martes, 28 de julio de 2009

El cristal indecente



Cuando mi marido me dejó me sentí acabada. No es que lo quisiera en exceso pero me había acostumbrado a una vida tranquila y aburrida, y realmente no estaba preparada para enfrentarme a llevar una vida en solitario. Porque eso era lo que veía delante de mí, un largo camino hacia el abismo de la soledad y la vejez más desahuciada. Debo contar que tengo cuarenta y cinco años y cuando sucedieron los hechos que relato tenía tan solo cuarenta y dos años. Pero yo me veía así, vieja y acabada. Por lo que solo pensaba en cómo iba a poder desenvolverme en la vida sin él. Porque, a ver, quién sino él sabía el momento justo de llevar el coche al taller, o por ejemplo, bajarme la maleta del último cajón del armario. Cosas como éstas pensaba entre grandes lagrimones y atracones injustificados a la pastelería. Mis amigas se compadecieron de mí, aunque ninguna me lo decía. Pero yo lo veía en sus caras, en sus ojos indagadores mientras buscaban en mí algún defecto, algún extraño comportamiento que había ocasionado aquella catástrofe que había hecho huir a Enrique a los brazos de una chica de veinte.
Esa maldita primavera aguanté el tipo como pude. Acudía a la oficina como una autómata y vivía como Santa Teresa, sin vivir en mí. Como no llevaba bien lo de deshacerme de antiguos hábitos llamaba a mi ex con las excusas más peregrinas, el ordenador que no funcionaba, cartas que recibía y que eran importantísimas, un extraño ruido en el coche. Él ,al principio, acosado tal vez por un sentimiento de culpa o porque quisiera darle celos a la adolescente con la que estaba, acudía solícito. Pero con el tiempo, y siendo mis llamadas cada vez más continuas y mis excusas más increíbles, dejó de hacerlo.
Sin embargo, todo cambio el día que intimé con Olivier. Debo decir, para mi defensa, si es que tengo que hacerlo, que andaba todavía con tan baja estima y tan ensimismada, que casi ni lo vi cuando llegó de becario a la oficina. Pero él si fue visto, porque su llegada revolucionó al personal femenino. En el oficce, a la hora del desayuno, no se hablaba de otra cosa, de mira qué culo tiene, que vaya quien pudiera besar esos morritos, que era una delicia de chico. Yo ni lo veía, últimamente no veía nada más que mi dolor y mi propia complacencia en él.
Ese día, en cambio, lo miré pero tan solo como se observa un cuadro hermoso en un museo, con la distancia de las cosas bellas e imposibles. Hasta el tres de junio. En esa fecha la empresa conmemora su aniversario de creación, y tiene la costumbre de organizar una cena para todos sus empleados. Pensé realmente en no ir, pero ante la opción de rasgarme las venas o llamar de nuevo a mi ex con alguna sofisticada excusa, decidí, en el último momento, acudir.
Y bebí más de la cuenta. Recuerdo que, apoyada los codos sobre la mesa en la hora del café me fui poniendo por momentos, ácida y luego dulce, con el jefe de servicio. Entonces sentí que alguien me miraba insistentemente. Era Olivier. Le sonreí abiertamente bajo los efluvios del alcohol. No era guapo. Era bello. De una belleza apolínea y de una mirada limpia y fresca. Mi imaginación voló al instante e inmediatamente me avergoncé de mis propios pensamientos.
Cuando mi jefe de servicio se levantó, quien sabe si huyendo de mí, él ocupó su asiento. Comenzó a hablarme en francés, quizá buscando mayor confidencialidad a nuestras conversaciones, pues yo era una de las tres personas en la oficina encargada de la distribución a Francia. Me insinuó que no se había acercado más a causa del anillo de casada que llevaba en mi mano, pero que se había enterado hace tan solo unos minutos que estaba separada. Sin ningún tipo de contemplación me susurró al oído que le había llamado la atención desde el primer momento. Lo miré sin entender exactamente qué es lo que quería de mí. Así que solo puede balbucir. ¿En qué sentido? Me miró de una forma extraña y luego sonriendo respondió. Como mujer.
Miré a la mesa de mis compañeras, pensé en que todo era un juego, le habían dicho que estaba al borde de la depresión y que me animara. O acaso era un jovencito juguetón que quería reírse de mí. Pensé en decirle varias cosas, entre ellas, que no se riera mí, pero antes de que abriera la boca me dijo que era una mujer muy sexy, la representación de la mujer española. Casi me ahogo con el vino. ¿Sexy yo? ¿Representación de qué? Sentí que me enrojecía y supe que estaba diciendo la verdad.
Ni que decir tiene que acabamos aquella noche juntos. Y la siguiente, ambién, y la otra. Era como un vendaval, pero un vendaval de aire fresco en un largo y letárgico verano. Me encontraba en las nubes, nunca había recibido tantos halagos, nunca me había reído tanto de mí misma y de los sentimientos que Olivier comenzaba a despertar en mí. Nos mandábamos notitas en la oficina como dos adolescente, nos citábamos en el baño para besarnos. Los compañeros empezaron a verme con otros ojos, las compañeras con ojeriza.
El verano pasó rápido, nos fuimos juntos de vacaciones a Francia, adelgacé cinco kilos, rejuvenecí diez años. Estaba feliz, completa, saciada, descubriendo una nueva mujer que creí olvidada, que renacía, más segura, más sabía.
Fue a comienzos de otoño cuando recibí la llamada de mi ex. Me pareció disgustado por el tono de voz pero no dije nada, me preguntó cómo me iba y le respondí la verdad. Entonces comprendí que alguien le había contado mi relación con Olivier y que había llamado expresamente por eso. Me preguntó si iba en serio con esa relación o si era un capricho. No lo sabía ni me había detenido a pensar en esas cuestiones. Solo disfrutaba el momento.
Pero es patético, respondió, a tu edad, con un chico de veinte. Treinta, rectifiqué, aunque en realidad, tenía veintinueve.
- Depende del espejo con que lo mires. Si lo quieres ver así, yo no lo veo . En realidad, no creo que seas el más adecuado para venir con esas ahora- le dije sin querer ahondar en el tema.
- Pero tú… tú eres una mujer, no es lo mismo.
- ¿ A no? Y donde está la diferencia?
- Una mujer madura- respondió poniendo todo el desprecio posible en esta sentencia- y un chico .. es.. es…indecente.
Hubo un prolongado silencio. Le podía haber respondido las ventajas de Olivier y de su edad, pero me enseñaron a no hacer leña del árbol caído. Una amiga me había dicho que la jovencita de veinte lo había abandonado por otro de su edad. Sabía que estaba sufriendo. Además no soy nada rencorosa. Por eso vamos estas navidades a pasar la nochebuena con él. Olivier y yo. No me gusta que pase esa noche solo, últimamente anda un poco desmejorado, le he pedido a Olivier que se deje ganar una vez más al ajedrez y a las cartas.

12 comentarios:

alejandra dijo...

Es bastante divertido, pero una lástima que necesite de un hombre para volverse a querer

Anca Balaj dijo...

Argh! El marido ha despertado en mi la poca violencia de la que soy capaz. No puedo con los machitos, es que no puedo. Pero lo cierto es que es así la realidad.

De acuerdo con Alejandra también. La mayoría de las muejres no encuentran un Olivier en el momento necesario y necesitamos aprender a querernos incluso pasados los cuarenta.

baldufa c'est moi dijo...

Es curioso como segun quien tenemos al lado nos sentimos mas guapa, mas joven o mas inteligente.
Deberiamos cambiar esta actitud y querernos independientemente de quien comparte nuestra vida.

TARA dijo...

Querernos a nosotros mismos, a veces es complicado. Y en algunos casos es nuestra pareja quien provoca que dejemos de hacerlo. Tenemos que aprender a valorarnos solas. Ademas, quien necesita que te lleven el coche al taller. Muy divertido Ico!

Casía dijo...

yo tampoco puedo con los machitos

aapayés dijo...

Un gusto leerte me quedo en silencio.. te sigo para poder regresar con mas frecuencia



Excelente.

Saludos fraternos con cariño
un abrazo

Carina Felice, Photography dijo...

una mujer demasiado blanda....o no tiene una guerrera dentro??? Que se olvide de olivier, del ex y aumente su autoestima! che!

Oscar dijo...

Originales palabras, te espero en mi blog!!!!
Oscar de Bs As

Izel dijo...

"No hacer leña del árbo caído" es tan dificil y la situación era tan propicia para ello que es lo que más me ha llamado la atención del relato...

Demasiadas mujeres necesitan de la aprobación externa para "resurgir"... En cierto modo es lo que nos enseñan, y es muy dificil dejar trás ese lastre.

dintel dijo...

Jajajajajaja.

treinta dijo...

es difícil creérlo pero el mundo no se acaba para nosotras hasta el día de nuestra muerte, vale la pena sentir y vivir y no dejar de amarse jamás y si hay que ser una bovary pues... eso. ay, los oliviers... qué tendrán!

Anónimo dijo...

Has conseguido meterme en la historia, felicidades, cada vez escribes mejor.
Jirafa