miércoles, 8 de abril de 2009

Un verano en la azotea



Una no debe volver donde fue feliz un día, ni donde sufrió, repite mi voz interior. Pero vuelvo, siempre vuelvo. Aquí está mi casa y mi madre, por lo que regreso, inevitablemente, cada cierto tiempo. Vuelvo a la casa de mi madre y recorro los mismos lugares donde anduve tanto tiempo sin mí. Suelo demorar, por puro placer, el encuentro con mi cuarto que está en la azotea. Abro la puerta de atrás y subo las escaleras.
Ahí estoy yo, de pie buceando en él desde el umbral, como si en el cuarto pudiese haber aún algún resquicio olvidado de mi yo pasado o existiera algún tipo de respuesta esperándome. Pero no encuentro nada, en él hay cada vez menos de mí y más polvo acumulado en algunos libros viejos. Este cuarto deshabitado y desierto me produce una extraña sensación de desarraigo de la que no puedo deshacerme hasta que llego a luz de la azotea. Por eso recorro el espacio que hay desde éste a la azotea en tres zancadas rápidas y me introduzco en ella como un pájaro apresado que busca la salida.
La azotea tiene el suelo y las paredes pintados de blanco, por lo que al entrar, un haz de luz blanca puede cegar tus ojos en algunos mediodías soleados. Sus muros son tan pequeños que, desde esa atalaya, puedo ver el morro empedrado y el viejo molino.
No sé si es la claridad cegadora o la nostalgia lo que hace que vuelvan a mí algunas imágenes: mis hermanas mayores haciéndose la cera o peinándose el pelo al viento o haciéndose la toga, que era el pelo liso de los pobre, pinzas a un lado, pinzas al otro, y el viento de secador. O la cara de asombro de mis hermanas pequeña cuando les digo que voy a fugarme y desciendo el muro hasta la calle; y oigo a mis hermanas gritarme que mi madre me va a matar, pero a mí no me importa porque ya estoy en la calle y corro descalza hasta el molino.
Otras veces, como hoy, veo a mi padre, un marinero viejo, cociendo redes que esparcía en la azotea. Por aquél entonces, yo erraba sin rumbo de una ciudad a otra y cuando volvía mi padre estaba cada vez más viejo. Casi no nos hablábamos. Un día se acercó a mí en la azotea.
- Dice tú madre que andas con mujeres
No sé si esperaba respuesta. Fui incapaz de decir nada, él tampoco.
Mi padre era un buen hombre, que nunca supo dejar la mar ni pudo vivir en tierra. Pero aún hoy pienso que si me hubiese atrevido a contarle lo perdida que estaba y el dolor que provocaba en mí ese amor, él me hubiese alzado en sus rodillas como hacía de pequeña y me hubiese balanceado hasta calmarme, o quizá con una sonrisa socarrona me hubiese mirado a los ojos y me hubiese dicho lo que siempre me decía cuando me hería y acudía a él en busca de alivio. ”Duélele tu a él”.
Pero no en mi casa no nos enseñaron a hablar de sentimientos. Mi padre murió al poco tiempo. Aún recuerdo sus últimas palabras en la azotea. Últimamente pasaba casi todo el tiempo allí.
- Pareces un guirre.
Estuve un tiempo pensando que no era justo que las últimas palabras de mi padre fueran éstas. Pasé mucho tiempo intentando encontrarle un sentido a esas palabras, pensé quizás, que era por mi vestimenta negra o por mi extrema delgadez.
Un día, por azar, o para dar sosiego a mi corazón, descubrí que el guirre era el pájaro sagrado de los guanches, que una vez presiente que va a morir, vuela alto, muy alto, y desaparece en la inmensidad del cielo azul.

13 comentarios:

Morgana dijo...

Ico, qué preciosidad de post!! Bellísimo, de verdad.

Voy a añadir ésto sabiendo que sobra pero lo quiero hacer porque es mi aprendizaje... ¿te acuerdas cuando hablamos de lo que aprendemos? Pues yo creo que somos de (y en) todos los sitios en los que estuvimos y en los que estaremos, sólo que los segundos aún no han llegado.

Preciosa imagen las de tus hermanas en la azotea arreglándose el pelo al viento y tú escapando.

Besos!

Xarnego dijo...

Quiero pensar,
que si es bueno volver a los sitios
donde fuimos felices,
porque gracias a esos momentos
somos lo que somos y estamos
donde no habíamos imaginado,
puesto que somos la causa o el efecto
de esas vidas anteriores.


Creo que no seria justo
quedarme sin volver por aquí,
hasta pronto.
Me ha gustado leerte.

LIRIO dijo...

Hola, Ico

Es la primera vez que te visito. Me ha gustado tu relato, muy bien escrito... pero se me hizo sorprendentemente triste el final: me quedo con la imagen del guirre volando por el cielo azul, pero no con la idea de que simbolice algún presagio de finales, sino de inicios.
Un beso hasta Las canarias desde México!

dintel dijo...

Vaya, no te enseñarían a hablar de sentimientos, pero los escribes como nadie. Creo que es perfecto que seas un guirre, a ver si me enseñas, porque yo suelo sucumbir.

Ico dijo...

Gracias amigos...no saben cuánta satisfación me produce que les guste estos pequeños relatos...Dintel, Morgana yo también aprendo de ustedes, Lirio el guirre hasta para morir vuela alto, pero pienso que puede ser como el ave fenix que siempre renace de sus cenizas..Bienvenido xarnego y Viva Cataluña¡¡

baldufa c'est moi dijo...

te he imaginado pequena, te he visto claramente , he visto la azotea, tus hermanas y tus padres. Precioso relato.

buxara dijo...

hola Ico, me he conectado un momento para leer el correo y no he resistido la tentacion... ha merecido la pena
es un relato precioso del que me quedo con dos cosas: esa imagen grafica del guirre (que no conocia y que me recuerda la leyenda del canto del cisne) y especialmente esta imagen textual que me parece soberbia "y recorro los mismos lugares donde anduve tanto tiempo sin mí".
gracias como siempre por deleitarme

sempiterna dijo...

Ico, me ha encantado. Es precioso en sensibilidad y sentimientos, muy bello. Un poco triste pero de la tristeza que hace fuerte una vida.

Por decir algo distinto diré que me ha cegado la claridad del blanco de tu azotea, y he podido imaginar cómo te asomabas desde la atalaya. Preciosa descripción de la arquitectura que daba soporte al aprendizaje de tu vida.

Besos.

Nefer dijo...

Precioso relato que aumenta aún más si cabe el valor de tu blog...Sin duda eres una profesora pero de chiflada, nada!

Lena de mar dijo...

Hola Ico,
es la primera vez que te visito, pero intuyo que no sera la ultima (no puedo poner tildes pues mi teclado esta en rebeldia).
Precioso relato, tierno y autentico.

Te mando un abrazo desde mi isla!

Xarnego dijo...

Ico,
visto la fama que nos dan a los catalanes,
es un gran elogio, tus buenos deseos.
Veo que todavía hay gente sensata,
que no se cree a tanto predicador,
que nos pone como gente insociable.
Aquí como en todos los lugares geográficos
de este país, hay de todo, ni mejor ni peor.

Continuo con tu lectura, no prometo volver siempre,
pero de vez en cuando me gustara leerte,
me parece interesante tu bloc.

Isidora Rufete dijo...

Precioso, Ico, me ha encantado la imagen de las azoteas blancas tan típicas de tu isla y también la de tus hermanas peinándose...me las imagino perfectamente y también a ti discolgándote para escaparte. Felicidades... como siempre maravillosa.

Mari Triqui dijo...

Qué preciosidad Ico!! (me paro un momento a leer la palabra "preciosidad" porque me he quedado con los ojos llenos de lágrimas), qué preciosidad!, un regalo leerte!!
Un abrazo!