martes, 16 de junio de 2009

Hoy no estoy para nadie



La madre de Ángel está en el hospital, tiene el brazo y la mano derecha rotos, los pequeños huesecillos de la izquierda también. Hechos añicos. Le han tenido que operar de la pierna derecha, la tibia y el peroné, en el tobillo le han puesto, de momento, un tornillo en medio de la carne y los tendones. Esto me lo cuenta Ángel, enseñándome la imagen de la herida abierta en la pantalla del móvil. El pie izquierdo sufrió milagrosamente mucho menos. Sin embargo, la cadera y la pelvis están destrozadas por tres partes. Ningún órgano interno sufrió daño. Su corazón ya estaba destrozado, pero su cabeza, milagrosamente, quedó intacta.
Hace una semana se tiró del puente del viaducto. Hay fácilmente cuarenta metros desde el puente hasta el duro asfalto de la carretera. Dos hechos coincidieron para que siga aún viva: la cercanía del puente al hospital, y la causalidad de que ,a aquellas horas de la tarde, no pasase, en ese mismo instante, un vehículo para arrollarla.
Cuando se tiró del puente la madre de Ángel no pensó en Ángel, que dormita anestesiado de porros junto a ella. Quien sabe lo que piensan los suicidas antes de lanzarse al vuelo. Seguramente no quería seguir pensando más, y un impulso de rabia y desesperación la lanzó al vacío.
La miro desde mi altura y le sonrío, le pregunto qué tal está y la pregunta orbita unos segundo en el mar de las estupideces. No se me ocurre otra cosa. Antes de venir he vuelto a mirar los informes. La madre de Ángel tiene cuarenta y dos años, dos menos que yo. Cuesta apreciarlo, en su media sonrisa se observa el deterioro de los dientes, sucios y picados. Tiene la piel blanca y amarillenta, seguramente de tanto medicamento para el dolor. De su pelo, hace tiempo que se borró el color artificial por lo que luce unas raíces blancas y grises. No obstante, alguna vez debió ser guapa y atractiva. Su mirada es intensa cuando me mira. Me pregunto cuándo perdió la esperanza. Tiene la mano derecha enyesada hasta más arriba del codo y sujeta a un cabestrillo de la cama, por encima de su cabeza. Esa postura la hace ladearse un poco, del camisón blanco de hospital le cuelga un pecho blanco y redondo que nadie cubre. El médico entra y una enfermera nos indica a Ángel y a mí que esperemos fuera.
- ¿cómo te encuentras? –le digo al muchacho.
- Bien- me dice alargando la “e” y me sonríe. Tiene un hilillo de voz apenas audible. Es un chico excesivamente tímido y sensible. Sin embargo, me preocupa que no se haya derrumbado ni una sola vez en toda la semana.
- ¿Fuiste al gimnasio hoy? Le pregunto por hablar de algo.
- Sí, acabo de venir, me pegué tres horas.
- Bien, bueno tampoco te pases, que acabas de empezar- le digo sonriendo- vamos a la sala de espera mientras la atienden.
- Ah .. hice el diario que me dijiste- dice mostrándome una hoja a cuadros doblada en ocho.
- Gracias- le digo.
Ángel tiene dieciséis años. Puede pasar por cualquier chico de su edad, gorra estilo americano, pullover demasiado ancho, pantalones vaqueros descoloridos y playeras de marca. No acabó la educación secundaria, no lee un solo libro y no sabe en qué día vivimos. No lleva reloj y no sale apenas de casa. Juega a la play, mira la tele y come cuando hay que comer en la nevera.
Nos sentamos en un extremo de la sala de espera. Hay un hombre que mira la tele sin prestarnos mucha atención. Me acerco a la máquina expendedora y le pregunto a Ángel si quiere algo. Saco una coca-cola para él y una botella de agua para mí.
- ¿Tu padre ha venido hoy?- le digo.
- No. Todavía no. – responde sin mirarme a los ojos.
- Cuéntame algo- le digo.
Ángel me mira a los ojos, incrédulo, sin saber que puedo yo querer saber de él.
- No sé –responde.
- Cualquier cosa- le digo- Lo que quiera, como por ejemplo, qué desayunaste hoy.
El chico levanta la vista al cielo como si intentase recordar algo muy lejano en el tiempo.
- un Donet.
- ¿un Donet? ¿y no tomaste leche?
- No había leche en mi casa, cuando bajé me compré el Donet.
- Vale. Bueno, oye ¿Tu padre sigue sin aparecer por tu casa?
- Sí
- Vale. Oye, Ángel- le digo, intentando que no se quiebre mi voz, sabes que estoy aquí para ayudarte. ¿Lo sabes no?
El muchacho asiente y me sonríe.
- sabes que tu madre tiene problemas y que vamos a intentar ayudarla, pero no quiero que pienses que lo hizo por ti ¿vale?
Ángel asiente de nuevo, bajo su gorra de béisbol blanco
- Lo sé. Lo hizo por mi padre.

9 comentarios:

Nosu dijo...

Es un horror llegar a esos extremos. Pero a veces sucede.

MITOCONDRIA dijo...

No escribiste a sangre fria , tu compromiso con las letras se ve arrastrado por tu conciencia colectiva lo que refleja los problemas que nos circunda.Me llenaste.

Anónimo dijo...

No vale tia, eliges un suicidio para mi título? pa matarte... Precioso

Mil gracias

Aliss

María dijo...

Entre tanta alegría que hoy desbordo se me han puesto los pelos de punta y las lágrimas en los ojos. Yo tuve hace 3 años un alumno más o menos así. Su madre lo consiguió después de varios intentos.

maslama dijo...

hola guapa;
no encuentro palabras para comentar el suicidio.. simplemente pasé por aquí, y me conmovió tu relato

besos,

Carina Felice, Photography dijo...

un relato lleno de dolor y realidad, Ico, como siempre quedo conmovida....
que increible forma de escribir.

Anónimo dijo...

Se me nublaron los ojos.No puedo decir más.

alejandra dijo...

Precioso

Mari Triqui dijo...

Terrible!!!!