martes, 21 de julio de 2009

El hombre que no sabía respirar



Una amiga me llamó. Tengo una mala noticia que darte, me dijo. El marido de una amiga de ambas había muerto. No lo conocía muy bien, más bien lo conocía poco. Era un hombre discreto, afable, poco hablador. Nuestra amiga, una mujer enérgica y habladora siempre lo eclipsaba bastante, él no parecía incómodo en ese papel. Parecía feliz, un hombre tranquilo y feliz. Eso es todo lo que puedo decir de él, que era un hombre tranquilo y afable. Me conmovió sobre todo el dolor de mi amiga, quien tenía una relación sólida y estable con él después de veinte años de matrimonio. Al menos así lo pensábamos todos. El segundo pensamiento fue darme cuenta de que tenía mi misma edad y que ahora mismo yacía en la sala de un quirófano. El hombre, en un último rasgo de generosidad, había donado todos sus órganos.
A lo largo del día, el rostro del marido se aparecía en mis pensamientos con su semblante más tranquilo y apacible. Pocas veces he imaginado con tanta claridad el rostro de una persona. Solo tiempo después supe que la muerte de este hombre me había afectado de manera singular. Algo se había desatado en mi cerebro desde ese día, pero no me dí cuenta hasta semanas más tarde. Pasé todo esa jornada y el resto de la otra pensando que ya no estaba en este mundo, que ya no respiraba ni estaba entre nosotros y que lo verdaderamente trágico de este hombre y por ende, de toda la humanidad era la completa desaparición del ser, la aniquilación de la persona.
Esta muerte tan inesperada me sumió en extrañas y tenebrosa meditaciones, podía haber sido yo me decía, me podía haber tocado a mí. Pero, en lugar de estar contento de que no hubiese sido así, me angustié y comencé a preguntarme si acaso el hecho de que no fuese yo el que había muerto en vez del marido de mi amiga fuese porque algo en esta vida debía estar esperando a ser hecho por mí. Pensé que debía ser algo que me estaba esperando y que, ineludiblemente, me llevaría a la muerte, pero que el hecho de no haberlo hecho aún, me llevaba a algo todavía más terribe que la muerte, la no vida.
Medité seriamente durante días acerca de qué cosa sería. Me había casado, había tenido dos hijos, me había divorciado. Había llevado una vida acomodada y tranquila pero no exenta de placeres y de altibajos. Tenía cierto prestigio como arquitecto en Barcelona, un moderado éxito con las mujeres y mis hijos hacía ya tiempo que me habían dejado de molestar. Intente hacer memoria sobre algún sueño que hubiese dejado atrás, pero no pude recordar ninguno. De joven había tenido ciertas aficiones literarias, pero esto incluso lo había realizado, había podido editar con la ayuda de un editor amigo un librito de poemas. Conocía a mi ex mujer precisamente en este círculo literario y de eso hacía ya unos cuantos años. Cuanto más pensaba en todo eso más me angustiaba, llegando el punto de no poder respirar. Decidí bucear en mi interior y confeccionar una lista de todas aquellas cosas que me quedaban por hacer y que me gustaría hacer.
Anoté en un cuaderno: hacer puenting, alpinismo, tirarme en paracaídas, hacer rafting, tomar ayausca, pilotar un helicóptero, bucear en el caribe y así una larga lista de actividades arriesgada o no, que ocuparon dos hojas de mi agenda.
Decidí comenzar cuanto antes con la lista de actividades pero me fue completamente imposible, para ello requería tiempo y en ese momento, estaba inmerso en un proyecto del ayuntamiento que llevaba nuestro gabinete y del que no podía prescindir. Trabajé arduamente, hasta diez horas dirías coordinando y dirigiendo el proyecto con los demás arquitectos para poder acabar cuanto antes y poder así comenzar mi lista de cosas sin hacer. Llegaba a casa agotado y más angustiado si cabe, me faltaba el aire, me costaba respirar, como si cada día que pasase me moviese en un mundo asfixiante y desconocido. Me sentía como deben sentirse los peces cuando los sacas fuera del mar, me costaba adaptarme al medio, me costaba respirar. Tomé la costumbre de añadir nuevas actividades a la lista antes de dormir. La confesión de la lista llegó a obsesionarme. Había llegado a creer que solo rellenando aquella lista y poniéndola en práctica podría salvarme de la no vida que estaba llevando. Me dormía con una opresión extraña en el pecho como si el peso de todo lo que estaba por hacer me impidiera respirar. Cuando acabé el proyecto pedí unos meses de excedencia, me lo podía pedía permitir, y por fin, comencé a tachar actividades de la lista.
Sin embargo, esta frenética incursión en actividades de riesgo y excentricidades, contrariamente a lo que esperaba no me produjo ningún alivio. En unos pocos meses adelgacé considerablemente, acudí al médico por mi continua dificultad para respirar, recomendándome como única cura nuevas actividades al aire libre para eliminar la ansiedad. Era lo que hacía. Mientras tanto, los días se sucedían y yo seguía tachando la lista de mi agenda.
Un día me encontré a mi amiga, la viuda del hombre tranquilo, casi no me reconoció. Sentí que el aire me faltaba y comencé a ahogarme. Tuve que sentarme y expirar e inspirar por la nariz como me había enseñado el médico, sin mucho éxito. Le dije que estaba enfermo. La invité a tomar algo. Después de unas copas y de mirarme con ojos francamente preocupados por mi aspecto me atreví a preguntarle por su marido muerto. Luego de comentar algunos lugares comunes y con una extraña capacidad de superación que me dejó aún más sin aliento, me reconoció que había sido una gran pérdida, pero que se había habituado perfectamente a vivir sola. De todas formas, me confesó, ya no lo quería, se iban a separar en breve.

6 comentarios:

sempiterna dijo...

Parece que muchas veces una noticia así es el detonante de esa gran lista de cosas por hacer. Son cosas en las que jamás habías pensado o de las que nunca te habías preocupado, pero de pronto empieza a angustiarte el hecho de no encontrar el momento de hacerlas... me gusta bastante cómo lo has descrito todo. El final, me da pena.

TARA dijo...

Hay veces que parece que ese tipo de sucesos tan trágicos, ocurren para que te pares en seco y te preguntes, que estoy haciendo con mi vida, es realmente lo que quiero... y quizás poder retomar un camino menos robotizado.
Me ha gustado mucho Ico.


Besos

Carina Felice, Photography dijo...

me asusta que invite a tanta reflexion.Wow, cuando escribes fuerte, caray que lo logras!
un beso, che!

pepe pereza dijo...

Me quito el sombrero.
un besazo

Recomenzar dijo...

fascinante tu blog fascinada volveré

Recomenzar dijo...

Ya nos seguimos ¿viste que fácil?
besos