jueves, 13 de agosto de 2009

El delirio de Eva


El verano del 93, recién acabados mis estudios, recibí una petición extraña por parte de mi madre. Debía encargarme de traer de vuelta a la isla a la hija descarriada de mi vecina. Según mi madre me contó, mientras tapaba con una mano el auricular del teléfono, le debíamos ese favor. La cuestión era la siguiente yo debía convencer a la chica, estudiante como yo en la gran ciudad, no sólo de que volviese a casa sino que debía traérmela expresamente en el avión conmigo. Le pregunté, como es obvio, qué problema le impedía coger el avión por sí misma. Mi madre, tapando cada vez más el auricular con la mano para hacer una campana insonora a los oídos de mi padre, al que imaginé sentado en su sofá delante del televisor, susurró algunas evasivas referente a los sentimientos de las mujeres perdidas y demás cuestiones que no entendería, dejándome más confuso que al principio.

Con la dirección de Eva en el bolsillo acudí entre curioso y aprensivo a la casa donde vivía. Mientras atravesaba la ciudad en metro pensé en aquél verano que me enamoré de ella y que pasé en la azotea esperando verla aparecer en bikini y tenderse al sol a leer. Mi enamoramiento duro poco, justo cuando descubrí, que en cuestiones amorosas, ella prefería a las chicas.

Era curioso, pensaba mientras descendía la calle Leganitos, que en aquellos cinco años de carrera nunca hubiéramos coincidido, salvo una sola ocasión en el aeropuerto de vuelta a casa, en unas Navidades especialmente frías. Recuerdo que sumamos nuestras monedas y compartimos un café en la cafetería del aeropuerto mientras esperábamos la hora de embarcar. Después de preguntarnos por nuestros estudios y la familia se enfrascó de nuevo en su libro sin ninguna consideración hacia mí. Siempre había sido una chica extraña, hablaba poco y leía mucho. Cuando nos llamaron a embarcar ninguno de los dos hizo intento por cambiarse de asiento y hacer el vuelo en compañía. Tampoco yo se lo propuse, con ella siempre tenía la sensación de estar de más, y para qué negarlo, aún le guardaba rencor por aquel verano.

Toqué dos veces más el telefonillo del edificio. Una voz, somnolienta y casi inaudible me contestó con el acento cantarino de la isla. Subí las escaleras de dos en dos y llegué a la puerta abierta del cuarto piso.

El maullido de un gato fue el único recibimiento que tuve. Atravesé el pasillo apartando ropa, libros desparramados por el suelo, periódicos viejos y montañas de papeles. El gato se enredaba en mis pies.

Eva estaba en el salón, tendida en el sofá, borracha o semidormida. Miré la mesa junto a ella, no puedo descifrar todo lo que contenía. Si la hubiese encontrado en otro estado le hubiese preguntado cuándo fue la fiesta. Pero me impresionó verla, estaba terriblemente delgada, su ojos cerrados parecían que se hundían en su rostro y en su boca había un rictus amargo. Me miró un instante como si no me viera y volvió a cerrar los ojos. Aparté la gata gris del único sofá libre que quedaba y la invité a comer, con un gesto de la mano y sin levantarse del sofá donde se hallaba semidormida me señaló unas botellas decerveza y una lata de berberechos vacía. Entonces le hablé de su madre, de la preocupación de toda la familia, de porqué estaba allí, del curso acabado, y de la necesidad de volver a la isla.

- No puedo irme, estoy esperando a alguien. –me dijo en un tono débil.

- ¿A quién?- pregunté

- A mi amiga.

Tenía los ojos enrojecidos, la mirada enfebrecida, pensé que quizá estaba enferma, por lo que me dispuse en un acto de valentía, a ordenar el salón. Vacié los ceniceros, limpié la mesa, busqué en los armarios vacíos de la cocina. Llene tres bolsas de basura. No sabía qué hacer, y creo que esa era mi manera de decirlo. En uno de mis paseos con la escoba me preguntó qué día era, miércoles le respondí, cuánto tiempo llevas aquí encerrada, le dije. Si hoy es miércoles me respondió, hace veinte días. Lo decía sin emoción, sin esperanzas, como si eso fuese tan natural como la vida misma.

Bajé a tirar la basura y a comprar comida, cerré la puerta con llave. Nada más bajar llamé a mi madre para contarle lo sucedido. En el fondo quería que me eximiese de aquél cargo, no estaba preparado para eso. Mi madre me dio donde más le duele a un hombre, me habló de valentía, de que ya era hora de que espabilara y que de esa forma aprendería, en definitiva no iba a volver con las manos vacías.

En Madrid ya comenzaba a hacer un calor irrespirable, crucé la gran vía y compré un poco de comida en un sucio restaurante chino. Cuando regresé Eva seguía en la misma posición, pero ahora parecía dormida agarrada al aparato negro de teléfono. Comí un plato de arroz, observándola dormir, sin soltar ni un momento el teléfono.

Acabé de ordenar la casa. Fui recogiendo hojas por el suelo que dejé en una estantería. Llegó la noche, no quería dejarla sola en aquél estado, coloqué los libros en la estanterías, ordené sus papeles. No pude evitar leer algunos fragmentos de lo que parecía una especie de diario caótico. En una letra minúscula y apenas inteligible leí: he llorado todas las lágrimas posibles. Hoy mi madre me ha llamado y casi me pongo a llorar de nuevo. Ha estado más tranquila que de costumbre, debe notar por mi voz que estoy destrozada. Si al menos hubiésemos fabricado un vínculo de madre e hija, podría decirle que Helen me ha dejado. Podría llorar en su pecho como cuando pequeña si es que alguna vez lo hice. En otra hoja arrugada y manchada de café leí:

He acabado por decir te quiero a las sillas ,a las flores muertas, a la mesa rota, a las fotos, a la noche cerrada, a tus camisas, a tu cachito de cama. Te espero, no salgo, apenas para comprar cerveza, algo de comer y tabaco. Solo hago esto, Escribo, fumo, bebo y espero. Una llamada tuya. Por la noche oigo pasos por la escalera, Siento la puerta abrirse, pero no eres tú.

Dejé de leer, nunca nadie había sentido eso por mí, pensé, nunca nadie ha sentido ese amor desgarrado de Eva. La miré, respiraba con dificultad, en un sueño agitado. La desperté y le serví algo de comer, aproveché para en tono de broma, preguntarle qué había sido de aquella chica estudiosa, ejemplo constante de mi madre y cómo le había ido durante el curso.

- Hace meses que dejé la universidad – me dijo.

No lo sabía. Por la mañana me despedí de de ella y volví en unas horas con mis cosas. Llamé de nuevo a mi madre diciéndole que lo más probable era que Eva había perdido el juicio. No me hizo caso. Dormí unos días en el sofá, esperando, junto a Eva, como si de aquella llamara dependiera su vida.

Una mañana me desperté sudando, había soñado algo horrible, cuando abrí los ojos vi a Eva desnuda frente a la ventana.

- Me he levantado y he mirado a través de la ventana y he visto a un monstruo-me dijo, sin dejar de mirar por la ventana.-Un monstruo tan inmenso que es imposible abordarlo todo con la vista. Él me mira y yo lo miro a él.

Miré hacia la ventana. No vi nada, salvo otras ventanas en el edificio de enfrente.

- No hay nadie afuera- le dije indeciso.

- Está afuera, lo sé. Si quiere puede destruirme de un zarpazo.

La abracé. sentí su cuerpo temblando, diminuto.

- Nadie lo ve porque están ciegos pero yo lo veo y me acecha.

Pasé una semana más con ella, sin obtener ningún cambio. Eva esperaba, solo esperaba, y pronto empecé yo a esperar con ella. Por la noche se levantaba sin motivo, creyendo oír la puerta. A veces lloraba dormida. Una mañana cuando volvía de hacer unas compras oí su lamento desgarrado desde el primer piso, ninguna puerta se abrió, subí las escaleras corriendo, la abracé, pero sabía que su dolor era imbatible. Días después llegó su madre, no sé qué pasó después, si la ingresaron en un hospital o la obligaron a volver a la fuerza. Yo volví a la isla esa misma noche.

14 comentarios:

tantaria dijo...

Ufff...desgarrador relato, quizás demasiado autobiográfico para mí en estos momentos, sólo que no me gusta la cerveza. ¿Qué pasa cuando el amor (suponiendo que exista) se va en uno de los miembros de la pareja pero se enquista en el otro?

mjromero dijo...

Muy bueno, es como una enfermedad que se contagia, y además está muy bien escrito.
Un abrazo.

farala dijo...

precioso Ico, como siempre: me ha gustado el realismo de la imposibilidad de otro de hacerse cargo de alguien que no quiere curarse, pero me parece un mito que las mujeres nos volvamos locas cuando nos abandonan (creo que lo empezó balzac en "adieu" y ha sido perpetuado hasta la "penelope" de serrat). Por más que nos duela que nos abandonen, lamentablemente, si perdemos la cordura es porque dejamos de comer, bebemos demasiado, nos mal-tratamos, no por desamor (bueno, eso creo). precioso.

María dijo...

... Uff... pues yo sí creo que se puede morir de amor... aunque también creo en el optimismo de la vida después del dolor.

Anca Balaj dijo...

¡Me he pasado la mitad del cuento pendiente de que den de comer al gato! Este chico friega y recoge, pero no le da de comer al pobrecillo.

Volviendo a la historia, relata fielmente lo poco que podemos llegar a querernos la mujeres a nosotras mismas. A veces lo ponemos todo en otra persona y cuando ésta se va, porque las personas vienen y van, nos quedamos así, como muñecas de trapo, sin nada, porque lo hemos dado todo. Y no, esto no es amor. Nadie ama a otro si no se ama también a sí misma.

dintel dijo...

¿Realmente era amor? Creo que se sale del concepto que tengo. Se parece más al que tenía. ;)

Ico dijo...

Pues eso, Dintel ha respondido. Sobre todo cuando somos jóvenes podemos sufrir mucho por amor, o por desamor hasta llegar a una locura transitoria. Hace falta tiempo, fortaleza de espíritu e irse amando poco a poco para superar ese trágico dolor. Pobre del que no lo haya sentido. Luego la vida te enseña que amar es otra cosa...

Ico dijo...

Farala, …El amor loco. “l’amour fou” ya existió desde mucho antes, incluso en la Celestina, obra como sabes del siglo XV, la protagonista Melibea se suicida en un arrebato de amor al descubrir a su amante muerto…luego los románticos siguieron perpetuando esta desesperación vital ante la imposibilidad del amor que acababa en el suicidio… La literatura está plagada de este sentimiento desgarrado, pero no creo que sea típicamente femenino..

Pena Mexicana dijo...

Qué bonito Ico, el relato y el diálogo posterior. Me ha encantado que participes, aunque ya hayas explicado antes porqué no lo haces habitualmente. Sólo agregaré algo que leí hace tiempo y que me hizo la luz en algún momento de mi vida: "Yo no busco mi media naranja, porque soy una fruta entera" ;)

Anónimo dijo...

Tu lo has dicho, Ico el amor loco... preferiblemte para ser leido o visto en film que para ser vivido...uff
saludos
mariposa

without dijo...

La espera que no acaba, sin terminar de comprender que ese nexo de unión ya no existe.

Besos sin espera

Lucía dijo...

Ico, me has atrapado desde la primera línea hasta la última. Creo que no soy la única que ha pensado en algún momento que ese sentimiento se llamaba amor. Pero también me alegro de no ser la única que se ha dado cuenta de que eso no es amor.

Alicia dijo...

Maldita la espera...

Es lo peor... el aferrarse al movil.. a esperar ese sms o llamada que nunca llega..

Imagino que cada una.. ponemos un tiempo limite de espera... lo malo es cuando no se pone...

Anónimo dijo...

mi pile se tranformo, mis ojos se llenaron d lagrimas, mi mente pedia a gritos parar, pero mi corazon enfermo queria seguir..
es algo d lo q provoco leer este hermoso relato.