martes, 14 de abril de 2009

No hay nada nuevo bajo el sol (que decían los egipcios)




Mister Blind sale cada mañana en dirección opuesta al sol por el mismo camino. Cada día realiza el mismo recorrido hasta llegar a la oficina en donde trabaja. Cuelga su sombrero en el perchero y se enfrasca en su oficio de forma concienzuda hasta la hora del descanso. Cuando éste llega extiende un pañuelo inmaculado que saca del bolsillo de su chaleco y deposita en él su estoico almuerzo, mientras, contempla el ir y venir de los barcos en el muelle. Realiza esta acción en apenas veinte minutos, por lo que siempre está de vuelta a su tarea antes que cualquier otro empleado de Aduanas Miller. Cuando el reloj de la columna que tiene justo en frente anuncia las seis de la tarde, se levanta de forma tan pausada como llego y da por finalizada su jornada de trabajo. Es entonces cuando desanda el camino, se detiene en el mismo estanco en donde compra la prensa cada tarde y, vuelve con paso pausado hasta el hostal donde vive.
Mister Blind llegó un día a la ciudad trayendo como único equipaje una maleta. Durante un tiempo, los habitantes de la ciudad se preguntaron qué había llevado hasta allí a un hombre de costumbres tan regulares como el reloj de la iglesia. Como quiera que fuera un hombre gris y circunspecto, pronto pasó a formar parte del paisaje de la villa, como los leones de piedra o los rosales del jardín de acacias. En el hostal, regentado por una respetable viuda fue acogido el extranjero con sana curiosidad por los demás huéspedes que fue convirtiéndose, más tarde, en sincero aprecio por ser buen conversador a la hora de la cena y alma mater en la animación de las tertulias. Puesto que, era uno de los pocos que leían la prensa a diario, fue considerado por algunos como un hombre sabio al que gustaba cerrar todo comentario con la famosa frase de “no hay nada nuevo bajo el sol” como decían los egipcios. Considerando que de esta manera, todo estaba ya hecho y dicho, por lo, que de nada valía lo que un ciudadano como él, por muy modélico que fuera, hiciera para poder cambiarlo. El mundo seguirá girando, con nosotros o sin él, concluía.
Una noche de invierno, cuando la noche es más larga que de costumbre la hostelera presenta en la mesa a un nuevo huésped, se trata de una extraña mujer de aspecto enigmático y de nombre Blanca, con la que Mister Blind establece una amena conversación. La mujer antes de finalizar la velada invita, bajo la curiosa mirada del resto, a Mister Blind a que la acompañe a recorrer la ciudad que desconoce.
A la mañana siguiente, día de asueto, Mister Blind, explica a su acompañante un detallado plan sobre el recorrido que harán por la ciudad. Se encuentra extrañamente eufórico mientras se lo comenta. Pero la mujer con enigmática sonrisa lanza el papel al viento mientras apoya una delicada mano en el brazo del mismo desconcierto. El hombre, turbado aún por el calor de la mano en su brazo ha olvidado ya sus planes y se deja llevar en volandas por la ciudad. Arrullado por las suaves palabras de la desconocida, la ciudad, tantas veces recorrida, parece nueva a sus ojos. La mujer le habla muy cerca del oído: ¿Había percibido que si escuchas con atención las olas restallando en la orilla musitan una melodía? ¿Había visto la danza de colores que realizan las hojas muertas formando remolinos?
La curiosa pareja camina, sin rumbo ni destino durante horas, ríen, sin orden ni concierto, ni alguna razón aparente. Al caer la noche se despiden en el umbral prometiendo reencontrarse en la cena. Mister Blind, aún en una nube, vuelve a su cuarto; se asea, se pone la camisa nueva de los domingos y se apresura tanto, que acude diez minutos antes de que esté la mesa puesta. Todos se sientan a la mesa, salvo la extraña mujer, los huéspedes como siempre comentan las noticias del día sin apreciar la impaciencia de Mister Blind, que sortea las cabezas en busca de su presencia. Pero la mujer no llega y el extranjero, cada vez más taciturno apenas participa en la charla. Uno de los contertulios intenta levantar el ánimo el huésped más antiguo repitiendo su frase más recurrida.
- No es cierto, ¿Mister Blind, que no hay nada nuevo bajo el sol?
Mister Blind oye su nombre y se vuelve por inercia. Pero sus ojos están vacios, y su cabeza está ausente.
- Qué tonterías son esas. ¿He dicho yo eso? Estaba ciego, ciego. Hoy…Hoy - repite balbuciendo – todo ha sido distinto.
El silencio que se produce en la mesa es casi un cataclismo. De pronto todos advierte que Mister Blind está pálido como la muerte y sus ojos están fuera de sí. De pronto, sin poder contenerse más se dirige a la dueña del hostal.
- ¿dónde está la señorita Blanca? ¿le habrá sucedido algo en su habitación?
- ¿Qué señorita? –responde la dueña- mirándole desconcertada- Hace meses que no tenemos ningún huésped nuevo.
Mister Blind se levanta, taciturno, los ojos turbios y la boca lacia.
- Usted, usted,… ella, fuimos a pasear por la ciudad.
Mister Blind, se dirige tambaleándose al cuarto. Allí está la habitación vacía. Apoya su mano donde ella antes había apoyado la suya, apenas un instante, antes de podérsela llevar al corazón, justo antes de caer desplomado en el suelo.

3 comentarios:

morgana dijo...

Uffff, noche de insomnio en la que tengo el gusto de encontrarme con este magnífico texto. Me ha encantado.

buxara dijo...

hijamia, que talento tienes para describir!
sigo estando con los egipcios en que no hay nada nuevo bajo el sol -tambien lo dicen los matematicos de alguna otra manera- pero eso no implica que nada pueda sorprendernos y en esa capacidad de sorprendernos estoy convencida de que reside la de vivir -que no es lo mismo que sobrevivir.
gracias por sorprenderme cada vez que me asomo por aqui

mitocondria dijo...

El desenlace del relato ratifica su titulo.