martes, 14 de julio de 2009

Grandes dependientes



Silla. Ropa, ropero, cómoda. Persiana. Repito. No sé por qué. Oigo mi pensamiento. Silla ropero, cómoda, cama, persona. Intento recordar, a base de nombrar las cosas que me rodean una y otra vez. Pero no es mi silla, mi ropa, mi cómoda, mi ropero, mi persiana. No sé donde estoy .Este no es mi cuarto, ni mi cama, ni mi ropero, ni mi persiana. Tengo que levantarme, no soporto lla uz que se filtra por las persianas. Mi cuarto ha desaparecido. Trato de incorporarme, pero mi cuerpo es pesado como una loza. Por qué mi cuerpo no responde. Debo estar enfermo, muy enfermo. Retiro la manta que me cubre y grito . Pero mi voz no sale, no puedo hablar, de mi boca sale un sonido grave, inarticulado, que desconozco. Me miro en la penumbra de la habitación y descubro con horror que mi cuerpo no es mi cuerpo, mis manos no son mis manos, mis brazos no son mis brazos. Mi barriga es un vientre prominente que sube y baja a cada estertor de mi respiración quebrada.
No estoy soñando, sin embargo siento lo mismo que en sueños donde intentas abrir los ojos, pero algo te lo impide y luchas desesperadamente en sueños por despertar, porque es preciso que despiertes, pero algo desconocido te anula las fuerzas, algo superior a tu voluntad que impide abrirlos.
La puerta se abre y una mujer asoma la cabeza en el umbral de la puerta.
- ¿ Qué te pasa cariño?
Quiero responderle pero no puedo, quien es esta mujer, por qué mi voz se ha olvidado de hablar. Mi boca se abre en una mueca inarticulada. Quiero gritar, explicarle, preguntarle qué hago yo allí en aquella casa, quién era ella y donde está mi cuerpo. Pero todo me cuesta un esfuerzo inaudito, estéril, de mi boca no sale una sola frase con sentido, las palabras se niegan a salir, no puedo dar forma a mis pensamientos, mi boca no sabe cómo emitir los sonidos. Solo gimo como un niño despierto en medio de una pesadilla.
La mujer se me acerca la cama y me ayuda a incorporarme, retira las sábanas húmedas y me acompaña al baño. Me cuesta tanto caminar. La mujer me besa frente al espejo con cierta lástima y se va. ¿Quien es este viejo que me mira? ¿Dónde estoy yo? ¿Quién es aquél hombre que me mira tan aterrado como yo mismo? Y dónde estás tú, dónde estás tú.
Me miro con pavor. Un hombre de unos ochenta años me mira, sus rasgos, su pelo cano, sin duda me recuerdan a alguien, pero no sé con certeza a quien. Los ojos que me miran son unos ojos tristes. Observo con detenimiento la fealdad de sus músculos flácidos, la piel marchita, el rostro macilento, acabado, que me mira sin verme. Comencé a llorar por dentro, en silencio. Pero la mujer apareció con palabras amables que no entendía, abrió el grifo de la bañera y mis lágrimas se confundieron con el agua tibia. Cuando la mujer me dejó sentado en el sofá me dirigí a la puerta y me fui. Tenía que irme, salir de aquella casa, salir y buscarte.
Gracias a dios recordaba donde estaba, con paso lento pero seguro, atravesé Leganitos. Tenía que andar con dificultad, debía detenerme y coger resuello a cada paso, forzándome a aminorar el paso. Así atravesé Gran Vía. En unos grandes almacenes miré en un escaparate ese cuerpo extrañó que me acompañaba, pero una y otra vez, me devouelve la imagen de un hombre mayor que me mira con expresión asombrada. Llegué a la calle del Pez jadeando. Busque el número de nuestra casa, pero todo parecía tan distinto. Me dolían los pies, me costaba respirar. Estaba seguro de que era ese número, pero solo encontré el hueco de un edificio derruido. Subí de nuevo la calle, la volví a bajar, el sol me daba de frente. Me detuve un instante en un portal, tenía que descansar, la cabeza se me iba. Tenía que descansar.
Cuando abrí lo ojos la mujer de la mañana lloraba sobre mi. Otra mujer desconocida la agarraba por los hombros. En su cara había angustia y miedo. Unos hombres en la esquina del cuarto hablaban en susurros. Me sobresalté al verte. Pero no eras tú. Una mujer parecida a ti, con tus mismo ojos había entrado en el cuarto.
- ¿que ha pasado mamá?
- lo de siempre hija, lo de siempre, tu padre se ha ido solo de casa todo el día perdido, lo encontraron en la casa antigua, no nos recuerda a nadie pero se acuerda de esa casa…gracias a unos vecinos que lo reconocieron y llamaron a la ambulancia.
La mujer parecida a ti me abraza y llora. No sé que hacer. Se parece a ti, pero no eres tú, no eres tú. No sé que hacer, sólo espero que vengas pronto a buscarme.

10 comentarios:

dintel dijo...

Todo un tema, sí.

María dijo...

Uff... terrible... más, incluso, cuando lo he tenido que vivir de cerca.

Tantaria dijo...

Es difícil poder llegar a imaginarse quiénes seremos cuando hayamos dejado de ser nosotros mismos. Nunca damos importancia a las cosas importantes, com la memoria.

Lena yau dijo...

Qué duro....tan cerca...

Una de mis pesadillas recurrentes es que grito y no me sale la voz.

Otra es que me quedo ciega mientras conduzco.

Cuando las sueño tardo días en recuperarme.

Leer tu texto me angustió mucho.

Está muy bien escrito.

Remueve.

Un abrazo.

mjromero dijo...

Muy bueno, ico, ritmo ágil y nítido.

TARA dijo...

yo trabajo dia a dia con ellos, se les llama Grands dependientes, para mi son los grandes olvidados, los apartados... Cuantas de esas miradas tristes veo al dia, en busca de alguien conocido, de viejos cariños que no volveran, porque ya no recordaran... Y mañana, nosotros seremos ellos. Muy bien ico!

sempiterna dijo...

Muy bueno Ico. Duro, pero real.

Nosu dijo...

uf. Justo ayer se cayó mi yaya y de momento ahora depende totalmente... no sé qué pasará Es duro ver envejecer a lal gente, pero más duro es dejarlos...

Isabel dijo...

Escalofriante relato, me da miedo, mucho miedo, porque mi madre, empieza a olvidarlo todo, ya no es la misma, y me aterra que se olvide de cuanto la queremos, y que somos sus hijos y sus nietos, los que estamos todo el tiempo a su lado. Un beso

pepe pereza dijo...

Me gusta mucho.
abrazo