, 3 de marzo de 2010

Berlinas rellenas de crema




La mano ágil de la muchacha hace el mismo movimiento durante horas: recoge mecánicamente la berlina de la bandeja y la perfora en un tubo hueco y metálico por donde sale la crema. El sonido de la máquina al introducir la crema en la berlina es algo parecido a esto: Chup chup chup. La muchacha lo hace sin fijarse, abstraída, ausente del movimiento armónico y repetido de la mano hacia la máquina. La mano enguantada sostiene con firmeza, pero sin apretar demasiado, el dulce aún caliente que introduce en la máquina que emite esa especie de bombeo, chup chup chup. La mucha es bella como el zafiro pero, su mirada, mira hacia adentro. Bajo el delantal blanco manchado de azúcar y chocolate hay un cuerpo menudo. La cofia ladeada nos habla de una muchacha un tanto impulsiva y descuidada. Son las tres de la tarde, está cansada y su pensamiento está muy lejos.

En la pastelería “La inglesa” hay dos jóvenes trabajadores más, a parte de los dueños de la tienda. La dueña, una inglesa blanca, rubia y seca que despacha al público, y el marido, que es también el pastelero.

Hoy es viernes y la dueña está contenta, la venta ha ido bien, por lo que, queriendo dar un aire distendido al ambiente, quién sabe si esta es la forma de ser amable a la inglesa, lanza una broma a los chicos.

- Has visto que sexy vino hoy Guillermo- le dice a la muchacha con un atropellado acento. La inglesa es tan blanca que parece transparente, los ojos azules, pequeños, bajos dos cristales empañados que revolotean de placer.

La chica levanta apenas una ceja y mira al compañero con desprecio.

-La lleva clara.

La muchacha no sabe cuánto lo ha herido, pues en realidad piensa que nada de esto va con ella, sino que es apenas el instrumento, una mujer colocada en la pieza de ese engranaje. Sólo quiere que la dejen tranquila, que nadie hable de ella. Siente como una pesada carga el que sea motivo de continuas disputas y el objeto de deseo de los chicos. Esta es la razón de que se muestre esquiva y recelosa. Aún no tiene la edad suficiente para no ser cruel y lo que, años después resolverá con una sonrisa, ahora es resuelto con silencio.

Guillermo permanece callado, con el gesto fruncido, queriendo hablar pero sin hacerlo, debatiéndose entre responder o no. Mientras tanto su compañero, ladino, ha aprovechado la ocasión para reírse de él

- ¡ ay que sexy, mariquita¡- le dice

- !cállate niñato

-Niñato yo, papa frita, dímelo otra vez. A ver si eres hombre.

La mujer apenas los mira, ladea una sonrisa desértica como si anduviera en otra parte. Pero Guillermo igual que explosiona se calma porque no quiere problemas teniendo a la dueña tan cerca..

-Bueno, aquí se viene a trabajar, y tu trabajo ahora es rellenar de confitura las berlinas.- le dice calmándose.

Pero Manolo no quiere dejarlo tan fácilmente, ahora que se ha calmado, quiere demostrar que él también puede enfadarse, por lo que aprovecha para lanzarle otro golpe bajo.

- Eso es lo que sabes hacer tú, nada más. Trabajar, comer, ir a tu casa y dormir.

Guillermo se revuelve, las manos untadas en harina blanca, los ojos, encendidos en fuego.

-y nada más, yo no sé nada más, y no quiero saber más, oíste colega, no quiero saber más.

Silencio. Los muchachos se han quedado callados, la dueña aparece pidiendo que alguien vaya a buscar un saco de harina al almacén.

Cuando acaba la jornada la muchacha sube hasta su casa, se cambia de ropa que huele a azúcar y a crema y baja hasta el parque. Allí están sus amigas, esperándolas. Se pide una cerveza y enciende un cigarro. Ella apenas emite palabras, el humo del hashish la sumerge en una modorra espesa y vaga. En un momento determinado se mira las manos, unas manos desiguales, ásperas, nudosas; piensa que su mano izquierda es completamente diferente a su mano derecha. Hay un desconcierto en sus ojos negros cuando se observa detenidamente las manos. La derecha está marcada por ríos de venas gordas, sin embargo, en la izquierda son apenas imperceptibles. Su amiga la mira interrogándola con la mirada, preguntándose qué hace, luego mira sus manos, pero ella las esconde debajo de la mesa, las cierra, las encoge. Avergonzada dice algo sin pensar. Pero cuando los demás no la ven, las sigue mirando.

Al anochecer las amigas y ella van al mismo bar de siempre, se sientan a esperar sin saber a qué esperan, pero lo hacen. La muchacha siente que las miradas la escudriñan, tiene la sensación de que algunas le quieren abrir el cerebro y saber qué piensa. Pero ella no es transparente sino de ópalo y sabe que de un momento a otro algún chico vendrá a hablar con ella.

Lo primero que ve es la mano como una garra apoderándose de la mesa de madera, luego al chico que la mira. Todas las miradas están puestas en ella. Los demás la miran de hito en hito, esperando algún cambio en su gesto.

-¿Me puedo sentar aquí?- pregunta el chico desde su altura.

La muchacha se alza de hombros. Bajo una ley no escrita las amigas van desapareciendo de la mesa. A ella le gustaría también desaparecer, pero permanece allí sabiendo que eso es lo que los demás esperan que haga.

Él le habla y ella asiente, ausente, de vez en cuando mira cuando nadie la ve a la camarera con los ojos húmedos y la sonrisa ladeada. El chico la invita a otra cerveza, y piensa que si bebe algo más vomita. Por eso se deja acompañar sin decir nada.

La pareja se sienta frente al mar en la arena húmeda, la playa está vacía a esa hora de la noche. Él la besa y ella intenta sentir lo que debiera sentir pero no siente nada, se dejar tocar, deseando desear pero ningún sentido acude en su ayuda, sólo se deja hacer, como los demás esperan que haga. Siente la humedad del mar en los riñones y tiene frío pero no dice nada, a veces en medio del acto, le entra la risa y le da por pensar que es una berlina, una berlina que rellenan de crema. Luego se incorpora y se viste.

Camina sola hacia la casa, la luz de la calle alumbra un cerro pelado y brillante bajo la luna llena, sangrante. Sube la cuesta zigzagueando, tarda más de lo normal en sacar la llave del bolsillo y abrir la puerta. Sin encender la luz atraviesa el pasillo vacío. La voz de una mujer suena desde uno de los cuartos.

-Todavía no eran horas.

Mientras bebe agua en la cocina contempla con deseo el cuchillo grande de escamar pescado, lo coge, acaricia la punta afilada y se pasea el filo por las muñecas. Pero la mano le tiembla y el brazo desfallece.

-Llévate el gato para arriba- oye decir a su madre.



Imagen: la mujer de la perla de Johannes Vermeer



9 comentarios:

Ico dijo...

Dedicado a todas las mujeres trabajadoras. Gracias a todas los que me leen con paciencia, porque sé que no es fácil leer entradas tan largas.

alejandra dijo...

Precioso, Ico, porque será que nos queremos tan poco como para dejarnos llevar, como para desperdiciar los días rellenos de desgana y desden... Me encanta... Gracias por lo que me toca

Belén dijo...

Y tanto hija, la verdad es que la de veces que nos manchamos con la crema de las berlinas...

Besicos

Anónimo dijo...

Pero una vez que te hundes en las palabras no puedes salir...

Rosario Libertad dijo...

tu teje, teje...

Pena Mexicana dijo...

Da igual que sea largo... es bueno y me gusta ;)
Gracias Ico, besitos

maslama dijo...

aunque sea una entrada un poco larga (te confieso que aún me cuesta leer en el ordenador), una vez empiezas imposible no llegar hasta el final :)

corrígeme si me equivoco: tus personajes suelen ser seres desamparados, víctimas de la vida, muchas veces sin esperanza, resignados a su suerte.. quizá por ello resultan tan próximos, ¿quién no se ha sentido alguna vez así?

besos,

Ico dijo...

Maslama tienes razón, al menos los protagonistas de las historias suelen tener, por lo general estos rasgos comunes...

Victoria Dubrovnik dijo...

Sí quizás este dedicado a las mujeres trabajadoras... pero esa chica, triste y sola, creo que alberga todas las mujeres, trabajadoras o no.... porque todas en algún momento u otro, nos hemos dejado acunar por el destino, sin pensar, incluso sin sentir, y que sea lo que Dios quiera :-)...

Gran texto!