martes, 22 de septiembre de 2009

El soñador con insomnio intermedio



Todo empezó con los viajes. Recuerdo que mi primer viaje fue a Buenos Aires, es curioso nunca me había atraído la idea de viajar a Sudamérica. No obstante, siempre había pensado que si algún día lo hacía, el primer país que conociera sería Buenos Aires, por eso de ser la patria de mi admirado Byo Casares y Cortazar. La imaginaba como Lisboa, pero mucho más grande y así fue como la vi por primera vez en mi sueño.
Andaba con mi marido y no sé por qué razón o motivo me acabé enfadando con él en algún lugar de ese país. Un día me vi a mi misma recorriendo la ciudad a solas. Transité por algunas regiones con altos acantilados y rutas agrestes y escarpadas que me hicieron pensar que estaba, cuanto menos, en lo alto de la Pampa argentina. Luego recuerdo la sensación de búsqueda, de querer localizarlo sin éxito, o nos cruzamos sin encontrarnos en nuestro camino como aquella película donde la protagonista en una parada del tren pierde a su esposo en la estación, Stalingrado, creo que se llamaba, o algo así. Esa mañana me desperté con una impresión extraña, no sé, con la extravagante idea de que, en cierta forma, había hecho aquél viaje.
Mi segundo viaje fue a Israel, esta vez viajaba con el ex marido de una amiga al que no conozco. Recuerdo que subimos a lo alto del monte de Sión porque él quería rezar allí. Allí vimos a una mujer joven y atractiva a quien le dije, a modo de excusa, mientras él ascendía el monte a cuatro patas, que era un buen hombre pero my religioso, o algo así. A él no lo volví a ver más pero pasé todo el día con la joven israelita que insistía en enseñarme las mejores vistas de la ciudad desde lo alto del monte.
Qué extraño me dije esa mañana cuando me levanté, dos días seguidos soñando con viajes a países donde nunca he estado. Mi mente lógica enseguida encontró una respuesta; la vuelta a la rutina laboral y lo distante que aún quedaban mis vacaciones habían provocado esto. Sin embargo, ese día estuve más cansada que de costumbre como si no me hubiese aún recuperado del desajuste horario del viaje.
Antes de acostarme, esa misma noche deseé viajar a Reykiavik, ciudad de glaciares donde siempre había querido ir pero por diversas circunstancias nunca había tenido la oportunidad. Me encontré en la cama riéndome de mi propia idea absurda.
Esa noche no viajé, pero sí al día siguiente, aunque por más que lo intenté no pude recordar el lugar exacto a donde había ido, quizá estaba aún en Israel, porque la mujer que me arrastraba de las manos para enseñarme las vistas estaba allí de nuevo. Esta vez intimamos algo más, debo reconocer que profundamente, puesto que cuando me levanté antes del amanecer, las últimas convulsiones de un orgasmo aún me duraban. Permanecí en silencio y muda pensando en todo aquello, tratando de dar forma y cara a aquella mujer que ahora en la oscuridad de la vigilia se me escapaba. No pude volver a dormirme, mi corazón acelerado había sufrido una conmoción extrema.
Al día siguiente volví a viajar de nuevo a un espacio desconocido. Esta vez toda mi preocupación se centró en descubrir el nombre del lugar donde me hallaba. Dreyfus fue el nombre que por alguna extraña razón sonaba en mi cabeza una y otra vez. El lugar, estaba segura, coincidía con uno de esos países costeros en la parte oeste del continente Africano, como Senegal o Guinea, las casas eran de adobe y el color del aire era naranja y polvoriento.
A partir de ese cuarto viaje comencé a sufrir una insólita transformación que los demás achacaron a mi estado alterado a causa del insomnio. Pero yo, en mi fuero interno sabía que la única razón eran mis continuos viajes a países desconocidos: Porque tenía la certeza de que mi existencia en esos países se iba convirtiendo cada vez más en real, mientras que, la otra, la existencia en la vigilia se iba lentamente desdibujando. Mi vida se había convertido en un insomnio intermedio hasta la llegada del próximo viaje donde era realmente yo misma.
Fue entonces cuando comencé a informarme sobre los sueños y la posibilidad de quedarme allí para siempre. Había leído sobre viajes astrales o viajeros del tiempo, pero nunca de viajes espaciales a través de los sueños. Descubrí con alegría que había iniciado el proceso y que llegaría un día en que me acabaría yendo del mundo físico que había conocido hasta ahora. .
No echaré en falta nada, a decir verdad, desde que perdí a mi marido en el primer viaje a Buenos Aires, no lo he vuelto encontrar. Nada me ata aquí, ni mi trabajo ni mi vida, puesto cada vez más pertenezco menos a este mundo llamado real, por lo que me voy lentamente desvaneciendo mientras que, mi presencia en el otro lado, se hace cada vez más corpórea.
No sé cómo será mi partida, quizá un día no despierte nunca de este lado.
Ahora sé que pertenezco a esa raza errante de viajeras en constante tránsito, a la búsqueda de no sabemos bien qué, quizá la sombra de un recuerdo añorado, o tan solo un instinto de aventura implacable y superior a todo, llevada a perseguir en cualquier dimensión todos los espacios posibles.

9 comentarios:

Belén dijo...

La persona que viaja siempre es mas sabia que el resto, así que imagina la prota del post

Besicos

Lola - Aprendiz dijo...

Creo que la prota del post tiene muchas ganas de viajar ya que anuncio que este verano no pensaba moverse de su sofá...no obstante creo que Freud tardaria en descifrar el contenido de estos viajes y circunstancias jeje.
Nuevamente atrapada en tu lectura.
Te espero

Isabel dijo...

La gente viajera es inquieta y sensible, gusta de conocer otros lugares y culturas. Un beso

Carina Felice, Photography dijo...

En Buenos Aires no tenemos acantilados9salvo que sean edificios metaforicos, ejej, pero en suenios todo es posible!) y tal vez se ha quedado por aca, tomando mate...
si la veo, le hago una foto, y te la envio ;)
besotes oniricos!

maslama dijo...

tu relato me ha dejado en un estado de ánimo soñador.. empatizo completamente, si ese otro lado que describes existe, nos veremos allí

besos,

Anónimo dijo...

buena raza la de las viajeras sin rumbo, que miran cuando se levantan (o mientras duermen) donde le lleva la vida (o los sueños) y... se dejan ir. Eso es saber vivir (al menos para mí).

Beelzenef dijo...

Cuantas veces habré soñado que volaba, que viajaba, que amaba, que me sentía más vivo de lo que nunca pudiera sentirme en mi propia vida.
Un sueño, la puerta hacia otro mundo

Ico dijo...

Carina, la viajera ya había salido de Buenos Aires, capital para viajar por el páis..ja.ja.
Beelzef..Yo también soñaba con volar cuando era adolescente, me hice una experta voladora en aquella época.. ¡¡ Qué experiencia tan real y maravillosa¡¡

frida dijo...

"Somos viajeros y náufragos que regresan siempre a la mismas orilla..."Viajar sin rumbo, viajar siguiendo coordenadas, viajar despiertas o dormidas...¡qué más da!Soñamos que viajamos y viajamos soñando...La vida es el gran viaje