domingo, 8 de noviembre de 2009

Lo que queda de la noche



Estaba a punto de servirme una copa e irme a la cama cuando oí que alguien tocaba a mi puerta. Era mi compañero de oficina. No me caía bien. Borja era el típico adulador y el guaperas de la oficina. Apoyé la mano en el quicio de la puerta poniendo cierta distancia entre su cuerpo y el mío. Te vienes a tomar la última, dijo guiñándome el ojo. Odio este tipo de camaraderías y hermanamientos en que acaban convirtiéndose las convenciones y los congresos, como si algo más allá que la empresa y el hecho de que viviéramos a tres mil kilómetros, nos uniera.
Sonreí falsamente. Insistió. Me resistí un instante sabiendo que era imposible con él. Casi todas sus conquistas las realizaba por puro cansancio, al menos así lo relataba cada lunes en la oficina sin una pizca de vergüenza. Me calcé los zapatos y cerré la puerta resignado a tomarme el último trago con él. A fin de cuenta, pensé, me daba igual tomármelo del minibar de la habitación que en el bar del hotel.
Por el camino Borja me iba hablando de los acuerdos llevados a cabo con otra empresa con un tono elevado que más me pareció dirigido a los huéspedes del hotel que circulaban por los pasillos y la recepción que a mí mismo. El bar del hotel era un sitio aséptico y aburrido como todos los bares de hotel. Una música de jazz sonaba muy leve. Al fondo se divisaba una pareja de ancianos jugando a las cartas. En la barra un hombre de mediana edad tomaba un café. Me alegré de que no hubiese gente, pues aquella tranquilidad presuponía el preámbulo de mi deseado descanso. Borja se acercó a la barra y habló con el camarero. Éste le sonrió diciéndole unas palabras que no oí.
Me disponía a sentarme en la barra cuando Borja me cogió del brazo. Vámonos, me dijo. Pero a dónde. Abajo hay una discoteca, esto es para ancianos. Protesté. ¡¿Una discoteca?¡ Estaba reventado. Solo una copa dijo mirándome con ojos de serpiente, venga hombre, es nuestra última noche. No quería discutir. Le seguí hasta el ascensor. No sé hasta qué piso bajamos. No recordaba haber visto ninguna discoteca en la entrada. Borja no paraba de hablar nervioso y excitado.
Está muy bien decía, da para el otro lado de la calle, como está a distinto desnivel no se oye nada desde el hotel. Vienen todas las chicas de la zona, parece que en este pueblo no hay otro sitio donde divertirse y las chicas vienen aquí porque sabe que vienen clientes distinguidos. Lo miré incrédulo, detestaba su vocabulario, seguro que toda aquella información la había obtenido mucho tiempo antes. Estaba seguro de que todo aquello no podía habérselo dicho el camarero en un instante. Caí en la cuenta de que la charla con el camarero no había sido más que un montaje para mí y que yo no era más que una pieza de todo aquello. No dije nada, en cierta forma, sentía lástima por aquél crápula necesitado de alguien tan aburrido como yo para que fuera testigo de sus conquistas. Me iría de allí cuanto antes.
Atravesamos un largo pasillo que torcía a la izquierda y luego a la derecha. El suelo y las paredes no estaban enmoquetados como el hotel sino pintadas, desde hacía mucho tiempo en un color gris viejo. Algunas tuberías de gas y de refrigeración sobresalían por encima de nuestras cabezas
Me preguntaba si aquellas instalaciones cumplirían la normativa cuando llegamos frente a un hombre negro y corpulento delante de una puerta metálica. El hombre nos saludó con una leve inclinación de cabeza. Al mirarlo de nuevo, observé que nos sonreía con una sonrisa extraña que rehusé analizar.
Nada más abrir la puerta me arrepentí de haber cedido a los intereses de mi compañero. Una música de salsa sonaba a un volumen ensordecedor. Debí tomar aire, la atmósfera se me hizo en un instante irrespirable a causa del la humareda del tabaco y de los efectos especiales que echaban a ráfagas en la pista. Sentí como algunas mirada caían sobre mí. El local estaba aún a medio llenar. Aquel era el mundo de la noche, pensé. Un inframundo tan básico, descarnado, y real como el de arriba, un mundo al que hacía tiempo había renunciado.
De buena gana me hubiese echado a correr en aquel instante hacia la tranquilidad de mi habitación de hotel sino fuera porque mi colega apareció en aquel instante con dos cubas- libre en la mano. Pronto descubrí que era imposible mantener una conversación. con él. Allí no se iba a hablar me dije. Borja se distanció de mi para acercarse a la pista, yo aproveché para sentarme en una de las mesas libres, dispuesto a terminar en breve mi bebida y largarme tan pronto como pudiera a la habitación.
Observé que la mayoría de los que estaban allí eran chicas y chicos muy jóvenes, algunos en parejas, otros en grupo. Me detuve a mirar con curiosidad el ritual del apareamiento como si viese un documental en televisión sobre la vida salvaje. Comprobé que las chicas no bebían o bebían muy poco, tal vez un refresco con pajita, mientras que ellos no paraban de pedir en la barra. También vi que ambos sexos, sin hablar, se lanzaban miradas ansiosas sin dejar ni un instante de mover las caderas. Pensé que si la música no estuviera tan alta y el local estuviese algo más ventilado no estaría tan mal permanecer allí viendo como aquellas mujeres bailaban con ritmos sensuales.
Miré a Borja que se había lanzado a la pista animado por una jovencita que le seguía los pasos intentando no ser pisado por él. Me pareció ridículo, pero al instante me di cuenta de que yo debía parecer igual de ridículo que él, salvo por el solo hecho de que aún no me había atrevido a lanzarme a la pista.
Miré a los hombres, tipos jóvenes, algunos con bigotes y zapatos blancos que parecían estar imbuidos por la música. De pronto viví un deseo repentino de ser uno de ellos y tomar a aquellas mujeres por la cintura Las luces azules y rojas daban al local un aspecto irreal y poco a poco me fui olvidando de mis ganas de huir para quedarme extasiado en aquel mundo de la noche. Sonreí de mi mismo y de lo que llamé espíritu de la noche que me impedía dejar de mirar los cuerpos de las mujeres, sus movimientos sensuales y felinos y, lo que era peor, de imaginar futuros escarceos. Bebí sediento, contemplando aquellos cuerpos que me parecieron hermosos, perfectos, de una belleza animal que había olvidado.
Me pedí una nueva copa para mí y para mi colega. La camarera, una joven con una falda minúscula y con blusa que dejaba ver gran parte de sus pechos ,me sonrió. Sentí que me excitaba al instante. Advertí que alguna de las mujeres me miraba. Borja bailaba ahora con una mulata en la pista. A su derecha divisé a una de las mujeres más bella que he visto nunca, su cuerpo zigzagueando al son de la música. Me detuve en observarla, sus rasgos eran de una belleza hiriente y su cuerpo se movía al son de los movimientos de una pantera. Me sentí hipnotizado. Estaba de espalda, por lo que sólo podía ver su cuerpo. Miré su nuca que me pareció de una elegancia hiriente,
Estaba atrapado. No podía dejar de seguir aquellos movimientos cadenciosos y sensuales. Me bebí la copa sin dejar de mirarla. Entonces se dio la vuelta y me vio mirándola. Entonces bailó para mí. Me tomé la copa de un sorbo. No volví a ver a Borja. La gente comenzó a llegar en bandada, jóvenes, animales perfectos en busca del apareamiento. Me aflojé la corbata, me sentía mareado. Comencé a beber de la copa de mi colega. El cuerpo de la mulata brillaba a la luz de los neones.
Entonces me levanté dominado por una fuerza oculta y superior a mi mismo. Nunca me había pasado aquello. Las caras a mi alrededor se deformaban tomando rasgos salvajes. Andaba tambaleándome en medio de las pieles que brillaban, los músculos henchidos a través de las finas telas, el olor a sexo. Me plante delante de ella. No sé lo que dije, ni que me dijo. Bailamos o me dejé llevar.
Me olvidé de Borja, de que no sé bailar, de que mi vuelo salía a las ocho de la mañana. Me sentí llevado y dominado por una fuerza superior que me llevaba y a la que no podía renunciar. Me abracé su cintura, descendí mi mano, aspiré su olor animal. Apoyó su mano en mi cuello, su piel me quemaba o era yo quien ardía. Sentí como mi cuerpo se desnudaba de las ataduras y era incluso capaz de dar algún paso, como si ése ritual olvidado fuese parte de mi mismo. Luego creí ver que me llevaba atravesando la pista, tropezando con cuerpos calientes y miradas de gente nativa. Recuerdo el cuerpo de aquél animal salvaje brillar en la oscuridad del cuarto, recuerdo mis gemidos arrancando palomas al vuelo del alfeizar de la ventana.
Me despertó la voz automática del recepcionista. Estaba solo. Me di una ducha rápida, tenía media hora para llegar al aeropuerto. Sentía mi cabeza vacía. Entregué las llaves en recepción. Tomé un café en el bar del hotel. Allí estaba el camarero de la noche pasada. Sonreí. Qué noche, le dije, vaya una discoteca que tienen abajo. ¿Discoteca, señor? Sí abajo, en el sótano. La discoteca de salsa. Abajo está el parking señor, no tenemos discotecas. Me tomaba el pelo. Anoche bajé a la discoteca con mi amigo. Estuvo aquí, preguntándole. Si, me acuerdo, me preguntó por un sitio animado y le dije que esto era lo que había. No entendía nada. Tenía que irme. Mi avión iba a salir. Cuando abrí mi cartera advertí que me faltaban doscientas euros.

12 comentarios:

Maga h dijo...

Muy buen relato Ico!
Dinámico y con buen final!

Un abrazo

MAGAH

María dijo...

Ay... el alcohol y demás sustancias...

Me ha gustado.

TARA dijo...

Que bien Ico, esta genial me ha gustado mucho. El final es perfecto!!

Besos y sigue asi.

PD me debes un relato de otra imagen que te he enviado por email

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho el relato y la sensualidad con que transcribes el deseo de apareamiento salvaje que tenemos los humanos

Belén dijo...

Ostras... alucinando y encima sin pasta :S

Muy bueno

Besicos

Beelzenef dijo...

La noche nos pierde, mágica, encantada. Nublando recuerdos y dejando en nosotros la huella de sensaciones increíbles.

dintel dijo...

Vaya, qué disfrute.

Pena Mexicana dijo...

Me ha atrapado, muy bueno Ico :)
Gracias

Charm dijo...

Se me ocurre decir áquello de "Qué noche la de aquel día", a posteriori.
Muy buen relato. )

PD. Por cierto, me encanta Robert Walser. Ahora mismo estoy enredada con Vida de poeta.

la cocina de frabisa dijo...

Hay sueños que hasta cuestan pelas, caramba!!

Me encantó, buenísima ficción, y el final, redondo.

un beso

(tienes una respuesta en mi blog a tu comentario)

maslama dijo...

curioso relato, me ha gustado mucho leerlo.. estaba pensando (no sé porqué) que a veces, el sueño de la sinrazón también produce monstruos, pero son menos tenebrosos que los reales :)

besos,

LA DESGRACIÁ dijo...

Pues yo lo que tú!!

Es decir, la mismita mismita descripción haría yo de mi sexualidad/sentimentalidad

xDD

bss