jueves, 8 de enero de 2009

MUERTE ENTRE LAS FLORES


Una mujer apareció muerta entre las flores la mañana del día antes del suceso. El zoógrafo tomó la instantánea reflejando más la curiosidad del perro que miraba a su dueña tendida e inmóvil entre las flores que a la propia mujer. Obsérvese que identifico el género pero no la catálogo como víctima, puesto que la mujer tiene un aspecto plácido y tranquilo entre las flores, como quien duerme una siesta. El cuerpo yacente sobre sí mismo, las manos y los pies abiertos formando un aspa de molino resaltan esta idea de tranquilidad. Otros aspectos refuerzan esta idea de muerte plácida.
Como no llevaba ningún tipo de identificación, ni se encontró ningún vehículo abandonado por la zona se llegó a la conclusión de que se trataba de una excursionista campestre o de alguien que vivía en los alrededores y que había salido a pasear a su perro. Sin embargo, al cabo de la semana nadie denuncio la desaparición de la mujer. No había ninguna otra causa posible de muerte, salvo, la propia dejación de la existencia. Por lo que mi informe sólo pudo testificar: muerte natural por abandono voluntario de la existencia.
Mi jefe me llamó a capítulo, como era de esperar. No existía una causa de muerte por dejación de la existencia. Yo le discutí que no había encontrado ninguna causa aparente que pudiera dar como resultado otra cosa. Se negó a enviar mi informe. Al día siguiente la autopsia confirmó mis datos. La mujer de raza blanca cuarenta y dos años había dejado de existir. Sin más, sin causa aparente.
Tomé la costumbre de pasearme por aquél paraje tranquilo, inundado de vegetación que descubrí solitario y no transitado por ninguna especie humana. El perro, que no se había dejado atrapar por las autoridades, seguía allí. Me tendí en el suelo, boca arriba, en el mismo sitio donde había estado la mujer y abrí los ojos al cielo. La luz del sol era muy tenue. El cielo despejado me abarcaba por completo inundándome de algo que sólo pude calificar como totalidad. Mi jefe no hubiese admitido aquél calificativo. Sonreí. Una extraña sensación de dejadez embelezada me envolvía. Estuve así unos minutos o quizá fue más hasta que dejé de oírme pensar. Una alegría dulce me obligo a cerrar los ojos. Me dejé llevar, como el agua que cae del barranco, mecida por el vaivén de las hojas de los árboles sentí una extraña sensación antigua, que califiqué como similar a la del recién nacido en el útero materno. Entonces supe que iba a morir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

BUENO, ESTO YA ES EL NO VA MAS.. ESTA TODO CUIDADO EN ESTE RELATO CORTO PERO SOBRE TODO LA FOTO ES LO QUE MAS ME SORPRENDIO.. SIN PALABRAS.. FELICIDADES!!!!

Anónimo dijo...

Por que no te ánimas y reunes todos tus relatos cortos en un libro que si existe un editor inteligente te publicara...

Anónimo dijo...

chica atrevida me alegras que seas tan diferente como una buena conejera

Anónimo dijo...

MUCHAS VECES HE SENTIDO LA EXTRAÑA SENSANCION QUE NOS ENVUELVE Y INTENTA TRAPARNOS. ES TAN FACIL ,PERO HAY ALGO QUEME HACE DESASIR