viernes, 26 de junio de 2009

A los pies de Neptuno




Rezo. Rezo como un hombre que sabe que va a morir. Voy a morir, olvidado en el mar como antes lo hicieron otros y como lo seguirán haciendo otros más, mientras quede esperanza y la tierra prometida esté al otro lado. En mi pueblo recordarán a Mariko el que se fue a la aventura a buscar trabajo y pan para mi gente. Rezo porque no puedo pensar, el frío atenaza mis huesos y no siento ya mis pies entumecidos hundidos en el agua. Sisoko está a mi lado temblando de frío y sus dientes castañetean sin parar, no sé que edad tiene, pero no debe tener más de quince años, llegó a la barca con las playeras en la mano para no gastarlas y una sonrisa radiante. Ahora llora como un niño. Somos treinta en el cayuco, hay mauritanos, nigerianos, marroquíes, y senegaleses, yo soy Mariko de Senegal, de la etnia de mauro. No conozco a estos hombres y a las cuatro mujeres que compartimos este cayuco a la deriva. No podemos movernos para no perder el equilibrio. Veo el miedo en sus ojos como ellos ven el mío, huelo sus heces y su orín después de diez días de navegación sin rumbo y este pavor de muerte me une a ellos para siempre. El patrón sigue intentando llamar inútilmente por el móvil, pero es imposible, no avistamos tierra y solo hay mar y sal por todas partes. Rezamos y esperamos ver la isla o un barco que nos descubra.

Nada fue cómo pensábamos, al tercer día el motor dejó de rugir y llevamos ya siete días a la deriva. Solo me queda un trozo de pan duro y unas galletas húmedas que comparto con Sisoko, que ha bebido agua de mar en su desesperación y sufre descomposición. A mi izquierda está una mujer, Safi Laya, más fuerte aún que todos los hombres juntos y a quien no he visto ni una sola vez llorar. Compartió su pan de mono conmigo y con Sisoko. Hace días que no come, rehúsa mis galletas mojadas y cierra los ojos. Yo sé que Safi Laya llora por dentro cuando reza como lo hace mi madre.

Mi madre fue a hablar con el Morabito, quien le dijo que antes de embarcar tenía que derramar leche al mar y llevar un puño de arroz amarrado a la barca porque el diablo está en el mar. El Morabito, como hombre santo y sabio, le dijo que también tenía que rezar al dios del mar de los cristianos, porque éste era un demonio que tenía el poder de amainar las aguas o crear las olas. Por eso entre mis rezos ruego al demonio blanco para que nos haga llegar salvos al más allá. Antes del anochecer hemos oído un avión cruzar el cielo y algunos se han levantado para gritar alzando sus manos al aire. Hemos estado a punto de zozobrar, el patrón ha gritado, los hombres han gritado, ha entrado más agua por la borda y el pájaro de fuego se perdió en el aire. Hemos estado achicando agua hasta ahora, pero ya nuestros brazos no tienen fuerzas y el agua no para de entrar a cada embestida de las olas. Temo a la noche, la noche es negra y el bramar del mar es como cien rugidos de leones. Rezo y pienso que el Baobab me protege porque vertí durante tres días leche para que los espíritus me protegieran. Barça o muerte. Soy Mariko de la etnia de mauro y rezo para no morir. In Sha´Ala.

8 comentarios:

maslama dijo...

no escogemos donde nacer, pero sí donde vivir, y también en qué nos convertimos

besos,

dintel dijo...

Pero a parte de lo que comenta maslama, hay un factor suerte.

Lena de mar dijo...

buuuf... instinto de supervivencia. Me duele el alma de ver este sufrimiento.

without dijo...

Vida o muerte caras de una misma moneda.

Besos

Anónimo dijo...

Suerte?¿?¿ No existe. Sólo azar.

Isabel dijo...

Un relato escalofriante, y su unica culpa es haber nacido. ¿El lugar?, ¿quien puede decidir donde nacer?. Un beso

Hormiga rebelde dijo...

Llanto, rabia, impotencia, eso es lo que me provoca todo esto. Dolor profundo.
Omar, Mamadou...Inshalá.
(Gran relato)
Un saludo.

Nosu dijo...

es imposible imaginar lo que sienten, pero me has acercado bastante a ello