viernes, 13 de noviembre de 2009

Es un niño




Existe la maldad en los niños. Cómo no saber de ella, la veo, la he sentido aguijonearme. Sólo que es exquisita y se deja ver pocas veces, pero cuando eso sucede no lo olvidas nunca. Extraña sí, que la maldad pueda existir en el cuerpo de un niño, pero así es. Yo también creía como tú que los niños son siempre inocentes. Pero no es cierto, solo han tenido menos tiempo para aprender. Déjales tiempo. Espera a ver cómo la semilla anida en su ser emponzoñándolo todo y veras, y lo que un día creíste inocente y puro saldrá a la luz
¿Crees que un niño no puede ser perverso? ¡Ja¡. Aún tienes suerte, no has tenido la ocasión de conocer a uno como yo. Mírame, te mentiría acaso. Sí, creo que hay niños malos, niños perversos. Quizá el mal está más cerca de quien más sufre, contrariamente a lo que dicen los cristianos. Sufre y de ellos será el reino de los cielos. Mentira. No, sufre y estarás más cerca de ser atrapado por instintos destructivos y dañinos. Algunos, escapan a ella como Jonatah pero otros no, como Héctor.
Hector sufrió nada más nacer, los hospitales fueron su segunda casa. Es un niño feo, pequeño, de cuerpo enclenque. Tardé en acostumbrarme a su cara. Tiene el rostro alargado, las cejas juntas, la nariz fina, la boca pequeña de labios delgados y contraídos. Solo tiene un ojo, en el lado donde debía estar el otro no había nada, sólo una cavidad que a veces me parecía oscura y a veces una bola blanca. Digo que me cuesta mirarlo, suprimir el asco que me produce y no exagero. Hago grandes esfuerzos por controlarme y no apartar la vista de él. Hasta ahora lo voy consiguiendo.
Cuando supe que tenía cáncer y que esto le había llevado a perder el ojo, sentí lástima de él, no podía dejar de reprocharme no tener el suficiente estómago para mirarlo de frente y no detenerme en esa cuenca vacía. Sin embargo, esta conmiseración duró lo que tardé en descubrir que me hallaba ante un niño perverso y dañino.
Hector, era listo pero no era aplicado, tenía sin embargo una gran competitividad con sus compañeros y un afán de notoriedad que le hacía querer estar en todos los tinglados antes que nada, a costa de lo que sea y de quien fuera; por lo que no dudaba en copiar ostensiblemente de Internet, falsificar las firmas de sus padres o coaccionar a algún compañero para que le pasara los tareas de clase.
Al cabo de unos día comencé a darme cuenta que yo no era la única a la que producía ese sentimiento encontrado de repulsión y lástima. Los compañeros, incluso los mayores que él, los mismos que eran humillados e insultados por Hector, no osaban decirle ni una palabra más alta que la otra. Hector era un intocable, una especie de líder en la desgracia o en la maldad. Sabía detectar las debilidades de los otros y aprovecharse de ellas en su favor.
Por todo eso, el estado de piedad que suscitó en mí en un principio se ha ido convirtiendo en miedo y espanto al descubrir la verdadera personalidad de mi alumno.
- Eres muy astuto- le dije un día- porque no aprovechas esa astucia para aplicarla en tus estudios.
Me sonrió ladinamente, mirándome retador y fijamente a los ojos. Calculaba milimétricamente mis estados emocionales buscando inútilmente exasperarme. Esa mañana estaba especialmente tranquila, decepcionada quizás, después de ver lo poco que se esforzaban en los exámenes.
- Pero yo estudié- concluyó como todo argumento.
Lo miré un instante, tratando de desviar mi atención hacia el ojo derecho, si caía en el izquierdo corría el riesgo de hundirme en aquél pozo de podredumbre y espanto.
Le enseño el examen emborronado, tan oscuro y menguado como su propio rostro. Los rayones rojos como heridas son las faltas de ortografía.
De pronto entra en cólera y me arranca el examen de la mano. Grita enérgico. En ese momento el director se asoma.
- Métase el examen por el culo, zorra.
- ¡Fuera¡. ¡Póngase fuera de la clase¡- le digo temblando por dentro y tratando de atemperar mi estado.
Antes de marcharse mira sonriente a los alumnos. Victorioso. Calmado, extrañamente calmado. Se incorpora despacio, estira la cabeza erguida, el cuerpo menudo como un gallo de pelea, se pasea desde su asiento pavoneándose y me mira sonriendo.
Afortunadamente, ese trimestre llegó Jonahtan procedente de Cali. Era el extremo de Hector, amable, risueño, simpático. Como llevaba tanto retraso escolar lo senté muy cerca de mi mesa. Jonathan me contó su vida en Cali, la muerte de su madre a manos de unos pistoleros, la miseria que había sufrido.
Esa misma mañana en el patio tuvo un altercado con Héctor y del que solo supe de oídas pero esta vez, y contrariamente a lo que siempre sucedía, Jonathan no se amedrentó. En la clase noté que Hector lo miraba con su ojo atento y mezquino, entrecerrando fuertemente los labios, rojo de ira. Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal.
Al acabar la clase Hector vino a mi mesa sonriendo desde la cuenca del ojo vacío.
- ¿Seño, por matar a un negro hay la misma pena de cárcel?

19 comentarios:

Beelzenef dijo...

Terrible. Realmente debo aprender de ti si quiero aprender a aterrar con mis palabras

La crueldad de los niños, la mayor sorpresa

María dijo...

Uff... absolutamente terrible.

Candela dijo...

Puffffffffff, es un relato, pero niños así haberlos haylos. Suerte que no me he topado con ninguno.

mjromero dijo...

Qué bien escribes.
Los niños son terribles, los mayores aún más.

without dijo...

De niños aprendemos que es la crueldad, a ejercerla o a sufrirla, de mayores ya sabemos de que bando estamos.

Besos

TARA dijo...

Da miedo pensar que eso puede suceder, me gusta mas creer en la presupuesta inocencia de los niños, y en que se puede hacer algo para evitar que se vuelvan así...

Terrorifico relato para una imagen que te envie.

Besos

Frabisa dijo...

Yo también pensaba que era imposible que anidara la maldad en un niño. Ahora y cuando llevo años escuchando situaciones difíciles que se producen en las aulas, he podido contar con los suficientes elementos para discernir entre un niño travieso y un niño en el que desde muy pequeño se fragua lentamente la maldad pura y dura. La enfermedad (pobre) no es una causa que ayude a la maldad, antes al contrario, la enfermedad te derrumba, te hace más vulnerable, lo que no ha ocurrido con ese niño. Definitivamente, él es así y lo que nos espera a medida que cumpla años.
Quizás si tuviese unos padres atentos que le ofrecieran una terapia educacional de sus comportamientos, el tema variara. Pero digo yo..... ¿cómo son sus padres que no advierten ese comportamiento anormal para un niño de su edad? No nos olvidemos que el hogar es la mayor escuela, donde los niños aprenden realmente como comportarse.

Ico, no sé si tu relato es ficción o te has basado en un hecho real, pero para mí, es absolutamente creíble.

un beso

la cocina de frabisa dijo...

Por cierto, me encanta tu foto, tengo una copia bastante buena de la noche estrellada de Van Gogh y no me puede gustar más.

Lenteja dijo...

Ainsssss¡ Que te leo para distraerme y me estás devolviendo a mi trabajo..... Yo he tenido un niño que sólo sonreía , sólo le veía un brillo en los ojos cuando mataba un animal o hacía llorar a alguien... Ver a un psicópata pequeñito es algo que no olvidas, nunca compañera.Esa frialdad.....puff¡

Anastàsia dijo...

Si a ti , siendo adulta, preparada y formada ,te da repugnancia este niño ...¿Qué repugnancia no va a sentir él por él mismo ,cuando se mira al espejo? Eso por no hablar del sufrimiento por el que ha habido que pasar ,y pasa, debido a su enfermedad.
Me imagino el infierno interior que debe vivir este niño .Eso por no descartar una patologia psiquiátrica.
¿No será debido a estos motivos su agresividad?
No sé .Me pregunto...
Te lo dice la madre de un niño "problemático". Bueno...dejémoslo en niño!

dintel dijo...

Pues yo creo que cuando nacemos tenemos las mismas posibilidades de ser buenos o malos, porque poseemos esas capacidades. Luego, la educación, el temperamento, caracter y personalidad, dirán... y nuestros actos nos precederán.

Candela dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario de dintel.

Belén dijo...

Muchos niños enfermos son tiranos... y pueden dar mucha lástima pero luego los conoces...

Besicos

Anónimo dijo...

¿No piensas que el niño percibe la repugnancia que causa en los demás? Digo, vaya, digo.

Ico dijo...

Fabrisa nunca revelo las fuentes, como los periodista, pero casi todos mis relatos se basan en historias reales, que me han contado, que he visto o vivido. Este desgraciadamente es muy real. No sé el origen, eso lo dilucidarán los psicólogos, ni cómo solucionarlo, eso los terapeutas, yo escribo lo que hay sin más. ¿ Es diferente el daño que ha sufrido Jonathan del que ha sufrido Hector? Quizás... diferente no inferior.

alejandra dijo...

Los niños son tan inocestes que ni siquiera saben que es el bien y el mal, y eso los hace ser de una crueldad implacable, porque ni siquiera han desarrollado la conciencia... Me gusta mucho Ico, pero ya sabes que tú siempre me gustas.

Tantaria dijo...

Vaya joyita de alumno el tal Héctor. Estoy contigo: los niños saben distinguir perfectamente el bien del mal.

muchacha en la ventana dijo...

Me encanta el relato,lo que puede tener de realidad me aterra. Es cierto que hay niños malos, como ese que describres. Los que yo conozco no tienen ningún problema físico, al contrario, lucen ropas de marca, y tienen todo lo que quieren.Sin embargo, tienen esas maldad de la que hablas.

un abrazo

Lola - Aprendiz dijo...

Podria entender la maldad de Hector, supongo que el sufrimiento bien temprano le enseño el odio y rechazo por todo.
Ahora, tenerlo como alumno...pobrecilla profe jeje