miércoles, 10 de junio de 2009

Un muerto encierras

La mujer tendida en la cama sonríe al descubrir el espanto de la muerte en los ojos de la enfermera. Cierra de nuevo los ojos e intenta inútilmente captar el sueño interrumpido por la rutina metódica de la enfermera. Siente sus manos frías ejercitando el mismo ritual de cada mañana: toma de temperatura, tensión, inyección intravenosa, una píldora roja y otra blanca. Minúsculas. Luego sus pasos en el pasillo resuenan con claridad en el cuarto y ya no puede volver más a él.

La mujer oye suspirar a la anciana que comparte su cuarto de hospital. Siente un sordo desprecio por ella. La oye quejarse por la noche, débilmente, y su respiración sonora le impide dormir. La desprecia de una manera terminal, porque, al contrario que ella, parece estar contenta de estar allí, rodeada de atenciones, de horarios prefijados, esperando la muerte, bien acicalada.

La anciana, por su parte, cuando piensa que la joven duerme, habla a las visitas de ella: Pero la joven no duerme, solo cierra los ojos y escucha atenta. A veces, capta algunas palabras que entiende. Pobrecita, tan sola. Es extranjera, la oye decir a las visitas.

El médico ha venido a la misma hora de siempre y la ha hecho firmar un documento que no entiende,a la joven extranjera. La noche anterior ha tenido tantas convulsiones que tuvieron que llamar a dos enfermeras para que sostuviesen la cama. Por lo que, supone que es la autorización para que intervengan.

A media mañana una auxiliar entra en al cuarto y le rasura el pubis. Mientras lo hace, pronuncia palabras incomprensibles para la joven que permanece en silencio y parece estar a una distancia insondable en el espacio.

Nadie sabe cómo llegó hasta allí extranjera, quizá en busca de un sueño o huyendo de algo, quien sabe, quizá, de ella misma. Apenas habla, en un duermevela de somníferos solo tiene pensamientos vagos, inconexos, a causa de la fiebre. Piensa que el horizonte azul que ve tras los cristales parece el mar. Cuando la enfermera dice “fertig” sabe que ha acabado su trabajo. Entonces, le pide que la incorpore a la cama por medio de gestos, para poder ver la cristalera a su izquierda. Observa con ojos apagados los campos verdes y piensa que nunca ha visto tanta variedad de ese color. Puede contar hasta doce clases de verde. Verde pastel, verde tierra, verde fuerte, verde desgracia, verde desamparo, verde monótono, verde cárcel, verde rutina y verde muerte. Cierra los ojos e imagina los colores de su tierra: azul. Un azul mar invade su mente, recorre con los ojos cerrados un océano insondable y, como si fuese un pájaro, sobrevuela la tierra de un rojo ocre, pero poco a poco el ocre se va conviertiendo en rojizo fuerte cuando planea sobre la tierra quemada y negra.

La joven enferma solo hace esto. A veces, escribe algo en un cuaderno gastado. Atrapa el bolígrafo de la mesa de noche y escribe: Alemania es un gran hospital. Limpieza, frialdad, asepsia. La protección no es un acto amoroso sino preventivo. Tengo miedo, un miedo blanco de hospital, A lo mejor, no salgo de esta. Si pudiera despistar por un momento la vigilancia, pero aquí, todo está bajo control. Quiero salir de aquí, no quiero morir así siento cada día que encierro un muerto en mi pecho,mi alma cangrenada.

Pero no puede continuar escribiendo. La mujer, agotada, deja caer el bolígrafo, y se duerme.

Cuando despierta llueve. La lluvia repiquetea en los cristales con fuerza. La anciana ha desaparecido. No hay rastro de sus enseres personales. Todas las cosas guardan el mismo silencio que los sueños. Se siente mejor, como si pesara menos, por eso se agarra a los barrotes fríos de la cama y se incorpora. Sus pies rozan el suelo. Hay una decisión en su rostro, camina despacio hasta el armario, se deshace de la bata blanca, se enfunda un pullover, un pantalón y unas playeras. Ve todos sus actos como si actuase a cámara lenta. Recoge sus gafas, su cuaderno, la cartera. Camina hasta la puerta y la abre con cuidado.

No hay nadie en los pasillos, comienza a andar despacio. El corredor blanco se alarga interminablemente. No sabe bien donde esta la salida., pero al final ve un ascensor y una flecha que indica exit. El zumbido del ascensor llegando la aterroriza. La puerta se abre, aprieta fuerte la cartera contra el pecho. Dentro un hombre de bata blanca sostiene una camilla. No la mira. Como si no existiera. Tiene que entrar de lado porque en medio del ascensor está la camilla. Debajo de las sábanas hay un cuerpo. Por las formas, parece una mujer. No respira. El hombre se hurga la nariz y continúa descendiendo, pero ella se detiene en el hall.

La joven extranjera sale del ascensor y contempla a los que entran y no reparan en ella. Siente ya el aire fresco a través de las puertas giratorias. Camina despacio, invisible a la gente que se apresura a cobijarse de la lluvia. Aspira el olor a tierra mojada y camina bajo la lluvia sin detenerse a mirar el edificio blanco, como si la guiase una idea fija. Sabe que el camino a casa está cada vez más cerca.

La mujer de la limpieza arrastra los pies pesadamente. Abre la habitación vacía y se ocupa de guardar los enseres en una bolsa de plástico Abre el armario y deposita toda la ropa en la bolsa. Luego se dirige a la mesilla y recoge las cosas: Un diccionario español-alemán, unas gafas, una cartera, y un cuaderno blanco. Cuando coloca la bolsa negra en el carrito se cae del cuaderno una hoja suelta que planea un instante en el aire hasta llegar al suelo. La mujer haciendo un esfuerzo enorme por agacharse, la recoge. Antes de devolverla a su sitio le echa un vistazo. Pasea una mirada rápida por la hoja, pero no entiende nada. Se alza de hombres y emprende la marcha.



9 comentarios:

Carina Felice, Photography dijo...

reconozco que estoy muy sensible en estos dias, pero deberas tambien reconocer vos que estas especialmente inspirada y tu talento brilla increiblemente amiga!
Que texto increible,
me has dejado muda, como flotando en ese oceano azul.
/\Namaste.

Anónimo dijo...

que bonito escribes, cada dia soy mas adicta a leerte

Anónimo dijo...

Me encanta...
Nefer

MITOCONDRIA dijo...

Valiosa descripción de una rutina hospitalaria, pero los pensamientos de la extranjera son solo colores, que se siente cuando encierras un muerto y no es metafora?...

alejandra dijo...

Me encanta

farala dijo...

maravillosamente escrito Ico... y de tintes autobiográficos? espeluznantemente cercano (me ha dejado ojiplática lo del verde muerte, tirando a gris ¿verdad?)

oye tengo una encuesta en mi blog ¿te importaría pasarte y responder una preguntita? ¡gracias!

Isabel dijo...

Genial Ico, me ha encantado. Un beso guapa

Ico dijo...

Mitocondría cuéntame tú esa experiencia ... porque nunca he encerrado a un muerto, si se me han muerto personas queridas...pero dame una idea, me interesa..igual saque para el próximo relato..
Farala.. sí.. viví una temporada en Alemania y me extirparon la apendice ..jaja.lo demás fantasía..
gracias a todos.. ya saben que esto se nutre de los títulos que estuden den así que ánimo... y mánden títulos, ideas o fotos para el próximo..

Ico dijo...

ustedes den.. quise decir.. ( las prisas)