martes, 17 de febrero de 2009

La pasión de Miss Dalloway


La estancia en la isla estaba siendo como ella esperaba, días enteros tumbada al sol, baños de mar y mucho descanso. Bajaba desde muy temprano a la playa con un libro y volvía cuando comenzaban a llegar los demás turistas. Por la tarde salía a estirar las piernas después de una cena frugal y volvía al hotel. A las diez ya estaba en la cama. El quinto día decidió acudir a una de las excursiones que programaba el hotel. No recordaba quien le había dicho en Inglaterra que no dejara de visitar Timanfaya. Que más da, salían desde las ocho y volverían a la hora de la comida. Nada más entrar en el autobús se arrepintió. Hacía días que sólo oía el sonido del mar y las voces exteriores eran apenas un murmullo que se extinguía a su paso. Se acomodó en el último asiento. El traqueteo del motor la adormeció levemente, cuando abrió los ojos se encontró de pronto con un paisaje inusitado. Los turistas se apresuraron a disparar sus cámaras. Miss Dollaway, en cambió solo miraba extasiada aquella mezcla de negro y rojo que invadía su retina. Entonces apareció de nuevo el dolor, comenzó como una mareada que le invadió el pecho y anunciaba convertirse en maremoto. Cerró los ojos, contuvo la respiración, pero el dolor seguía allí, lacerante como un cuchillo entrando en su cuerpo. De pronto la voz del guía se diluía y ahora era su propia voz la que retumbaba en el interior, nunca, nunca más, nunca más sus ojos, nunca más su boca, nunca, nunca. Cerró los ojos. Tras el cristal, las piedras fundidas formaban lagos de lava en un recorrido tortuoso. Había acostumbrado al dolor a desgajarse de su imagen para que doliera menos. Pero ahora, aquel paisaje, desierto, quemado, le devolvía en un espejo su imagen reflejada. No había sido ella una vez piedra y fuego. El fuego había fundido la piedra formando un paisaje desolador. Su imagen impasible escondía el volcán de sentimientos que bramaban por salir. Hacía tiempo que había dejado de preguntarse porqué después de veinte años ese dolor inexplicable volvía de nuevo una y otra vez, como el ciclo de las mareas, día tras día, año tras año, hora tras hora, trastocando su pequeño universo. No había sitio donde esconderse, ni amor que le hiciera olvidar. El autobús se detuvo. Todos se reunieron alrededor del guía salvo ella que tuvo que sentarse en una roca para no doblarse de dolor. El hombre explicaba entusiasmado el misterio de Timanfaya. Miss Dalloway, se preguntaba si acaso era ella quien invocaba aquella sombra del pasado. El viento hizo volar su pamela. Un niño corrió tras ella. Todo era mentira. Nada desaparecía. El tiempo no curaba las heridas. Porque su corazón era como aquél agujero negro, ardiente, volcánico, latiendo aún de fuego por ella.

5 comentarios:

Unknown dijo...

hola
en principio, tus escritos sobre las islas
me dan una envidia atroz, aún no conozco tus islas....y te envidio
sobre este artículo qué te voy a decir, en mi primer libro ya escribí mucho sobre lo que iba a pasar con la inmigracion y por desgracia el tiempo lo confirma

me dices que me estoy convirtiendo en un poeta social, pero no hay mas que mirar a nuestro alrededor y aqui en madrid por desgracia es todo mangoneo, los servicios públicos se deterioran y con mis pequeñas palabras lo voy a seguir denunciando

pero no dejo de inspirarme en el amor y los sentimientos, eso nunca
un abrazo

fernando

Ico dijo...

Ya ves, nunca se está del todo satisfecho, a mi me encantaría estar en Madrid, aunque sea seis meses al año como hacen los alemanes ricos con Canarias. Estaría los meses de invierno aquí y los de veranos allí...je..je. cuando me gane la lotería. será.
Me gusta tu poesía incluso la social... saludos

Anónimo dijo...

Gracias por cumplir mi encargo...tu Dalloway supera cualquier idea que hubiese podido tener.Me gusta como describes su dolor y como has elegido Timanfaya como escenario...tan muerta y tan llena de vida, tan negra y, a la vez, tan maravillosa...Muchas gracias de nuevo. Saludos.

dintel dijo...

Vaya, volveré dentro de un rato, para releerlo.

Ico dijo...

Hola Isidora. ¿ Qué mejor paisaje que el de Timanfaya para describir el fuego interior de una pasión primera y nunca extinguida?
Saludos