- hoy todo el mundo en cole ha querido ser como yo- dijo alegre.
- y ¿eso? - Ni que decir tiene que, aunque no es la más brillante de las estudiantes tiene una imaginación desbordante.
- Porque les he dicho a mis amigas que tengo una tía loca y lesbiana.
- No me creo nada- le digo, mirándola por el espejo retrovisor mientras conduzco.
- De verdad, les he dicho que tienes un perro y un gato y que enseñas el culo, y todo el mundo quería ser como yo y tener una tía lesbiana.
- ¿Pero las niñas saben qué significa eso?- Ya en esta fase la creo.
- Claro, que le gustan las chicas.
Ese día conducía al aeropuerto. Las dos teníamos vacaciones escolares e íbamos a pasar unos días con la familia. Ella con su abuela, dejando descansar un poco a su madre y yo con la mía. No recuerdo bien porqué, pero sé que por alguna razón se enfadó conmigo en el aeropuerto. El avión se había retrasado y tuvimos que esperar veinte minutos más. Alba me miraba con la cara atufada por el rabillo del ojo. Yo intentaba no hacerle mucho caso y leía. De vez en cuando se cansaba de la actitud y me desafiaba.
- Tú no eres mi madre.
- Menos mal – le decía sin levantar la vista del libro.
Al cabo de un rato por fin dieron el aviso para poder tomar el avión. Los padres con niños podían pasar primero. Era un alivio. Afortunadamente mi sobrina no lo oyó porque le hubiese discutido a la azafata que yo no era en realidad su madre. El avión se llenó enseguida. Tardaba más el vuelo en subir al avión y acomodarse que en llegar a la isla.
Por aquél entonces, había salido de una relación amorosa que duró lo que dura un embarazo. Sin embargo, me dejó realmente desganada para todo lo que fueran relaciones humanas íntimas, y una adicción al café incorregible. Recomendada por una amiga decidí visitar a una psicóloga. Finalmente, como pasa siempre en los sitios pequeños la sicóloga resultó ser casi una compañera de trabajo a la que veía frecuentemente cuando tenía que visitar algún menor a los juzgados.
Era una andaluza, pero se había ido a vivir a Lanzarote desde pequeña, por lo que recordamos viejos sitios donde salimos de marcha y donde más de una vez coincidimos sin llegar a conocernos. Pero era tan natural y simpática, y lloré y me reí tanto en la primera sesión que decidí seguir terapia con ella. La depresión, como bien me dijo ella, se me quitaría cuando volviera a enamorarme de nuevo, o sea, a los tres meses. Así que, hacía un par de meses que no asistía ya a terapia. Estaba colocando la maleta de mano en el pequeño departamento sobre mi cabeza.
- Hola – me dijo la sicóloga sorprendida.
- Hola – dije más sorprendida aún.
- Yo soy Alba- dijo mi sobrina desde su asiento mirándola fijamente.
- Es mi sobrina- le digo. A modo de disculpa.
- ¿Me puedo sentar aquí?
- Claro.
Comenzamos una conversación alegre y distendida. Nos alegrábamos sinceramente de vernos. Aún no había comenzado el despegue y Alba probablemente se aburría de no ser el centro de atención. Cuando de pronto gritó.
-Tú no eres mi madre. Eres mi tía y eres lesbiana.
De pronto, en el interior del avión se hizo un silencio mortal.