Justifica el autor, la existencia del cuento en la necesidad de creer que tienen los niños y adultos, pero sobre todo en la necesidad de creer en un final feliz y por ende, en que los problemas pueden ser resueltos. Aunque sea mediante soluciones mágicas o extraordinarias. La imaginación se convierte así en un instrumento mental tan necesario como las propias proteínas para el crecimiento. Debe ser por esto que nuestras madres tan sabias nos contaban de pequeños en la cama su propia versión de los cuentos tradicionales.
En este deseo milenario se ha basado toda la tradición tanto oriental como occidental, y es quizá por eso. que los cuentos entroncan con lo más esencial del ser humano; valga como ejemplo “las mil y una noche” compendio de cuentos tradicionales de oriente. Imprescindibles leer en las ediciones de Burton o Galland.
Sin embargo, hay otra otra razón para escribir cuentos, y a ésta le responde Ángela Carter. Los cuentos también se escriben para subvertirlos, para transgredir para invertir la historia y colocar a la mujer en su sitio. Esto es lo que hace en su fantástico libro de cuentos “la Cámara sangrienta”. En un lenguaje preciosista y gótico la autora nos interna en maravillosos cuentos tradicionales donde la protagonista es casi siempre la mujer y subvierte el rol de víctima pasiva al de heroína activa que resuelve las situaciones con ingenio, sagacidad o valentía.
Ángela Carter reivindica de esta forma el papel positivo de la mujer en los cuentos, para así, de una forma sensual y paródica cuestionar todo el sistema patriarcal. Pero lo hace sin dogmatismos, basta sólo su palabra, su forma de narrar, de un estilismo literario y elegancia rara de hallar ¿Cómo no había oído hablar de ella antes?
He aquí una muestra.
“La vela fluctúa, se apaga. Su contacto me consuela y me desbasta a la vez; siento mi corazón que pulsa, que se agosta, desnuda como una piedra sobre el jergón crujiente, mientras la hermosa noche lunada se desliza por la ventana para motear los flancos de este inocente que construye jaulas para sus dulces pájaros cantores. Cómeme, bébeme; sedienta, consumida, hechizada, vuelvo a él una y otra vez a que sus dedos me desnuden de esta piel andrajosa y me vistan con su traje de agua, esa túnica que me envuelve y me empapa, su olor resbaladizo, su voluntad de ahogar”.
No apto para aquellos que no se dejen llevar por el divagar de las palabras y sus sugerencias internas. Pero altamente recomendable.